viernes, 11 de mayo de 2012

Recordando a Fina


“Fuerte y digna, sencilla y bondadosa, caminando por la vida, tal como tú lo hiciste, repartiendo paz, amor y alegría”. Es la estrofa de una oración que aprendí hace muchos años y que muestra el anhelo del hombre de nuestros días, el mío también, de reposar en el duro camino de una vida que no conoce el descanso y la paz, porque las prisas y el anhelo de cada día han tomado posesión de nosotros, de nuestras almas y de nuestros cuerpos, de tal forma, que no nos dejan descansar.

No fue así con Fina, la esposa de uno de mis hermanos. No lo tuvo fácil en su vida, pero siempre mantuvo la paz. El domingo pasado se nos fue, y en nuestra impotencia dejamos sus restos mortales en una de las colinas que rodean Granada. Es el lugar adonde se deja reposar a los muertos. El sol lucía y la brisa de Sierra Nevada nos acariciaba la cara, pienso que a ella también. Era aún joven, pero una enfermedad incurable pudo con ella. Sus hijas y nietos la echarán de menos. No hablo de mi hermano, su marido, porque sus sentimientos sólo le pertenecen a ella, a la que se fue de entre nosotros, quedando, eso sí, en el corazón del que la amaba. En la paz de su ausencia terrenal y desde la casa del Padre de todos, mirará con cariño a los suyos, como lo hizo siempre, y les dirá que no tengan prisa y que vivan con alegría dando y compartiendo, como ella lo sabía hacer y lo hizo siempre.

Durante la Misa de despedida pudimos escuchar el único testimonio público sobre la que nos dejaba. Fue un sacerdote, sobrino nuestro, que en sus palabras de consuelo habló de su “tía Fina” con los calificativos de “sencilla y bondadosa”. Los que escuchábamos callados y tristes por su ausencia, pudimos recordar las caricias de una vida de esposa y madre, de hermana y amiga, que durante tantos años regaló a los que la rodeaban y a los que la visitaban.

Sencillez. Nació en plena sierra granadina, adonde el cielo toca la tierra sin intermediarios y hace crecer los árboles en la calma y el silencio de miles de madrugadas y atardeceres. No necesitó títulos académicos ni costosos estudios, ella había aprendido lo importante de la vida en la paz de aquellos lugares entrañables: la sencillez de cada planta y de cada flor, flores y plantas que ella vio crecer en su niñez y temprana juventud; la sencillez y austeridad de una vida inmersa en lo mejor y más bello de la naturaleza, en los valles y colinas de Sierra Nevada. Sus padres hicieron el resto, ellos le mostraron con su vida lo excelso de la bondad, la grandeza del saber ayudar y regalar a los que andaban a su alrededor con necesidades y fatigas. Y la niña aprendió la lección.

Sencillez. Alguien dijo una vez, que la sencillez consiste en hacer el viaje de la vida llevando sólo el equipaje necesario. Nuestra querida y recordada Fina, la mujer de mi hermano, fue maestra en hacer el equipaje, el suyo y el de su marido. Llevaba sólo lo necesario, y por eso ella fue siempre la misma. Gracias al cielo y a la tierra, gracias a sus ojos y oídos atentos, y gracias a la clara sencillez de su alma.

¡Descansa en paz amiga y hermana! Tu frescura, sencillez y humanidad quedan vivas entre nosotros, los que estuvimos cerca de ti y te quisimos tal como tú eras y seguirás siendo durante toda la eternidad.