viernes, 31 de diciembre de 2010

La vida en décadas

Para los que nacimos en un año terminado en cero, el año 2010, que hoy despedimos, nos brinda la oportunidad de contar nuestra vida por décadas. Con esta forma de medir el tiempo, ya no cumpliríamos años sino que cumplimos décadas. Puede ser que así nos lo hagamos más fácil con aquello de las invitaciones, pero en el fondo, son tantos los acontecimientos y vivencias que hacen de nuestra existencia un valor inapreciable, un tesoro, que prefiero seguir contando mi vida por años, y disfrutar cada vez de nuevo de todo lo pequeño y grande que ocurre continuamente a mi alrededor. Y por otra parte, parece que de esta forma se vive más: no es lo mismo cumplir setenta que siete.

La lectura de la prensa en estos días me ha sugerido repasar lo que ha sido para nosotros la década que ahora despedimos. Limitando mi análisis a los acontecimientos más destacados que ocurrieron a nuestro alrededor, viene a mi mente el encuentro con España después de quince años de ausencia, con la España que me vio nacer y a la que mis mayores me enseñaron a amar. Siento que tengo ante mí una España profundamente dividida e insolidaria, con una clase política incapaz de fomentar en la ciudadanía un interés por la cosa pública y los asuntos que dicen favorecer el bien común, una España que, en general, se ha olvidado de los valores cristianos que la sostuvieron en el pasado. Nunca pensé que la célebre frase pronunciada a principios de los ochenta por aquel político socialista sevillano, irónico y sarcástico, Alfonso Guerra, sería una verdadera profecía. El dijo entonces: “El día en que nos vayamos, a España no la va a conocer ni la madre que la parió.” Y lo más desesperanzador es que ellos, los socialistas, después de casi tres décadas aún no se han ido. Conozco, eso sí, personas y pequeños grupos de ciudadanos, que desde su propia realidad y en su entorno están trabajando para que esto cambie. ¡Ojalá que mis nietos vean los frutos del nuevo cambio!

Desde esta España, también campeona mundial de futbol y lugar de acogida – pese a la crisis - para millones de emigrantes de América del sur y de África, me vienen a la mente en este momento algunos nombres célebres que han tenido su protagonismo en los años pasados, y que de una forma o de otra están influyendo en el acontecer mundial de mi entorno y de mis días: el Papa alemán Benedicto XVI, Osama bin Laden, Barack Husein Obama y su esposa Michelle, así como otros “migueles” más entretenidos, como Michael Jackson, Michael Schumacher o el poeta Miguel Hernández que en este año habría cumplido sus cien años de vida.

No solo de nombres se nutre mi memoria de una década, fueron también algunos acontecimientos los que rompieron la tranquilidad de mi butaca. Quizá el más inesperado fue aquel 11 de septiembre de 2001, cuando en casa de mi hermano, y a los postres, pudimos ver en la televisión y en directo el atentado suicida de aquellos aviones estrellándose contra las torres gemelas de Nueva York. Algo cambió aquel día, su ‘legado’ nos alcanza hoy a todos. No tan espectacular, pero sí doloroso para muchos miles de personas fue aquel tsunami de Indonesia, el huracán Katrina y sus consecuencias en New Orleans, las inundaciones en Pakistán y la catástrofe del vertido de petróleo en el golfo México. Sin olvidar el continente africano y sus tragedias. Un mundo capaz de producir las tecnologías más avanzadas, y vulnerable, como siempre o aún más, a los fenómenos de la naturaleza y a las injusticias de los poderosos.

Los que consideramos hoy los acontecimientos de los últimas siete décadas y observamos a nuestros hijos y nietos manejar los “iPod” de la firma Apple, nos admiramos y, hasta en cierto modo, nos estremecemos por los éxitos de las nuevas tecnologías. Hoy todo es velocidad. La electrónica de nuestros “tocadiscos” y de los, entonces, modernos Walkman de Sony, quedó obsoleta, permitiendo a la magia de la electrónica moderna producir unas miniaturas en donde caben, por ejemplo, las canciones de toda una vida. Una revolución pacífica y trepidante, que permite a personajes estrafalarios y provocadores como Shakira, Madonna, Lady Gaga y otros grupos que producen sonidos como el rap y el hip-hop acompañar a muchos jóvenes durante horas y horas de su aburrida existencia. Algunos hablan ya de la década de los “Casting-Shows”. En una de las estanterías de mi casa guardamos las antigüedades de nuestra juventud, tocadiscos y otros semejantes. Los discos de vinilo y las cintas grabadas con las canciones de ayer nos miran, también aburridos, desde su lugar descanso. A pesar de todo, nosotros seguimos escuchando la música que siempre nos gustó.

No quiero que den las doce de esta noche sin traer a mi teclado el recuerdo de las últimas cinco décadas de mi vida: en pocos meses se cumplirán cincuenta años desde que conocí a una joven bellísima, de ojos azules y cabellos rubios, en un pueblo de Alemania. Fue ella, la que poco después fue la madre de mis hijos y hoy, en esta noche, me acompañará, Dios mediante, viendo cómo amanece un nuevo año en nuestra vida, la aurora de una nueva década. Los detalles quedan en la intimidad de nuestros corazones. Todos los recuerdos de la última década adquieren con ello un nuevo brillo. Ha valido la pena vivir.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Saberse amado

En una conversación via “Skype” de días pasados me preguntaba un amigo argentino sobre mis anhelos y propósitos para Navidad. Al contestarle recordé mi último viaje a Granada. Venciendo mi pereza en estas fechas de frío y lluvia tomé el tren, y marché a estar unas jornadas con los hermanos que allá viven y a los que me une una verdadera relación de amor desde la infancia. A pesar de las distancias y los viajes, y a pesar de los años, hemos mantenido entre nosotros esta vinculación y afecto que heredamos de nuestros padres. De tarde en tarde nos sentamos todos a la mesa y disfrutamos junto a los que vinieron después, el cuñado y las cuñadas, de veladas inolvidables. Los diversos temperamentos y vivencias personales son la sal y la pimienta de los “platos” que saboreamos con entusiasmo y alegría; el amor, el oxígeno del aire que respiramos. Tuve siempre la impresión que, gracias a Dios, todos los hermanos fuimos, sin saberlo, buenos discípulos del apóstol Juan, que en su primera epístola escribía a los suyos: «Amémonos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios».

A mi amigo el argentino le contesté que en estos días quería traer a mi mente y a mi corazón, a ser posible, a todas las personas que me han amado, una por una. Es un regalo saberse amado, y esto durante toda una vida. Los días de Navidad son una oportunidad de oro para hacer tal ejercicio, y la comida con mis hermanos en Granada ha sido el inicio de tal recuerdo.

Es gratificante saberse como persona, en lo más íntimo del ser, como el fruto concreto de un acto de amor. Mi padre y mi madre pronunciaron cada vez, al inicio de nuestra existencia personal, aquellas palabras que encierran el secreto del amor: “¡Yo quiero que tú seas!” Y yo fui, y después fueron, uno tras otro, mis cuatro hermanos. Y ahora lo podemos celebrar juntos. Ellos, los padres, ya no están, pero en mi corazón los abrazo y los beso, y contándonos días pasados nuestras aventuras infantiles y juveniles – más o menos exageradas por causa de los años que pasaron - los vemos muy cerca de nosotros, tan cerca que los intuimos como encarnados en los hermanos. Algo bueno de ellos sigue viviendo en nosotros.

Al sabernos amados pudimos crecer en una sana autonomía, porque el amor verdadero presupone un respeto por la originalidad del otro. Junto a la protección paternal y maternal que experimentamos, supimos también que ellos nos amaron sin tener en cuenta nuestros propios méritos o defectos. Por eso, en su amor pudimos ser nosotros. No puedo olvidar aquí que muchos de nosotros crecimos a la sombra de una mujer que supo amar de verdad, y a la que veneramos de forma especial. Fue la abuela materna. A su lado nos supimos amados, y entendimos, porque lo vimos en ella, que hay amores que “todo lo sufren, todo lo creen, todo lo esperan y todo lo soportan”, sin condiciones y de verdad.

Pasaron días y pasaron noches, pasaron también algunos años. En algún momento supimos que en la competición que significa alcanzar la perfección en el amor necesitábamos vincularnos a un tú en el que poder mirarnos. Gracias a Dios, ella llegó, y cuando la encontré me di cuenta que el amor no es un juego, sino un arte y una virtud. El arte de aceptar que el otro, la esposa o el esposo, sea él mismo, y la virtud de un largo y paciente entrenamiento de los corazones, que durará hasta que la muerte nos separe. La felicidad de saberse amado por aquella persona a la que tú amas. Y fue así cómo, amando y siendo amado llegaron los hijos, a los que pudimos regalarle el amor, esperando que ellos nos lo devolvieran filialmente, a ser posible sin condiciones, y así fue. Cuando, cerca ya del atardecer de la vida, pusieron ambos en mis brazos el fruto de su amor respectivo, a mis cuatro nietos, estuve seguro que me amarían en el futuro y que yo me sentiría amado también por cada uno de ellos.

Es el amor como una fuente inagotable de la que pude beber en muchas ocasiones. He tenido la suerte de tener amigos y otras muchas personas que me han amado cerca y lejos en la pequeñez de mi servicio y entrega. A todas ellas les debo un recuerdo agradecido en estas Navidades que son también parte de mi atardecer. En la intimidad recordaré cada uno de sus nombres. Hoy, más que nunca, me alegro al constatar que el Dios de las alturas, el que es AMOR, nos amó tanto que se hizo hombre y vino a habitar entre nosotros, siendo niño en el regazo de una mujer. En este niño me sé también amado por el mismo Dios. ¿Te lo puedes imaginar? ¿Saberte amado por tantas personas y además por el mismo Dios? ¡Feliz Navidad!

sábado, 18 de diciembre de 2010

¿Sin alternativa?

España sigue en ‘estado de alarma’ – así lo ha decidido el Parlamento -, y yo me he despertado alarmado esta mañana, pensando que en mi entorno están ocurriendo acontecimientos graves que, seguramente, tendrán una influencia importante en el futuro de mi vida. Desde hace algunos años estoy jubilado y recibo mis ingresos mensuales con una pensión que me transfiere el Estado. Anoche, antes de acostarme repasé las noticias sobre la reunión de jefes de estado y de gobierno de los veintisiete países de la Unión Europea que las agencias de prensa están distribuyendo en los diferentes medios de comunicación en Internet. La actual crisis de la moneda única europea, el euro, es algo que han causado otros y que, al final, pagaremos todos. Los ejemplos de Grecia e Irlanda son para apretarse el cinturón. Ahora somos los países del sur de Europa, Portugal y España, los que estamos en el punto de mira de los especuladores y demás agentes del mundo financiero.

Según cuentan, es esta la décima vez que se reúnen en este año los responsables máximos de la Unión, y sin embargo no han frenado la tendencia de los mercados financieros, que encarecen semana tras semana los créditos que algunos estados, como España, necesitan tomar para hacer frente a las deudas que las administraciones públicas han ido acumulando en el transcurso de los años y meses pasados. Los intereses de los últimos préstamos que España ha conseguido en el mercado se acercan ya al seis por ciento. Ante estas cifras me pregunto, si el crecimiento económico de los próximos años, si llega a producirse, podrá hacer frente a tales préstamos. Lo dudo. Y al dudarlo empiezo a preocuparme seriamente por mi pensión. Al final, el Estado tendrá que sacar el dinero que necesita de los bolsillos de los ciudadanos, también del bolsillo de los pensionistas. El panorama es bastante sombrío.

Esta situación me recuerda a muchas familias españolas que en los pasados años cincuenta y sesenta tuvieron que endeudarse por encima de sus posibilidades para vivir y dar una educación a sus hijos. Pasados los años fueron estos últimos los que asumieron y pagaron las deudas de sus padres. En un futuro próximo ocurrirá lo mismo con las generaciones, pero dudo que las causas del endeudamiento producido ahora sean tan loables como las de entonces. Yo, por ejemplo, no estoy de acuerdo con muchas de las obras que las ciudades, comunidades autónomas y el Estado han emprendido a diestro y siniestro de la geografía española. ¿No se le podría exigir un poco más de cuidado y austeridad a los que planifican y conceden las obras públicas y los eventos para diversión de la población? ¿O nos hemos vuelto locos?

Los políticos reunidos en Bruselas han hecho como hacemos muchos de nosotros en vísperas de las fiestas. Quieren tener su tranquilidad, han mirado para otro lado y se han dado por satisfechos con algunas declaraciones solemnes y con un compromiso de mínimos. Finalmente han tomado los aviones de regreso y han emplazado a sus ministros de economía para que se reúnan en enero y sigan discutiendo las medidas necesarias para salvar al Euro y con ello a la Europa comunitaria. Ni la señora Merkel de Alemania, ni los señores Juncker y Trichet, personalidades europeas destacadas, han sido capaces de frenar los acontecimientos. Temo que los mercados obligarán a estos políticos a buscar opciones más contundentes para frenar la desconfianza de los inversores.

En este asunto de la construcción de Europa tuve siempre un convencimiento: no se puede construir esta Europa sólo con una moneda única, que ya tenemos, si no se tiene también una política económica común y una disciplina de mercado aceptada por todos. Si lo que impera son los egoísmos nacionales, o regionales, y aquello de que “aquí vale todo”, nos vamos al garete. Y más pensando que se han abandonado los valores que dieron su forma a la Europa de ayer, los valores de una Europa cristiana. No se podrá salvar el Euro si no se tiene una idea común sobre el futuro de Europa.

La situación me recuerda a la mosca prisionera en la botella. El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein aportó a sus lectores y discípulos una imagen para mostrar las limitaciones del pensamiento humano. Se trata de una especie de trampa para insectos, una botella de cristal que tiene su salida abierta, justo por donde entró la mosca. Una vez dentro, la salida del recipiente y el mismo recipiente de cristal son para la mosca una misma cosa. Por eso vuela desesperada entre las paredes de su prisión sin acertar a salir de allí. Wittgenstein deduce de esta imagen, que en muchas ocasiones las personas, ante un problema, debemos cambiar de perspectiva para encontrar la solución. Dudo que R. Zapatero, Angela Merkel, Sarkozy, Berlusconi y compañía conozcan al austriaco citado. Esperemos a la próxima reunión.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El uso de la fuerza

Tengo un gran respeto y admiración por nuestras Fuerzas Armadas y lo que ellas representan, pero nunca me gustaron ni el ruido de las botas, ni el brillo de los tricornios. Estoy casi seguro que esta animadversión tiene que ver con un episodio vivido en mi niñez, y que todavía hoy recuerdo como si hubiera sido la pasada noche. Quizá sea este el motivo de mi preocupación por la militarización y el estado de alarma a las que nos han llevado el plante desmedido y delictivo de los controladores del tráfico aéreo y la calamitosa gestión de los políticos, y en especial del Ministro de Fomento, José Blanco, que ha sido incapaz de poner freno a una situación conflictiva ya antigua y conocida por todos.
Me siento muy a disgusto en un país, que tiene que usar la fuerza para mantener el orden, y que no sabe dialogar y encontrar el consenso en los conflictos propios de una convivencia humana. La declaración de alarma es una declaración de impotencia, impropia de un gobierno democrático. Este episodio es, como tantos otros de nuestra España, único en Europa. Estoy seguro que los conflictos laborales con este grupo de profesionales y con otros colectivos estratégicos de la sociedad se repetirán en el futuro. La razón no se impone con la fuerza, es más, el uso de la fuerza puede debilitar sensiblemente la razón.

Ahora quiero volver al episodio de mi niñez. Se tienen pruebas históricas fehacientes de que en la provincia de Granada estuvo presente el “maquis”, conocida guerrilla antifranquista dispersa por las sierras hasta más allá del año 1950. La zona de las Alpujarras, en donde vivían mis tíos, y adónde íbamos a pasar largas temporadas de nuestra infancia, debió albergar a más de uno de aquellos hombres que se escondían en cortijos y otras zonas rurales de difícil acceso. Recuerdo haber escuchado innumerables historias “de miedo” que mis tías contaban cuando querían mantener el orden y la disciplina hogareña. Algunas de ellas tenían que ver no tanto con los maquis sino con los denominados “sacamentecas” u hombres del saco, que según se decía, sacaban a los niños el sebo para fabricar no sé que ungüentos mágicos y siniestros que nos ponían los pelos de punta. En nuestra mente infantil se mezclaban todos los personajes, y cuando oíamos hablar de los maquis, sacamantecas u hombres del saco nos poníamos a temblar. Lo que sí teníamos claro, también de niños, era que la guardia civil patrullaba sin cesar por las sierras, poblaciones y cortijos de la Alpujarra para perseguir a los maquis y a sus encubridores.

Fue una noche fría y lluviosa de los años 40, mi tío Pepe y yo veníamos de Granada. En aquellos años los autobuses eran escasos (les llamábamos Alsinas), y además no llegaban al pueblo de mis tíos, población apartada de la ruta principal. Se desviaban en el cruce de Válor y seguían para Ugijar. Al no tener la oportunidad de tomar el autobús, mi tío consiguió que un camionero nos llevara desde Granada hasta nuestro destino. El viaje fue incómodo e interminable. Escondidos entre sacos y bultos en la caja abierta del camión esperábamos llegar a casa más allá de la media noche. Pero la suerte, la mala suerte, se nos cruzó en el camino. Fue pasado Válor y cerca de Medina Alfahar. Llovía, era de noche. Recuerdo ver desde mi escondite en lo alto del camión a dos tricornios, negros como el azabache, que hicieron parar al camión y que obligaron a bajar al conductor de la cabina. Seguro que buscaban a los célebres maquis. Las voces de los guardias y del conductor me parecieron anunciar lo peor. Mi tío Pepe puso su mano sobre mi boca y sujetó con ella todo mi cuerpo que temblaba como una hoja abatida por el viento. Por mi mente pasaron en segundos toda una plebe de sacamantecas, maquis y hombres del saco, que unidos a los guardias civiles presentes en la carretera me hacían prever lo peor. Nuestro silencio y quietud no evitó que pasados unos minutos, y después de largas discusiones entre los de a tierra, tuviéramos que descubrirnos los de arriba, bajar del camión y, posiblemente, identificarnos, o lo que fuera, que yo, como niño, no pude apreciar en su justo término. Mi tío Pepe era de pequeña estatura, pero no tenía aspecto de maqui, ni de sacamantecas. Aquello fue un espanto horroroso. Al final sé que cogimos nuestros bártulos, y nos fuimos andando por aquellos diez kilómetros de caminos que faltaban hasta llegar a casa. Cuando las tías nos abrieron la puerta e hicieron los comentarios propios del caso, deduje que las historias que ellas contaban eran realidad, que no mentían. Los tricornios y sus dueños, incluyendo las voces y amenazas de aquella noche fueron el origen de un pequeño trauma infantil, que, posiblemente, me dure hasta hoy.

Me parece que lo de contar mentiras está también hoy de actualidad. En toda esta pesadilla de la militarización, del estado de alarma y de la aparición de los tricornios en las torres y salas de control del tráfico aéreo hay algunos que no cuentan la verdad, o la cuentan a medias. En los años cuarenta yo tuve que creerme las historias de mis tías, hoy, con unos años más, no quiero creerme todo lo que dicen o escriben los unos y los otros. Lo que sí deseo, es que se vayan los guardias civiles a sus casas-cuarteles y me dejen volar tranquilamente. El niño asustado por un castigo severo de su padre no suele ser el más cuidadoso y amable.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Wikileaks y la libertad

Lo de la absoluta libertad de información que se viene discutiendo en estos días a propósito de la publicación de los documentos de la diplomacia americana, filtrados por Wikileaks y su fundador, “filósofo” y financiero Julian Assange a unos escogidos y determinados medios de comunicación, me recuerda los inicios del destape en las playas de mi Andalucía. Algunas jovencitas y otras no tan jovencitas olvidaron lo valioso que era el pudor natural de la persona y se quitaron algunos trapitos para que todo el público pudiera admirar lo que, a veces, hubiera sido mejor que quedara escondido en la intimidad del hogar. Otros, más conscientes de que el abuso de su libertad podía lastimar la libertad de los demás, escogieron la Playa El Muerto, a un par de kilómetros de Almuñecar, para tomar el sol como Adán y Eva lo hacían en el Paraíso. La conocida y pequeña playa nudista era y es como un “Wikileaks” para los veraneantes granadinos interesados en el tema. Allí se sabe todo, bueno, casi todo.

Las opiniones de los responsables de la política exterior estadounidense sobre los políticos europeos parecen de chiste y denotan falta de imaginación en los responsables de suministrar las informaciones en los diferentes países de nuestro entorno. Como ejemplo cito la descripción que hacen del presidente del Gobierno español: lo definen como un político cortoplacista que supedita los intereses comunes al cálculo electoral. ¿Eso es todo? Las revistas del corazón y la prensa diaria ofrecen mejores descripciones y calificaciones del primer responsable político de nuestro país. Hillary Clinton tendría informaciones más serias si pasara a diario por el quiosco de mi pueblo.

Pero el asunto no es tan baladí. Yo estoy de acuerdo en que los responsables de la cosa pública deben dar cuentas a los que los eligen, y que la política requiere una transparencia para hacer posible la vida en democracia. Otra cosa es que aquí y hoy todos sepan todo, que hagamos de la vida pública una playa nudista. Si a la diplomacia le quitamos el secreto y la privacidad en sus deliberaciones le hemos quitado uno de sus valores más reconocidos. Estoy convencido que esta faceta de nuestro vivir político, la diplomacia, es una valiosa alternativa a los procesos de enfrentamientos y guerras entre países. Si una sociedad no tiene la posibilidad de llegar a gestar compromisos sin que los actores de los mismos pierdan la cara y queden en evidencia, viviríamos en un mundo mucho más peligroso que el actual.

Uno de los medios de comunicación alemanes, escogido por Wikileaks para manejar y propagar sus informaciones, cita al soldado Bradley Manning, informante que suministró al señor Assange los documentos de la Secretaría de Estado americana. El joven militar ha dicho para justificar su atropello: “Yo deseo que todas las personas conozcan la verdad”. Es el motivo que aducen también los de Wikileaks para publicar los documentos citados (“revelación de la verdad”). Pero me llama la atención que las revelaciones y documentos filtrados procedan precisamente de países que defienden y representan la libertad de sus ciudadanos. Me faltan informaciones y documentos de Rusia, de China y de otros países en donde reinan los déspotas y dictadores. Me faltan las filtraciones de documentos de organizaciones terroristas y bandas criminales. Es posible que Julian Assange y sus “colaboradores” piensen que con tales publicaciones sus vidas estarían expuestas a peligros mayores.

Por otra parte no creo que la absoluta libertad propagada por Wikileaks y sus oscuras fuentes de información contribuyan a que crezca efectivamente la libertad en nuestra sociedad. Si los gobiernos y demás ciudadanos se sienten con el derecho a saber todo de todos, a saber todo de mí, ¿a dónde queda la libertad de cada uno, a dónde queda mi libertad? Me parece más bien una anarquía muy propia de un mundo que vive sin valores. Hoy vale todo. Yo, por mi parte, quiero pensar que para admirar la belleza del cuerpo humano no tengo que pasar por la Playa El Muerto en Granada. Temo que con tanto destape y “espectáculo” se me quitarían hasta las ganas de alabar al Creador por la maravilla de sus criaturas.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Morir de viejo

Cuando la familia te ha celebrado los setenta y tú mismo has dado gracias a Dios por la abundancia de vida regalada, piensas a menudo en la gozosa y esperada ancianidad. Y lo haces sobre todo en las largas esperas de las inevitables consultas médicas. Algunas noticias de tu exterior te producen entonces un verdadero impacto.

La última fue la del trabajador del geriátrico de Olot, ciudad de la provincia de Gerona en Cataluña, que ha confesado haber matado a tres ancianas el pasado mes de octubre administrándoles un líquido corrosivo; una cuarta tragó también lejía pero se salvó por los pelos. El juez del caso ha ordenado la exhumación de ocho cuerpos de otros tantos ancianos que fallecieron estando el homicida de servicio, para descartar que éste los hubiese matado también. El detenido ha declarado que actuó “por amor”, para liberar a los ancianos de su deteriorada calidad de vida.

La noticia me recordó el caso del “ángel de la muerte de Wachtberg” en una pequeña localidad cercana a la ciudad de Bonn en Alemania. A una enfermera de una residencia de ancianos se le acusó de haber matado a nueve ancianas de la residencia en el año 2005. En su día fue juzgada, siendo su caso muy comentado en los medios de comunicación alemanes por las circunstancias que rodearon los acontecimientos.

Leí con este motivo un informe de algunos especialistas que analizaban los casos de tales asesinatos “por amor”, o por otros motivos perversos, que se vienen produciendo en los diferentes países occidentales desde el año 1976. Se inició esta tenebrosa costumbre con el caso del enfermero holandés que se quitó de en medio a cinco ancianos en un hospital geriátrico por medio de inyecciones con sobredosis de insulina, y siguió aquel otro caso, en 1983, del director de una residencia de ancianos en Noruega que fue juzgado y condenado por el asesinato de 22 pacientes y sesenta casos de eutanasia con otros tantos ancianos de su residencia. En otros países de nuestro entorno y de América se han dado casos similares.

Los expertos se preguntan qué motivos llevan al personal sanitario a matar a los ancianos que tienen a su cuidado. Desgraciadamente no encuentran respuestas convincentes y definitivas. Un psicoterapeuta alemán opina que muchos de los profesionales de estos centros están sobrepasados y exigidos en demasía por una sociedad que quiere ahorrarse en muchos casos el cuidado de los ancianos y la confrontación cercana con la muerte.

Es evidente que el estilo de vida actual en nuestra sociedad, con las exigencias del entorno laboral de la joven generación y la consecuente movilidad, hace necesarias soluciones practicables para el cuidado de los ancianos. La familia está ocupando y debería ocupar en cualquier caso en el futuro un lugar destacado y preferente para hacer frente al desafío de una población anciana y necesitada de ayuda cada vez más numerosa. Valga como referencia la última estadística del “Portal de Mayores” del CSIC. Un país como el nuestro, que tiene ya ocho millones de personas mayores de 65 años, dispone sólo de 5.490 centros residenciales con un total de 331.200 plazas para ancianos. Los poderes públicos deberían sostener y apoyar el entorno familiar para solucionar este problema. Y así nos ahorraríamos también los casos de esos “ángeles de la muerte” como el de Olot, que surgen de vez en cuando en los geriátricos y otras residencias y hospitales.

Mi madre vivió sola durante años y murió con ochenta y cuatro. Previamente había encargado a sus hijos que no la lleváramos a ninguna residencia de ancianos, ella quería morir en su casa. Y que si llegaba el caso, sería ella la que tomara un taxi y marcharía al centro residencial. No quería que sus hijos tuvieran mala conciencia por una acción semejante. Finalmente murió en su casa, fueron los hijos y alguna nuera los que la acompañaron durante las últimas semanas y horas, hasta que llegó el momento de la despedida. Según me contaron los hermanos, fue la gran oportunidad de experimentar fuertemente el amor que se da y se recibe.

Una experiencia similar se nos regaló con los últimos años de mi suegra. Estuvo postrada en cama durante más de tres años en la habitación en donde hoy escribo estas líneas. Aquí también murió. Fue un tiempo de entrega total para toda la familia. Nuestros hijos lo recuerdan gozosamente, para ellos fue la gran escuela de la solidaridad y del amor. Todos lo recordamos como un tiempo exigente y hermoso de dar y recibir, especialmente para su hija, mi mujer. La Oma (la abuela alemana) murió en medio de los suyos, cuidada y sin miedo alguno. Ella prefirió también a la familia.

viernes, 19 de noviembre de 2010

El pueblo saharaui

Conocí en los años de mi formación en Alemania a un ingeniero comercial egipcio; me recordaba a los árabes de los zocos de El Cairo. El dueño de la empresa en donde hacíamos las prácticas le había contratado como asesor para gestionar la cartera de proveedores y clientes del mundo árabe, del cual se decía conocedor y experto. Mi jefe, un agente comercial inteligente (¡esta vez, falló!), nacido en Hamburgo, trabajador y de un magnífico corazón, soñaba con entrar en el mundo del petróleo, y puso en el egipcio citado toda su confianza. Los esperados negocios no llegaban nunca, pero las liquidaciones de viajes y gastos aumentaban sin límite. A pesar de los requerimientos y buenas palabras de mi jefe alemán, el egipcio seguía en “sus negocios” que nunca llegaban. Nuestras mesas y teléfonos estaban en el mismo despacho, y pude darme cuenta con el tiempo que mi vecino era un verdadero especialista del engaño y la confusión. Recuerdo que me tocó ayudar a mi jefe, el alemán, a desenmascarar al embaucador. Llegaron incluso a los tribunales.

En estos días en que asistimos a una de las muchas maniobras de confusión y encubrimiento de la verdad, a las que nos tienen acostumbrados nuestros vecinos de Marruecos, me acordé del egipcio de mi juventud. Me refiero a la suerte del Sahara Occidental. Sentí siempre, en el fondo de mi ser español, una vergüenza escondida, porque fuimos nosotros, los españoles, los que abandonamos al pueblo saharaui a su suerte en los años setenta del siglo pasado. Una injusticia histórica que ha traído consigo que el Sahara Occidental sea la última colonia existente en el continente africano, y que lo siga siendo en el siglo XXI gracias a Marruecos. En el año 1961 se constituyó en las Naciones Unidas un comité de descolonización para ayudar a los pueblos africanos a su autodeterminación. Todos los gobiernos de Marruecos de las últimas décadas, desde que los españoles salimos corriendo del Sahara y lo dejamos en sus manos, supieron saltarse a la torera todas las decisiones de la ONU y mantener a todo un pueblo, el pueblo saharaui, humillado y disperso por los diversos campos de refugiados del norte de África. Y todo ello con el silencio cómplice y encubridor de los gobiernos españoles de turno.

El último episodio lo estamos contemplando en estos días con la represión de la mayor protesta civil saharaui que han llevado a cabo las fuerzas marroquíes en el campamento de Agdaym Izik, a las afueras de El Aaiún, con muertos, heridos y cientos de detenidos que ahora esperan ser juzgados por tribunales militares de Rabat. Como ha dicho el Presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero a la salida de la última reunión del G-20 celebrada en Corea del Sur, en este asunto “los intereses de España son lo que el Gobierno tiene por delante”. Ninguna protesta oficial, ninguna retirada del embajador, nada de nada. La relación con Marruecos es prioritaria para España. Faltaba más, sabiendo que Marruecos puede en cualquier momento, entre otras cosas, mover sus peones en las ciudades españolas del norte de África, Ceuta y Melilla, y avivar el avispero. ¿Adónde queda la defensa de los derechos humanos, que se han pisoteado tantas veces con esta minoría étnica de África? Estoy convencido que es el gobierno marroquí el que dicta todo el guión, y que nuestros políticos se tragan una vez más la píldora envenenada.

Ni el Frente Polisario que busca la autodeterminación del Sahara Occidental, ni las organizaciones civiles españolas que se solidarizan desde hace años con los saharauis conseguirán cambiar nada, si la voluntad política de los gobiernos implicados lo impide con todos los engaños y estrategias diplomáticas que tienen en sus manos. Mientras tanto, los saharauis se quedan solos y mueren solos, sin testigos, porque Marruecos ha cerrado las fronteras y no deja que ningún periodista occidental informe de lo que allí ocurre. Se prometen comisiones de investigación para la galería internacional, pero llegará el día en que nos cuestionaremos incluso la existencia de este pueblo africano.

En agosto de este año informaba un diario alemán que el Rey de España había llamado por teléfono desde sus vacaciones en Mallorca a su “querido primo” en Marruecos. La causa de la llamada telefónica fue la “política de alfilerazos” iniciada días antes en la ciudad de Melilla. Juan Carlos I y Mohammed VI se pusieron de acuerdo en que los „pequeños problemas y malos entendidos“ no enturbiarían las “magníficas relaciones” existentes entre los dos países. Como botón de muestra del entendimiento, al día siguiente un grupo de manifestantes marroquíes bloqueaba el paso de la frontera con Melilla e impedía el transporte de pescado, frutas y otros alimentos. Para algo están los primos. ¿Se habrá repetido la llamada en estos días?

A mí sólo me queda que renovar mi simpatía por el pueblo saharaui y protestar desde mi anonimato e impotencia por las injusticias cometidas. La talla de los políticos que hoy tenemos no deja motivos para la esperanza.

viernes, 12 de noviembre de 2010

El ser humano ideal (o el camino de perfección)

Los colores del otoño cubrieron por unos días mi mirada crítica al acontecer diario en la sociedad que me rodea. Fueron unas cortas vacaciones que me hicieron bien. Pero hay temas que me persiguen, y no me resisto a dejarlos pasar, sin permitir que mi teclado me ayude a plasmar sobre la pantalla algunos de mis pensamientos. Recordarán mis amigos y lectores el impacto que me produjo la noticia del Primer Congreso de la Felicidad en Madrid. Durante un par de días del mes pasado algunas ‘mentes brillantes’ nos quisieron regalar las mejores recetas para ser feliz (¡con bebida refrescante de la patrocinadora incluida!). Según estas recetas, pensé yo, mi caso no tendría solución, mi esfuerzo por conseguir ese estado ideal sería en vano.

No había concluido la lectura de las noticias sobre el congreso madrileño cuando llegaron a mi mesa unas reseñas de la prensa escrita sobre otro congreso, esta vez en Málaga, con el tema “El Ser Creativo”. Su título: I Congreso de Mentes Brillantes. Sólo el título del congreso refleja una autocomplaciente creatividad de los organizadores. Según las informaciones procedentes de Málaga fueron también ‘mentes brillantes’, esta vez veinticinco, las que se reunieron para darnos algunas pistas sobre cómo ser perfectos. Expertos en antropología, filosofía, sociología, genética, inteligencia artificial, investigación cerebral, nanotecnología, ciencia y tecnología, comunicación, artes y letras intentaron abordar el futuro de la humanidad y presentarnos sus recetas sobre el ser humano ideal. Celebro y agradezco que haya gente que piense en este país, aunque sólo tengan 21 minutos para exponer lo que pensaron (así eran las normas de esta reunión).

No puedo omitir que algunos de los expertos citados llegaron a Málaga a toda prisa procedentes de la reunión sobre la Felicidad, justo a tiempo para seguir recreándose en sus teorías, esta vez sobre la Perfección del ser humano ideal. “Tanto monta, monta tanto”, diría el Rey Católico Fernando si leyera las noticias de prensa sobre los dos congresos que comento. Una de esas mentes brillantes, presente en los dos eventos, es el conocido abogado y divulgador científico Eduardo Punset. A él se le atribuye la frase con la que han promocionado el congreso malagueño: “Dios es cada vez más pequeño y la ciencia es cada vez más grande".

De tal palo, tal astilla. No es de extrañar por lo tanto que el ‘camino de perfección’ de las mentes brillantes malagueñas (y madrileñas) no tenga mucho que ver con aquel célebre “Camino de Perfección” (éste con mayúscula) que nos regaló la santa de Ávila, aquella mujer recia, creativa e inteligente, llamada Teresa de Jesús. Por si alguno se anima a seguir el camino brillante, el más actual y según parece, el apropiado para el hombre moderno, copio y pego algunas de las propuestas y reflexiones hechas en el Congreso sobre el ser humano ideal: vive a la velocidad justa, porque ralentizar significa trabajar y vivir mejor y disfrutar más, es tolerante con otras culturas y religiones, es innovador y como ser creativo no tiene miedo al fracaso, gestiona sus emociones, se preocupa por el medio ambiente y contribuye a construir la paz.

Lo de gestionar las emociones me parece bien, pero no comparto del todo la reflexión de la antropóloga Helen Fisher sobre el requisito de una buena gestión emocional para obviar las dificultades producidas por posibles engaños amorosos. Ella opina que el amor romántico tiene unos efectos en el cerebro similares a los de la adicción a la cocaína y que un desengaño produce “no sólo dolor mental sino también físico”. Estará en lo cierto, pero si no recuerdo mal, algunos de esos “males de amor” de mi juventud fueron también en el fondo una delicia de la que no quisiera prescindir como hombre perfecto. Algunas veces vale la pena “morir de amor”, sobre todo a ciertas edades.

Hay dos brillantes propuestas más que rozan mi autoestima y ponen fronteras a mi esperanza de ser perfecto: una de ellas es, que el ser humano ideal habla perfectamente el inglés para ser un buen ciudadano del mundo global que nos limita y rodea. Mis nietos saben que, por culpa de la ocupación inglesa de Gibraltar y las ideas de mi padre, soy uno de los españoles que no aprendieron ni aprenderá jamás inglés. Una lástima; en verdad que no se puede ser siempre perfecto, al menos yo.
La otra propuesta viene de un gerontólogo brillante, Aubrey de Grey. Se refiere a que hay que hacer ejercicio, pues es una de las claves para poder vivir más, junto con no fumar y no consumir demasiadas calorías. Hasta ahí va bien, pero lo que me preocupa es saber que, según este señor, si tengo un estilo de vida sano y me dejo ayudar por los avances de la ciencia en el campo de la regeneración celular, podré cumplir los 1.000 años de vida. (Este detalle no se lo quiero comentar a mi mujer, porque tengo miedo a sus posibles reacciones. Por ejemplo: “¿Y quién va a aguantarte tanto tiempo, cariño?”).

Un testigo ocular malagueño escribe a propósito del citado I Congreso de Mentes Brillantes: “Ayer vi a algunos de los participantes llegando en brillantes Jaguar con pegatinas de la organización a la puerta del único hotel con cinco brillantes estrellas que hay en la capital, en el pasillo Santa Isabel, el Hotel Vincci Selección Posada del Patio. Justo enfrente, al otro lado del río, los Ángeles de la Noche (asociación benéfica malagueña), repartían bocadillos y café caliente a cientos de afectados por la crisis. Su motivación, el mensaje de un Dios que, efectivamente, nos pidió hacernos pequeños como Él. Estos cristianos, desde luego, no son nada brillantes. Los científicos sí que saben ser creativos.” Comentario de un andaluz fino y, por qué no, también brillante.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Otoño dorado


En estos días del año me toca barrer y recoger las hojas caídas de los árboles y arbustos en nuestro jardín. El otoño pinta el jardín y los bosques de más allá con una explosión de colores verdes, amarillos, ocres, naranjas y rojos diversos que cuelgan de las ramas, y que después caen al suelo por efecto del viento que sopla en estas fechas. Los colores me llevan a los bosques alemanes de Baviera y de la Selva Negra, y me recuerdan nuestros viajes por aquellas regiones. Allí hay días en esta época del año, en que los rayos del sol parecen acumularse en las hojas rojas del arce, para regalarse después en el frío del invierno alemán, haciendo que el blanco de la nieve que las tapa sobre la tierra tenga “su” calor.

Dos encantos o bellezas singulares vinieron a mi encuentro en mi primera llegada a Alemania. Fue la belleza de la mujer alemana (de algunas) y el encanto y abundancia del bosque de ese país. Era mi primera salida al extranjero, y hasta entonces sólo había conocido las estribaciones rocosas de Sierra Nevada, la reducida y verde vega granadina y las difíciles y poco frondosas laderas de la Alpujarra. Castaños, almendros e higueras me eran familiares, pero poco más.

Había leído del ‘Indian Summer’ de Canadá y de América del Norte con su estallido de amarillos y naranjas en los otoños de los arces y álamos americanos. En mi tierra recuerdo haber visto en las orillas de arroyos y ríos hermosas y pequeñas alamedas que ofrecían su sombra al agricultor y al cazador, y se tornaban amarillas en el otoño. Pero la grandeza y la belleza del bosque, la maravilla de los bosques, las conocí de la mano de otra belleza, la joven y rubia jovencita que años más tarde sería mi mujer.

Ella era miembro de una asociación de amigos del Eifel, región montañosa con colinas de mediana altura en el triángulo que forman las ciudades de Colonia, Coblenza y Aquisgrán, con sus innumerables “ojos azules”, que así le llaman a los lagos volcánicos de la región, y con sus suaves colinas y valles, con bosques húmedos y pastos abundantes. Por allí corrimos, cantamos y soñamos juntos durante muchos fines de semana veraniegos y otoñales en esos años tan maravillosos de nuestra alegre y confiada juventud. ¡Juventud, divino tesoro! Era un grupo de estudiantes españoles y de chicas alemanas que gozábamos juntos los fines de semana por aquellos parajes de encanto tan natural.

A todos nos gustaba la naturaleza y los albergues juveniles. Con el sonido de los acordes de aquella guitarra que ella tocaba, y a la luz de aquel sol que atravesaba las ramas de los pinos y arces en los atardeceres policromados del final del verano nació y fue creciendo entre nosotros aquello tan divino que le llaman amor. Algunos cantores vespertinos de aquellas jornadas inolvidables descubrió allí su vocación al sacerdocio y otros, como mi mujer y yo, terminamos intercambiando nuestros anillos en la boda que nos unió para siempre. ¡Las luces y los sonidos del atardecer se hicieron por todas partes amor!

Durante los años que vivimos en Alemania tuvimos algunas oportunidades para recorrer los bosques dorados que anunciaban el invierno; fueron muchos nuestros viajes por la geografía alemana y centro europea, los que nos permitieron disfrutar de los colores, sonidos y olores de esta época del año. Nos gustaba reservar algunos días de vacaciones para dejarnos maravillar con el espectáculo policromado de la naturaleza en el otoño alemán. Aquí en España las oportunidades han sido menos. Vivimos en la Castilla árida y austera que nos dejaron nuestros antepasados con la poda indiscriminada de los árboles que poblaban siglos atrás nuestra Península.

Menos mal que quedan algunos rincones para que no perdamos la costumbre de disfrutar en estas fechas del regalo que nos hace la madre naturaleza. Ayer fuimos a recorrer los caminos de uno de estos bosques, el Hayedo de Montejo. Está en la sierra norte de Madrid, la Sierra del Rincón, en la parte umbría de una ladera que limita con el río Jarama y es parte de los montes El Chaparral y La Solana. Un hayedo de reducidas dimensiones, situado a pocos kilómetros del nacimiento del Jarama, que es cuidado de forma especial y que pervive gracias a un clima local bastante húmedo y una exposición nordeste que minimiza los efectos de la evaporación y transpiración. En algo nos recuerda a Alemania. El hayedo es pequeño pero está rodeado de abundantes robledales y pinares arriba en las cumbres de los cerros. En su maravilloso y variado colorido no vimos el color rojo de los arces, pero disfrutamos de su estructura forestal y de su biodiversidad.

Nos faltaron, sí, los inmensos paisajes de hojas rojas en la tarde otoñal madrileña. Dicen que algunos árboles son muy sensibles frente al sol en estos días y que necesitan una especie de crema para protegerse del mismo cuando la clorofila abandona a la hoja y la deja sin reservas naturales.
Y como las hojas a estas alturas no quieren sufrir una insolación, producen la sustancia roja que vemos sobre las mismas, y que los químicos llaman “anthocyan”. ¿Será verdad? A mí este color me maravilla. Hasta que no volvamos a Alemania, tenemos que conformarnos con admirar las hojas rojas de los prunos que tenemos en el jardín.

viernes, 29 de octubre de 2010

La felicidad

Creo que fue mi profesor de filosofía en el Instituto Padre Suárez de Granada el que me habló por primera vez de Diógenes. Desde el principio me cayó bien este filósofo, contemporáneo de Platón y Aristóteles, pero con otro estilo de vida y otras ideas que los grandes maestros de su época. Según cuentan, Diógenes rechazaba el lujo, llevaba una vida sencilla y buscó la soledad y el contacto con la naturaleza para ser feliz. Los historiadores afirman que después de ver a un caracol por su jardín, decidió vivir hasta el fin de sus días en un barril. Y parece que hasta hizo escuela. Siglos más tarde se acercarían a esa escuela los ascetas, que buscaban la felicidad en la unión con Dios en los desiertos de oriente, y en nuestro tiempo, en los años sesenta del siglo veinte, los así llamados “hippies”, con su peculiar estilo de vida y búsqueda de la felicidad.

A Diógenes siempre lo pintaban en la boca del barril con medio cuerpo desnudo, sin camisa, posiblemente tomando el sol, o a la sombra de algún árbol o de algún personaje importante que le visitara para escuchar sus exquisiteces sobre la felicidad. Aunque aquello de que el hombre feliz no tenía camisa tiene otro origen, lo contó León Tolstói en una de sus célebres novelas. El Zar de su cuento se quedó sin el remedio que necesitaba, la camisa del hombre feliz, porque éste no la tenía.

La búsqueda de la felicidad ha sido una constante desde que Adán y Eva comieron la manzana hasta nuestros días, en que seguimos anhelando esa sensación de plenitud y serenidad que nos llene de una total y plena alegría interior. Hubo un tiempo, fue durante muchos siglos y hasta ayer, que la antropología y la cultura occidental estuvieron impregnadas por un gran sentido de lo sagrado, con una gran fe en un Dios creador y providente y una visión cristiana de la vida. Los que nacimos en este tiempo buscamos también la felicidad, y la seguimos buscando al ser ésta el fin último de toda conducta humana. Al no conseguirla tan fácilmente como hubiéramos deseado, aprendimos de aquel eminente doctor y padre de la Iglesia, Agustín de Hipona, buen conocedor de Platón y, ahora, patrón de mi pueblo, que esa felicidad que tanto anhelamos es inalcanzable en esta vida, dado el carácter trascendente de nuestra naturaleza humana, y que al final la alcanzaremos en la otra vida, cuando veamos a Dios cara a cara y a todos los nuestros con El. O sea, en el encuentro pleno con el tú.

Ahora, que la cultura actual se ha secularizado tanto, en donde los avances de la técnica y la ciencia han propiciado un enorme relativismo, y en donde los dictados de la consciencia parecen ser la única realidad aceptada por el hombre de nuestro entorno, aparecen nuevos y burbujeantes maestros de la felicidad. Incluso se ha fundado un Instituto de la Felicidad, financiado por una marca comercial de bebidas refrescantes aromatizadas, con cafeína, y que nos ofrece, nada más y nada menos, que los ingredientes básicos que forman parte de la “receta” de la felicidad española. Seis expertos forman el equipo de tal experimento científico, psicopedagógico y publicitario. Son escritores, psicólogos, divulgadores científicos y colaboradores de tertulias radiofónicas y televisivas. Un grupo brillante, con un pequeño fallo: según leo en sus biografías, no hay ningún andaluz entre ellos.

Hace unos días celebraron en Madrid el I Congreso de la Felicidad. Las conclusiones del congreso me han dejado de una pieza; estoy casi al borde de una depresión. Hasta mi mujer está preocupada. Mi caso no tiene solución. Me explico: según estos señores, lo de la felicidad eterna, que es lo que en definitiva me interesa, no cuenta. No sé si ha sido la señora Sonja Lyubomirsky, doctora en Psicología y profesora de una Universidad de California e invitada al Congreso, o alguno de los contertulios del citado equipo de expertos, quien ha declarado públicamente que lo de ser feliz “es como perder peso o mantenerse en forma” y que si tu 'punto de ajuste de la felicidad' (¿?) es bajo, tienes que esforzarte, cambiar los hábitos y practicar toda la vida. Me gustaría escuchar los comentarios al respecto de Diógenes, León Tolstói y Agustín de Hipona. Yo en eso de practicar soy un maestro, pero no consigo lo que quiero por más que lo intente. Algo debo estar haciendo mal.

Me preocupa aún más otra de las aseveraciones de la señora Lyubomirsky: resulta que las claves de la felicidad habrá que buscarlas en el mundo científico. Según los científicos, la felicidad la llevamos en los genes, con lo cual los expertos podrán en el futuro detectar, cuantificar y analizar mi felicidad. Pues si es así, ¡agárrate y vámonos! Sobre todo los granadinos vamos mal.

Dicen de Andalucía que es una tierra en donde sus gentes son alegres y saben disfrutar de los pequeños y grandes placeres que la vida ofrece por doquier (lo de ser feliz, es otra cosa). Pero entre las ocho provincias que componen esta tierra del sur está mi Granada. Granada es distinta de las demás, sus gentes lo son también. Dicen los estudiosos que los "granainos" nacemos con un ‘virus’ algo molesto (sobre todo para los demás), que nos acompaña durante toda nuestra existencia. Tiene que ver con el carácter. Es algo que está en el alma de la ciudad como la Alhambra en su arquitectura, dice el escritor granadino José García Ladrón de Guevara en su libro “La malafollá granaina” (Editorial Almuzara). No busquen, el vocablo no está en el DRAE. Para que los forasteros lo entiendan, cuenta que en cierta ocasión fue a comprar unos puros al estanco y pidió que fueran “fresquitos”; el estanquero le atendió con los humos propios de su mal carácter “granaino” y, al irse, comentó a su mujer con voz alta para que lo escuchara el cliente: “Ese se cree que está comprando boquerones.”

¿Creen ustedes que el estanquero de la anécdota permitirá alguna vez que le analicen los genes y le detecten y cuantifiquen su felicidad? Quiero creer más bien que, a pesar de todo, espera que el Buen Dios le regale algún día la felicidad eterna, la de verdad, la que enseñaba el patrón de mi pueblo, San Agustín.

viernes, 22 de octubre de 2010

De profesión, limosnero

Hace unos días tuve que entrar en la ciudad, asuntos de salud me obligaron a soportar el tráfico de Madrid. En mi callejeo matutino me encontré con varios mendigos que me pidieron una limosna. Delante de un semáforo en rojo se me acercó el primero y con una frase ininteligible acercó a la ventanilla abierta de mi coche su vasito de plástico con algunas monedas. Al dejar el coche en el aparcamiento se me acercó un africano e, indicándome el lugar para aparcar, me adelantó su mano con la misma intención. Terminé la consulta médica y llegué a la farmacia más cercana; a tres metros de la puerta del establecimiento estaba sentada en el suelo de la acera una mujer con un cartón escrito pidiendo limosna y mostrando una foto de su familia. Finalmente me encontré con “mi” negro de Carrefour. El me dice ‘papá’, se alegra cuando me ve, y más aún cuando le dejo mi carrito de la compra con la moneda dentro para que él lo lleve a su lugar.

Al llegar a casa repasé la mañana y conté los pobres que había encontrado en la ciudad, fueron cuatro en un par de horas. Pero no había terminado todo allí: abriendo el correo recibido esa mañana, me encontré con un pobre más, esta vez en el relato de una revista que recibo regularmente. Providencialmente pude repasar las distintas caras de la pobreza que nos rodea. “¡Pobreza cero!” es actualmente la meta de múltiples acciones y conferencias de nuestro entorno, también de Caritas.

Pero hay otra pobreza, la que surge como expresión de una rica vida interior. Por ejemplo, la del pobre de mi revista. Hace años que murió, yo lo conocí en mi infancia, hablando con mi abuela en la puerta de la casa en mi ciudad natal, la Granada de mediados del siglo pasado. Le decían el Fraile de las alforjas y se llamaba Fray Leopoldo de Alpandeire. Capuchino de religión y limosnero de profesión. El pedía limosna por las calles y cuestas de mi Granada, la Granada de carne y hueso, la que no está ni estaba en los libros y guías turísticos, la Granada de antes y después de la contienda civil, la Granada real de entonces, con sus miserias, dolores y aflicciones, la que solo tenía papas y cebollas, y algún día que otro un jurel que llevarse a la boca. En esta Granada estuvo él durante cincuenta años pidiendo limosnas por sus calles y portales, también en mi casa, a mi madre y a mi abuela. Así se lo habían mandado sus superiores.

Había muchos mendigos durante aquellos años en Granada. Les llamábamos pordioseros. Una palabra horrorosa, muy usual en mi tierra. Eran los que mendigaban en las puertas de las iglesias y lo hacían “por-Dios”. Una limosna, por Dios, señorito, que no tenemos que comer”. No estaba entre ellos el limosnero capuchino. Él, pidiendo, daba más que recibía. En una semblanza de Fray Leopoldo he leído: “Con el peso de sus días azules o grises pateará la ciudad en la práctica diaria del ejercicio de la caridad. El no se fijará en sus bellos monumentos de piedra porque lleva dentro, muy dentro, el dolor, el sufrimiento y la pobreza de sus gentes. Y así, día tras día, durante medio siglo, Fray Leopoldo recorrió Granada repartiendo la limosna del amor, elevando y sublimando la pesada monotonía de todos los días, poniendo unidad y armonía en la fragilidad del ser humano, dignificando el quehacer diario.”

Y ahora resulta que al pobre limosnero de mi revista, al que rezaba las tres avemarías con mi abuela en la entrada de la casa, a Fray Leopoldo, lo han hecho santo; bueno, lo han beatificado solemnemente en Granada por decreto de Benedicto XVI en el mes de septiembre pasado. Según cuentan en ZENIT, al cumplir los 50 años de religioso lo mencionaron en un periódico de Granada. Al enterarse le dijo a un hermano de su comunidad: “Ya ves, hermano, nos hacemos religiosos para alejarnos del mundo y, ahora, hasta nos sacan en los papeles”. Yo me pregunto: ¿si estuviera entre nosotros, qué diría ahora?

Mi abuela, la amiga del Fraile de las alforjas, me enseñó que la Iglesia, al regalarnos con un santo o con una santa, ratifica que la persona en cuestión ejercitó las virtudes de un modo heroico, y que ahora está con Dios en el cielo. Para nosotros los creyentes son por tanto amigos, modelos e intercesores. ¿Sesenta años después, modelo de qué? En el caso de Fray Leopoldo, me gustaría quedarme con sus tres avemarías diarias y su testimonio “de un Cristo pobre y crucificado con el ejemplo y la palabra, al ritmo humilde y orante de la vida cotidiana”.

Me han dicho que después de la Alhambra, es la cripta de mi pobre limosnero el lugar más visitado de mi hermosa ciudad de Granada. ¡Por algo será! En mi próximo viaje a mi ciudad natal visitaré su cripta y le encomendaré también a los otros cuatro pobres de mi circuito madrileño de días pasados. Estoy seguro que intercederá por ellos.

jueves, 14 de octubre de 2010

24 horas con Chile

Una cámara de televisión en las profundidades de la tierra y otras muchas encima de ella, millones de espectadores e internautas en todo el mundo viendo las imágenes en tiempo real durante más de veinticuatro horas. Fue como un parto múltiple de la madre tierra, y yo tuve la suerte de contemplarlo y vibrar con sus protagonistas. Fueron pocos los minutos que estuve ausente, lejos de mi pantalla. Por aquel agujero de setecientos metros de largo y sesenta centímetros de diámetro, que un equipo de hombres, apoyados por los medios de una avanzada tecnología internacional y una esperanza monumental, construyera en un tiempo récord, salía de cuando en cuando un hombre de los atrapados durante dos meses en las profundidades de una mina chilena.

Fueron treinta y tres. Llegaban a la superficie metidos en una cápsula y arrastrados por un cable de acero a modo de cordón umbilical invertido, que un doctor con bata blanca se encargaba de “separar” en cada caso, abriendo la reja de la cápsula y haciéndole a cada minero el primer reconocimiento de su nueva vida para constatar que su corazón volvía a palpitar bajo el sol de la montaña. Fue ayer, y al recordarlo hoy se repiten de nuevo las sensaciones y los sentimientos, los míos por supuesto. Creo que también yo llegué a llorar de alegría en alguno de los encuentros de los recién nacidos con sus familiares y amigos. Fantástico, increíble para el que no lo pudo ver.

Los ingenieros encargados del rescate habían vestido a los treinta y tres con el mismo traje, de color verde y equipado con toda suerte de sensores y aparatos para vigilar convenientemente el viaje y la salida a la tierra de cada uno. Me llamó la atención que cubriendo parte del traje protector los mineros se habían puesto una camiseta, en Chile la llaman polera, con unas palabras escritas adelante y atrás, en el pecho y en la espalda. Me esforcé por descifrarlas, los abrazos y movimientos lo impedían, pero al final, después de varios intentos en el transcurso del día, conseguí leerlas. Sobre el pecho habían pintado una gran estrella blanca con un cuadro azul y rojo y en el centro de la estrella la sentencia que, seguramente, los mantuvo vivos durante tanto tiempo en la oscuridad de la mina: “Porque nada hay imposible para Dios.” Y en la parte superior del recuadro, bien visible para todos, un grito de fe, agradecimiento y alegría: “¡Gracias Señor! Thank you Lord”.

Han tenido que rezar mucho estos mineros chilenos en las profundidades de la tierra, parece que los salmos han sido para ellos fuente de inspiración constante en el silencio y la oscuridad de allá abajo. En la parte posterior de sus camisetas habían escrito el versículo 4 del Salmo 95, que dice así: “Porque en sus manos están las profundidades de la tierra. Y las alturas de los montes son suyas.” Y como colofón de su oración el reconocimiento supremo de que “¡De EL es la honra y la gloria!”

En el transcurso de las horas que duró toda la operación del rescate admiré la capacidad de los mineros para aguantar su noche prolongada e insegura en las profundidades de la tierra, admiré su fe y su esperanza inquebrantables allá abajo y la fe y esperanza de los suyos acá arriba. Admiré también sobre la superficie de los cerros de aquel desierto de Atacama la solidaridad internacional en la tecnología, la profesionalidad de los ingenieros y técnicos chilenos, los apoyos de los políticos y demás estamentos de la nación chilena, admiré el espectáculo informativo sin parangón que la Televisión e Internet posibilitaron a millones de personas esperanzadas en todo el mundo, y supe que cuando la tragedia se vuelve alegría y júbilo sin límites hay que celebrar al hombre que Dios creó y que es capaz de hacer posible lo imposible. Supe y vi cómo rezaban y también recé yo en mi pequeño rincón. Me acordé del Libro de la Sabiduría en su capítulo 7 cuando dice que “fue él quien concedió al hombre el conocimiento verdadero de los seres, para que pueda conocer la estructura del mundo y la actividad de los elementos”. Nunca como ayer se pudo constatar la certeza de tal magnificencia. El hombre puede ser, cuando quiere, el señor de la creación y de todo lo creado, pues para eso Dios le dio la vida. Lo de Chile es un motivo más para creer esperanzadamente en el hombre de hoy.

Al final y pensando en la maravilla que hizo Dios al crear a este hombre, me uní a los treinta y tres mineros de Copiapó, eligiendo en mi caso para ello el texto del Salmo 8 en sus versículos 4 al 7:

Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado,
¿qué es el hombre, para que te acuerdes de él,
el ser humano, para darle poder?

Lo hiciste poco inferior a los ángeles,
lo coronaste de gloria y dignidad,
le diste el mando sobre las obras de tus manos,
todo lo sometiste bajo sus pies.

Señor, dueño nuestro,
¡qué admirable es tu nombre
en toda la tierra!

sábado, 9 de octubre de 2010

Un encuentro con mi pasado

Ayer me encontré con mi pasado, fue un encuentro gratificante y agradecido. La gerencia actual de una empresa que yo fundé, y cuyos negocios puse en marcha hace veinticinco años, me invitó a dar un testimonio sobre la fundación y el desarrollo de la misma ante un grupo importante de clientes y amigos en un Hotel de Madrid. Llevo años ausente de este mundo empresarial, que tanto me dio y que fue para mí y los que colaboraron conmigo una escuela de humanidad y un verdadero laboratorio de solidaridad y responsabilidad. Ante todo, porque aquello que hacíamos y con lo que asegurábamos el sustento para nuestras familias, era algo que nos gustaba, con lo que disfrutábamos personal y comunitariamente. Y además era de todos, nos sentíamos una familia.

En mis relaciones con todas las personas que me rodearon en mi actividad empresarial tuve siempre presente aquella postura del fundador de la empresa Siemens, Werner von Siemens, reflejada en esta frase, que a él se le atribuye: “El dinero ganado sería como un hierro al rojo vivo en mi mano, si no le diera a mis fieles colaboradores la parte que ellos esperan del mismo”. Con la empresa fundada en Madrid allá por los años setenta, ellos y yo marcamos algunos hitos en la técnica de la generación, automatización y seguridad de la energía eléctrica en España desde nuestra reducida y ágil estructura empresarial. A veces, las más, todo salió bien, otras sufrimos con las circunstancias adversas del mercado. La otra noche en el Hotel NH de Madrid constaté que algunos de los que comenzaron conmigo siguen hoy trabajando en el mismo proyecto, con el mismo espíritu y con mayores responsabilidades.

Tuve la suerte de formarme en mis años jóvenes en la escuela empresarial alemana. Fueron dos grandes empresas internacionales y con un marcado carácter familiar en sus fundadores y en el estilo que legaron a sus equipos de colaboradores, las que me acogieron y me formaron. Recuerdo hoy todavía con cariño a la Gerling-Konzern Rückversicherung-AG de Colonia y a la Robert Bosch GmbH de Stuttgart. Allí aprendí a valorar el potencial y la importancia de las personas de cualquier departamento o sección empresarial. Allí escuché por primera vez que si la intuición personal del fundador y el consiguiente proyecto empresarial son importantes, más importante aún es el equipo humano que lo llevará a cabo. Y en el fundamento de todo ese entramado estaba la confianza mutua. Se contaba por los pasillos de la central de Bosch en la Schillerhöhe, cercana a Stuttgart, una frase del fundador, Robert Bosch, que refleja en parte su estilo: “Si se pierde el dinero, no hemos perdido nada, pero si se pierde la confianza, hemos perdido todo.”

Con ese recuerdo del pasado no tuve más remedio que recordar anoche públicamente, en el salón del Hotel citado al principio, a un amigo, entretanto fallecido, que construyó conmigo lo que hoy, veinticinco años después, celebra la nueva empresa. Nuestras relaciones fueron de una total confianza mutua, y al final se vieron coronadas por el éxito que buscábamos. El había cumplido ya los cincuenta y ocho años, rondaba los sesenta. Había perdido recientemente su trabajo, y un día, hablando con él, le conté de un proyecto empresarial, en el que solo existía la necesidad de mercado – sin descubrir por los propios actores -, un buen producto y una empresa alemana que nos apoyaba. Le transmití mi intuición personal y no le prometí nada. Le aseguré, eso sí, mi confianza incondicional en su capacidad. El captó el asunto, tenía la formación académica y humana necesarias, y se puso a disposición del proyecto. A los sesenta años reinventó su vida e hizo escuela. Al jubilarse, años después, dejó una obra en marcha que con el tiempo se ha consolidado, y es hoy la empresa líder del sector de la protección contra los rayos y sus efectos en España: la DEHN Ibérica. Al agradecer públicamente por este hombre, noté que algunos de los invitados al acto movían la cabeza y reflejaban en sus ojos la emoción del momento. Su nombre, Clementino Cabañas.

Agradecí y agradezco a mis amigos y antiguos colaboradores la invitación recibida, y agradezco también el encuentro personal con algo y con alguien de mi pasado. También en esta ocasión han estado los alemanes muy cerca de lo acontecido. La empresa alemana que apoyó en su día mi proyecto, es la que ayer también, junto a su filial española, celebraba otras efemérides de importancia. La empresa DEHN + SÖHNE ha cumplido 100 años desde su fundación y el nieto del fundador, mi amigo Thomas Dehn, aplaudió mis palabras y brindó conmigo por la amistad y por la confianza mutua que nos regalamos. Con esta empresa alemana tuve la suerte de cerrar mi vida profesional y empresarial. Un auténtico regalo.

sábado, 2 de octubre de 2010

¡Viva la Pepa!

Repasando los acontecimientos referidos al Bicentenario de la independencia de algunos países hermanos en Sudamérica y las pequeñas o grandes historias que rodearon los hechos que ahora conmemoramos, constato algunas coincidencias que en una primera lectura pasan desapercibidas y que hoy quisiera destacar. Me refiero al protagonismo de los clérigos de entonces. Por ejemplo en México, fue el sacerdote y más tarde militar Miguel Hidalgo, el que inició con el conocido “Grito de Dolores” el movimiento independentista que llevaría a este país a conquistar su independencia. Encuentro la explicación cuando leo que al caer Andalucía en manos de los franceses, los responsables de la Iglesia Católica en España ordenaron a todos los párrocos de su jurisdicción que predicaran en contra de Napoleón. Los párrocos, entre ellos Miguel Hidalgo, siguieron la orden procedente del otro lado del atlántico, pero apostaron por algo más, deduzco que querían justicia y mayor autonomía. Y lo consiguieron, a veces al precio de su propia vida.

Otro ejemplo de clérigo metido a político en aquellos años, esta vez en la propia España, fue el sacerdote extremeño Diego Muñoz Torrero, que inauguró en el año 1810 con un apasionado discurso las célebres Cortes de Cádiz en la Iglesia Mayor de San Pedro y San Pablo de la ciudad que hoy conocemos como San Fernando. Con sus palabras quedaron delineados los principios que inspirarían la Constitución de 1812 en nuestra península, y que fue la semilla de una España más liberal, con un nuevo sistema electoral, fijando la necesaria división de poderes y asegurando la soberanía nacional. La sociedad jerarquizada daba paso a una sociedad más abierta.

Como tantas otras semillas en la historia de los pueblos, la semilla de 1812 quedó en poco tiempo enterrada y sin poder demostrar su potencialidad. Fernando VII restableciendo el absolutismo la abolió, e incluso prohibió la mención de su nombre. Se acabó así con el primer eslogan político publicitario de “Viva la Constitución”. No contaban los represores de entonces con la “chispa” y fantasía de los gaditanos. Algún listo se lo pensó, y teniendo en cuenta que la Constitución se promulgó el día de San José (19 de marzo) de 1812, o sea, el día de los “Pepes” en España, bautizó a la Carta Magna con el nombre de “La Pepa”. Y desde entonces el pueblo cambió el anterior eslogan por el de “¡Viva la Pepa!”, y así se mantuvo en el tiempo.

Con el correr de los años esta expresión perdió su intencionalidad política, pasando a significar desorden, jaleo o desenfado. Cuando en casa alguno de mis hermanos dejaba en su habitación todo por los suelos, los padres nos decían: “¡Sois unos Viva-la-Pepa!”. Ahora les llamamos ‘caóticos’, o no les decimos nada. Según mi nieto, su habitación no está desordenada, sino que tiene un “orden dinámico”....... Con lo cual, y si las circunstancias no lo impiden, nos quedaremos sin el “Viva la Pepa”, como ya pasó con “La Pepa” misma, que solo estuvo en vigor un par de años.

A pesar de ello, nuestro Rey Juan Carlos se reunió en estos días con algunos políticos en la ciudad de San Fernando para celebrar el Bicentenario de “La Pepa”, la Constitución del año 1812. Su Majestad el Rey al conmemorar esta efemérides afirmó que “los grandes pueblos saben exaltar los logros del pasado para avanzar en el presente y ganar el porvenir”. Al terminar su intervención gritó: “¡Vivan las Cortes!”, “¡Viva España!”. Menos mal que nadie gritó después “¡Viva la Pepa!”. A estas alturas de la historia hubiera sido un anacronismo.

Bromas aparte, me quedo con la afirmación del Rey, de que los grandes pueblos saben exaltar los logros del pasado. No sé si los políticos de turno comparten su opinión. El otro día visité de nuevo el Monasterio de El Escorial y me acordé del Siglo de Oro español, el dominio de la Corona de España sobre la casi totalidad del continente americano entonces conocido, la Contrarreforma y la defensa de la religión católica. Vi de nuevo la alcoba de Felipe II y el altar mayor de la Basílica que él contemplaba a través de una pequeña ventana lateral y agradecí al cielo por la herencia recibida. El alma de España es cristiana, y aunque algunos hoy quieran borrar esa huella, hay muchos que siguen trabajando para que la misma no desaparezca.

En la Audiencia General del miércoles 22 de septiembre celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI reflexionó sobre su viaje a Inglaterra. De su intervención destaco la frase: “Este viaje apostólico ha confirmado en mí una convicción profunda: las antiguas naciones de Europa tienen un alma cristiana, que constituye una unidad con el ‘genio’ y la historia de los respectivos pueblos”. Añadiendo a continuación que por ello, la Iglesia “no deja de trabajar para mantener continuamente en pie esta tradición espiritual y cultural”.

Me permito añadir que no solo son las antiguas naciones de Europa, sino que también los países hispanos que en este año celebran su Bicentenario, Argentina, Chile, México y otros, portan ese alma cristiana y la han asumido en el ‘genio’ y en la historia de sus pueblos.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Mujeres andaluzas

Una noticia de la Agencia EFE del martes 21 de este mes me sorprendió en medio de mis reflexiones sobre el Bicentenario de la independencia de nuestros países hermanos en Sudamérica. La nota de prensa dice así: “La mujeres andaluzas que sufrieron la represión sobre el honor, la intimidad y la propia imagen durante la Guerra Civil y los primeros años de la Dictadura Franquista tendrán derecho a recibir una ayuda de 1.800 euros en virtud de un decreto aprobado por el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía.” Se aclara a continuación que la indemnización acordada hace referencia a acciones vejatorias contra la población femenina entre los años 1936 y 1950, y se concede “a modo de reparación moral y reconocimiento a su papel en la construcción de la actual sociedad democrática”.

Leyendo el preámbulo del Decreto me doy cuenta que las ayudas anunciadas se refieren expresamente a las mujeres humilladas por la Dictadura Franquista, pues en el mismo se cita que “la represión de la dictadura franquista alcanzó formas de diversa configuración, entre ellas algunas relacionadas con la intimidad, el honor y la propia imagen y que especialmente recayeron en mujeres. Esta forma de represión debe ser firmemente denunciada y repudiada, rehabilitando con ello los derechos infringidos …….”.

La noticia sobrepasó con mucho mi capacidad de asombro y mis probadas entendederas. Llamé por teléfono a Granada y los míos me aclararon el asunto, e intentaron calmar mis preocupaciones. “Que no, Paco, que no es lo que tú piensas. Lo que ocurre es, que el Consejo de Gobierno de Andalucía está formado por socialistas, y éstos quieren preparar ya a la población para las próximas elecciones municipales y autonómicas. Es un nuevo intento de resucitar la Guerra Civil en Andalucía, me dice uno de mis familiares, dado que se trata de un elemento ideológico para conseguir votos, como lo han hecho repetidas veces en los últimos veinticinco años.” Ahora entiendo. Yo me preguntaba: ¿a qué viene esto ahora? ¿porqué no antes? Si han pasado ya más de sesenta años de los hechos denunciados, las personas humilladas entonces tendrían hoy entre 90 y 100 años. Repaso comentarios y notas de prensa y constato, por ejemplo, que el periódico El País publica el caso de una señora, Ana M., cuya familia está pensando solicitar la ayuda anunciada. Otras fuentes calculan que no serán más de una docena de casos sobre los que la Junta de Andalucía tendrá que decidir.

Lo que más me ruboriza como andaluz amante de mi tierra es que estos “señoritos” de la Junta pretendan reparar moralmente a esas mujeres maltratadas y vejadas con 1.800 euros (!!). ¿Hay dinero en el mundo para olvidar el maltrato y la vejación a una persona y el dolor producido a ella y sus familiares? ¿Qué criterios han considerado para fijar esa limosna? ¿O es que en el sur valoramos a las personas por tan poca cosa?

Yo conocí a una mujer andaluza maltratada y vejada en el año 1936. Su retrato preside mi escritorio, es mi abuela, la madre de mi madre. Ella no hubiera aceptado nunca dinero alguno por los daños sufridos, aunque tampoco le correspondería en este caso, pues falleció en el año 1977 y los culpables de los hechos no fueron los secuaces de la Dictadura Franquista sino las milicias de la represión republicana. Ella nunca me habló sobre lo ocurrido, me enseñó sólo a perdonar y a amar a los demás. Yo conozco la historia por los testigos presenciales de los hechos, por mi madre y sus hermanos. Ellos sufrieron también vejaciones y maltratos en aquel desgraciado agosto de 1936 en Albuñol, pueblecito de las Alpujarras granadinas.

Se sabe, y así lo corroboran destacados historiadores (Ver “La guerra civil en Andalucía oriental 1936-1939”, estudio de R. Gil Bracero, F. Cobo Romero y R. Quirosa-Cheyrouze, publicado por la Diputación Provincial de Granada en 1987) que en la Alpujarra y en Guadix la represión republicana del inicio de la contienda civil española revistió tintes especialmente anticlericales. Recibí como herencia de mis abuelos una profunda religiosidad y un respetuoso amor a la Iglesia Católica. Y ese fue también su delito.

La conocida y manifiesta religiosidad de la familia, las envidias entre los agricultores del lugar por los repartos de las tierras administradas por el abuelo y la pertenencia de uno de los hijos mayores a la Falange Española, fueron los motivos que llevaron a las milicias republicanas procedentes de Almería en agosto del 1936 a maltratar a la abuela, madre de diez hijos, que tuvo que presenciar cómo seis milicianos ponían a su hijo Luis, entonces de 14 años, en la tapia del jardín apuntándole con las pistolas para que “denunciara” a su padre, y cómo, después de otras vejaciones a toda la familia, se llevaban a sus hijos mayores y a su marido para internarlos en las cárceles republicanas. En aquellos valles de la Alpujarra corren las noticias como el viento. Ella tuvo que saber que a unos kilómetros de Albuñol, en Albondón, las mismas milicias asesinaban entre el 11 y el 18 de agosto a quince miembros de la familia Castillo, labradores ricos del lugar. ¡Por eso pedía a voces a los milicianos que “¡por Dios!”, que no mataran a su marido! Mi abuelo terminó en el barco prisión “Astoy Mendi” en Almería y ella tuvo que salir de su casa con mi madre y los demás hijos pequeños, dispersarse y esconderse en casas y cortijos de familiares cercanos, y esperar a que terminara la Guerra Civil para saber algo de su marido y reunirse con él. Juntos acometieron después la tarea de seguir educando a sus hijos y nietos, para que fueran con su trabajo y con su esfuerzo actores de la “construcción de la actual sociedad democrática”. En silencio y sin necesidad de reconocimientos y ayudas de los estamentos políticos del momento, sólo por su sentido de responsabilidad y por amor a Dios y a una España destrozada por la guerra fratricida.

Me duelen los oportunistas y “envenenadores” de turno, y me enorgullecen las mujeres andaluzas, por su calidad humana y su probado e incondicional amor. Una de ellas fue mi madre; otra, a la que hoy quiero honrar, la madre de mi madre, mi abuela Juanita.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El Bicentenario

Aprovechando la peregrinación a Santiago de Compostela nos acercamos a Finisterre y visitamos el cabo que lleva ese nombre y sus bellos alrededores. Desde aquellos acantilados la imaginación intuye la cercanía de América al otro lado del Atlántico. Justo delante del edificio que soporta el faro de Finisterre hay una plaza llamada “Plaza Argentina” y una columna conmemorativa con el busto del Padre de la Patria argentina, el famoso general San Martín, con los ojos mirando hacia las tierras que lo hicieron famoso. Me refiero a uno de los libertadores más importantes de Sudamérica.

Nadie me ha podido informar hasta ahora del motivo que ha llevado al escultor a colocar tal busto en aquel acantilado, ni el porqué del patrocinio de la Embajada de Argentina en este lugar. (Llamé a la Embajada, y los sorprendí “in albis” como decía mi abuela, o lo que es lo mismo, no sabían nada al respecto). Yo recuerdo a este famoso general montando un caballo en una grandiosa estatua que los habitantes de Buenos Aires colocaron en una de las famosas avenidas de la ciudad, la Avenida de Santa Fe, para conmemorar al gran prócer de su independencia, y también recuerdo nuestra visita al majestuoso Monumento al Ejército de Los Andes en el Cerro de la Gloria, en la ciudad de Mendoza. El tal Ejército de los Andes fue una de las jugadas maestras de estrategia de nuestro amigo San Martín. Con él atravesó los Andes, liberó a Chile y atacó por mar, con ayuda de los barcos chilenos, al centro del poder español en Sudamérica, situado en la ciudad de Lima. La historia de Don José Francisco de San Martín es apasionante. Valga anotar que su carrera militar la comenzó en el Norte de África, luchando contra los moros, y que después perfeccionó sus habilidades militares en mi Andalucía, participando en la célebre batalla de Bailén contra las tropas napoleónicas. Su amistad con algunos ingleses le hicieron volver a Argentina, en donde había nacido, para iniciar su plan de liberación definitiva de Sudamérica.

Ya antes de la llegada del caudillo San Martín a Argentina, en los inicios del siglo XIX, los anhelos de independencia de las gentes de las colonias españolas habían producido una ola revolucionaria en defensa de la libertad, que hizo que durante el año 1810 países como Argentina, Chile, Colombia y México iniciaran su proceso de separación de la Corona española. Años después conquistaron definitivamente su independencia política. En este año 2010 se celebra en estos países el Bicentenario de estas efemérides. Argentina lo celebró durante el mes de mayo pasado, México y Chile lo celebran en esta semana, mientras que las celebraciones en Colombia serán en otoño.

Constato que en España estos acontecimientos no interesan ni a la sociedad, ni a las instancias políticas, ni tampoco a nuestra querida Madre Iglesia. Contrariado con tal apatía y desinterés he buscado en aquellos países hermanos algo que me ayudara a enmarcar en mi reflexión y en mis sentimientos algo tan importante como la esencia de nuestra identidad y de la identidad de los países hermanos. Algo que me explique lo que fuimos, lo que fueron, los motivos de nuestra separación, y lo que hoy somos y ellos son en medio de la globalización imperante. Si es que hablamos el mismo idioma, algo hay en común, algo nos identifica y diferencia de los demás. Mi esposa y yo hemos tenido la fortuna de estar varias veces en aquellas tierras hermanas, de sentirnos acogidos allá, de convivir con argentinos, chilenos y mexicanos, de experimentar su cariño y admiración, y de sabernos con anhelos y tareas comunes. ¡Nobleza obliga!

Con alegría encuentro una Carta Pastoral que los miembros de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) han publicado con el título “Conmemorar nuestra historia desde la Fe para comprometernos hoy con nuestra Patria.” (¡Hasta envidia me da!). Es una Carta extensa y meditada; para los lectores más ocupados han publicado también una síntesis y un resumen. Unas Jornadas Académicas, que iniciaron en mayo de 2009 y que concluirán en la inolvidable Monterrey en octubre del presente año, apoyan esta iniciativa. Y me llama aún más la atención, porque es México el país hermano que ha vivido su historia en una enorme paradoja: la religión católica es determinante del alma de este pueblo, pero se le ha negado sistemáticamente carta de ciudadanía por influencia del liberalismo. Creo que la intención de los obispos mexicanos es ayudar a resolver esas viejas polémicas entre la Iglesia católica y el liberalismo político. Lo hacen desde la lógica de aquella sentencia que dice: “La Iglesia libre en un estado libre”. Los obispos manifiestan en la introducción a la Carta Pastoral citada que “para acercarnos a la comprensión de la conciencia histórica de nuestra Patria, debemos tener en cuenta que la fe católica ha sido elemento presente y dinamizador en la construcción gradual de nuestra identidad como Nación”, y además que “en nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta.” Estoy seguro que mis amigos mexicanos estarán agradecidos por la oportunidad que sus pastores les brindan con este mensaje pastoral. Apuntan, nada más y nada menos, que al alma de México.

Respecto a lo del “alma de un pueblo”, recuerdo a un gran hombre, sacerdote salesiano, chileno y Cardenal de Santiago de Chile durante muchos años, al que tuve la dicha de saludar personalmente en un viaje suyo a Europa, el Cardenal Raúl Silva Henríquez (1907-1999). El llamó a sus paisanos a cuidar su identidad, a cuidar lo que él llamó “el alma de Chile”. Es posible que mis amigos al otro lado de Los Andes recuerden en estos días los tres pilares, que según el Cardenal sustentan el alma chilena: “el espíritu de libertad por sobre la opresión, el primado del orden jurídico por sobre la anarquía, y el primado de la fe en Dios por sobre cualquier idolatría”. En Chile celebran también el Bicentenario. Durante los próximos días buscaré el rastro de “su alma” en los noticieros, diarios e informativos varios del “Chile lindo”, el de los sauces llorones y el sol. Si encuentro algo, os lo contaré.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Año Santo Jacobeo

Hemos visitado Santiago de Compostela para aprovechar las gracias que el Año Santo Jacobeo brinda a los peregrinos que visitan la tumba del apóstol Santiago. Me habían dicho que el próximo Año Santo será en 2021, y como los años no pasan en balde, pensé que el asunto se nos podía complicar para la próxima convocatoria. Así que decidimos ir este año. Nos ha acompañado un amigo chileno que estos días nos visita y que nos animó también a realizar esta peregrinación.

Tuvimos que explicarle a nuestro amigo del otro lado del Atlántico que los Años Santos Jacobeos son aquellos en que el 25 de julio (día del Señor Santiago) cae en domingo; y como los años bisiestos aportan al calendario una cierta irregularidad, resulta que los citados Años Santos, en vez de ser cada siete años, aparecen en el calendario en una cadencia regular de 6-5-6 y 11 años. Así que el próximo será en el 2021, y espero que mis hijos y mis nietos también lo aprovechen cuando llegue la próxima cita. Si la salud nos lo permite, les acompañaremos.

Esta peregrinación ha sido un verdadero regalo en medio de mis reflexiones y preocupaciones por las últimas noticias de prensa sobre los nacimientos de extranjeros (marroquíes y otros) en España y sobre las últimas cifras publicadas por Eurostat referidas a la llegada masiva de inmigrantes a nuestro país en los últimos años. Entretanto es España la “campeona de Europa” en el número de extranjeros no nacionalizados que residen entre nosotros. Son 5.651.000, o sea el 12,3% de una población de casi 46 millones de habitantes, el doble de la media europea, que es del 6,4%. De esta cifra, el 12% son rumanos, el 11% de Marruecos y el 7% de Ecuador.

Me llama la atención el escaso eco que tales noticias tienen en nuestro entorno. Salvo algún artículo o editorial en la prensa de estos días, la atención del ciudadano de a pie se centra en la vuelta al colegio de los niños y en las fiestas patronales que se celebran en estos días por doquier. Y nuestros políticos están en otra. Quizá haya sido motivo de preocupación para algunos que las próximas elecciones regionales en Cataluña coincidan con el fin de semana en que se juega el partido de futbol entre el Barça y el Real Madrid. Como dice el editorial del “El Mundo” nos falta realismo para abordar el gran problema de la inmigración.

Hablé de estas cosas y algunas más con el Señor Santiago en mi visita a la Catedral de Santiago de Compostela. Lo encontré tranquilo, son muchos los años que tiene, muchas las cosas vividas y abundante la sabiduría acumulada. Por sus pies han pasado generaciones y generaciones, nos solo de moros y cristianos sino de ciudadanos venidos de todos los países de Europa y de más allá. Siguen llegando ininterrumpidamente, y la vida sigue. Me llamaron la atención los miles y miles de jóvenes y no tan jóvenes, que con la mochila al hombro y con el bordón de peregrino en la mano se acercaban al altar del Santo para abrazarlo y recibir allí las fuerzas para el regreso a casa. Se podían oír muchos y diversos idiomas. Una verdadera muestra de integración a la sombra de lo sagrado y de lo trascendente.

Al comentarle mis ruegos y necesidades, noté como si Santiago ya los conociera. Efectivamente, sin yo pretenderlo, había hecho mías las peticiones que nuestro Rey, Don Juan Carlos, le planteara al Apóstol el 26 de julio de este año en la tradicional ofrenda al Patrón de España con motivo del inicio del Año Jacobeo.

El Rey le recordó al Señor Santiago que “estamos viviendo tiempos difíciles y complejos” y que necesitamos su protección y ayuda para “promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo, el amor a la justicia y a la equidad, para reforzar los pilares de nuestra convivencia en libertad”. Don Juan le pidió también a Santiago que “fomentase todo aquello que nos une y nos hace más fuertes, que ensancha el afecto entre nuestros ciudadanos, que asegura la solidaridad entre nuestras Comunidades Autónomas, y que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos”.

Yo no sé si los políticos que ahora nos gobiernan han estado este año en Santiago o si han leído las súplicas del Rey en su ofrenda al Apóstol. A mí me cuesta mucho sentirme orgulloso de todo aquello que la generación actual de “autoridades y responsables políticos” están haciendo, o deshaciendo, con los valores de nuestra cultura y sociedad. A pesar de todo, al despedirme del Apóstol le dije que sigo creyendo en los milagros, que mantenga mi fe. Parece que el Monarca también cree en esa posibilidad, él rezó por los políticos y responsables de la sociedad para que “atiendan con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos”. ¡Que Dios le oiga!

Por la experiencia de mis hijos y de mi nieto el mayor en sus peregrinaciones a Santiago sabía que cuando el peregrino llega al Pórtico de la Gloria de la Catedral “cansado por el camino” y deja que su fe se adueñe del corazón y domine el momento, los esquemas personales cambian. El que anduvo el camino y encontró al Apóstol experimenta una nueva dimensión de su existencia. Los grandes problemas se vuelven desafíos.

En el momento de la despedida escuché a un grupo de peregrinos de Albacete que en ese momento hacían su Ofrenda a Santiago. En la misma le prometieron cultivar las virtudes de la fe y de la esperanza, y no disminuir la medida de su confianza y de su compromiso. A la mañana siguiente regresamos felices a Madrid.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Moros en la costa

Todos mis amigos saben que nací en la bella ciudad de Granada, última ciudad mora reconquistada por los Reyes Católicos a los invasores musulmanes en el año 1492. Ya en el año 1212 los reyes cristianos de las diversas regiones del norte de España dejaron atrás sus rencillas y se unieron para vencer a los invasores en la célebre batalla de Las Navas de Tolosa, a unos ciento cincuenta kilómetros al norte de la Alhambra. Sin embargo mis paisanos, los moros granadinos, aguantaron dos siglos más, confinados en su reino de Granada, hasta que llegó Doña Isabel la Católica y, con su voluntad de hierro, puso fin a la invasión mora, iniciada siete siglos antes con el desembarco en Gibraltar de los moros Tarik y Muza.

Muchos de aquellos moros que entonces residían en España tuvieron que irse, pero otros se quedaron “convertidos” al cristianismo, los conocidos moriscos, que siguieron constituyendo la mayoría de la población del reino de Granada. Llegó Felipe II, y temiendo que los moriscos apoyaran desde dentro una invasión turca de España por parte del Imperio Otomano, aprobó la célebre Pragmática Sanción para la asimilación forzosa de los moriscos, mediante la prohibición de su lengua, su religión y sus costumbres. (Según esta ley, por ejemplo, los moriscos debían aprender forzosamente el castellano en el transcurso de tres años). Gran desastre, porque en el año 1568 se produjo la conocida insurrección de los moriscos en las Alpujarras, liderada por Aben Humeya, concluyendo todo con la expulsión de los moriscos del reino de Granada. Unos tuvieron que tomar los barcos para atravesar el estrecho y otros se dispersaron por la Corona de Castilla, evitando así para siempre nuevos brotes revolucionarios.

Mi familia vivió, y sigue viviendo en parte, en aquella región de las alpujarras. Allí precisamente celebrábamos y se sigue celebrando la fiesta de Moros y Cristianos para recordar la lucha contra los piratas berberiscos. Yo mismo tuve maravillosas experiencias en mi infancia por aquellas tierras. Recuerdo anécdotas increíbles, costumbres únicas y palabras o frases que sólo se oían por aquellos parajes. Entre ellas está la frase “¡Hay moros en la costa!”. El cortijo del abuelo, bello lugar de mis recuerdos, no estaba en la costa, pero desde sus bancales o paratas, con la vista dirigida hacia el sur, se descubría en los días claros de sol el azul del mar, la costa mediterránea entre La Rábita y Adra. (Nota: ‘Parata’ = palabra derivada del mozárabe y usada allí). Lo de los “moros en la costa” era una frase que mis padres y mis tíos utilizaban en la vida familiar para advertir la presencia de alguien que era incómodo, representaba cierto peligro, o bien no convenía que escuchase algo de lo que estaban hablando. Aunque hoy esta frase no se usa, sigue estando presente en mi jerga familiar.

Esta frase que hoy comento, tiene que ver con el Imperio Otomano y la temida invasión turca de las costas españolas allá por los tiempos de Felipe II. Cuentan algunos estudiosos que durante varios siglos la zona mediterránea del Levante y Sur españoles fue objeto de invasiones por parte de los piratas berberiscos, aliados de los turcos. Para protegerse de este peligro, los habitantes de la costa construyeron atalayas o torres de vigilancia. Cuando el centinela de turno avistaba las naves berberiscas comenzaba a gritar “¡hay moros en la costa!”, se hacían sonar las campanas y se encendían hogueras como señal de alerta, pudiendo la población preparar con tiempo la defensa de sus pueblos y tierras. En la actualidad hay otras formas de detectar los barcos procedentes de África. Es un tema para la policía de costas y aduanas.

Hoy, además, nadie dice aquello de “¡hay moros en la costa!” porque los moros están de nuevo entre nosotros, aquí y hoy en España. Leyendo la prensa nacional de días pasados y constatando la incompetencia de nuestros políticos en resolver los problemas que tenemos a diario con nuestros vecinos del sur, Marruecos, se me ocurre pensar que la mayoría de ellos no ha estudiado la historia de España, o quizás se saltaron algunos capítulos de la misma. En su descargo pienso que estarán ocupados en descifrar el significado de las últimas cifras de los nacimientos en España durante el año 2009 y sus repercusiones en la sociedad y cultura españolas del futuro. De los 490.000 bebés inscritos en el Registro Civil, 120.000 eran hijos de emigrantes. En una década los bebés nacidos en España con madre o padre extranjeros han aumentado del 6% (año 1999) al 24%, según publica el Instituto Nacional de Estadística. ¡Anótese que una cuarta parte de estos nacimientos fueron de madre marroquí!

Parece una ironía constatar el hecho de que sea de nuevo la zona del Mediterráneo el polo de atracción para los hijos de esta inmigración. Almería, Castellón, Lérida, Gerona, Baleares y Tarragona son las provincias con mayor nivel de hijos de extranjeros. Como escribe César Roca el 31 de agosto en las páginas de ABC los demógrafos ya han comenzado a alertar sobre el nuevo panorama social que se abre a partir de esta realidad.

Ante una situación irreversible como ésta, no queremos enterarnos de que nuestra España necesita urgentemente modernos baluartes de defensa para la cultura e identidad propias. Es una desgracia constatar que nuestros líderes políticos actuales no hacen nada por defender los valores cristianos que dieron forma a España y a toda Europa con ella. Algún día lo pagaremos, el Islam está de nuevo a la puerta. ¿Hay moros en la costa? El gallego diría: “¡Haberlos, haylos!” Para mayor inri, cuenta Arturo Pérez Reverte en uno de sus artículos, que en la ciudad de Córdoba se le ha dedicado una Avenida de las más modernas al moro y radical islámico Al Nasir, aquel al que vencieron los reyes cristianos en la batalla de Las Navas del año 1212. ¿Una memez progre, o tenemos los moriscos dentro?