viernes, 23 de diciembre de 2011

La caricia - ¡Feliz Navidad!


 Una vez un amigo me contó una pequeña historia personal que en estos días previos a la Navidad recuerdo con agrado. La distancia y el tiempo me permiten contarla. Fue en una tarde de invierno, a la salida de una celebración religiosa. En la puerta del edificio se encontró con una amiga, que al verlo le saludó. Pero ese día el saludo fue distinto: después del intercambio previo de rigor, ella con su mano le rozó por un instante suavemente la mejilla. No hubo más, fueron los ojos los que hablaron en ese momento. Con una sonrisa pasaron enseguida a charlar sobre lo divino y lo humano, sobre amigos y conocidos. Fue un gesto maternal que no esperaba, una caricia inesperada. Me confesó que le hizo bien, como si en ese instante le hubieran quitado todo el peso que llevaba encima en esa jornada. Aquel día había sido difícil para él, y aunque no lo quería contar, es posible que su cara lo delatara en aquel momento. La mujer tiene un sexto sentido para esas cosas, me dijo, especialmente para la fragilidad del que se le acerca.

Después de la conversación, y al separarnos, pensé que había sido el Dios de la vida el que le orquestó aquel momento. Mi amigo me lo había dicho también: estaba seguro que no solo había sido ella la que le acarició, sino que Dios mismo lo quiso hacer, y para ello se buscó la mano y el corazón amigos que así lo hicieran. Este amigo mío es de los que están seguros que el Buen Dios se hace presente también en los pequeños detalles de la vida cotidiana.

¡La caricia! Dichoso el que la recibe, pues una caricia, si es espontánea y gratuita, le puede uno cambiar la vida. Es lo que ocurrió en Belén de Judá hace más de dos mil años. 
El “sí” de una joven, que se tornó amor de madre, lo hizo posible. Dios quería hacer una caricia, esta vez una caricia eterna, al hombre que había creado y que andaba perdido. El rostro humano lo sufría y delataba desde hacía tiempo. Y la caricia eterna fue una realidad. Con tanta dulzura amaba Dios al hombre, que quiso hacerse niño como uno más de entre nosotros, y escogió a una joven doncella allá en Belén por madre para, en el silencio de la noche, dejarse acariciar por ella. Fue Jesús, el Hijo de Dios, el hijo de María. ¡Una madre acariciando y amamantando a su Dios! La caricia de Dios se encarnó y se hizo vida entre nosotros. Y lo que más me asombra de esta historia es que el mismo Dios también se dejó acariciar por el hombre, por su criatura.

Que Dios te acaricie, es mi deseo para ti que me lees en esta Navidad. Y que lo haga con la mano y el corazón del que te quiere bien y conoce tu fragilidad. Aunque solo sea por el reflejo de tus ojos cansados de sufrir o de esperar. ¡Dios se hizo hombre, y habita entre nosotros! Él fue el origen y el protagonista de la caricia que en aquella tarde lejana hizo feliz a mi amigo. Si lo piensas bien, tú podrás encontrar también la mano que en algún momento te acarició. ¡Déjate acariciar de nuevo, no retires tu mejilla de la mano del que te quiere bien!


¡FELIZ NAVIDAD!

viernes, 16 de diciembre de 2011

Polonia y sus gentes

Hace poco más de dos décadas llegó a mi casa una jovencita, nacida en el mundo eslavo, en Polonia, y que por obra y gracia de su amor y el de mi hijo el menor pasó a pertenecer a mi familia, como hija nuestra y madre de dos de mis nietos. Desde entonces me intereso por los acontecimientos de aquel lejano país, y a menudo me pierdo en la accidentada historia de ese pueblo. En esta semana acaban de recordar el treinta aniversario de la proclamación de la ley marcial por el general Wojciech Jaruzelski con la salida de los tanques a las calles y el inicio de varios años de represión política contra los sindicalistas de “Solidarność”, aquel sindicato que lideró el conocido electricista y premio nobel Lech Wałęsa.   

La cercanía espiritual con Juan Pablo II ha motivado también mi curiosidad e interés. Son los polacos un pueblo singular. Cuando llegué a Alemania, en mis años jóvenes, pensé que Polonia era una tierra de bosques y lagos sumergida en el imperio comunista de la Unión Soviética. Algo inaccesible, estaba detrás del telón de acero. Fue después, con la elección de Karol Wojtyla como Papa en el año 1978 y con las célebres huelgas de los astilleros de Gdansk en 1980, cuando aquel país fue tomando una marcada identidad en mi mundo de intereses: identifiqué en sus gentes el principio del fin del comunismo y de su ideología, algo que personalmente siempre deseé y les agradezco.

Les tocaba de nuevo luchar. En esta ocasión era contra el yugo comunista, años y siglos atrás fue contra las aspiraciones políticas y el poder hegemónico de Rusia, Prusia y Austria, que ya en 1794 se repartieron los territorios polacos, desapareciendo Polonia del mapamundi por más de ciento veinte años!! No puedo olvidar tampoco la época del nacionalsocialismo en Alemania, la segunda guerra mundial y sus consecuencias. El destino de su tragedia histórica es impresionante. 

Ahora, al intentar identificar a los polacos, como pueblo, los veo como aquellas gentes que tienen un gran apego a su tierra y que se sacrificaron por defenderla, mantener las tradiciones y sobrevivir en medio de la adversidad. Mi nuera ha traído a nuestra mesa familiar algunas costumbres que recuerdan aquel tiempo y aquellas circunstancias. He leído que no fue siempre así, Polonia conoció tiempos mejores con una destacada nobleza y un florecimiento cultural extraordinario. Pero sus gentes hoy son hijos del ayer. Aparte de tener un espíritu obstinado  y duro, según dicen, han forjado los eslavos un espíritu común que no llegamos a captar los del sur. Como si estuvieran viviendo todavía en "la patria fragmentada y enfrentada, pero siempre anhelada y nunca perdida". Dicen algunos que es un pueblo que baila con la fuerza con que lucha. Yo los vi bailar durante horas y días en la boda de mi hijo, allá en Masuria, en el país de los mil lagos.

Dos noticias de estos días refuerzan mi sentir. Para conmemorar los treinta años de le referida “ley marcial de Jaruzelski” se estrena en las pantallas de los cines polacos una película del director Waldemar Krzystek, titulada “80 millones”. He leído la crítica que la prensa alemana hace de la película. Es una película de ladrones, pero no de aquellos de los casinos de Las Vegas sino de cuatro atrevidos activistas del sindicato Solidarność que temiendo lo que se les echaba encima con las medidas del régimen de Jaruzelski, asaltaron pocos días antes un banco en Breslau y sacaron los 80 millones de Zloty’s que tenía la cuenta del sindicato. Se llevaron los billetes en varios carritos, que escondieron en la catedral con la ayuda del obispo de la ciudad. La policía los buscó, apresó a uno de ellos, lo maltrató y metió en prisión, pero mientras tanto el obispo, con la ayuda de la mafia, cambió los Zloty’s en dólares americanos, evitando así que el fruto del asalto quedara en papel mojado por la inflación galopante que trajo consigo la situación del país. Con este dinero se financió el sindicato en la prolongada clandestinidad. Dicen que no es una historia de santos ni una concesión a la nostalgia, sino una película sobre los héroes de Solidarność.

Pero mientras que el presidente de la república polaca, en la presentación oficial de la película, anima a la juventud actual a conocer y admirar el espíritu de sus héroes más cercanos, entre ellos a Lech Wałęsa, la esposa de éste, la señora Danuta, publica una autobiografía en donde le pasa la factura a su marido.

 En su libro „Sueños y secretos“ acusa al héroe polaco de ser un hombre „egocéntrico y celoso” que sólo pensaba en sí mismo y en su mundo. Lo hace desde la perspectiva, como ella escribe, de una “madre, educadora, cocinera, mujer de la limpieza y enfermera”. La buena señora se queja de haber sido todo eso con ocho hijos y sola, porque el marido tenía otras cosas en las que pensar. También se queja, y lo hace públicamente, que sabía más de su marido por la prensa que por las propias conversaciones del matrimonio. Los lectores de la biografía concluyen pensando que si la esposa no se hubiera dedicado a sacar a su familia adelante, el sindicato Solidarność no se habría fundado, y que Polonia estaría hoy todavía bajo el poder comunista.

Tengo la sensación que la buena de Danuta, con sus 62 años de edad, tampoco tiene mucho tiempo para el diálogo matrimonial: el señor Wałęsa ha declarado en estos días, que se ha enterado por la prensa de la publicación de la autobiografía de su mujer. Lástima que los esposos Wałęsa no hagan el honor a la fama de su pueblo, y que no bailen con la fuerza con la que luchan. ¡Mejor sería, para ellos y para Polonia!

viernes, 9 de diciembre de 2011

Los susurros de mi colchón

Estoy seguro que los sueños, sueños son, pero con el pasar del tiempo y con el hecho de la tenacidad que demuestran en subir todas las noches a mi cama, a una hora avanzada de mi descanso nocturno, estoy llegando al convencimiento de que los mismos son parte de un mundo mágico y fascinante que vive en mí, que no logro descifrar y del que alguna vez, ¡ojalá!, encontraré el secreto, el sentido de su existencia. Dicen que en algunos pueblos indígenas, eran los abuelos los que descifraban los sueños de la familia; yo voy a intentar que sean mis nietos los que así lo hagan conmigo. Podrá ser un tema de nuestros próximos y cercanos encuentros navideños.

Esta noche también he soñado. No hay nada tan cercano y tan perdurable a la persona como su propio colchón. Amigo incondicional y sufrido, que acaricia toda tu piel durante horas y horas del día, un día tras otro, y todo ello sin rechistar ni poner condiciones. Anoche soñé que mi colchón intentaba decirme algo. Sus susurros eran prolongados y persistentes. Mis oídos lo escucharon una y otra vez sin poder comprender su mensaje. Confío en que mi colchón no esté harto de mí y quiera echarme de la cama, ni que su ancianidad sea el origen de sus quejas (¿?), pues llegó a nuestro hogar hace unos meses, recién salido del almacén de un amigo de mi hermano el menor, que sólo tiene colchones de calidad, apropiados para la piel y los huesos de un inquieto viajero que ha decidido descansar, me refiero al que suscribe y sueña. Inquieto por la persistencia del mensaje me di mil vueltas sobre la sufrida superficie de mi colchón – ¡él tiene la culpa! - hasta que los pájaros de mi jardín quisieron finalizar con sus cantos la escena y el susurro incomprendido. Eran las siete de la mañana y hacía frío.

Al incorporarme ya despierto, justo en esos segundos en donde los sueños parecen todavía ser una realidad, que se esfuma poco después para nunca más volver, justo en ese momento, y como si hubiera pasado página en un libro, recordé que la noche anterior había leído, poco antes de acostarme, una reseña sobre el estudio que la señora Lyn Waldley de la Universidad de Witwatersrand en Sudáfrica ha publicado en la última edición de la revista científica “Science”.

Cuenta esta distinguida científica que un grupo internacional de arqueólogos ha encontrado en unas cavernas prehistóricas, habitadas por el hombre hace 77.000 años, restos de colchones construidos con ramas de árboles siempre verdes de la familia de los laureles, llamados “Cryptocarya woodii”, y que tenían la propiedad de espantar los mosquitos y otros insectos que venían a entorpecer los sueños de sus propietarios. Deducen los científicos que los cavernícolas de Sibudu, población situada en la actual provincia de KwaZulu-Natal de África del Sur, estaban familiarizados con las propiedades medicinales de las plantas que tenían a su alrededor. Seguro que mi colchón no aguantará tantos miles de años, aunque su fabricante haya escrito en la etiqueta que sus muelles están rellenos de ‘hipoalergénicos’ (¿qué será eso?), y que posee una “adaptabilidad memorex”, lo que me sugiere que lo han dotado de memoria artificial. Así son la vida moderna y sus inventos.

Aunque para encontrar colchones construidos con productos vegetales no hay que visitar Sibudu ni retroceder los setenta y siete mil años citados. Mis sueños y la pequeña historia que le preceden me situaron en mi infancia, allí a donde fui descubriendo facetas nuevas y preciosas de mi vida, en la tan recordada Alpujarra granadina.

Había pasado la época de la cosecha del maíz. Aquellas tierras eran poco fecundas, aunque producían el maíz necesario para alimentar a los animales y para fabricar colchones. Algunas mujeres del pueblo, entre ellas mis tías, las que se quedaron solteras por vocación, se sentaban en sillas bajas de anea y dedicaban horas a separar las hojas secas de las mazorcas del maíz. Las hojas se introducían, después de algunos procedimientos intermedios, en una especie de sacos grandes, cosidos con telas de rayas blancas y negras, que serían los futuros colchones del cortijo, de sus habitantes y de aquellos que veníamos a pasar largas temporadas con la familia. La borra y la lana eran materiales escasos por aquellos años. La estampa que describo y la ‘música nocturna’ de aquel colchón que abrazó tantas noches mi piel infantil quedarán para siempre en mi memoria. No sé si aquellos colchones ahuyentaban a los mosquitos o tenían la capacidad de adaptarse a mi cuerpo, lo que sí puedo asegurar es que en aquellos años no necesitaba soñar, porque la vida misma era un sueño para nosotros, los niños, que tuvimos la suerte de disfrutar de aquel campo y de sus gentes.

Dudo que esta noche vuelva a soñar con mi colchón. Si así es, le diré que no presuma de su refinada estructura, que me deje dormir en paz y que recuerde que han encontrado a sus antepasados lejos, muy lejos de aquí. Y que para dormir placenteramente no necesito sus susurros porque algunos colchones de mi niñez tenían hasta música incluida. Era el ruido que las hojas secas del maíz producían cada vez que cambiabas de postura durante la noche. Son las ventajas e inconvenientes de la evolución.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Libertad de pensamiento

Estados Unidos tiene siempre potencial para sorprender al mundo, y a mí también, aunque yo no sea un especialista ni en la vida ni en los milagros de aquel país. Hace unos días una universidad y una feria de arte americanas me trasladaron por un momento al más puro reino animal. Después de leer la noticia y ver las imágenes respectivamente quise salir con mi perro al campo para constatar en mí, en él y en las ovejas que allí pastaban las diferencias y señales de identidad de cada uno de nosotros. La lección fue magistral, y al regresar me acordé de una de nuestras amigas, que al mostrarle por primera vez a nuestro joven cachorro, con sus saltos, juegos y miradas, y al decir yo “¿en qué estará pensando este perro?”, ella me corrigió y dijo: “¡Paco, los perros no piensan!” Lo que no cabe duda es que su observación me hizo pensar. Parece que yo sí pienso.

Quienes también piensan son los catedráticos y estudiantes de la Universidad de Ohio. Para eso pagan y les pagan. Es la “Ohio State University” una de las universidades más importantes de Estados Unidos: se cuenta, por su valoración académica, entre las primeras cien universidades del mundo. En una de sus últimas “investigaciones” se han preguntado por algunas facetas del pensamiento humano, pudiendo asegurar que un hombre adulto en condiciones normales piensa en el sexo 19 veces al día, mientras que en comer sólo piensa 18 veces y en dormir apenas 11 veces. Mi primer pensamiento fue buscar la justificación del último resultado y me lo expliqué cayendo en la cuenta que este hombre adulto no podría pensar más en dormir porque, seguramente, cansado de tanto pensar ya se habría dormido. Con lo que han venido a demostrar que los hombres no se pasan el día entero pensando en el sexo, como hasta ahora se creía. ¡Menos mal! Aunque lo más sorprendente para mí fue leer que las mujeres ocupan la mayoría de sus pensamientos en la comida, dejando al sexo en segundo lugar y quedándose dormidas a la misma velocidad que los hombres.

Al preguntarme por la utilidad de tan apasionante estudio científico, en el que cientos de personas han dado lo mejor de sí y de sus pensamientos, como corresponde a una universidad tan excelente, me entró la duda de si los encuestados durante tantos días no pudieron pensar en otra cosa que en comer, dormir y poner en práctica su instinto sexual. Es evidente que hay ciertas necesidades básicas en la vida, - que me lo digan a mí, a mi perro y a las ovejas y carneros de los cerros que me rodean -, pero que nos pasemos el día pensando en las tres actividades citadas me parece un despropósito. ¿Habrán estudiado también cuánto tiempo dura un pensamiento?
Cuando paseaba por el campo constaté que comparto con los animales muchas realidades sensibles: como ellos puedo oler, ver, tocar y gustar. Son realidades que despiertan en todos nosotros, animales y personas, la tendencia o el apetito por lo agradable y necesario para la naturaleza. Pero en aquel paseo recordé también que no “sólo de pan vive el hombre”: que además del plano sensible con sus sentidos y pasiones, el hombre y la mujer están dotados de un plano espiritual con la inteligencia y voluntad correspondientes, que nos permiten conocer y amar espiritualmente además de pensar en otras cosas. Mi perro con su instinto sabe que soy su dueño y me sigue; pero mi yo más íntimo nunca lo poseerá, no llegará jamás a conocerme y amarme. Lo que sí quiere es que le ponga diariamente la comida. Otra vez el asunto del comer.

Es la comida y la carne de cerdo lo que suscita el otro evento americano: veo a una hermosa doncella, desnuda toda ella y agachada en medio de una piara de cerditos asustados por la visita. Las imágenes son de la Feria de Arte de Miami (Art Basel Miami Beach). Se trata de un espectáculo que una artista coreana ha desarrollado para esta Feria, metiéndose ella, durante cuatro días, desnudita y sin miedo, en una pocilga industrial llena de cerdos para llamar la atención sobre su obra titulada “El cerdo que, por tanto, soy”. Las fotos son espeluznantes; para los cerdos, posiblemente de una belleza sin igual. Aunque quiero pensar con mi amiga, que como los cerdos tampoco piensan, se quedarán sin apreciar la hermosura de la dama, valorando solo el olor del perfume o jabón que la susodicha artista usa para su limpieza corporal, y dejando en su piel coreana las caricias de los lengüetazos consiguientes. Los morros de los gorrinos son de película.

Cuando quise terminar mi paseo por el campo, dejé atrás a un rebaño de ovejas, cabras y machos cabríos, con el hocico pegado al suelo y me congratulé de pertenecer a esa especie del género humano que tiene un alma espiritual que le permite tener bellos y altos pensamientos, y llevar, por ello, la cabeza en alto. Por justicia y para consuelo de propios y extraños quiero dejar también constancia que la Universidad de Ohio ha publicado incontables estudios, menos “vistosos” pero más importantes que el citado hoy, dentro de sus ciento setenta licenciaturas y de sus más de doscientos cursos de master y programas de doctorado. ¡Ah!, y que la señora Miru Kim, con sus treinta años, es una aficionada a la filosofía contemporánea, queriendo con su acción provocar también una reflexión sobre la íntima relación que une al hombre con el animal que éste más consume. ¡Lo cortés no quita lo valiente! Acabo de saber que mi esposa ha preparado para la comida de hoy chuletas de cerdo. Y ahora, ¿en qué puedo o debo yo pensar?

viernes, 25 de noviembre de 2011

Los bárbaros de Pitres

Hay noticias de hoy que te traen recuerdos del ayer. En un vistazo rápido a la prensa del día me entero de que un jovencito de quince años, lleno de furia y sobrado de fuerza, lanzó un paraguas desde las gradas del estadio de futbol de la ciudad de Granada al campo de juego, con tan mala suerte, que le dio en plena cara a un linier del equipo arbitral, hiriéndolo en la mejilla. Un bárbaro más, éste no del norte sino del sur. Como es natural, el partido se suspendió y la noticia mantiene la atención y el morbo en despachos y medios de comunicación. En el mismo periódico se informa de los resultados de las últimas elecciones al parlamento nacional y se repasan las promesas de los políticos antes y durante la campaña electoral.

Entre la barbarie de algunos campos de futbol y las promesas incumplidas de los políticos de turno parece que no existe relación alguna, pero a mí me recordaron algo que contaba mi madre en mi niñez, y que nunca he olvidado. La anécdota se sitúa, como tantas otras de mi vida, en plena Sierra Nevada, en su falda sur, allí a donde los moriscos dejaron su huella en arquitectura y costumbres, en la Alpujarra granadina que mira al mar.

La historia se remonta a las postrimerías del año 1935, en la campaña electoral previa a la proclamación de la Segunda República en España. Era, según mi madre, cuando los políticos y agitadores de lo que fue después el Frente Popular, conocida coalición de izquierdas de aquel entonces, recorrían las ciudades y pueblos españoles para conseguir los votos necesarios para acceder al poder, lo que así ocurrió. Ni siquiera los pequeños pueblos y caseríos alpujarreños se libraron de tan ilustres visitas.

Uno de estos políticos, por lo que cuentan de él, tan indocumentado y falto de cultura, o más, que los habitantes de mi Alpujarra de entonces, después de lanzar su verborrea marxista en las plazas de aquellos pequeños núcleos urbanos, hacía una pregunta patética adonde las haya: “Vecinos de ……… (nombre del pueblo en cuestión),decidme, ¿qué queréis?” A lo que las masas hambrientas y empobrecidas respondían a menudo: “¡Pan y trabajo!”. Y no teniendo una respuesta convincente que darles, les respondía con la argucia del que se las sabe todas: “¡Buscad el pan, y ya tenéis trabajo!”. Y con los aplausos enfervorecidos de los asistentes que no habían entendido nada, salía con el rostro sonriente y daba la espalda al pueblo para siempre jamás.

Todo fue bien, hasta que el susodicho llegó a Pitres. Es Pitres un pequeñísimo pueblo cercano al Barranco de Poqueira y al río Guadalfeo, a unos 1.200 metros de altura sobre el nivel del mar, y a más cincuenta kilómetros de la costa mediterránea. Sus casas miran al sur, y sus habitantes intuyen el azul del mar en el reflejo que sus aguas proyectan en las madrugadas y atardeceres de aquellas sierras. Quizá motivados por el anhelo de horizontes más amplios o poniendo en práctica la astucia y picaresca de la inteligencia que la tierra da a sus más cercanos, los habitantes de Pitres, cuando escucharon la célebre pregunta del político mencionado: “Vecinos de Pitres, decidme, ¿qué queréis?”, respondieron a voz en grito: “¡Que Pitres se convierta en un puerto de mar!” Mi madre no sabía lo que en ese momento contestó el listo de turno, otros dicen que contestó sin avergonzarse: “¡Concedío lo tenéis!”.

Para completar la historia, decía mi madre que una vez comprobada la imposibilidad geográfica de tal concesión, enviaron a un mensajero para informar de ello al pueblo. Este, al final de su discurso se le ocurrió preguntar de nuevo a los de Pitres sobre sus deseos más inmediatos. Éstos volvieron a sorprender al emisario, diciéndole que querían tener en el pueblo dos cosechas al año. En esta ocasión la contestación fue más fácil: los políticos concedieron lo que les pedían y pusieron como condición que los de Pitres hicieran que el año tuviera veinticuatro meses. Con lo cual el asunto quedó zanjado para satisfacción de todos. Hasta aquí el relato de mi madre con las promesas incumplidas de los políticos y la actitud “bárbara” de mis astutos paisanos alpujarreños.

Pasaron los años, pasaron las repúblicas, pero quedaron los hombres con sus ambiciones y sus sueños. Parece que lo que me contó mi madre sigue vivo en las gentes de aquel lugar. Más de un alcalde de aquella población ha seguido soñando con tener en la puerta de su casa un puerto pesquero, con anclas, barcos de pesca y olor a sardinas frescas. Y así lo ha solicitado al Ministerio correspondiente. Ante el silencio o la negativa administrativa, uno de ellos, éste ya miembro de un partido de la nueva democracia española, hizo votar en el consistorio que a una de las calles más importantes del pueblo se la llamara “Paseo marítimo”, lo que consiguió por unanimidad de votos. Y así se hizo colocando las placas correspondientes; lo que llamó la atención a poblaciones cercanas de la costa granadina. Me consta que algunas de ellas, para celebrarlo, enviaron un ancla y una embarcación usadas para adorno del pueblo serrano. Y aunque no lo he visto personalmente, parece que allí están para admiración de propios y extraños.

Algunas voces más socarronas informan que los “bárbaros de Pitres” quieren seguir siendo hoy de la misma condición que ayer, a pesar del cambio de los tiempos. Y como muestra de su ambición, en las fiestas populares plantan sardinas en los surcos de sus huertos y las riegan abundantemente para que crezcan y engorden con vistas a la sardinada que anualmente se celebra en la cercana “Era de Capilerilla” en la fiesta de San Roque.

En estos tiempos de agobio mediático con la “deuda pública” y de miedo a los recortes presupuestarios en pensiones y prestaciones sociales, y teniendo en cuenta la incapacidad de los políticos de turno, los de ayer y los de hoy, me quedo con la imaginación de los “bárbaros de Pitres” y me siento con ellos en los “terraos” de sus casas, esos singulares tejados planos de launa alpujarreña, para, con la calma y el tiempo que regalan aquellos parajes, ver llegar hasta mi puerta las olas del azul mediterráneo y esperar que el pescadero de turno me ofrezca el oloroso y sabroso espeto recién hecho con sardinas de mi costa granadina.

viernes, 18 de noviembre de 2011

"¡Oh mia patria sì bella e perduta!"

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Estamos en vísperas de las elecciones generales en España. Las noticias que nos traen los medios son poco esperanzadoras, nuestra patria se encuentra en un momento difícil. Los mensajes digitales de estos días en Internet son contradictorios y contraproducentes. Los hay de todos los gustos: unos te sugieren que no votes, otros te dicen que votes, pero que tu voto sea nulo o que sea en blanco, el más vocinglero y peleón te invita a votar más de lo mismo y el del otro lado saca pecho y te asegura que todo tiene solución, pero que te apresures a apretarte el cinturón. ¡Ah! y los que más motivos tienen para callar, se atreven a gritar que quien nos deben gobernar son los tecnócratas de Bruselas y el Banco Central Europeo ……….. “Salgo de guatemala y me meto en guatepeor" decía mi padre en ocasiones.

En mi reflexión sobre la falta de personalidades públicas españolas formadas, respetuosas con nuestra historia y valores, y comprometidas en serio con el bien común, la justicia social y la imagen de España en el extranjero, me llega de Italia una noticia excepcional; excepcional por la persona a la que se refiere, y excepcional por el significado y trascendencia de la misma. A mí me ha hecho pensar.

Andrea Ricardi, el fundador de la Comunidad de San Egidio, ha sido llamado a formar parte del nuevo gobierno italiano que preside Mario Monti, y que tiene la tarea de salvar a Italia en este momento de crisis económica e institucional tan grave. Andrea Ricardi, el cristiano comprometido, amigo de Papas, de políticos y dirigentes de muchos países de África y América, preocupado por el diálogo entre religiones y culturas y por la paz y la reconciliación en zonas conflictivas de nuestro mundo, lo dijo el miércoles: “En un momento difícil, de dura prueba para el país, en el que se está llevando a cabo un esfuerzo común para hacer frente a la crisis actual, he aceptado la invitación del presidente electo, Mario Monti, a formar parte del nuevo ejecutivo, con la esperanza de ayudar en el empeño de la recuperación nacional”.

Mi esposa y yo coincidimos con él en algunos encuentros de los Movimientos católicos en Roma y lo considero capaz de hacer un gran aporte a la recuperación nacional de su país. Tiene gran experiencia en su vida de mediador y pacificador fuera de sus fronteras. Si algo me preocupa ahora es que sus iniciativas y esfuerzos deberán ser consensuadas con los demás ministros del gobierno y aprobadas por la mayoría del parlamento italiano, formado por los políticos y politicastros (era una palabra de mi abuelo) que no han sido capaces hasta ahora de poner freno a las insensateces y desvaríos de la clase política en Roma. ¡Ojalá que mis amigos italianos de la Via di Boccea y sus paisanos lo ayuden! Se lo merece por la valentía de su decisión.

Amo a Italia, amo a sus gentes y a todo lo que este gran país significó y significa para la vieja y caduca Europa. Ya a los diez años de edad, cuando mi profesor de latín en el colegio de los Escolapios nos echaba sus “filípicas” mostrando su furor y paciencia, y nos hacía aprender de memoria las “catilinarias” de Cicerón – aquello de “Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet?”, etc. – ya desde entonces, con la historia de los césares y legiones romanas en la mente, me pareció Italia una tierra de ensueño. Mi adolescencia la disfrutó también a distancia con aquellas actrices de los años cincuenta, verdaderas mujeres a donde las haya, y que pude contemplar en las películas del neorrealismo italiano, dirigidas por Vittorio de Sica, Federico Fellini y otros, y cuyos nombres quedaron grabados en la historia del cine y en mi mente: Sophia Loren, Giulietta Masina, Gina Lollobrigida o Claudia Cardinale. Y cuando llegó la madurez fueron nuestros viajes a Roma, plenos de experiencias culturales y espirituales profundas, los que siguieron fomentando mi amor por la “bella Italia”. Al final la Divina Providencia, en una caricia sin igual, permitió que pudiera vivir en el atardecer de mi vida casi tres años en la Ciudad Eterna y disfrutar con mi mujer de las gentes que la pueblan.

No se merecen los italianos, como tampoco nosotros los españoles nos merecemos, lo que hoy se vive: la inseguridad y la falta de perspectivas de un mundo dirigido por políticos ineptos y por no sé qué poderes financieros ocultos, escondidos éstos últimos entre los cables de gigantescos ordenadores y en el entramado de sus programas de inversión ávidos de beneficios y porcentajes. A veces me pregunto: ¿quién se enriquece por culpa de nuestros políticos inútiles y sin nivel en este mundo global de hoy?

Acabo de recibir un correo de un vecino. Me invita a leer la noticia sobre la representación de la ópera Nabbuco de Giuseppe Verdi en Roma con motivo de la celebración del 150 aniversario de la creación de Italia, y a escuchar el famoso canto “Va pensiero”, el canto del coro de los esclavos oprimidos. El director de la orquesta, Ricardo Muti, se dirigió al público, que pedía con sus aplausos un “bis” de la canción, y lo animó a cantar con el coro la canción mencionada, recordando el momento trágico actual de su Italia querida. Es de una belleza increíble. Pensando en mi patria, España, bella y perdida, yo también dejé correr mis sentimientos, y mis ojos se humedecieron.

Me parece que sí, que el domingo iré a votar siguiendo la valentía y el coraje del fundador de la Comunidad de San Egidio, mi querido y admirado Andrea Ricardi. ¡Grazie mille caro Andrea, che Dio ti aiuta!

sábado, 12 de noviembre de 2011

11.11.11, 11:11 h

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Inicio estas líneas justo en el momento que el reloj de mi pantalla señala las once horas y once minutos del día once del mes once del año dos mil once. Mi esposa, de Colonia ella, se divierte viendo en un canal de la televisión alemana la apertura del carnaval en aquella ciudad. La lejanía y los años aumentan la nostalgia. Los colonienses inician justo en ese minuto lo que ellos llaman la 'quinta estación del año', la temporada de carnavales, que terminará el miércoles de ceniza, arrepintiéndose de “todos sus pecados”, cuando el pastor (párroco) correspondiente les imponga la ceniza en sus frentes para que olviden por algún tiempo la juerga y el alegre desvarío. Aunque dudo que se arrepientan, dado el ardor que ponen una vez y otra en estos festejos callejeros.

Por una temporada, la mencionada quinta estación del año, los encantadores habitantes de la ciudad de Colonia dejan de ser colonienses y se vuelven “Narren”, cuya palabra es difícil de traducir y más difícil aún de entender para el extranjero. Ellos dicen, que ni están locos, ni están chiflados, ni son mentecatos, ni mucho menos son bufones, son gente que se disfraza, sale a la calle, canta, baila, bebe y se divierte con el que tiene al lado sin preguntarle el nombre y sin tener en cuenta ni el color de su piel, ni el timbre de su voz. Si alguna vez lo quieres intentar deberías pegarte una “nariz” de cartón rojo sobre la tuya, dejar en casa tus problemas y el miedo a hacer el ridículo, y mezclarte con los cientos de miles que en los días mayores del carnaval pueblan la ciudad. ¡Y que Dios te ampare! Cuando pasen un par de días habrás dormido la cogorza correspondiente.

Nunca pude reconciliarme de verdad con los carnavales, parece que la seriedad de una parte de mi familia pesa demasiado sobre el granadino de nacimiento que habita en mi pellejo. ¡Qué vamos a hacer! Mi mujer lo entiende a duras penas y yo le sintonizo el televisor para que se divierta. A eso le llaman cariño y complementación de los sexos.

Dicen los estudiosos que lo del número 11 en Alemania no tiene nada que ver con la magia ni con la superstición. La versión cristiana del evento es que en la antigüedad estos pueblos tenían la costumbre de prepararse durante cuarenta días con ayuno y abstinencia a las fiestas de Navidad, y por eso se reunían al comienzo de la temporada con los amigos y en familia para consumir todas las carnes que tenían en la despensa, justo el día de San Martín, o sea el once del once. Y con las carnes se armaba la juerga. La otra versión, la más profana, cuenta que el día 11 de noviembre de 1822 se reunieron en una taberna de la ciudad de Colonia unos cuantos paisanos pudientes del lugar y decidieron resucitar la tradición de los carnavales, lo que hicieron redactando la “constitución carnavalesca” y comenzando por montar el primer evento de “narices de cartón rojo” y máscaras en el mismo día. Seguramente que fue para dar ejemplo.

Lo “mágico” de este año es el número capicúa, 11.11.11, que sólo se repetirá cuando pase un siglo. Las oficinas del Registro de lo Civil en Colonia han tenido que contratar personal adicional para hoy, dado que han sido ciento treinta y cinco parejas las que han querido sellar su amor en este día “loco” celebrando oficialmente el matrimonio. Me imagino que los que se casaron durante los sesenta minutos después de las once, se llevarían premio. Yo así se lo deseo. Ojalá su matrimonio dure más que los cinco meses de la tan divertida “quinta estación”.

En lo que a mí respecta el citado numerito ni me trae ni me viene, vivo en la esperanza de vivir también otros numeritos llamativos como el 10.11.12, y mejor aún el 11.12.13. Ya lo del 12.13.14 sería una pasada, pues me habría salido del almanaque inventando el mes 13 (¡tan “Narre” no estoy todavía!). Aunque tengo que ser sincero, el inicio del carnaval en Colonia de este año tiene para mí un “sabor añadido”: entre los “Narren” que pueblan las calles de esa maravillosa ciudad a la ribera del Rin, imagino a mi nieta, la que ha comenzado a estudiar hace unas semanas en la universidad de Colonia. La abuela alemana la animó a participar en el evento (¡cómo no!), y ella acaba de enviarme un SMS con la noticia de que ya tiene su vestido y disfraz para las fiestas.

Comprendo que el abuelo no pinta nada en estos jolgorios, pero séame permitido pensar en mi nietica, que parece fue ayer cuando la tuve en mis brazos con el biberón incluido, y que ahora aprenderá a divertirse con los colonienses siguiendo el refrán que dice “adonde fueres, haz lo que vieres”. Qué te lo pases bomba, preciosa, y que Dios te ampare. Eso sí, ya me lo contarás con pelos y señales. “No te pases, Opa (abuelo), que tampoco es para tanto”, oigo comentar a mi nueva coloniense desde la lejanía. ……….. ¡Juventud, divino tesoro!

sábado, 5 de noviembre de 2011

El cuento del cascabel

Erase una vez un cascabel (más o menos así comienzan todos los cuentos) y ocurrió hace muchos, muchos años. Su primer sonido se escuchó al amanecer de una mañana de primavera entre las colinas que miran al mar, allá donde las vegas repletas de caña de azúcar y hortalizas abrazan a una roca famosa que los árabes llamaron Shalubīnya, en la costa granadina del mediterráneo. Ese día el campo estaba todo en flor.

El pequeño cascabel era delicado como una avellana, y su boca fina y rematada con dos graciosos agujeros prometía tonos alegres y divertidos para alegría de propios y extraños. Cuentan los del lugar que el pequeño juguete había pertenecido al caballo real del monarca nazarí Mulhey Hacén, aquel que se dejó enterrar en las nieves eternas, en la falda del pico que lleva su nombre (Mulhacén) y que es el más alto de Sierra Nevada, allá en el techo de la Península Ibérica, muy cerca de Granada.

Al cascabel le gustaba vivir, para ello había nacido: su vocación era la alegría. Sabía que su destino le llevaría a unirse a las bellas cintas de colores con las que se entrenzan las crines de los caballos. En los años de su juventud soñó que algún día marcaría con su sonido el paso a un hermoso caballo andaluz, de pecho robusto, ágil, veloz y obediente, de galope rápido y elegante. Y mientras esperaba a su corcel, jugaba con otros de su misma especie en las jaeces de yeguas y potrillos por los campos de Andalucía. Todo era juego en las praderas verdes de las serranías cercanas, allí adonde abunda el trébol blanco, el falaris y otras gramíneas que hacían las delicias de los caballos que pastaban al son de sus tonos juveniles.

Poco a poco le llegó la mayoría de edad. Su sonido se hizo adulto y los dueños del establo pensaron en la necesidad de presentarlo en sociedad. Pasearon por ferias y exhibiciones: Jerez y Sevilla eran los lugares preferidos; dicen que el caballo que portaba el jaez con nuestro cascabel tenía las crines más bellas y mejor peinadas de todos. Era uno de los ejemplares más hermosos venidos de fuera. Y como al patrón le gustaban los viajes, llegaron hasta Barcelona, ciudad ideal para el paseo y la diversión. Cuentan que allí coincidieron con los caballos de la “Real Escuela Andaluza de Arte Ecuestre” y que juntos bailaron en varias ocasiones hasta entrada la madrugada. Desde entonces saben los catalanes cómo bailan los caballos andaluces.

De regreso a casa ocurrió lo que todos esperaban, llegó el jinete de los sueños y nuestro cascabel sonó como nunca. Era la hora de su alegría, su fino cascabeleo se hizo notar entre los amigos y conocidos del afortunado. Pasaron las fiestas de bienvenida y llegó el trotar diario. Queriendo o sin querer, el cascabel de nuestra fábula se dio cuenta de que su caballo pertenecía a un establo muy especial. Se acabaron los trotes solitarios de los bailes juveniles, se acabaron los viajes por ferias y exhibiciones, el día a día de su sonido venía marcado por el trabajo del grupo. El y sus compañeros tenían la tarea de arrastrar los enganches en las ferias y a las carrozas funerarias de lujo hasta el cementerio. Su sonido se hizo serio, a veces monótono y pesado. Nuestro cascabel era de buena fragua, aceptó el desafío e intentó, cuando le dejaban, hacerse notar.

Un día ocurrió algo inesperado: los dueños del lugar trajeron al establo a un joven potrillo. Estaba en plena adolescencia, necesitaba descubrir el mundo de los adultos, saltaba y correteaba por los campos como es costumbre entre los de su edad. Una tarde escuchó a nuestro cascabel, lo llevaba el corcel adulto en su jaez. Los que conocen la historia, no saben cómo fue: un día el patrón de la yeguada colocó en las crines del recién llegado el adorno con nuestro cascabel. "Por fin alguien, con el que poder saltar, correr y jugar", dijo el cascabel. Y entonces emitió un su sonido tal, que sin mediar palabra y con las crines bien trenzadas, el potrillo y el cascabel salieron corriendo hacia las playas cercanas. Era el atardecer. Los pescadores del lugar vieron retozar al animal a la puesta del sol con las crines de colores al aire; y dicen los que lo escucharon, que el sonido del cascabel se mezcló con el ruido de las olas y el relincho del potrillo hasta que la oscuridad se apoderó del paisaje.

Con los años, el corazón del cascabel se ha debilitado. Según dictamen de los expertos, el pedacito de hierro que al moverse lo hacía sonar se ha oxidado y no funciona. Atrás quedó la música y los conciertos de amor con el relincho de sus caballos. Es ley de vida, también entre los equinos. La otra noche me dijeron, que unos amigos lo han llevado, antes de que caigan las primeras nieves, al techo de la Península Ibérica, para que desde allí, y a vista de pájaro, contemple con el monarca Muelhey Hacén y su caballo real las puestas del sol de las playas granadinas.

viernes, 28 de octubre de 2011

Nobleza obliga

Es posible que a muchos de mis contemporáneos la palabra “noble” le suene a chino o cuando menos bien ajena a su vida diaria. Conocemos, por las revistas del corazón, a personas que pertenecen a la nobleza española o europea y que a veces nos brindan, por lo que cuentan estas revistas, un panorama poco noble y edificante. Lo vulgar se ha apoderado de parte de nuestro entorno, no solo en los programas de televisión sino en el día a día de nuestro quehacer, de nuestro vocabulario y también de nuestro vestir (no me refiero a la belleza de lo sencillo y práctico en el vestir moderno, que es de agradecer). Creo que entretanto la vulgaridad no conoce fronteras.

Me alegra constatar sin embargo que lo noble, aunque se note menos, también está entre nosotros. Quizá sea porque no me gusta lo vulgar, que me ha hecho bien pasar unos días con mi hijo y dos amigos suyos, caballeros “de obediencia” de la Orden de Malta, en un viaje de recreo, religioso-cultural, por Alemania. Los tres deseaban pasar unos días en el Valle de Schoenstatt, allí a donde el río Mosela desemboca en el “padre” de todos los ríos alemanes, el río Rin. Les acompañé y lo hemos disfrutado, con unos días espléndidos de sol, los últimos, creo, antes de iniciarse el frío otoño alemán.

En nuestra excursión vivimos situaciones muy diversas, muchas de ellas inolvidables: desde la simplicidad de nuestro hogar en una de las colinas de Schoenstatt con el cuidado esmerado de nuestros anfitriones, hasta los paseos por la ciudad de Colonia, a la sombra de su Catedral, pasando por la visita a uno de los monasterios benedictinos más conocidos de Alemania, la Abadía de María Laach, cerca de Coblenza. Disfrutamos de la buena cerveza alemana y degustamos algunos de los sabrosos sabores de la cocina renana.

Fue en uno de los restaurantes visitados que tuve la oportunidad de constatar la diferencia que existe entre lo vulgar y lo noble. Llevé a mis invitados a un conocido y popular restaurante de Colonia. Quise que conocieran allí algo del tipismo propio de los personajes y ambientes de esta ciudad. Tienen los de Colonia un lenguaje y una mentalidad propios, llenos de un humor especial, que hacen que sus gentes, cuando viven en el extranjero, sufran una cierta nostalgia de su ciudad. Lo sé por mi esposa. Quería que nuestros amigos supieran por qué.

Hete aquí, sin embargo, que el tiro me salió por la culata. Chocamos con un camarero, a todas luces no alemán y vestido de “köbbes”, como correspondía al local en el que nos encontrábamos. Su acento me llevó a pensar que procedía de los Balcanes. Aunque vestido de camarero típico de Colonia, su “chispa” no era aquella que caracteriza a los “köbbes” alemanes (aquellos que reparten cervezas en los locales típicos de esa ciudad); hay algo en estas originalidades regionales que no puede ser aprendido, que sólo lo aporta el pecho materno.
Durante el servicio a nuestra mesa, el citado camarero hizo alarde de una vulgaridad sin igual en el trato con uno de mis acompañantes. Al observar la situación me acordé de aquella ley de la física que aprendimos cuando niños y que dice que los polos opuestos se atraen. Tengo que aclarar que mi compañero de viaje, el sufridor de aquella noche, es un hombre con una destacada amplitud de horizontes, una fina y original caballerosidad y una marcada elegancia espiritual. Noble por sus conocimientos, noble en su vocabulario y en sus maneras y noble, además, porque lo tiene ‘de nacimiento’: pertenece a una familia española con abundantes títulos de los llamados “nobiliarios”.

En aquella noche y en aquel lugar de Colonia la vulgaridad se enfrentó a la nobleza, estando a punto de vencer la primera por su persistencia y encono. Bastaba observar, entre otras sutilezas menores, cómo los platos y vasos de cerveza que el “köbbes” traía a la mesa – éramos siete comensales - rozaban casi las narices y el rostro del caballero español por obra y desgracia de la “chispa” vulgar y grosera del camarero de los Balcanes. Los que compartíamos la mesa temimos que aquello nos fastidiara la velada, y optamos por ofrecer a nuestro amigo un lugar inofensivo en la ronda, en donde la vulgaridad no tuviera opción de enfrentarse a la nobleza, lo que de mil amores aceptó nuestro compañero de viaje. Fue en ese momento cuando me dije “nobleza obliga” y recordé una frase que aprendí en mis tiempos juveniles de Alemania: “Adel des Geistes” (nobleza de espíritu).

Hay temas que no están de moda en nuestras sociedades. Pienso que la “nobleza de espíritu” suena a algo caduco y de siglos pasados, algo así como la “nobleza de títulos” de antaño. Quiero intuir que todo ello tiene que ver con la falta de valores a nuestro alrededor. Cuando en mi juventud llegué a Alemania, tuve la suerte de conocer a personas que, sin pertenecer a ninguna familia “nobiliaria”, poseían una nobleza de espíritu que trascendía toda su vida. Me agradó y me quedé con ellos. Frente al relativismo imperante hoy y frente a algunas de sus expresiones más usuales como la vulgaridad, me gustaría apostar por el desafío que supone la citada “nobleza de espíritu”. Estoy seguro que quien la valore, la podrá poseer, y que en Colonia hoy también se da.
(Nota para los estudiosos: ver “Adel des Geistes” del escritor alemán Thomas Mann).

viernes, 14 de octubre de 2011

El funeral

Ayer tarde asistí a un funeral. Una familia amiga y muy cercana despedía así a un ser querido, al abuelo materno; mi esposa y yo quisimos compartir el momento, y con ello mostrarles nuestro cariño y, como se dice habitualmente, acompañarlos en el sentimiento. Esa era la intención, así lo expresamos, pero he de decir que al final de la ceremonia y después del encuentro personal con nuestros amigos y su familia me sentí contento, agradecido y un tanto sorprendido. No fui yo el que di algo a mis amigos, sino que al final me sentí inmensamente regalado por ellos.

Tengo que confesar que a veces esa frase hecha de “te acompaño en el sentimiento” me produce interiormente cierto rubor al pronunciarla. Pienso que es una temeridad asegurar una compañía, yo diría una sintonía, con lo más íntimo de los sentimientos de una persona que acaba de perder a un ser querido, al que tú incluso, en el peor de los casos, jamás conociste. Estoy seguro que es más fácil reír con el que ríe, que llorar con el que llora. ¿Ponerme en lugar del otro en el dolor? ¿Captar en mi alma el sufrimiento del otro para poder acompañarlo, asumir en mi corazón sus sentimientos?

Anoche en el funeral, fue distinto: nos tocó alegrarnos y agradecer con los que se alegraban y agradecían, con los familiares, con los hijos y nietos del fallecido. La alegría es contagiosa, y sobre todo si ésta va acompañada de la fe, me refiero a la fe cristiana. La iglesia en donde se celebraba el funeral estaba repleta de gente, allí junto al altar estaba el coro que acompañó la ceremonia con sus cantos e instrumentos musicales. Eran los nietos del fallecido. Gente joven, muy joven (¿eran doce o quince?), alegrando con sus voces el momento de la despedida del abuelo. Me imaginé al abuelo, al otro lado de la “cortina”, con una inmensa alegría y un corazón agradecido por lo que estaba viendo en ese momento. Los hijos de sus hijos cantando y alabando al Dios de los vivos en Jesucristo resucitado por el abuelo tan querido para ellos.
Disfruté con él, al que nunca conocí personalmente, y así se lo dije a mi mujer que estaba sentada conmigo en el banco de la iglesia. “Cuando yo me muera, le dije, quisiera que el funeral que celebréis sea como éste”. Ahí me di cuenta que estaba, de verdad, acompañando a mis amigos en sus sentimientos. Ellos y sus hijos, con su ejemplo, me lo habían puesto fácil.

“Por sus frutos los conoceréis”, hemos escuchado a menudo. No me refiero a los árboles y sus frutos, sino a los padres y a sus hijos. “De tal palo, tal astilla”, decían los viejos de mi Andalucía. Conociendo a mis amigos, puedo deducir la vida y el sentir de su padre, del abuelo que anoche despedíamos. Su hija, al comunicarnos su fallecimiento, nos avanzaba algo al respecto: “Tenía 77 años y desde hacía 11 años padecía Párkinson, que es lo que le ha ido deteriorando físicamente hasta un grado impensable. Hemos podido acompañarle mucho, especialmente en este último tiempo, y hemos quedado admirados de su serenidad, su paz y su alegría en todo momento, a pesar de la dureza de la enfermedad. Hace pocos días me decía que era muy, muy feliz y tengo la certeza de que esto era posible porque estaba muy unido a Cristo en la Cruz”.

Uno de los hijos leyó durante la Santa Misa un capítulo de la Carta a los Romanos. En los consejos de Pablo vi retratado al hombre que despedíamos: “Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto. // Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres: en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres.”

Después de escuchar tal relato de su vida, pude entender la alegría y el agradecimiento de sus hijos y nietos por haber podido ser testigos de la misma. Hubo un detalle más que me conmovió profundamente: el sacerdote que presidía la liturgia, al recordar la vida del fallecido, desveló a los extraños un pequeño secreto del difunto. Fue un hombre, dijo, que creyó siempre en el matrimonio y que estaba enamorado y amaba profundamente a su mujer; su cara se iluminaba, también en los últimos días de su vida, cuando ella se le acercaba y le daba la mano. La presencia de la mujer amada le hacía feliz.

Hay vidas y funerales que valen la pena conocerlas y vivirlos, y por los que hay que dar gracias a Dios de todo corazón.

viernes, 7 de octubre de 2011

Alemania

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Ocurre todos los años en los primeros días de octubre: sobre la pradera verde de mi jardín amanecen las primeras hojas marchitas, amarillas y rojas, que el nogal y los arces vecinos dejan caer en la noche. Este espectáculo de la naturaleza no solo me da trabajo, pues me toca recogerlas, sino que me trae a la memoria los inmensos y maravillosos bosques de Alemania y los años que disfruté de ellos.

Y justo en estas fechas también, el 3 de octubre, se celebra el día de la “reunificación” alemana. Una unidad que trajo paz, libertad y bienestar a sus habitantes, y por la que hoy, me parece, siguen luchando muchos alemanes en su esfuerzo por construir también una Europa unida y solidaria. Son abundantes las diferencias y variadas las ideologías que dominan a esta vieja Europa, muchas también las formas de administrar la “casa común” y las economías particulares, pero no quiero caer en la tentación de creer que la solución de nuestras crisis económicas y sociales sea el retorno a un idilio nacionalista, en donde cada uno resolviera sus problemas como Dios le diera a entender. Al contrario, opino con algunos de los políticos y dirigentes sociales europeos que la solución está en seguir construyendo la Europa de los pueblos. No menos Europa, sino más Europa, en donde cada miembro, valorando su identidad, dé lo mejor de sí mismo a los demás. Y en esto Alemania tiene mucho que aportar, no solo los euros de su floreciente economía sino su disciplina, su espíritu de sacrificio, su nivel tecnológico e industrial y su solidaridad probada.

Alemania marcó mi vida en muchos aspectos, principalmente en el familiar y profesional. Admiro a este pueblo y conozco bastante bien sus puntos fuertes y sus debilidades. Fue siempre un país de acogida para muchos, a mí me acogió, me dio formación y me regaló con abundantes amigos y personas queridas. Hoy sigue siendo para muchos la “tierra prometida”. No sólo por sus datos económicos y su bienestar generalizado sino también por sus ideas y conceptos de vida para el presente y futuro de su tierra y de sus habitantes. A menudo ellos mismos no se le creen, pero Alemania despierta por doquier asombro, admiración e incluso, a veces, envidia.

Según las estadísticas, en los últimos cinco años ha aumentado sensiblemente la inmigración, últimamente en un trece por ciento. Si en las décadas pasadas eran personas sin formación profesional alguna las que intentaban conseguir trabajo en este país, son hoy diplomados universitarios, médicos, ingenieros y científicos, los que buscan en Alemania su nueva patria. Más de la mitad de estos inmigrados de “alto nivel” son de los otros países de la Unión Europea. Un dato del ámbito universitario confirma mis apreciaciones: después de Estados Unidos e Inglaterra es Alemania el país que alberga más estudiantes extranjeros en sus universidades. Estudiar y formarse en Alemania está de moda y es sinónimo de garantía de bienestar para el futuro.

No es de extrañar que mis alemanes estén contentos consigo mismos y con el mundo que les rodea. Investigadores de la universidad de Friburgo y especialistas de un conocido instituto especializado en sondeos de opinión pública realizan cada dos años un estudio consultando a 1.800 alemanes sobre el nivel de su felicidad y sobre los factores que la motivan. Los resultados son interesantes: el nivel de felicidad en Alemania ha aumentado en los dos últimos años; en una escala de cero a diez, la media de felicidad de la población alemana está en un 7.0. Los factores más importantes para medir este nivel de satisfacción y sosiego por la vida son la buena salud, la estabilidad con la pareja y las amistades. Es evidente que las personas que no tienen trabajo o han sido víctimas de rupturas matrimoniales no se cuentan entre los más felices.

Termino destacando que los investigadores citados han detectado también que existe una diferencia en el nivel de la felicidad entre el hombre y la mujer. Mis amigos lo han adivinado ya: en Alemania las mujeres son más felices que los hombres. Esta mañana, al recoger las hojas amarillas de mi jardín me preguntaba: ¿será este el motivo por el que las mujeres alemanas me han gustado siempre tanto? Ya sabéis que me casé con una de ellas, lo que también a mí me ha hecho muy feliz. Gracias por todo, Alemania.

sábado, 1 de octubre de 2011

El diploma

Ayer estuvimos en el Instituto de Enseñanza Media Ramiro de Maeztu en Madrid. Dos nietos nuestros recibían el Diploma del Bachillerato Internacional (BI) en un solemne acto académico. Me alegré por ellos, me alegré por esa porción de juventud que ellos y sus compañeros del “BI” representan, y me acordé con cierta añoranza del final de mis estudios de bachillerato allá por el mes de mayo de 1958. Recuerdo que tuve que comprar dos ‘timbres’ de cincuenta céntimos y entregarlos en las oficinas del Instituto Padre Suárez de Granada para que me entregaran el necesario Título de Bachiller Superior. Eran otros tiempos y otros niveles de profesorado y materias educativas.

Anoche, antes de acostarme, quise informarme sobre el alcance y significado del Diploma del BI que acababan de recibir mis nietos. Me había sorprendido escuchar que en sus estudios se incluían además de las asignaturas propias del bachillerato la materia de Teoría del Conocimiento (TdC), así como una serie de horas de Creatividad, Acción y Servicio (CAS). En realidad hasta ahora yo sólo sabía, porque así lo había constatado, que tuvieron que estudiar mucho durante los dos últimos años, que tenían frecuentes exámenes y que éstos se evaluaban aquí en Madrid, pero también en las sedes de la Organización del Bachillerato Internacional en Buenos Aires, Cardiff, Ginebra, Nueva York o Singapur.

En el discurso de bienvenida de la Directora del Instituto Ramiro de Maeztu escuché que el programa del Diploma del Bachillerato Internacional es el programa educativo de una organización internacional fundada en Suiza en el año 1968, con la que el afamado instituto madrileño colabora desde hace años. El BI respondía en sus inicios a la necesidad de ofrecer a los hijos de los diplomáticos la posibilidad de estudiar en las diferentes universidades sin tener que hacer cada vez un examen de selectividad o ingreso a la respectiva universidad. Hoy se imparte en más de 130 países de todo el mundo, colaborando más de tres mil institutos, siendo cerca de 900 los que tienen carácter público; con este programa se ofrece una alternativa a los planes de estudio nacionales para estudiantes con un nivel medio elevado, a jóvenes informados y ávidos de conocimiento.

Me ha causado una gran satisfacción saber que en la Declaración de Principios de esta organización internacional se incluye un aspecto que es propio de toda persona que desee pertenecer a un grupo dirigente de cualquier ámbito en la sociedad. La mencionada “Declaración” dice entre otras cosas: “Estos programas alientan a estudiantes del mundo entero a adoptar una actitud activa de aprendizaje durante toda su vida, a ser compasivos y a entender que otras personas, con sus diferencias, también pueden estar en lo cierto.” Tengo que felicitar a mi hijo, que tuvo el acierto y la suerte de llevar a sus hijos al Ramiro de Maeztu para que participaran de tal programa.

En nuestra familia se da ya, por razones obvias, un estilo de vida y una mentalidad abiertamente internacional; la mamá alemana lo aportó con gusto a toda la familia. Pero me alegra saber que la comunidad de aprendizaje del BI también lo incorpora a su ideario: quieren formar personas “con mentalidad internacional que, conscientes de la condición que les une como seres humanos y de la responsabilidad que comparten de velar por el planeta, contribuyan a crear un mundo mejor y más pacífico.”

Es un regalo saber que estos jóvenes que ayer recibieron el mencionado Diploma incluyen en su programa de vida el esfuerzo por ser “indagadores, informados e instruidos, pensadores y buenos comunicadores, íntegros y de mentalidad abierta, solidarios, audaces, equilibrados y abiertos”. ¡Ojalá que lo consigan! La Directora del Instituto madrileño se lo recordó a los que habían recibido el Diploma al final de su discurso: “vosotros estáis llamados a ser los líderes, los dirigentes de la sociedad del mañana, para construir un mundo mejor.”

Todo un desafío para ellos, y en cuyo esfuerzo pueden contar también con la admiración y compañía de los abuelos. ¡Enhorabuena, nieticos míos, y que Dios os ayude!

viernes, 23 de septiembre de 2011

Eliminando al imperfecto


Hace unos días mi amigo Antonio me envió la foto de su último nieto. Sus padres me han permitido publicar la foto de su hijo. En el atardecer de nuestros días los que somos abuelos disfrutamos y hacemos disfrutar a nuestros amigos con la vida y milagros de nuestros hijos, y sobre todo, con la vida, dulzura y esperanza de nuestros nietos. Nuestra propia vida se agranda con el número y el amor de todos ellos. Ya lo cantaba en su día el salmista: “Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. Y verás a los hijos de tus hijos, y la paz habitará tu tierra.”

A mi amigo Antonio se le cae la baba cuando me habla del pequeño. Es la alegría de toda la familia. Para los abuelos, especialmente para las abuelas, todos los nietos son guapísimos, sin distinguir sexo ni edad, sobre todo recién nacidos. Más tarde, cuando crecen, acostumbramos a matizar y distinguir. Una cosa es la belleza y otra la guapura.

Para guapos, Cristiano Ronaldo. El conocido futbolista afirmaba el otro día a un periodista que le “tienen envidia por ser rico, guapo y un gran jugador”. Dejando a un lado el carácter del portugués y las polémicas sobre este jugador, es evidente que vivimos en una cultura hedonista en la que el cuerpo es un objeto de culto para jóvenes y no tan jóvenes. Muchas de nuestras jovencitas sueñan con cifras como las de 80-60-80 (¿serán éstas las de moda?), mientras que también los hombres hacen sus esfuerzos en los gimnasios, y no solo para dejar los kilos que les sobran. Se busca la perfección en el aspecto, la sociedad nos invita y nos empuja continuamente a ser “ricos y guapos” como bien ha destacado el futbolista mencionado. Que se lo digan a los asesores de imagen de empresarios y políticos, y a los que tienen que presentarse a entrevistas en los gabinetes de selección de personal directivo.

Parece que para el mundo de hoy, el bajito, el gordo y el feo no cuentan. Pero hay algo más preocupante: acabo de leer un artículo del neonatólogo italiano Carlo Belliene en el periódico L’osservatore Romano titulado “L’eliminazione dell’imperfecto”, en el que denuncia la desaparición, en nuestro entorno, de los niños marcados por enfermedades genéticas como el síndrome de Down. “Lo percibimos mirando alrededor nuestro: ya no vemos niños “imperfectos”, marcados por enfermedades genéticas”, constata Belliene. Y denuncia que estos niños “son descubiertos de manera sistemática antes de nacer y, una vez identificados, se les prohíbe muy a menudo nacer” siendo abortados y convirtiéndose así en víctimas de una sociedad incapaz de aceptar la diferencia.

Esta desaparición que constata el autor del artículo no es exclusiva de Italia o Francia, la constatamos también en España. El movimiento “Derecho a Vivir”, después de analizar un informe publicado por el Ministerio de Sanidad, alertaba de que el aborto eugenésico aumenta en nuestro país: cada vez se eliminan más vidas consideradas inferiores. Este aumento se debe a la implantación de los programas oficiales de selección o cribado prenatal que se han consolidado en todo el país, como el “Programa Andaluz de Cribado de Anomalías Congénitas” de mi querida tierra. Los expertos acusan al Ministerio de Sanidad de “ocultar la estratificación de las causas de los abortos eugenésicos y las de riesgo materno, por lo que no se sabe con exactitud cuántos niños, que deberían nacer con el síndrome Down, están siendo eliminados por el diagnóstico prenatal abortista antes del parto".

En Francia, en donde se publican estadísticas detalladas, se sabe, según cita Carlo Belliene en su artículo, que el 96% de los fetos afectados por el síndrome de Down (trisomía21) son abortados. Y comenta a continuación: “Recientemente, una diputada parisina declaró en el Parlamento: La verdadera pregunta que me planteo es ¿por qué queda el 4%?”.

El artículo mencionado concluye con una reflexión que me ha impactado: “en un mundo marcado por el miedo, la búsqueda de la imperfección y la eliminación del paciente “imperfecto” se convierten en una norma social común que todos conocen: una banalidad del mal que ya no parece molestar a nadie”. ¡Es tremendo!

Me quedo con el nieto de mi amigo y con la valentía de sus padres. Ellos asumieron el nacimiento de su hijo después de ser advertidos por los médicos durante el embarazo. Y ante tal amor y desprendimiento me quiero quitar el sombrero: según me ha dicho mi amigo, el abuelo, su hija está ahora embarazada del segundo hijo. Conozco a su familia; es el espacio ideal para vivir arropada y cobijada las alegrías y las preocupaciones de una maternidad. Ella, la madre, y también su padre, saben que cuentan con muchos amigos que los quieren y los acompañan diariamente en el camino. Agradeciéndoles su amor a la vida y su testimonio, yo quiero ser también uno de ellos.

viernes, 16 de septiembre de 2011

Gracias a mis lectores

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Me conmovieron hace unos días las frases de Antonio Gala en “La tronera”, pequeña columna de opinión del periódico El Mundo. Se sabe, porque el mismo escritor lo hizo público en julio de este año, que Gala padece una enfermedad incurable. Su mensaje del lunes 12 de septiembre es tremendo, pero sus palabras revisten una sinceridad y un intimismo propios del autor: “………. Y que algo no ha cambiado en mí: mis sentimientos claros de amistad, de gratitud, de certeza de quienes me acompañan y sin los que no importaría que la vida se acabara ahora mismo: en el fondo, y en la forma, ya he vivido bastante”.

No he leído los libros de Antonio Gala, pero sí me llamaron la atención algunos de sus artículos publicados hace años en el suplemento dominical del El País y sus opiniones breves en El Mundo de los últimos tiempos. Recuerdo que en los años de la Transición Española mostró posturas de un andalucismo radical, con lo que nunca pude estar de acuerdo. Nuestros políticos andaluces lo premiaron en su día, nombrándolo ‘Hijo Predilecto de Andalucía’, tierra en la que no nació, pero en la que se encontró y se encuentra a gusto. Al final de su columna agradece a los que le han mostrado amistad y cariño, sin los cuales, dice, la vida sería un jardín sin flores. “El olor de la vida lo ponen los que, de cualquier forma, están más próximos. ¿Qué decir? GRACIAS.”

Hoy quiero yo también agradecer a mis amigos los lectores de este BLOG por su fidelidad. Mis motivos son de otra naturaleza: ellos lo han conseguido, son ya más de CIEN las entradas a esta pequeña columna en la RED, un centenar de reflexiones personales, que comenzaron como un juego o pasatiempo para distraerme en el atardecer de mi retiro madrileño, y que por arte de la amistad y el cariño de muchos se han convertido en una referencia semanal para familiares y amigos dentro y fuera de España. He revisado hoy las estadísticas del BLOG: no sólo tengo amigos en España, sino que me leen también en varios países de Europa y América. Algunos, los menos dejan sus comentarios en el BLOG; son sin embargo muchos otros los que me escriben sus correos personales y muestran así su amistad y cariño. ¿Qué decir? Yo también digo GRACIAS.

En el historial de mi BLOG hay algo que me ha llamado poderosamente la atención: Google lleva también el control de los artículos más leídos por los usuarios de la RED; la reflexión más visitada ha sido la que publiqué el 26 de agosto de 2010 con el título: “La música y mis recuerdos”. Nunca lo podré entender, pues yo he disfrutado personalmente más con otras entradas de mi BLOG. Puede ser que el recuerdo de mi padre, cantando por lo bajo para no molestar, y mostrando así sus sentimientos y emociones, haya sido el motivo del interés por el relato. Esto me recuerda que en el “jardín de mi padre” no hubo flores sino que abundaron las lágrimas y también las canciones. Gracias porque al final de sus días el Buen Dios le hizo ver en el rostro de sus hijos un anticipo de la aurora en la que él creyó durante toda su vida. Mi padre fue un hombre de esperanza.

Quiero al final de mi reflexión sincerarme con mis amigos: es el diálogo uno de los más preciados instrumentos en las relaciones humanas. Cuando éste no se da, las personas se parecen a esas plantas que se secan por falta de agua. Yo tengo mucha suerte, porque puedo diariamente comunicarme con mis seres queridos. Además, con la palabra escrita he vivido durante los últimos tiempos en un continuo diálogo con muchas personas. Así me lo han hecho saber y así lo he entendido yo también. Esta palabra ha sido el vehículo para compartir mis recuerdos y a veces mi intimidad, desvelar pequeños secretos y mostrar incluso alguno de mis errores. Doy gracias por todo ello a los conocidos y a los que, sin darse a conocer, abren mi BLOG en ese mundo tan desconocido y misterioso de ‘Internet’. Lo hago con todo el corazón y “desde mi atardecer”.

viernes, 9 de septiembre de 2011

Las golondrinas

El miércoles en la tarde se fueron. Llevaban ya varios días reuniéndose por la mañana y por la tarde en el mismo lugar. Ocurrió de a poco, comenzaron una docena de ellas, durante las últimas jornadas aumentó el número de las que acudían a la cita. Los cinco cables que alimentan las farolas de nuestra urbanización parecían un pentagrama al aire. Al principio fue apenas un acorde, más tarde la partitura fue creciendo, llegando a ser durante la mañana del miércoles una bellísima y prolongada obra de arte. Me hubiera gustado interpretar la composición, estar en medio de ellas y unirme a sus melodías. Cuando mis golondrinas, cansadas de tanto volar, se posaban en los cables del fluido eléctrico de mi calle, miraban todas, sin excepción, hacia el sur. Cientos de ellas (¿miles?) de pie en los cinco cables, modelando los acordes de la despedida.

Las visité a menudo, su maravillosa partitura estaba apenas a unos cien metros de mi casa. Me he preguntado el porqué de su actitud: ¿qué les hace mirar al sur? ¿porqué eligen la primera semana de septiembre para iniciar su aventura? Dicen que son las veteranas, las que ya estuvieron en esta tierra el año pasado, las que durante sus viajes acumularon experiencias que transmiten a las más jóvenes, a las que nacieron aquí este verano. No deja de ser un misterio todo esto. Ellas se dan a sí mismas sus reglas y dejan también que cada una asuma sus decisiones individuales. Esta mañana pude observar en mi cielo que tres de ellas siguen volando sobre mi casa, quizá buscando al resto de sus compañeras. Pero ellas ya se han ido, y temo que las tres remolonas sufrirán en pocas semanas las inclemencias del tiempo y no volverán a ver a las que en la próxima primavera regresen a este su hogar. Es el precio de una libertad mal entendida, me he dicho.

Quise estar en la hora de su salida, pero me ahorraron el dolor de la despedida. Alzaron el vuelo, como tantas veces lo han hecho, pero esta vez todas juntas y buscando el sur. Claro que mis golondrinas nacieron en el hemisferio norte y buscan durante nuestro invierno los calores del sur. Las otras, las que nacen, por ejemplo, en Buenos Aires o Río Cuarto de Argentina migran hacia el norte para invernar en un lugar de California. Cuentan las crónicas que allí las reciben con fiestas populares y otros festejos. Pienso que las mías, las de mi pentagrama, llegarán a los lugares húmedos del Congo, Malawi y Zambia, después de volar los miles de kilómetros que suponen la travesía del Mediterráneo y del desierto del Sahara. Allí no tendrán amigos que las reciban. Me consuelo pensando que aprovecharán las noches para superar el duro trayecto de la travesía. Los ornitólogos me dicen que no me preocupe, que antes de atravesar esa franja mortal, de más de dos mil kilómetros de mar y arena, mis golondrinas se han fortalecido durante el verano que ahora acaba en los campos de Castilla, dejando los cielos que cubren mi casa casi libres de muchos insectos y pequeñas mariposas.

Fueron las golondrinas pájaros preferidos en mi niñez y juventud. Mi abuela me había dicho que fueron ellas las que le quitaron la corona de espinas al Señor Jesús, muerto en la cruz. Por eso, cuando a los ocho o diez años convertíamos nuestros tirachinas en armas peligrosas de caza y lucha nunca disparábamos a las golondrinas. Fueron otros pájaros los que tenían que huir de tan funesto peligro. Nunca supe a dónde iban mis golondrinas, hasta que lo estudié. Yo estaba convencido de que se iban a buscar abrigo a otras partes, y temía que no lo encontrarían jamás.

Cuando en mi juventud marché a Alemania hice escala en Barcelona. Allí una amiga me invitó a dar un paseo en barco por el puerto de la ciudad. La empresa que gestionaba los barquitos se llamaba “Las golondrinas”. Fue entonces cuando me acordé de una canción mejicana que en sus versos lloraba a la golondrina ausente: “A donde irá veloz y fatigada / la golondrina que de aquí se va./ Junto a mi pecho / hallará su nido / en donde pueda / la estación pasar. / También yo estoy / en la región perdida / ¡oh cielo santo! / y sin poder volar. / Dejé también mi patria adorada,/ esa mansión que me miró nacer,/ mi vida es hoy errante y angustiada/ y ya no puedo a mi mansión volver.”

La verdad no es tan trágica como en la canción. Yo y mis golondrinas volvimos en más de una primavera al hogar que nos vio nacer. Pero de todas formas siento que hoy y ahora ellas no estén cerca de mí. ¿Ciao, bellísima y ágil golondrina, que en la próxima primavera te vuelva a ver!

viernes, 2 de septiembre de 2011

Como andaluz, doblemente agradecido


La visita del Papa Benedicto XVI a Madrid ha sido un acontecimiento histórico para los católicos del mundo entero. Tengo la sensación de que la presencia en España de esos cientos de miles de jóvenes de todo el mundo, para dar testimonio de su fe junto al sucesor de Pedro, ha sido uno de los grandes éxitos de esa misma juventud, la generación de mis nietos, que sabe vivir su fe sin agresiones, con alegría, sin formalismos, mostrando sus vacilaciones e incoherencias, pero dejando a la vez un rastro de belleza y frescura para todos los necesitados de esperanza, especialmente para los que tuvimos la suerte de ver “los toros desde la barrera”, o sea, las celebraciones de la JMJ de Madrid desde la televisión. Como todo ello me hizo bien, quiero ser agradecido. ¡Gracias a vosotros, juventud, “divino tesoro”!

Si mi agradecimiento es para mis nietos y para esa porción ejemplar de su generación, no puedo dejar de agradecer también al Santo Padre por su presencia, por sus palabras, gestos y cariño. Uno de esos gestos inolvidables ocurrió en el aeródromo de Cuatro Vientos, cuando la fuerte lluvia y el viento racheado amenazaron con derribar el escenario, y hasta el solideo del Papa (ese casquete blanco que usa para cubrir la cabeza) voló por los aires. Fue cuando él dijo por dos veces “¡yo, me quedo!”, y los que le acompañaban tuvieron que taparlo a duras penas de las inclemencias del tiempo. Impresionante la escena: un hombre de ochenta y cuatro años, después de un día agotador en Madrid – fue el día más caluroso de todo el verano madrileño – despidiéndose a las diez y media de la noche de una juventud enfervorizada, cansada y mojada hasta los huesos con las palabras: “Hemos vivido una aventura juntos. Firmes en la fe de Cristo, habéis resistido la lluvia. Gracias por el sacrificio que estáis haciendo y que ofreceréis al Señor. Os doy las gracias. Buenas noches. Que descanséis. Hasta mañana. Habéis dado un ejemplo maravilloso. Con Cristo, podréis siempre superar las dificultades de la vida. Gracias. Buenas noches”. Como eso también me hizo bien, ¡gracias, Santo Padre!

Y por encima de todo, tengo un motivo especial para estar agradecido: el Papa ha tenido en Madrid un detalle especial con los andaluces. Fue al alba del sábado 20 de agosto, acababa de celebrar la eucaristía en la catedral de Madrid junto a cinco mil seminaristas de todo el mundo. En ese momento anunció que San Juan de Ávila, el “apóstol de Andalucía”, sacerdote secular español del siglo XVI, pasará e engrosar en el futuro la lista de doctores de la Iglesia, ese título que el Papa otorga a ciertos santos que son reconocidos como eminentes maestros de la fe para su tiempo. Con ello, el sacerdote y maestro que nos fortaleció en la fe a los granadinos, cordobeses y sevillanos en los años que sucedieron a la conquista de Granada por los Reyes Católicos, estará en la lista de los célebres doctores con Isidoro de Sevilla, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y otros eminentes personalidades católicas de otros países y culturas.

Aunque era manchego de nacimiento, Juan de Ávila pasó gran parte de su vida en mi tierra. Nacido en Almodóvar del Campo en el año 1500, hijo de una familia acomodada, estudió leyes en Salamanca y artes y teología en la universidad de Alcalá de Henares. Después de ordenarse sacerdote quiso embarcarse en Sevilla para evangelizar como misionero a los habitantes de Nueva España, allende los mares. Pero el arzobispo de Sevilla, que le había oído predicar, le convenció para que se quedara en Andalucía y predicara aquí la Buena Nueva, que también hacía falta.

Andaba mi Andalucía por aquellos tiempos sumida en la “ignorancia religiosa y confusión moral”, luchando con los residuos del mahometismo, con la gente sencilla sumida en un fuerte paganismo, salpicado de brujerías y otras costumbres poco edificantes. El bueno de Juan de Ávila decidió quedarse, para suerte de mis antepasados y mía. Quiero imaginar que alguno de ellos escuchó uno de sus famosos sermones, convirtiéndose a la fe católica como le ocurrió al famoso portugués y granadino de adopción, João Cidade Duarte (Juan Ciudad Duarte), al que hoy conocemos como San Juan de Dios. Fue Juan de Ávila amigo y consejero de santos, predicador, fundador de colegios y universidades, además de escritor. Con sus “vehemencias andaluzas” llevó la fe a muchos andaluces, pues según cuentan, tenía el arte intuitivo de llegar a los corazones, de iluminar, de transformar y de convertir. “Vehemencias andaluzas” que le costaron también la enemistad de la Inquisición, que lo mantuvo durante varios meses en la cárcel de Sevilla. Al final, los convenció y pudo seguir escribiendo y predicando, llegando no sólo a Sevilla, Jerez de la Frontera, Écija, Utrera y Montilla (adonde está enterrado), sino que conquistó para Cristo con su ejemplo y con su palabra a muchos habitantes de la serranía de Córdoba y de algunos pueblos de mis Alpujarras granadinas. Y como me ha hecho bien pensar que algún Nuño o algún Mellado, de los que andaban entonces en chilaba y babuchas, escuchó al “apóstol de Andalucía” y se convirtió, quiero decir: ¡gracias, Santo Padre, por el detalle que ha tenido conmigo y con los andaluces! Cuando quiera, puede venir a nuestra tierra; pero que no sea en agosto, por favor.

viernes, 19 de agosto de 2011

¡Bienvenido, Santo Padre!


Tengo que agradecer al Santo Padre que una de sus primeras frases al bajar del avión que le ha traído a Madrid haya sido una respuesta a mis preocupaciones de la semana pasada. En su breve discurso en el Aeropuerto de Barajas, Benedicto XVI dijo a los jóvenes entre otras cosas: “Yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz.” Aunque yo no sea de esos jóvenes que llenan estos días las calles de Madrid y de los municipios cercanos, me quiero apropiar de este mensaje y dejar mis preocupaciones por unos días en el olvido. ¡Que nada ni nadie me quite la paz!

Vale la pena salir estos días a dar un paseo por la ciudad. Mi mujer y yo lo hemos hecho en diversas ocasiones, evitando, eso sí, los atascos de tráfico y reuniones multitudinarias a las que no hemos sido llamados. Grupos de jóvenes de diferentes nacionalidades alegran este caluroso verano de la Villa de Madrid. Son miles y miles. Me alegran sus voces, sus pasos y su presencia entre nosotros. Es una alegría sana y auténtica. Ellos nos transmiten en esta Jornada Mundial de la Juventud “un mensaje de esperanza, como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores” y nos regalan una crecida confianza ante el mañana del mundo en que vivimos. Algunas de sus formas y expresiones me son extrañas (¿será la edad?), pero sólo su presencia cerca de nosotros y su peregrinar hasta Madrid son motivo de esperanza.

Una de mis nietas regresó ayer de sus vacaciones en la playa, para estar en estos días cerca del Papa. Ella también me alegra y en sus ojos quiero descubrir la alegría de una juventud que sin saberlo, y a veces con dificultades, está ya construyendo el mañana. Eso sí, nosotros les tenemos que ayudar desde la intimidad de las propias familias a que crezcan y “permanezcan firmes en la fe y a que asuman la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida”. Según Benedicto XVI: “Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias”.
Porque las Jornadas Mundiales pasan y el éxito de las mismas residirá en el trabajo paciente de los padres y en el ejemplo que los mismos, también los abuelos, sean capaces de darles en la vida cotidiana.

Tengo la suerte y la gracia de haber recibido con la leche materna mi fe cristiana, católica, apostólica y romana, como se decía antes. Agradezco a mis padres este regalo. Como católico considero al Papa como el sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles de Jesús. Veo en este hombre no sólo al Pastor que conduce y anima a su rebaño, sino que, en mi fe, lo considero “el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de todos los fieles cristianos”, aquel que asume con los obispos la función pastoral dentro de la Iglesia. En esta fe le doy la bienvenida desde mi pequeño rincón cercano a Madrid, porque viene a animar y fortalecer la fe de todos nosotros. Como no soy de los más jóvenes, la televisión me brinda la posibilidad de acompañarle en estos días de su presencia en España. Necesitaremos tiempo para asimilar sus mensajes de estos días. Esperaremos la publicación de los mismos para estudiarlos con detenimiento. Ahora dejaremos que la juventud le aclame y se alegre al paso del “papamóvil” de la Mercedes-Benz. Yo me alegro desde mi salita de estar y admiro a este hombre de ochenta y cuatro años saludando a las masas y sufriendo los calores del verano madrileño.

Durante nuestra estancia en Roma, años pasados, tuvimos la oportunidad de estar con Benedicto XVI en algunas ocasiones. Le gusta la buena música. Algunas orquestas alemanas le han ofrecido en diversas ocasiones magníficos conciertos en el Aula Pablo VI, dentro del Vaticano. En dos ocasiones le acompañamos. Pudimos constatar la alegría que esos momentos culturales le aportan. Es un hombre sencillo pero culto, de una palabra profundamente clara. Sus discursos y entrevistas a los medios son muestra de ello. He leído en estos días un libro que se ha publicado recientemente y que se titula “Nadar contra corriente”. Es una compilación de las entrevistas que ha concedido a algunos medios de comunicación alemanes, franceses e italianos en los últimos años. En las mismas se puede uno acercar a la verdadera personalidad de Benedicto XVI.

Como buen andaluz y granadino me han interesado especialmente sus ideas sobre el Islam, en las que coincido plenamente con él. Muchas de sus otras reflexiones me hacen sentir que yo también estoy “nadando contra corriente”. Son aquellas referidas al relativismo imperante en nuestra sociedad, a la moral sexual, a la homosexualidad, al aborto y a la pederastia. Tiene una visión clara basada en la fuerza de la verdad, valorando lo positivo de todas las posturas, pero discrepando valientemente de muchas de las opiniones de moda. Invito a mis amigos a leer el libro citado, cuya edición ha sido preparada con esmero por José Pedro Manglano, sacerdote, filósofo y profesor de Antropología. Lo podéis encontrar en la Editorial Planeta. Yo lo repaso en estos días entre programa y programa de la televisión.

viernes, 12 de agosto de 2011

Preocupado

Repasando el álbum familiar de fotos, aquel que me inspiró las reflexiones sobre la “memoria histórica” en días pasados, la he visto de nuevo. Vestía de negro. Ella les guardó el luto a todos los hermanos y familiares que marcharon antes. Y fueron muchos, por lo que su vestuario se tiñó temprano de negro, manteniéndolo así hasta que ella misma falleció: era mi tía Rosario. Aquella que se quedó soltera, no sólo para “vestir santos”, sino también para cuidar de hermanos, sobrinos y demás familia, cuidar de todos los que pasamos por aquella casona grande de la Alpujarra granadina, la “casa de Don Cecilio”. Lo que hizo con mucho amor.

Nunca conocí al tal Don Cecilio, pero su casa, en la que vivió la familia de mi padre durante décadas, quedará para siempre en mi recuerdo. En la planta alta estaban el palomar y las trojes. Eran las trojes unos compartimentos construidos en el ático con tabiques de ladrillo de media altura y que se usaban para almacenar cereales, legumbres y frutos secos, y a los que se accedía desde el interior de la casa, y también por un ventanuco situado en la fachada del ático. Además del uso doméstico mencionado, eran las trojes la pesadilla y el lugar de los horrores para nosotros, los sobrinos de poca edad que allí pasábamos los veranos y otras épocas de triste recuerdo por lo precario de la situación en la ciudad.

La tía Rosario era la cabeza de familia, ejercía su oficio con destreza y todos la respetábamos. Tenía, eso sí, su sistema pedagógico especial. Aparte de su cariño y entrega desinteresada con propios y extraños, usaba con los niños a menudo el ardid del miedo para mantenernos a raya cuando subíamos el tono o no queríamos dormir a la hora establecida. Eran las trojes el lugar donde se escondía el célebre “bute”, que nos ponía a los niños la carne de gallina y al que temíamos más que a una vara verde, no sé por qué motivo. Era el “bute” en aquella región algo así como ‘el hombre del saco’, el que de un momento a otro bajaría de las trojes para llevarnos a sitios desconocidos y tremendos, y cuyos pasos todos nosotros, en una ocasión o en otra, habíamos oído por los pasillos y escaleras de la casa. ¡Doy fe! La tía Rosario se encargaba hábilmente de que los oyéramos (¡?).
Incluso Federico García Lorca se refirió en una conferencia al “bute”, al amigo de mi tía, de la siguiente forma: “Ya sabemos que a todos los niños de Europa se les asusta con el “coco” de maneras diferentes. Con el “bute” y la “marimanta” andaluza, forma parte de ese raro mundo infantil, lleno de figuras sin dibujar, que se alzan como elefantes entre la graciosa fábula de espíritus caseros que todavía alientan en algunos rincones de España.” Espíritus que aleteaban sin duda en la “casa de Don Cecilio”.

Han pasado los años y en algunas ocasiones pienso que el espíritu del “bute” sigue aleteando a mi alrededor. Es también el caso en estos días. Las noticias en la prensa y televisión me recuerdan las trojes y su inquietante inquilino. “¡Que viene el bute!”, decía mi tía, “¡Que viene el bute!”, parecen decir a diario los periodistas cuando informan (y opinan) sobre la caída de las bolsas en Europa y Estados Unidos, cuando anuncian el “crash” inminente en los países industrializados, cuando te envían “on-line” las fotografías de los “Zapateros”, “Berlusconis” y “Sarkozys” de turno, abandonando a sus familias en los Cotos de Doñana, en sus villas de Cerdeña y otras playas con la cara preocupada y sin saber qué camino escoger, y cuando ves los edificios de Londres y otras ciudades inglesas arder por la acción criminal de jóvenes y niños de todas las razas y colores que ni temen a Dios ni al diablo.
Y aquí en España, sin ir más lejos, también me parece escuchar lo de ¡”Que viene el bute”! cuando sabes del número de jóvenes españoles sin trabajo (más del 45% de su grupo) o cuando los ‘indignados’ de Madrid y sus comparsas invaden mis entendederas con el anuncio de las demostraciones y esperpentos programados para la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid en la próxima semana. Por poner sólo dos ejemplos.

Tengo que confesar que estoy preocupado. Un cierto miedo quiere apoderarse de mi ánimo y mi cotidianidad en estos días. Sé que el temor es un instinto humano que a veces nos protege de nuestras pequeñas o grandes locuras, pero hay miedos que es mejor desterrar para que no turben nuestra vida.

Un hombre sabio dijo una vez a sus amigos, que su „mayor preocupación debería ser la de no preocuparse”. En la misma conversación les animó, sin embargo, a ocuparse de las cosas en la medida que la responsabilidad de cada uno se lo exigiera. Tengo que añadir que tanto nuestro sabio como los que le escuchaban, eran personas de una gran fe en la Divina Providencia, y que además estaban convencidos que Dios es Amor y que permite y hace siempre las cosas para bien de sus criaturas. Aunque a veces sea difícil de entender.

Por hoy yo quiero olvidar al “bute” de mis pesadillas y pensar, por ejemplo, que mi tía Rosario era también una gran cocinera, y que sus platos de comida casera hacían que nos chupáramos los dedos. ¿Cómo olvidar las célebres fritadas con los pimientos del cortijo y el conejo cazado en la sierra, o aquellos cocidos semanales con el tocino y otras preciosidades de la propia matanza? Incluso los garbanzos sabían a gloria. Al final me pregunto: ¿y por qué preocuparme?

sábado, 30 de julio de 2011

Mi memoria histórica (2)

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En el álbum familiar están las fotografías que me hablan de aquellos años. Andaba España en una decadencia generalizada desde que Primo de Rivera se había hecho con el poder, implantando su dictadura a principios de los años veinte del siglo pasado. La proclamación de la Segunda República en el año 1931 no cambiaría la situación. Sin embargo, en muchas regiones de la geografía española existía una burguesía acomodada, que llevó a algunos de sus hijos a las universidades y que supo salir adelante en las crisis económicas que se sufrieron durante los años 1927 y posteriores. Hasta dejaron el testimonio de su situación reflejado en “bucólicas” fotografías de grupo en las huertas y sierras de mi Andalucía. Eran jóvenes, algunos de ellos habían encontrado “su amor”, y gracias a estos testimonios gráficos lo pudimos constatar las generaciones que llegamos después.

Vivían en su mundo, sin ambiciones políticas, empeñados en formarse y disfrutar de una vida que sus padres y demás familia aseguraban en el día a día. Tenían amigos y lo celebraban a su manera. Así fue también con los Nuño. El abuelo Agustín era un hombre solícito y diligente, tenía una tienda de ultramarinos en la ciudad de Granada, tienda floreciente de aquellos comestibles que se podían conservar, y que en muchas ocasiones venían de la otra parte del mar. Hombre también con suerte: además de casarse con dos hermanas, le tocó la lotería. Quiero aclarar que su primera mujer, Tránsito, le dio dos hijos, falleciendo el segundo y ella también. Tránsito murió joven y dejó al abuelo solo. Este tuvo entonces la suerte de que la hermana menor de los García de Lara del Castillo, Carmen, seguía soltera y aceptara de buena gana la propuesta de matrimonio que le hizo Don Agustín, que además de llamarse Nuño, también se llamaba Tenorio de segundo apellido. Lo que creo que no viene al caso; el casamiento con la hermana era práctico y todo quedaba en la familia. Carmen fue mi abuela. Sabemos que como muestra de su amor por ella el abuelo le regaló a ésta un cortijo en la Alpujarra para que viera crecer allí las parras, higueras y castaños propios de la zona. No sabemos si ella se alegró. Pero los hijos y los nietos sí lo disfrutamos.

El primogénito de los Nuño, el hijo de Tránsito, se formó querido y mimado por la hermana de su madre, a la que el abuelo adoraba. Cuando llegó su edad, Rafael, que así era su nombre, estudió la carrera de Farmacia y se casó joven, llegando a ser el propietario de una farmacia en un pueblo de la zona norte granadina. El pueblo se llama Huéscar, y es el lugar de mi “memoria”.

Esta población es una de las más septentrionales de la provincia de Granada, en la falda de la Sierra de la Encantada, cerca de las provincias de Jaén y Albacete. El destino quiso que al producirse los acontecimientos de julio de 1936, las fuerzas vivas del pueblo, apoyadas por un destacamento de la guardia civil de la zona, intentaran defenderlo para la zona nacional, lo que consiguieron hasta que en agosto de 1937 las milicias de Alicante, de Murcia, Almería y Guadix rompieron el cerco de resistencia y ocuparon el pueblo. Hubo desmanes a diestra y siniestra. La historia cuenta de saqueos de casas particulares, profanaciones de los templos y detenciones de personas de filiación derechista. No sólo hubo ejecuciones llevadas a cabo in situ después de los veredictos inapelables de un Comité de Salud Pública, sino que los célebres “comités de sangre” almerienses dejaron sus macabras huellas en lugares tan tristemente célebres como los pozos de “Cantavieja” de Tahal y “Las Cumbres” en el término de Vélez Rubio. Allí fueron asesinados decenas de personas relevantes entre la clase burguesa y propietaria del lugar. Mi memoria se detiene en el alcalde y abogado del pueblo, en el maestro nacional, en el sacerdote del lugar y en otros militantes del Partido Agrario de Húescar.

Allí, junto a una religiosa dominica de 78 años, Sor San José Sánchez Reche, después de sufrir torturas y maltratos de todo tipo, fueron asesinados los dos farmacéuticos del lugar, el señor Martínez Ramón y Don Rafael Nuño García de Lara, el primogénito de la familia, el hermano mayor de mi padre. En el archivo del periódico “El Ideal” de Granada se conservan los testimonios de algunas personas, que dijeron que después de asesinar a Sor San José la machacaron la cabeza con un hacha; ella alababa a Dios durante la ejecución y perdonaba a los que la maltrataban. Aquella hacha fue posiblemente la que usó también el verdugo para asesinar a los farmacéuticos de mi “memoria”. Según me dijo mi madre, el tío Rafael murió así, lo decapitaron. Su cuñada se lo había contado poco después.

Al lado de mi teclado está la foto de mi padre con su uniforme de alférez. Me mira con sus ojos azules, en su rostro amable se adivina lo difícil de sus vivencia durante la guerra civil. Cuando le hicieron esta foto, aún no había vivido lo más grave. Era militar y tenía que obedecer. Fue destinado como ‘Juez Militar’ a la zona de Huéscar. Él conocía lo que le había ocurrido a su hermano Rafael, habían compartido techo y mesa durante muchas semanas con la familia del difunto. La cuñada los había acogido en su casa. Aquellos días y aquellas noches se hicieron largos, faltaba incluso lo más indispensable para alimentar a la familia. Al final ocurrió lo increíble: a mi padre le tocó juzgar y condenar a muchos de los maltratadores y asesinos de ayer, entre ellos al asesino de su hermano.

Mi madre lo supo. Ella me contó que mi padre renunció formalmente a tal encargo. Los mandos militares lo aceptaron. Al final fue otro el que dictó justicia en aquel caso y en aquel pueblo de “mi memoria histórica”. Desde ese día mi amado padre se sumió en un silencio prudente para no cargar a sus hijos con la pesada carga del ayer. Mi madre, en su amor, cargó con todo. Y en algún momento de dolor nos hizo partícipe de sus sufrimientos.