viernes, 31 de diciembre de 2010

La vida en décadas

Para los que nacimos en un año terminado en cero, el año 2010, que hoy despedimos, nos brinda la oportunidad de contar nuestra vida por décadas. Con esta forma de medir el tiempo, ya no cumpliríamos años sino que cumplimos décadas. Puede ser que así nos lo hagamos más fácil con aquello de las invitaciones, pero en el fondo, son tantos los acontecimientos y vivencias que hacen de nuestra existencia un valor inapreciable, un tesoro, que prefiero seguir contando mi vida por años, y disfrutar cada vez de nuevo de todo lo pequeño y grande que ocurre continuamente a mi alrededor. Y por otra parte, parece que de esta forma se vive más: no es lo mismo cumplir setenta que siete.

La lectura de la prensa en estos días me ha sugerido repasar lo que ha sido para nosotros la década que ahora despedimos. Limitando mi análisis a los acontecimientos más destacados que ocurrieron a nuestro alrededor, viene a mi mente el encuentro con España después de quince años de ausencia, con la España que me vio nacer y a la que mis mayores me enseñaron a amar. Siento que tengo ante mí una España profundamente dividida e insolidaria, con una clase política incapaz de fomentar en la ciudadanía un interés por la cosa pública y los asuntos que dicen favorecer el bien común, una España que, en general, se ha olvidado de los valores cristianos que la sostuvieron en el pasado. Nunca pensé que la célebre frase pronunciada a principios de los ochenta por aquel político socialista sevillano, irónico y sarcástico, Alfonso Guerra, sería una verdadera profecía. El dijo entonces: “El día en que nos vayamos, a España no la va a conocer ni la madre que la parió.” Y lo más desesperanzador es que ellos, los socialistas, después de casi tres décadas aún no se han ido. Conozco, eso sí, personas y pequeños grupos de ciudadanos, que desde su propia realidad y en su entorno están trabajando para que esto cambie. ¡Ojalá que mis nietos vean los frutos del nuevo cambio!

Desde esta España, también campeona mundial de futbol y lugar de acogida – pese a la crisis - para millones de emigrantes de América del sur y de África, me vienen a la mente en este momento algunos nombres célebres que han tenido su protagonismo en los años pasados, y que de una forma o de otra están influyendo en el acontecer mundial de mi entorno y de mis días: el Papa alemán Benedicto XVI, Osama bin Laden, Barack Husein Obama y su esposa Michelle, así como otros “migueles” más entretenidos, como Michael Jackson, Michael Schumacher o el poeta Miguel Hernández que en este año habría cumplido sus cien años de vida.

No solo de nombres se nutre mi memoria de una década, fueron también algunos acontecimientos los que rompieron la tranquilidad de mi butaca. Quizá el más inesperado fue aquel 11 de septiembre de 2001, cuando en casa de mi hermano, y a los postres, pudimos ver en la televisión y en directo el atentado suicida de aquellos aviones estrellándose contra las torres gemelas de Nueva York. Algo cambió aquel día, su ‘legado’ nos alcanza hoy a todos. No tan espectacular, pero sí doloroso para muchos miles de personas fue aquel tsunami de Indonesia, el huracán Katrina y sus consecuencias en New Orleans, las inundaciones en Pakistán y la catástrofe del vertido de petróleo en el golfo México. Sin olvidar el continente africano y sus tragedias. Un mundo capaz de producir las tecnologías más avanzadas, y vulnerable, como siempre o aún más, a los fenómenos de la naturaleza y a las injusticias de los poderosos.

Los que consideramos hoy los acontecimientos de los últimas siete décadas y observamos a nuestros hijos y nietos manejar los “iPod” de la firma Apple, nos admiramos y, hasta en cierto modo, nos estremecemos por los éxitos de las nuevas tecnologías. Hoy todo es velocidad. La electrónica de nuestros “tocadiscos” y de los, entonces, modernos Walkman de Sony, quedó obsoleta, permitiendo a la magia de la electrónica moderna producir unas miniaturas en donde caben, por ejemplo, las canciones de toda una vida. Una revolución pacífica y trepidante, que permite a personajes estrafalarios y provocadores como Shakira, Madonna, Lady Gaga y otros grupos que producen sonidos como el rap y el hip-hop acompañar a muchos jóvenes durante horas y horas de su aburrida existencia. Algunos hablan ya de la década de los “Casting-Shows”. En una de las estanterías de mi casa guardamos las antigüedades de nuestra juventud, tocadiscos y otros semejantes. Los discos de vinilo y las cintas grabadas con las canciones de ayer nos miran, también aburridos, desde su lugar descanso. A pesar de todo, nosotros seguimos escuchando la música que siempre nos gustó.

No quiero que den las doce de esta noche sin traer a mi teclado el recuerdo de las últimas cinco décadas de mi vida: en pocos meses se cumplirán cincuenta años desde que conocí a una joven bellísima, de ojos azules y cabellos rubios, en un pueblo de Alemania. Fue ella, la que poco después fue la madre de mis hijos y hoy, en esta noche, me acompañará, Dios mediante, viendo cómo amanece un nuevo año en nuestra vida, la aurora de una nueva década. Los detalles quedan en la intimidad de nuestros corazones. Todos los recuerdos de la última década adquieren con ello un nuevo brillo. Ha valido la pena vivir.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Saberse amado

En una conversación via “Skype” de días pasados me preguntaba un amigo argentino sobre mis anhelos y propósitos para Navidad. Al contestarle recordé mi último viaje a Granada. Venciendo mi pereza en estas fechas de frío y lluvia tomé el tren, y marché a estar unas jornadas con los hermanos que allá viven y a los que me une una verdadera relación de amor desde la infancia. A pesar de las distancias y los viajes, y a pesar de los años, hemos mantenido entre nosotros esta vinculación y afecto que heredamos de nuestros padres. De tarde en tarde nos sentamos todos a la mesa y disfrutamos junto a los que vinieron después, el cuñado y las cuñadas, de veladas inolvidables. Los diversos temperamentos y vivencias personales son la sal y la pimienta de los “platos” que saboreamos con entusiasmo y alegría; el amor, el oxígeno del aire que respiramos. Tuve siempre la impresión que, gracias a Dios, todos los hermanos fuimos, sin saberlo, buenos discípulos del apóstol Juan, que en su primera epístola escribía a los suyos: «Amémonos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama, ha nacido de Dios y conoce a Dios».

A mi amigo el argentino le contesté que en estos días quería traer a mi mente y a mi corazón, a ser posible, a todas las personas que me han amado, una por una. Es un regalo saberse amado, y esto durante toda una vida. Los días de Navidad son una oportunidad de oro para hacer tal ejercicio, y la comida con mis hermanos en Granada ha sido el inicio de tal recuerdo.

Es gratificante saberse como persona, en lo más íntimo del ser, como el fruto concreto de un acto de amor. Mi padre y mi madre pronunciaron cada vez, al inicio de nuestra existencia personal, aquellas palabras que encierran el secreto del amor: “¡Yo quiero que tú seas!” Y yo fui, y después fueron, uno tras otro, mis cuatro hermanos. Y ahora lo podemos celebrar juntos. Ellos, los padres, ya no están, pero en mi corazón los abrazo y los beso, y contándonos días pasados nuestras aventuras infantiles y juveniles – más o menos exageradas por causa de los años que pasaron - los vemos muy cerca de nosotros, tan cerca que los intuimos como encarnados en los hermanos. Algo bueno de ellos sigue viviendo en nosotros.

Al sabernos amados pudimos crecer en una sana autonomía, porque el amor verdadero presupone un respeto por la originalidad del otro. Junto a la protección paternal y maternal que experimentamos, supimos también que ellos nos amaron sin tener en cuenta nuestros propios méritos o defectos. Por eso, en su amor pudimos ser nosotros. No puedo olvidar aquí que muchos de nosotros crecimos a la sombra de una mujer que supo amar de verdad, y a la que veneramos de forma especial. Fue la abuela materna. A su lado nos supimos amados, y entendimos, porque lo vimos en ella, que hay amores que “todo lo sufren, todo lo creen, todo lo esperan y todo lo soportan”, sin condiciones y de verdad.

Pasaron días y pasaron noches, pasaron también algunos años. En algún momento supimos que en la competición que significa alcanzar la perfección en el amor necesitábamos vincularnos a un tú en el que poder mirarnos. Gracias a Dios, ella llegó, y cuando la encontré me di cuenta que el amor no es un juego, sino un arte y una virtud. El arte de aceptar que el otro, la esposa o el esposo, sea él mismo, y la virtud de un largo y paciente entrenamiento de los corazones, que durará hasta que la muerte nos separe. La felicidad de saberse amado por aquella persona a la que tú amas. Y fue así cómo, amando y siendo amado llegaron los hijos, a los que pudimos regalarle el amor, esperando que ellos nos lo devolvieran filialmente, a ser posible sin condiciones, y así fue. Cuando, cerca ya del atardecer de la vida, pusieron ambos en mis brazos el fruto de su amor respectivo, a mis cuatro nietos, estuve seguro que me amarían en el futuro y que yo me sentiría amado también por cada uno de ellos.

Es el amor como una fuente inagotable de la que pude beber en muchas ocasiones. He tenido la suerte de tener amigos y otras muchas personas que me han amado cerca y lejos en la pequeñez de mi servicio y entrega. A todas ellas les debo un recuerdo agradecido en estas Navidades que son también parte de mi atardecer. En la intimidad recordaré cada uno de sus nombres. Hoy, más que nunca, me alegro al constatar que el Dios de las alturas, el que es AMOR, nos amó tanto que se hizo hombre y vino a habitar entre nosotros, siendo niño en el regazo de una mujer. En este niño me sé también amado por el mismo Dios. ¿Te lo puedes imaginar? ¿Saberte amado por tantas personas y además por el mismo Dios? ¡Feliz Navidad!

sábado, 18 de diciembre de 2010

¿Sin alternativa?

España sigue en ‘estado de alarma’ – así lo ha decidido el Parlamento -, y yo me he despertado alarmado esta mañana, pensando que en mi entorno están ocurriendo acontecimientos graves que, seguramente, tendrán una influencia importante en el futuro de mi vida. Desde hace algunos años estoy jubilado y recibo mis ingresos mensuales con una pensión que me transfiere el Estado. Anoche, antes de acostarme repasé las noticias sobre la reunión de jefes de estado y de gobierno de los veintisiete países de la Unión Europea que las agencias de prensa están distribuyendo en los diferentes medios de comunicación en Internet. La actual crisis de la moneda única europea, el euro, es algo que han causado otros y que, al final, pagaremos todos. Los ejemplos de Grecia e Irlanda son para apretarse el cinturón. Ahora somos los países del sur de Europa, Portugal y España, los que estamos en el punto de mira de los especuladores y demás agentes del mundo financiero.

Según cuentan, es esta la décima vez que se reúnen en este año los responsables máximos de la Unión, y sin embargo no han frenado la tendencia de los mercados financieros, que encarecen semana tras semana los créditos que algunos estados, como España, necesitan tomar para hacer frente a las deudas que las administraciones públicas han ido acumulando en el transcurso de los años y meses pasados. Los intereses de los últimos préstamos que España ha conseguido en el mercado se acercan ya al seis por ciento. Ante estas cifras me pregunto, si el crecimiento económico de los próximos años, si llega a producirse, podrá hacer frente a tales préstamos. Lo dudo. Y al dudarlo empiezo a preocuparme seriamente por mi pensión. Al final, el Estado tendrá que sacar el dinero que necesita de los bolsillos de los ciudadanos, también del bolsillo de los pensionistas. El panorama es bastante sombrío.

Esta situación me recuerda a muchas familias españolas que en los pasados años cincuenta y sesenta tuvieron que endeudarse por encima de sus posibilidades para vivir y dar una educación a sus hijos. Pasados los años fueron estos últimos los que asumieron y pagaron las deudas de sus padres. En un futuro próximo ocurrirá lo mismo con las generaciones, pero dudo que las causas del endeudamiento producido ahora sean tan loables como las de entonces. Yo, por ejemplo, no estoy de acuerdo con muchas de las obras que las ciudades, comunidades autónomas y el Estado han emprendido a diestro y siniestro de la geografía española. ¿No se le podría exigir un poco más de cuidado y austeridad a los que planifican y conceden las obras públicas y los eventos para diversión de la población? ¿O nos hemos vuelto locos?

Los políticos reunidos en Bruselas han hecho como hacemos muchos de nosotros en vísperas de las fiestas. Quieren tener su tranquilidad, han mirado para otro lado y se han dado por satisfechos con algunas declaraciones solemnes y con un compromiso de mínimos. Finalmente han tomado los aviones de regreso y han emplazado a sus ministros de economía para que se reúnan en enero y sigan discutiendo las medidas necesarias para salvar al Euro y con ello a la Europa comunitaria. Ni la señora Merkel de Alemania, ni los señores Juncker y Trichet, personalidades europeas destacadas, han sido capaces de frenar los acontecimientos. Temo que los mercados obligarán a estos políticos a buscar opciones más contundentes para frenar la desconfianza de los inversores.

En este asunto de la construcción de Europa tuve siempre un convencimiento: no se puede construir esta Europa sólo con una moneda única, que ya tenemos, si no se tiene también una política económica común y una disciplina de mercado aceptada por todos. Si lo que impera son los egoísmos nacionales, o regionales, y aquello de que “aquí vale todo”, nos vamos al garete. Y más pensando que se han abandonado los valores que dieron su forma a la Europa de ayer, los valores de una Europa cristiana. No se podrá salvar el Euro si no se tiene una idea común sobre el futuro de Europa.

La situación me recuerda a la mosca prisionera en la botella. El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein aportó a sus lectores y discípulos una imagen para mostrar las limitaciones del pensamiento humano. Se trata de una especie de trampa para insectos, una botella de cristal que tiene su salida abierta, justo por donde entró la mosca. Una vez dentro, la salida del recipiente y el mismo recipiente de cristal son para la mosca una misma cosa. Por eso vuela desesperada entre las paredes de su prisión sin acertar a salir de allí. Wittgenstein deduce de esta imagen, que en muchas ocasiones las personas, ante un problema, debemos cambiar de perspectiva para encontrar la solución. Dudo que R. Zapatero, Angela Merkel, Sarkozy, Berlusconi y compañía conozcan al austriaco citado. Esperemos a la próxima reunión.

viernes, 10 de diciembre de 2010

El uso de la fuerza

Tengo un gran respeto y admiración por nuestras Fuerzas Armadas y lo que ellas representan, pero nunca me gustaron ni el ruido de las botas, ni el brillo de los tricornios. Estoy casi seguro que esta animadversión tiene que ver con un episodio vivido en mi niñez, y que todavía hoy recuerdo como si hubiera sido la pasada noche. Quizá sea este el motivo de mi preocupación por la militarización y el estado de alarma a las que nos han llevado el plante desmedido y delictivo de los controladores del tráfico aéreo y la calamitosa gestión de los políticos, y en especial del Ministro de Fomento, José Blanco, que ha sido incapaz de poner freno a una situación conflictiva ya antigua y conocida por todos.
Me siento muy a disgusto en un país, que tiene que usar la fuerza para mantener el orden, y que no sabe dialogar y encontrar el consenso en los conflictos propios de una convivencia humana. La declaración de alarma es una declaración de impotencia, impropia de un gobierno democrático. Este episodio es, como tantos otros de nuestra España, único en Europa. Estoy seguro que los conflictos laborales con este grupo de profesionales y con otros colectivos estratégicos de la sociedad se repetirán en el futuro. La razón no se impone con la fuerza, es más, el uso de la fuerza puede debilitar sensiblemente la razón.

Ahora quiero volver al episodio de mi niñez. Se tienen pruebas históricas fehacientes de que en la provincia de Granada estuvo presente el “maquis”, conocida guerrilla antifranquista dispersa por las sierras hasta más allá del año 1950. La zona de las Alpujarras, en donde vivían mis tíos, y adónde íbamos a pasar largas temporadas de nuestra infancia, debió albergar a más de uno de aquellos hombres que se escondían en cortijos y otras zonas rurales de difícil acceso. Recuerdo haber escuchado innumerables historias “de miedo” que mis tías contaban cuando querían mantener el orden y la disciplina hogareña. Algunas de ellas tenían que ver no tanto con los maquis sino con los denominados “sacamentecas” u hombres del saco, que según se decía, sacaban a los niños el sebo para fabricar no sé que ungüentos mágicos y siniestros que nos ponían los pelos de punta. En nuestra mente infantil se mezclaban todos los personajes, y cuando oíamos hablar de los maquis, sacamantecas u hombres del saco nos poníamos a temblar. Lo que sí teníamos claro, también de niños, era que la guardia civil patrullaba sin cesar por las sierras, poblaciones y cortijos de la Alpujarra para perseguir a los maquis y a sus encubridores.

Fue una noche fría y lluviosa de los años 40, mi tío Pepe y yo veníamos de Granada. En aquellos años los autobuses eran escasos (les llamábamos Alsinas), y además no llegaban al pueblo de mis tíos, población apartada de la ruta principal. Se desviaban en el cruce de Válor y seguían para Ugijar. Al no tener la oportunidad de tomar el autobús, mi tío consiguió que un camionero nos llevara desde Granada hasta nuestro destino. El viaje fue incómodo e interminable. Escondidos entre sacos y bultos en la caja abierta del camión esperábamos llegar a casa más allá de la media noche. Pero la suerte, la mala suerte, se nos cruzó en el camino. Fue pasado Válor y cerca de Medina Alfahar. Llovía, era de noche. Recuerdo ver desde mi escondite en lo alto del camión a dos tricornios, negros como el azabache, que hicieron parar al camión y que obligaron a bajar al conductor de la cabina. Seguro que buscaban a los célebres maquis. Las voces de los guardias y del conductor me parecieron anunciar lo peor. Mi tío Pepe puso su mano sobre mi boca y sujetó con ella todo mi cuerpo que temblaba como una hoja abatida por el viento. Por mi mente pasaron en segundos toda una plebe de sacamantecas, maquis y hombres del saco, que unidos a los guardias civiles presentes en la carretera me hacían prever lo peor. Nuestro silencio y quietud no evitó que pasados unos minutos, y después de largas discusiones entre los de a tierra, tuviéramos que descubrirnos los de arriba, bajar del camión y, posiblemente, identificarnos, o lo que fuera, que yo, como niño, no pude apreciar en su justo término. Mi tío Pepe era de pequeña estatura, pero no tenía aspecto de maqui, ni de sacamantecas. Aquello fue un espanto horroroso. Al final sé que cogimos nuestros bártulos, y nos fuimos andando por aquellos diez kilómetros de caminos que faltaban hasta llegar a casa. Cuando las tías nos abrieron la puerta e hicieron los comentarios propios del caso, deduje que las historias que ellas contaban eran realidad, que no mentían. Los tricornios y sus dueños, incluyendo las voces y amenazas de aquella noche fueron el origen de un pequeño trauma infantil, que, posiblemente, me dure hasta hoy.

Me parece que lo de contar mentiras está también hoy de actualidad. En toda esta pesadilla de la militarización, del estado de alarma y de la aparición de los tricornios en las torres y salas de control del tráfico aéreo hay algunos que no cuentan la verdad, o la cuentan a medias. En los años cuarenta yo tuve que creerme las historias de mis tías, hoy, con unos años más, no quiero creerme todo lo que dicen o escriben los unos y los otros. Lo que sí deseo, es que se vayan los guardias civiles a sus casas-cuarteles y me dejen volar tranquilamente. El niño asustado por un castigo severo de su padre no suele ser el más cuidadoso y amable.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Wikileaks y la libertad

Lo de la absoluta libertad de información que se viene discutiendo en estos días a propósito de la publicación de los documentos de la diplomacia americana, filtrados por Wikileaks y su fundador, “filósofo” y financiero Julian Assange a unos escogidos y determinados medios de comunicación, me recuerda los inicios del destape en las playas de mi Andalucía. Algunas jovencitas y otras no tan jovencitas olvidaron lo valioso que era el pudor natural de la persona y se quitaron algunos trapitos para que todo el público pudiera admirar lo que, a veces, hubiera sido mejor que quedara escondido en la intimidad del hogar. Otros, más conscientes de que el abuso de su libertad podía lastimar la libertad de los demás, escogieron la Playa El Muerto, a un par de kilómetros de Almuñecar, para tomar el sol como Adán y Eva lo hacían en el Paraíso. La conocida y pequeña playa nudista era y es como un “Wikileaks” para los veraneantes granadinos interesados en el tema. Allí se sabe todo, bueno, casi todo.

Las opiniones de los responsables de la política exterior estadounidense sobre los políticos europeos parecen de chiste y denotan falta de imaginación en los responsables de suministrar las informaciones en los diferentes países de nuestro entorno. Como ejemplo cito la descripción que hacen del presidente del Gobierno español: lo definen como un político cortoplacista que supedita los intereses comunes al cálculo electoral. ¿Eso es todo? Las revistas del corazón y la prensa diaria ofrecen mejores descripciones y calificaciones del primer responsable político de nuestro país. Hillary Clinton tendría informaciones más serias si pasara a diario por el quiosco de mi pueblo.

Pero el asunto no es tan baladí. Yo estoy de acuerdo en que los responsables de la cosa pública deben dar cuentas a los que los eligen, y que la política requiere una transparencia para hacer posible la vida en democracia. Otra cosa es que aquí y hoy todos sepan todo, que hagamos de la vida pública una playa nudista. Si a la diplomacia le quitamos el secreto y la privacidad en sus deliberaciones le hemos quitado uno de sus valores más reconocidos. Estoy convencido que esta faceta de nuestro vivir político, la diplomacia, es una valiosa alternativa a los procesos de enfrentamientos y guerras entre países. Si una sociedad no tiene la posibilidad de llegar a gestar compromisos sin que los actores de los mismos pierdan la cara y queden en evidencia, viviríamos en un mundo mucho más peligroso que el actual.

Uno de los medios de comunicación alemanes, escogido por Wikileaks para manejar y propagar sus informaciones, cita al soldado Bradley Manning, informante que suministró al señor Assange los documentos de la Secretaría de Estado americana. El joven militar ha dicho para justificar su atropello: “Yo deseo que todas las personas conozcan la verdad”. Es el motivo que aducen también los de Wikileaks para publicar los documentos citados (“revelación de la verdad”). Pero me llama la atención que las revelaciones y documentos filtrados procedan precisamente de países que defienden y representan la libertad de sus ciudadanos. Me faltan informaciones y documentos de Rusia, de China y de otros países en donde reinan los déspotas y dictadores. Me faltan las filtraciones de documentos de organizaciones terroristas y bandas criminales. Es posible que Julian Assange y sus “colaboradores” piensen que con tales publicaciones sus vidas estarían expuestas a peligros mayores.

Por otra parte no creo que la absoluta libertad propagada por Wikileaks y sus oscuras fuentes de información contribuyan a que crezca efectivamente la libertad en nuestra sociedad. Si los gobiernos y demás ciudadanos se sienten con el derecho a saber todo de todos, a saber todo de mí, ¿a dónde queda la libertad de cada uno, a dónde queda mi libertad? Me parece más bien una anarquía muy propia de un mundo que vive sin valores. Hoy vale todo. Yo, por mi parte, quiero pensar que para admirar la belleza del cuerpo humano no tengo que pasar por la Playa El Muerto en Granada. Temo que con tanto destape y “espectáculo” se me quitarían hasta las ganas de alabar al Creador por la maravilla de sus criaturas.