sábado, 28 de enero de 2012

Las rebajas de enero


Dicen que el amor encierra en sí mismo una fuerza asemejadora incuestionable. Me refiero al amor de los esposos. Yo también lo creo así. Pero en mi caso, y a pesar de los muchos años de nuestro matrimonio, y consecuentemente de nuestro amor, sigue habiendo cosas y casos en los que parece, que mi esposa y yo no le dimos opción alguna a esa fuerza secreta del amor. Seguimos siendo distintos, aunque nos parecemos, eso sí, en la paciencia con que abordamos las distintas situaciones de nuestra disconformidad.

Veamos, por ejemplo, el tema de las compras. Aquello de pasear por los pasillos del supermercado observando los distintos productos para decidir lo que se necesita para la semana, desborda toda mi capacidad masculina de administrador y gerente formado en la escuela alemana del pensar y decidir. A la entrada del “super” tengo claro las tres cosas que necesito, las compro, pago y salgo sin mirar ni a derecha ni a izquierda. Y si me detengo alguna vez, es para observar cómo los especialistas de “marketing” han preparado su mensaje con el fin de que el cliente compre lo que ellos ofrecen, aunque no lo necesite. Con lo cual estoy analizando y criticando, y no comprando, dice mi mujer.

Ah, pero otra cosa son las compras en el mes de enero de cada año. El argumento de las rebajas es tan fuerte, que no podemos dejar de comprar. Y como ya lo sabemos, dejamos sin adquirir en los meses que preceden a fin de año algunas prendas personales que son necesarias, pero que pueden esperar a una mejor oportunidad. Por ejemplo, el traje, el abrigo o el anorak o chaquetón. Hace años que intento posponer el cambio, pero este año tocaba estrenar un nuevo anorak. Después de escaquearme varios días, tuve que complacer a mi esposa, y una tarde salimos juntos a comprar.

La elección del lugar de la compra fue fácil. Para mí contaba la cercanía a nuestra casa y para mi mujer la variedad de oportunidades y ofertas. Así que pronto nos encontramos en una galería comercial repleta de tiendas y marcas modernísimas que son el delirio de cualquier jovencita, y mujer, con tiempo y ganas de divertirse buscando “no-sé-que-cosa” en las rebajas de enero. Yo sí lo sabía, quería comprarme un anorak. Me di cuenta de lo que nos separa en este ámbito de la vida, porque en nuestro recorrido yo siempre iba cinco o seis metros delante de mi mujer buscando la prenda necesitada; ella me pedía que no tuviera tanta prisa, que así no se compra.

Al final, y ya cansados de buscar, mi mujer entró en una tienda de prendas juveniles en la que los colores y la música del ambiente me aconsejaron esperar fuera, a la entrada del negocio. Todo mi gozo en un pozo, cuando creía que el paseo se acababa, noté que mi mujer, con una señal, me invitaba a entrar en el recinto. Para más detalles, contaré que una de las vendedoras me ofreció al entrar un vale de diez euros, que podría deducir aquel día del precio de cualquier compra que hiciera de la marca en cuestión. Marca muy diferente a las demás, tan ‘desigual’ que escriben la letra ese de su nombre al revés. Observé las prendas de su oferta y me llamaron la atención, por ejemplo, los pantalones para hombres, a los que el sastre o diseñador le había añadido un triángulo de tela entre las piernas para hacer de la prenda en cuestión algo diferente y bien aireado; yo me imagino que el añadido será una faltriquera entre las rodillas.

Pues mire usted por dónde, allí estaba el anorak que yo necesitaba. Entre el descuento de las rebajas, más los diez euros de la oferta del día, los argumentos de la vendedora y de mi esposa, unidos a mi cansancio, consiguieron que lo comprara. Después de varias pruebas y razonamientos me convencí de que había hecho una buena compra. ¡Ya tenía nuevo anorak y ya podíamos regresar a casa!

Mi mujer me aseguró que la prenda adquirida me hacía más joven. No sé si por el brillo del tejido, por las formas o por el ruidito que acompaña al movimiento de los brazos. El caso es que a la mañana siguiente me lo puse para salir de casa. Mi perro, que todas las mañanas me saluda con los movimientos de su cola y su alegría canina, estuvo a punto de un ataque de nervios: al verme, comenzó a ladrarme con tal agresividad que temí por mi vida. Tuve que regresar a casa, colgar mi reluciente prenda de abrigo y enfundarme el anorak descolorido y viejo que quería tirar, y fue así cómo conseguí amansar a la fiera.

Lo ocurrido me hizo pensar. Es posible que a mi perro le estorbara el lugar de fabricación de la prenda, la República china, o que temiera que la cogiera cariño y la fuerza asemejadora del amor hiciera mella en mis ojos, alargándolos horizontalmente, con lo que el animal no podía estar de acuerdo. Lo cierto es que para no enfadarlo más, me acerqué al día siguiente a mi “tienda de siempre” y encontré a un precio algo superior, pero también con rebaja de precio, el anorak apropiado. Aseguro que mi perro, al verme después, ni se inmutó. Todo estaba bajo control, su dueño seguía siendo tan tradicional como lo había sido siempre. Hasta el año que viene.

viernes, 20 de enero de 2012

¿Y adónde está el padre?


Tengo sobre mi mesa la noticia del informe que el Instituto Nacional de Estadística de España ha publicado en los últimos días. Se trata de los datos consolidados del movimiento natural de población en nuestro país en el año pasado, en el que se afirma la “continua tendencia creciente” del número de nacidos de madre soltera en la España de mis dolores. Son más del 34% del total de nacimientos, cerca de un 8% más que hace cinco años. Me consuela pensar que todavía no hemos llegado al 40% de otros países “más modernos y adelantados” que nosotros, como Estados Unidos. Aun que ya pronostican que también lo conseguiremos.

Pareciera que hubieran publicado la noticia justo en estos días para mí, para complementar mis lecturas habituales. El libro que estoy leyendo en las últimas semanas contiene el texto de una Jornada Pedagógica para educadores y sacerdotes que uno de los profetas de nuestro tiempo, el sacerdote alemán Padre José Kentenich, dirigiera y dictara en Alemania justo cinco años antes de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial y con ella la ausencia obligada de millones de hombres – de padres – de sus hogares. Como auténtico profeta, lo veía venir. También él lo experimentó en su propia carne, la ausencia del padre en su niñez.

¿Qué será de esos hijos? me pregunto yo, y recuerdo una afirmación del profeta mencionado, cuando se refería a la tragedia que viviría Europa si a la hegemonía del varón de siglos pasados – patriarcado – le sucediera la hegemonía de la mujer, el matriarcado, y la consecuencia práctica de tales hechos, lo que él denominaba la “mescolanza de los sexos”: “¿Qué dice la psicología de la cultura? Se nos dice que esta mescolanza de sexos ha sido para la cultura occidental más peligrosa que la guerra que perdimos. ¿Será cierto? ¿Que toda la guerra perdida? ¡Cuántas consecuencias acarreó toda esa guerra perdida! ¡Y sin embargo a esta mescolanza de sexos se le atribuyen secuelas más graves!” Tengo que decir que se estaba refiriendo a las consecuencias de la primera guerra mundial. La segunda estaba por llegar, y sus consecuencias también. Hoy las tenemos ya en España; véase el informe de su Instituto Nacional de Estadística.

Puedo asegurar que sé de lo que él estaba hablando. En las veladas de nuestro matrimonio me ha contado mi mujer lo que para ella significó la ausencia del padre en los primeros años de su niñez (el padre estuvo en el frente como los otros hombres alemanes), y la diferencia que experimentó cuando su padre, escapando de los rusos al final de la guerra, se encontró con ellas, con su esposa e hija, y los tres pudieron iniciar la reconstrucción de sus vidas.

Como ocurrió a tantos otros profetas, sus contemporáneos no le hicieron caso, incluso los maltrataron y apedrearon. Al Padre Kentenich le tocó vivir varios años en el Campo de Concentración de Dachau, y lo que fue peor, un exilio decretado por los estamentos jurídicos de su propia Iglesia.

Mi mujer y yo tuvimos la suerte de encontrarnos con ese profeta y con los hijos del mismo. Somos, entre otros muchos, un grupo de matrimonios dispersos por el mundo, que al saber de esa profecía asumimos la tarea de llevar a la práctica el remedio que el mismo profeta daba para superar la “mescolanza de los sexos”, o el bandazo que ha supuesto la trágica alternativa entre la hegemonía del varón y la hegemonía de la mujer. Ni el varón es la medida, ni la mujer puede imponer su línea.

En aquellas conferencias del año 1934, comentando un libro de un autor alemán, Eberz, titulado “Aurora y ocaso de la era masculina”, nos daba la receta para superar el dilema: “Tendríamos un incomparable factor de saneamiento para la cultura de occidente si lográsemos nuevamente eliminar esa mescolanza de sexos y si consiguiésemos que la naturaleza masculina y femenina en su madurez conformen una auténtica biunidad en la vida práctica y de acuerdo a su orden de ser.” Y para que lo entendieran los más torpes, lo repetía con una figura geométrica: “ …… Pueden representárselo como una elipse, no como un círculo, en cuyo centro no hay un sólo punto sino dos: el ser femenino y el masculino. No hablo de una actividad polar sino de una estructura del ser.” El hombre y la mujer, la madre y el padre mirando al hijo.

En España hemos alcanzado ya la triste cifra del 35% en el número de los nacidos de madre soltera. Sin entrar en el análisis de los casos concretos, pido al cielo que por bien de nuestro país se invierta pronto la tendencia apuntada. Y mientras tanto, miro con esperanza a los más cercanos y me congratulo constatando que ellos están practicando lo de la elipse. Tienen la suerte de contar en el trazado de sus vidas con los dos centros o focos  de la curva, que son la madre y el padre. Les deseo que en las tensiones propias del quehacer diario se cumpla siempre la ley geométrica de la elipse: la suma de las dos distancias entre los focos y los puntos de la línea exterior es siempre constante. A buen entendedor pocas palabras bastan.

martes, 17 de enero de 2012

Los ladridos de mi perro

Había terminado de desayunar y estaba leyendo las últimas noticias de la prensa del día. Al principio pensé que mi perro ladraba a alguna persona que a esa hora temprana paseaba por los alrededores de mi casa. Pero como los ladridos no cesaban, me acerqué a la terraza para ver lo que ocurría. Nuestro perro es joven, parece que está en la adolescencia. A menudo no entiendo los motivos de sus ladridos, que, por otra parte, son frecuentes. Pienso que ladra a todo y por todo, o también, que intenta provocar mi atención para que me entretenga con él.

Aunque en esta ocasión no iba conmigo, pues parecía ser otro el que lo estaba entreteniendo. Al borde de mi estanque, en el jardín, ladraba furiosamente y sin pausa, mirando con ojos enfadados y largos dientes a la superficie helada que cubre el agua, en donde pasan el invierno mis carpas y carpines dorados. Durante las últimas semanas, el frío que reina en estas alturas serranas cercanas a Madrid ha formado una placa de hielo brillante y transparente, en la que se reflejan durante el día el sol y las ramas de los arbustos y abetos cercanos, y en donde se miran al espejo los pájaros del jardín.

Tardé algo en captarlo, pero al final lo comprendí: a esa hora de la mañana era su propio rostro canino, enfadado y furioso, el que se reflejaba en el pulido espejo del estanque y al que ladraba sin cesar. No eran mis peces los causantes del enfado, sino un perro “extraño”, también negro y ladrador,  un intruso, que intentaba entrar en la parcela propiedad de mi joven y escandaloso guardián. La escena tenía su propio encanto y no pasó desapercibida en el entorno: una pareja de pájaros carboneros que anida cerca y la vecina parejita de petirrojos, todos ellos visitantes asiduos del lugar, admiraban fascinados desde las ramas cercanas a nuestro amigo el ladrador, mientras que las urracas callaban, excepcionalmente en esta ocasión, porque para armar escándalo, se dirían, con uno o con los dos de allá abajo en el estanque bastaba.

Me costó callarlo, pero debí hacerlo pensando en mi vecino, que llega tarde a casa y suele dormir hasta entrada ya la mañana. Tuve que acercarme al estanque para que desapareciera el intruso y mi perro, por fin, se callara. Son los regalos y sorpresas que uno tiene al vivir en el campo.

Al reanudar la lectura de las noticias del día, me sentí aturdido por otra sesión de voces y titulares que me parecieron en ese momento una continuación de los ladridos que acababa de silenciar. Desde hace meses los titulares y noticias de los periódicos parecen estar dictados por misteriosos poderes económicos que desde sus castillos y ‘rascacielos’ lejanos apabullan diariamente al común de los mortales. Es una jerga incomprensible que los periodistas repiten sin cesar, pero que ni ellos mismos la entienden – creo yo. Como mi perro esta mañana.

Valga, como muestra, una enumeración de lo que mis amigos los periodistas ofrecían esa mañana en primera plana y que yo pacientemente me tragué: “Nuevo zarpazo de Standar & Poor’s a la estabilidad económica”, “AAA, las tres letras que suenan como un revés para Sarkozy”, “Merkel dice: ‘Queda un largo camino para restablecer la confianza de los inversores’”, “El BCE sobre la rebaja de la nota: ‘S&P nos ha dado un golpe arrollador”, “El primer ministro francés no descarta nuevos recortes tras la rebaja de la nota”, “S&P rebaja en dos escalones la nota crediticia de España”,  “La ‘Rating-Agentur’ retira la mejor nota al fondo de rescate europeo”, “La Comisión Europea considera aberrante la rebaja de S&P”, “Astutos contables desvían la deuda de las Comunidades Autónomas de España: miles de empresas públicas, creadas en los últimos años, acumulan deudas millonarias”, “El Casino de Cantabria y una empresa de conservas de carnes en Baleares, ejemplos del denominado ‘interés público’ de estos entes”, “España está en recesión”.

Agotado de tanta historia y sin entender la mayoría de estos ‘ladridos’ – mejor dicho, titulares – decido dar carpetazo a la información nacional e internacional en ese día, y salir al jardín a reconciliarme con mi perro. Antes de irme con él al campo, paso por el filo del estanque y le invito a mirarse en el espejo helado de sus aguas. Su mirada ya no es agresiva; como si temiera que fuera yo ahora el que comenzara a ladrar, intenta con los movimientos de su cola decirme, que olvide el graznido de la urracas y busque en el verde de los árboles los diminutos carboneros y petirrojos que anhelan y sueñan con la primavera próxima. Agradecido, me abrigo y salimos al campo. El paseo de esa mañana se convierte en una larga y entretenida caminata. Y puedo asegurar, que durante todo el recorrido no se escuchó ladrar a nadie. Gracias a Dios.

sábado, 7 de enero de 2012

Mi álbum de fotos


Como hacen muchas otras familias de nuestro entorno, nos reunimos en casa con los hijos y nietos para celebrar la Noche Buena en familia. Es una tradición hermosa, con muchos elementos del ámbito cultural alemán, que se ha mantenido en el tiempo a pesar de viajes y ausencias prolongadas. Las esposas de nuestros hijos han ido aportando elementos nuevos a la mesa familiar y con ello han enriquecido la intimidad de la fiesta. El mundo eslavo y el ibérico tienen sus expresiones en el transcurso de la noche. Todos acuden con gusto, año tras año, para cenar juntos y cantar los villancicos a la luz del árbol que alumbra las escenas de nuestro clásico portal de Belén. Es la noche de la alegría y de los regalos, en la que celebramos juntos la venida de Jesús de Nazaret a nuestro mundo.

Entre las costumbres de esa velada está la foto familiar. Hay un rito en las posturas y lugares que hace fácil captar la escena. Estamos todos, en este año también. Las técnicas modernas de archivo digital ayudan en la tarea de guardar y catalogar las imágenes. Al trasladar las fotos de esta Navidad al disco duro de mi ordenador caí en la tentación de comparar lo captado la otra noche con las fotos de años pasados. Nuestros nietos han crecido, las dos nietas mayores cumplieron hace pocos meses sus dieciocho años.

La belleza de los dos jovencitas, vestidas con sus mejores y más elegantes vestidos, como la fiesta lo exige, me ha cautivado. Ya no son las niñas de antaño, las que se sentaban sobre las rodillas del abuelo y miraban al objetivo de la cámara esperando que saliera de la cámara no sé qué hada de un cuento infantil. Se han hecho mayores, sus ojos brillan de otra forma, son como un espejo en el que se adivinan sus sueños juveniles y la lozanía de su recién estrenada esperanza. El abuelo se ha puesto de pie y ellas tienen su propio y destacado lugar en la escena. El reflejo de su belleza juvenil alumbra la escena toda. En el silencio de mi atalaya interior me digo: “de casta le viene al galgo” – ¿será para consolarme? –, y pulso tranquilo mi “ratón” para pasar página y ver la siguiente imagen, no sin antes desear que el Buen Dios las mantenga durante mucho tiempo en esa belleza y alegría juveniles.

Observando las fotos se me ha ocurrido pensar en los vasos comunicantes: en la fortaleza y esplendor de mis hijos y nietos hoy, veo resplandecer la sabia que nos dio fuerza en el ayer de nuestra existencia. Me acordé también de aquel bellísimo Salmo que habla de una vejez que sigue trayendo frutos vigorosos y verdes. Son mis hijos y los hijos de mis hijos. “El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.” (Salmo 92:12-15). No cabe duda que aunque nosotros los abuelos vayamos dejando el primer plano a los más jóvenes, ellos nos siguen queriendo y admirando como corresponde a un buen nacido. Ese cariño no ha cambiado con el pasar de los años, las fotos de mi álbum digital dan testimonio de ello.

Antes de cerrar las páginas de mis recuerdos, me fijé en otras fotografías de amigos y conocidos. Constato que algunos de ellos ya no están entre nosotros. Nos dejaron el año pasado, después de haber escrito con nosotros parte de la historia de nuestra vida. Es el paso del tiempo que va dejando sus huellas en el corazón de cada uno y en el archivo digital de mi computadora. Y como no quiero comenzar el año con la tristeza de lo pasado, vuelvo a la primera página de mis recuerdos, y recreándome en la belleza de mis dos nietas mayores doy gracias a Dios, y me digo aquel proverbio conocido: “La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez”. Y para subrayar mi autoestima agradezco a Job su pensamiento: “En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia”. ¿Será esto verdad, o se habrá equivocado el viejo de Job?