viernes, 30 de julio de 2010

El Libro de Familia

En la última cena familiar mencioné, sin muchas explicaciones, que tenía la intención de convocar en breve un “día de luto familiar”. No es que alguien de mi familia haya fallecido, sino que intuyo y temo que la familia misma está a punto de desaparecer en nuestra sociedad. No hablo de nuestra familia, pues la Divina Providencia nos “acarició” con todos y cada uno de los miembros de la misma, con los hijos y con los hijos de nuestros hijos y de sus encantadoras esposas. Uno de mis nietos quiso saber algo más, y le invité a que leyera mi próximo aporte al Blog “Desde mi atardecer”.

Las decisiones políticas de los últimos días en España me hacen recordar una vez más la célebre Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebrada en Pekín en el año 1995. La esposa de un matrimonio amigo, que fue miembro del grupo representante del Vaticano en Pekín, nos comentó a su regreso que los diversos “lobbies” presentes en la conferencia consiguieron imponer a los países miembros de la ONU el compromiso de incorporar la “perspectiva de género” en todas sus políticas y medidas legislativas. La oposición del Vaticano no sirvió para nada.

El gobierno español de R. Zapatero ha sido un discípulo aplicado y eficiente de los “lobbies” mencionados. La ideología de género se ha introducido en el ordenamiento jurídico español, llevando a una peligrosa subversión de los valores, sin que el español de la calle se entere y reaccione. El resultado de esta política es nefasto, incluso en aquellas áreas en donde sus autores muestran aparentemente un mayor interés, por ejemplo en la violencia de género. Las cifras lo revelan, en España son cada vez más escandalosas. El feminismo de género no construye, sino que destruye.

Veamos lo que ocurre con la familia. Uno de los objetivos de estos políticos es acabar con la misma, a la que consideran “la principal fuente de opresión de la mujer”. Diversas leyes de este gobierno, como la que modificó el Código civil en materia de derecho a contraer matrimonio para dar cabida a las uniones homosexuales (2005), o aquella otra que regula el divorcio unilateral y sin causa (2005), así como la referida a las técnicas de reproducción humana asistida del año 2006 y la tristemente célebre Ley Orgánica de Salud Sexual y Reproductiva publicada hace unos días en el Boletín Oficial del Estado, muestran la tozudez y eficacia con que el gobierno socialista, ayudado por los grupos minoritarios y más reaccionarios de la cámara, está transformando el tradicional Derecho de Familia, la cual ya no es objeto de protección alguna en nuestro país. Al contrario, la ley, sin tener en cuenta el derecho natural, decide qué es el matrimonio, que es la paternidad y la maternidad. Autores especializados en la materia destacan cómo en los textos jurídicos internacionales los términos “maternidad” y “procreación” están siendo sustituidos por el de “trabajo reproductivo”. Es una perla más de este trabajo de ingeniería social al que estamos asistiendo, a veces sin siquiera parpadear.

Antes de irse de vacaciones el gobierno de R. Zapatero nos ha dejado sobre la mesa una perla más, a simple vista de poca trascendencia, pero de un valor simbólico extraordinario. La abolición de los símbolos en la vida diaria es una señal trágica de nuestro tiempo, especialmente en nuestra querida España. El célebre “Libro de Familia”, vigente en España desde el año 1957, desaparece y será sustituido en el Registro Civil por una “ficha personal única”, en la cual constará todo el historial civil del individuo, con lo cual el nuevo registro pasa a ser un registro de personas y no de hechos. Todo ello, revestido de una modernidad aplastante y, eso sí, a consultar en una base de datos de Internet.

Cada hijo de vecina recibirá al nacer un “CPC” (Código Personal de Ciudadanía) que lo identificará ante propios y extraños, sin necesidad de saber si tiene familia o no la tiene, que eso para los gobernantes de turno no importa ni es relevante. No sé, ni me interesa saber, cuál será o es mi “CPC”. Ya pasé los setenta y tengo bastante con el DNI, ahora DNIe (Documento Nacional de Identidad electrónico), que dispone de un “chip” con mis datos personales, incluyendo posiblemente hasta el color de mis ojos.

Al leer la noticia de la próxima abolición del Libro de Familia me fui a la estantería, lo tomé en mis manos y lo admiré. Al leerlo me alegré de constatar que la familia iniciada con nuestro matrimonio en el año 1964 fue registrada a mano, con tinta y una caligrafía excelente por el encargado del servicio del Registro Civil del Consulado General de España en Düsseldorf/Alemania. El “Libro” me costó 20 pesetas de las de entonces, de las de “quince por un marco”. Después de los últimos acontecimientos lo pondré en una caja de madera y cristal, que colocaré – con el permiso de mi esposa - en nuestro salón, para que lo puedan contemplar las próximas generaciones de mi familia. Así me ahorraré la polémica convocatoria del sugerido “día de luto familiar”, con la que mis nietos mayores no estaban muy de acuerdo.

viernes, 23 de julio de 2010

La cena

Trescientas cuarenta y cinco velas encendidas formaban parte del bello y escogido decorado con el que se presentaban al invitado las más de cien mesas esparcidas por la enorme sala de las Jura-Hallen en la ciudad de Neumarkt en Baviera, en la noche del viernes 16 de julio. Un escenario único e inolvidable. Manos delicadas y corazones abiertos habían preparado el lugar. La dirección de la empresa DEHN + SÖHNE había invitado a todos sus empleados a celebrar con los miembros de la familia Dehn los cien años de la fundación de esta empresa singular. El consejo de administración invitó también a los antiguos colaboradores y a una decena de amigos escogidos, entre los cuales estábamos mi mujer y yo. Éramos más de mil trescientos comensales los que nos encontramos aquella noche para cenar en familia. Una cena entrañable, para no olvidar.

Tengo un amigo, que al hablar y escribir del cielo se lo imagina como una apacible y hermosa cena, en donde verá otra vez a sus seres queridos y charlará con ellos, en cuya mesa comerán y beberán juntos, y en donde “todos descansaremos de nosotros mismos, de la fatiga diaria, y en donde bendeciremos lo que somos, haber trabajado, sufrido, amado, llorado; bendeciremos nuestras penas, y los sufrimientos serán ‘como no sidos’.”
Una cena en familia, con los amigos más íntimos, con los que construimos nuestro día a día, también nuestra cotidianidad profesional y empresarial, y con los que compartimos nuestros recuerdos.

En la mesa que nos tocó ocupar la noche del viernes pasado acompañaban a nuestro amigo, el nieto del fundador y director general del grupo de empresas, su adorable esposa, el alcalde de la localidad con su consejero, dos antiguos directores de la empresa con sus esposas y los primeros y más importantes colaboradores del grupo en el extranjero. Los iniciadores de las actividades en Dinamarca, Italia y España levantamos nuestras copas esa noche, agradeciendo el haber trabajado y sufrido juntos, y alegrándonos de que nuestros esfuerzos hoy ya son “como no sidos”. Al menos para mí y para aquellos que como yo, que hoy, al no estar activos en la profesión, vemos “los toros desde la barrera”.

Conocí a mi amigo T. Dehn, el nieto del fundador de la empresa, hace ya muchos años en una feria de Hannover. Una instalación eléctrica importante para el funcionamiento del faro del cabo de Palos en la Manga del Mar Menor había sido dañada por los efectos de un rayo. La electrónica que gobernaba el equipo había sido destruida en su totalidad. Tenía la responsabilidad de buscar una solución técnica para proteger nuestros equipos de los rayos y sus efectos. La busqué en Alemania, la encontré, pero además me encontré con un amigo.

Son los miembros de la familia Dehn unos alemanes con unas características especiales. La historia de su empresa y el éxito de la misma lo atestiguan. Como buenos alemanes son trabajadores, organizados, efectivos, abiertos a la innovación y constantes en la ejecución. Pero tienen además algo que otros muchos paisanos suyos no tienen; poseen una apertura excepcional ante la forma de pensar del extranjero, una “humildad” ante aquel que se les acerca, que los hace excepcionales en su vida y en su obra. Han sabido ser lo que son y han sabido incorporar a su obra lo bueno de los que nos acercamos a ellos. Valoran y quieren al extranjero amigo. Así es hoy con mi amigo el nieto del fundador y así fue en toda la historia de su empresa, desde que su abuelo Hans Dehn registró ante el magistrado de la ciudad de Nürenberg una pequeña industria de instalaciones eléctricas en el año 1910.

Cuando recuerdo que la luz del faro del cabo de Palos ilumina intermitentemente a los navegantes de la costa mediterránea o cuando sé que las campanas de la catedral de San Basilio en la Plaza Roja de Moscú anuncian las horas a los moscovitas sin problemas, o cuando como pasajero de un avión aterrizo sin problemas en Barajas, en medio de una tormenta con rayos y truenos, agradezco a las diversas generaciones de la familia Dehn su tesón y empeño por ofrecer la seguridad eléctrica que requieren estas instalaciones de nuestro cotidiano vivir.

Durante la cena festiva del viernes comimos y bebimos juntos, bailamos y nos alegramos por lo hecho y recibido. Entre los diversos platos del menú, y mientras que la joven orquesta de la Escuela Oficial de Música de Neumarkt nos entretenía con conocidas melodías, pudimos charlar con nuestros vecinos de mesa y con otros muchos conocidos que nos saludaban y preguntaban por los hijos, los nietos y por la vida que ahora nos toca vivir. No faltaron las felicitaciones por la copa ganada por España en el mundial de futbol. En estos días es agradable para un español pasear por las calles y terrazas de Alemania. Y más aún, cenar con unos amigos de esta categoría.

lunes, 19 de julio de 2010

Campo de concentración

Acabamos de visitar el campo de concentración de Dachau en el sur de Alemania. Me dicen que este lugar es una de las tres atracciones turísticas más importantes de Baviera. Las otras dos son el castillo de Neuschwanstein y las fiestas de octubre (la fiesta de la cerveza) en Munich. Más de ochocientos mil visitantes recorren al año el museo, las barracas, los crematorios y la explanada de este “campo” de exterminio de las ‘SS’ alemanas, que las autoridades locales y otras instituciones mantienen con esmero y mucho dinero para presentarlo a los alemanes y a los miles de curiosos de otros paises que lo visitan a diario. La entrada es gratis.

Cuando mi mujer y yo llegamos a Dachau pudimos constatar que el aparcamiento del “campo” estaba repleto de autobuses. La mayoría de estos vehículos habían traido a clases enteras de escolares procedentes de los institutos y colegios de toda la región. Me detuve ante un grupo de estudiantes – entre 13 y 15 años – y les pregunté el motivo de su visita a este lugar. Los del grupo me miraron extrañados por la pregunta, y después de algunas sonrisas y encogidas de hombros, uno del grupo me dijo que venían de excursión con toda la clase y que lo organizaba el instituto. Yo les dije que si no había un lugar más entretenido para una excursión escolar, a lo que uno de los más abiertos del grupo me aclaró que si venían a este lugar era para “conocer lo que Hitler había montado hace años en Alemania”. Después supe que los planes de estudio de las escuelas de Baviera incluyen una visita obligada y guiada por profesores a este lugar de locos y asesinos endemoniados. Más de 200.000 presos en los años de la segunda guerra mundial y más de treinta mil muertos registrados en el archivo del “campo” son sólo una muestra del horror de estas instalaciones.

Está claro que la generación que vivió de cerca estos hechos no quiere que las nuevas generaciones alemanas olviden el genocidio y las atrocidades cometidas por las SS en aquel tiempo. Hay además muchas fundaciones judías, americanas y de otras procedencias que están implicadas directa y activamente en el mantenimiento y “promoción” de este campo de concentración. Pudimos ver entre los visitantes a turistas, muchos de ellos americanos, quizá amigos o familiares de aquellos soldados que liberaron el “campo” al finalizar la guerra, que escuchando aparatos electrónicos a modo de guías turísticos invisibles se paraban ante las alambradas, las cámaras de gas y los restos de las barracas donde los presos vivieron el infierno de Dachau.

Pensé que algunos de ellos vendrían de admirar el castillo de Neuschwanstein que el rey Luwig II de Baviera construyó en el año 1869 o de saborear las cervezas alemanas en los restaurantes y cervecerías de Munich. No tuve más remedio que pensar en nuestra generación, la del hombre “televisivo”, que hoy disfruta con una película romántica, mañana vibra con una serie de terror y la mayoría de los días descansa del agobio diario viendo tranquilamente los asesinatos que presenta la pequeña pantalla en sus “crimis” semanales. ¿Qué tendrá de atractivo una cámara de gas de las SS alemanas para que los turistas de todo el mundo vengan a verlas? Podrá ser, y ojalá lo sea, que nunca más se construyan en nuestro mundo tales herramientas y lugares de perversión y muerte. Entonces habrá valido la pena este turismo tan especial.

Mi amigo el lector me preguntará, con razón, en qué grupo de visitantes estábamos mi mujer y yo. Entre las ochocientas mil personas que anualmente visitan este lugar hay un pequeño grupo de alemanes y extranjeros de toda Europa y de América que acuden a Dachau, al menos una vez en su vida, para dar gracias a Dios y celebrar a unos hombres, prisioneros de las SS, que sufrieron la persecución nazi por oponerse públicamente al poder establecido, y que por ello estuvieron internados durante varios años en las barracas de prisioneros de este campo. Fue un sacerdote católico y un político miembro del Partido de Centro alemán, que tuvieron la osadía de fundar en aquel lugar de locos y asesinos una comunidad de familias cristianas llamadas a ser el fermento de un nuevo orden social de la postguerra en Europa y más allá. El acto de fundación lo hicieron ‘escondidos’ en la barraca número 14 del “campo”, el día 16 de julio de 1942, a las 16 horas de la tarde. Sus nombres, José Kentenich y Fritz Kühr, quedaron grabados para toda la eternidad en las paredes y piedras del campo de concentración de Dachau y en los corazones de aquellas personas que supieron de esa “locura”, y que hoy forman parte de la comunidad que entonces surgió a la vida. Entre ellos nos contamos mi mujer y yo. Por eso estábamos en Dachau en la víspera del 16 de julio.

viernes, 9 de julio de 2010

Maestro de vida y padre

Fue el viernes 20 de septiembre, corría el año 1985. Mi mujer y yo habíamos llegado un par de días antes a Roma y nos encontrábamos, junto con otras muchas personas, en el Aula Pablo VI, a la sombra de la Basílica de San Pedro, escuchando las palabras que Juan Pablo II dirigía a la audiencia allí presente. Éramos todos miembros y amigos del Movimiento internacional de Schoenstatt, y nos habíamos reunido con el Papa para conmemorar el centenario del nacimiento del Padre Fundador. Las palabras de Juan Pablo II vuelven una y otra vez a mi pensamiento: “La experiencia secular de la Iglesia nos enseña que la íntima adhesión espiritual a la persona del fundador y la fidelidad a su misión son fuente de vida para la propia fundación y para todo el Pueblo de Dios …… el carisma de los fundadores se revela como una experiencia del Espíritu, que es transmitida a los propios discípulos para que ellos la vivan, custodien, profundicen y desarrollen constantemente en comunión y para bien de toda la Iglesia.”

El Papa se refería al Padre José Kentenich, sacerdote alemán y fundador del Movimiento citado. Ayer, día 8 de julio del 2010, se cumplieron cien años de su ordenación sacerdotal en la ciudad de Limburgo/Alemania. Esta efeméride se celebra en todo el mundo con diversos actos y liturgias. Yo lo celebro a mi manera: quiero desvelar a mis amigos mi primer encuentro con este “jefe profético”, sacerdote y director espiritual, fundador, y sobre todo, profeta e intérprete del tiempo en que me ha tocado vivir. Cuando oí hablar por primera vez de él, habían pasado algunos años de su fallecimiento. Murió el 15 de septiembre de 1968. Debido a esta circunstancia no llegué a conocerlo en vida, pero sí tuve, pasado un tiempo, un “encuentro” personal con él, encuentro entrañable y definitivo que cambió mi vida.

Es sabido que mi familia, abuelos y padres, fueron católicos practicantes y me enseñaron a vivir la vida diaria desde la fe en Jesucristo y bajo el cuidado amoroso del Dios Providente. Conocí también desde niño la protección y ayuda de María, la Madre de Jesús y madre nuestra. Los primeros formadores de mi niñez y juventud, los Padres Escolapios, cuyos colegios e internados me albergaron, supieron hacer crecer en mí el amor a la Santísima Virgen. Cuando la vida me llevó a cortar el “cordón umbilical” con la familia y el mundo escolar, y conocí a mi futura esposa, constaté que ella participaba también de mis mismos amores, con lo que el “salto” a la edad madura fue, en este ámbito, bastante sencillo.

Pertrechado con esos regalos de mi pasado afronté (y sigo afrontando), con todos los de mi generación, un cambio de época importante. Un nuevo orden mundial se está abriendo paso, y yo he sido a la vez testigo y protagonista de este cambio tan profundo, que aún hoy experimentamos y “construimos” cada día. Sin entrar en un análisis pormenorizado del cambio, sí quiero destacar algo que me parece bastante relevante: las tormentas de los últimos años están trayendo consigo tiempos totalmente desarraigados, en los que hemos perdido el “hogar”, andando por la vida en solitario, sin vínculos que nos protejan. Por todas partes se hace presente una angustiosa orfandad, y todos vivimos inmersos en una sociedad y cultura mecanicista, en donde se separa la idea de la vida, la fe de la vida, la naturaleza y la gracia, Dios y las creaturas. Y lo más triste de todo, no se tiene ya capacidad de amar, de amar de verdad, con fidelidad eterna y sin poner condiciones. El mecanicismo reinante ha dañado seriamente el “modo de amar” del hombre moderno. Y como soy hijo de mi tiempo, el bacilo mecanicista se hizo presente en mi vida, mi capacidad de amar, “de verdad” y orgánicamente, estuvo en serio peligro hasta que llegó el día del “encuentro” con él, con el profeta.

En todos los cambios de época seculares Dios ha hecho surgir hombres y mujeres excepcionales. Antiguamente los llamaban profetas, más tarde los conocimos como santos y “fundadores”. Recuerdo algunos de los más conocidos: Juan Bautista, Benito de Nursia, Francisco de Asís, Catalina de Siena, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús y tantos otros. Todos ellos tuvieron la misma suerte: vivir en sus propias vidas, experimentar en sus propias carnes, los problemas y desafíos de su época. Y una cosa más, todos ellos escucharon en algún momento de su existencia aquella palabra que Dios dirigió al profeta Isaías: ‘antes de haber sido formado en el seno materno te elegí y te llamé por tu nombre: tú eres mío’.

El Padre José Kentenich también escuchó esta palabra. Fue en medio de su lucha personal por superar su profundo escepticismo juvenil, su idealismo exagerado, su individualismo y su sobrenaturalismo unilateral. Su ordenación sacerdotal, hace ahora cien años, y la práctica pastoral de sus primeros años de sacerdote le llevaron, con la mirada y el corazón puestos en María, su Madre y Señora, a superar la crisis mencionada y con ello a ser Padre y Maestro de muchos, de sacerdotes, de consagrados y laicos, de comunidades y generaciones diversas, Fundador de un vasto Movimiento para la Iglesia del tercer milenio.

¿Y el “encuentro”? Fue en una conferencia. La ponente, mujer delicada, amable y sonriente, nos habló del Padre Kentenich. Nos relató algunos pasajes de su vida e intentó explicar la forma y manera que el Fundador y sus hijos tenían para superar el drama de la vida moderna. Sus palabras y gestos me hicieron comprender aquella manera de pensar sencilla que ve siempre a la naturaleza y la gracia como un todo, que solo conoce una forma de amar. Lo llaman ‘amor orgánico’. Aquella noche se lo conté a mi mujer, y los dos conocimos, en la plenitud de nuestro amor, el verdadero AMOR de Dios, la esencia del amor Trinitario.

Gracias, MAESTRO Kentenich, desde entonces eres también mi PADRE José.

viernes, 2 de julio de 2010

¿A quién le rezan los futbolistas en el campo?

Robinho, antiguo jugador del Real Madrid y del Manchester City, acaba de meter el tercer gol del equipo brasileño a su rival de ese día, el equipo de Chile. Corre hacia la esquina del campo con los brazos en alto, y cerca del punto de córner, se hinca de rodillas, junta las manos, mira al cielo y bajando la cabeza comienza a rezar. Los compañeros no le dejan mucho tiempo para rezar, se abalanzan sobre él y todos juntos, en un abrazo lleno de adrenalina, celebran la victoria sobre el rival. Era la tarde del 28 de junio en Johannesburgo, y yo lo vi en mi televisor. Conmigo decenas de millones en todo el mundo.

Un día después, en Ciudad del Cabo, se jugó el partido entre Portugal y España. Un minuto antes de iniciarse el juego, el hasta ahora desafortunado Ronaldo, magnífico jugador del Real Madrid y centrocampista de la selección portuguesa, eleva las manos al cielo, hace un gesto de profundo recogimiento y, supongo, ofrece los noventa minutos del partido al Buen Dios, que no juega al futbol, pero que “hace salir el sol sobre malos y buenos y hace caer la lluvia sobre justos e injustos” como nos relata Mateo en su Evangelio. España ganó y nuestro amigo Cristiano Ronaldo se retiró del campo “destrozado y con una tristeza inimaginable”, según declaró después. Estoy seguro que el Buen Dios, al que se dirigió al principio del partido, le consoló al volver a casa.

Son muchos los jugadores que se santiguan al entrar o al abandonar el campo de juego, otros apuntan con su mano hacia el cielo cuando han metido un gol y a otros se les ha visto con un pequeño rosario en las manos al terminar el partido. Así fue, por ejemplo, con el jugador holandés Sneijder al final del partido entre Holanda y Japón, según comentaba con admiración la 'Gazzetta dello Sport' en Italia.

Yo aplaudo a estos deportistas y quiero unirme a ellos en su alabanza al Buen Dios. Es posible que muchos de nosotros hayamos dado un gran valor en nuestra vida religiosa al conocimiento de los dogmas y verdades, y hayamos descuidado el corazón. En el fondo se trata de la pregunta de siempre: ¿para qué necesitamos a Dios? Es evidente que le necesitamos como apoyo, ayuda y consuelo. La ciencia me puede explicar porqué, por ejemplo, un amigo mío tiene cáncer. Incluso puede suministrar las medicinas para curarlo. Pero la ciencia no le puede quitar a mi amigo el miedo y la angustia, ni puede ayudarle, en el peor de los casos a morir con dignidad. Es Dios, el Buen Dios de Robinho, Ronaldo, Sneijder y tantos otros, el que nos ayuda a superar los miedos y a vivir con esperanza (en el caso de los jugadores, el miedo a la derrota y a las lesiones, y la esperanza de la victoria y la fama).

No estoy de acuerdo con aquellos que piensan que la fe de estos jugadores y deportistas sea primitiva e ingenua. He leído que muchos de ellos pertenecen a iglesias cristianas protestantes que se esfuerzan por sacar a la juventud brasileña de la droga y de la pobreza. Saben que el deportista y especialmente el futbolista se ha convertido en una imagen a imitar. Difícilmente podrían encontrar un instrumento más eficaz para la evangelización de una comunidad. Además, nadie dispone de mejores herramientas para lanzar un mensaje al espacio público e internacional, visto por millones e imitado por muchos.

Viendo a los jugadores con los brazos en alto y la mirada puesta en el cielo en actitud de adoración y súplica, y sabiendo que esos gestos son recogidos por las cámaras de las televisiones de todo el mundo y proyectados en las pantallas gigantes de los estadios, me quedaba una duda razonable: ¿Habrán leído estos jugadores, me preguntaba yo, el capítulo seis del Evangelio de Mateo, aquello de “no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres, ……?”.

El bueno de San Agustín, patrono de mi pueblo, viene en mi ayuda y me recuerda que el Señor no mandó que se ocultasen las obras buenas, sino que prohibió que se pensase solo en la alabanza humana al hacerlas. En su sermón 338 dice: «Si lo hicieran solo para ser alabados, caerían bajo la prohibición del Señor. Guardaos, pues, de buscar ese fruto: el ser vistos por los hombres. Y, sin embargo, manda: «vean vuestras buenas obras» (Mt 5,16). Una cosa es buscar en la buena acción tu propia alabanza, y otra buscar en el bien obrar la alabanza de Dios. Cuando buscas tu alabanza, te has quedado en la alabanza de los hombres; cuando buscas la alabanza de Dios, has adquirido la gloria eterna. Obremos así para no ser vistos por los hombres, es decir, obremos de tal manera que no busquemos la recompensa de la mirada humana. Al contrario, obremos de tal manera que quienes nos vean y nos imiten glorifiquen a Dios.»

Quiero creer que Kaká, Robinho, Sneijder y tantos otros en los campos de futbol siguen con sus acciones el consejo de San Agustín, aunque nunca hayan oído hablar de tal individuo. Con los cuartos de final de este “Mundial” a la vista, me pregunto que quién será el último en rezar. Ojalá que los españoles rezáramos un poco más.