viernes, 19 de agosto de 2011

¡Bienvenido, Santo Padre!


Tengo que agradecer al Santo Padre que una de sus primeras frases al bajar del avión que le ha traído a Madrid haya sido una respuesta a mis preocupaciones de la semana pasada. En su breve discurso en el Aeropuerto de Barajas, Benedicto XVI dijo a los jóvenes entre otras cosas: “Yo vuelvo a decir a los jóvenes, con todas las fuerzas de mi corazón: que nada ni nadie os quite la paz.” Aunque yo no sea de esos jóvenes que llenan estos días las calles de Madrid y de los municipios cercanos, me quiero apropiar de este mensaje y dejar mis preocupaciones por unos días en el olvido. ¡Que nada ni nadie me quite la paz!

Vale la pena salir estos días a dar un paseo por la ciudad. Mi mujer y yo lo hemos hecho en diversas ocasiones, evitando, eso sí, los atascos de tráfico y reuniones multitudinarias a las que no hemos sido llamados. Grupos de jóvenes de diferentes nacionalidades alegran este caluroso verano de la Villa de Madrid. Son miles y miles. Me alegran sus voces, sus pasos y su presencia entre nosotros. Es una alegría sana y auténtica. Ellos nos transmiten en esta Jornada Mundial de la Juventud “un mensaje de esperanza, como una brisa de aire puro y juvenil, con aromas renovadores” y nos regalan una crecida confianza ante el mañana del mundo en que vivimos. Algunas de sus formas y expresiones me son extrañas (¿será la edad?), pero sólo su presencia cerca de nosotros y su peregrinar hasta Madrid son motivo de esperanza.

Una de mis nietas regresó ayer de sus vacaciones en la playa, para estar en estos días cerca del Papa. Ella también me alegra y en sus ojos quiero descubrir la alegría de una juventud que sin saberlo, y a veces con dificultades, está ya construyendo el mañana. Eso sí, nosotros les tenemos que ayudar desde la intimidad de las propias familias a que crezcan y “permanezcan firmes en la fe y a que asuman la bella aventura de anunciarla y testimoniarla abiertamente con su propia vida”. Según Benedicto XVI: “Un testimonio valiente y lleno de amor al hombre hermano, decidido y prudente a la vez, sin ocultar su propia identidad cristiana, en un clima de respetuosa convivencia con otras legítimas opciones y exigiendo al mismo tiempo el debido respeto a las propias”.
Porque las Jornadas Mundiales pasan y el éxito de las mismas residirá en el trabajo paciente de los padres y en el ejemplo que los mismos, también los abuelos, sean capaces de darles en la vida cotidiana.

Tengo la suerte y la gracia de haber recibido con la leche materna mi fe cristiana, católica, apostólica y romana, como se decía antes. Agradezco a mis padres este regalo. Como católico considero al Papa como el sucesor de Pedro, el primero de los apóstoles de Jesús. Veo en este hombre no sólo al Pastor que conduce y anima a su rebaño, sino que, en mi fe, lo considero “el principio y fundamento perpetuo y visible de la unidad de todos los fieles cristianos”, aquel que asume con los obispos la función pastoral dentro de la Iglesia. En esta fe le doy la bienvenida desde mi pequeño rincón cercano a Madrid, porque viene a animar y fortalecer la fe de todos nosotros. Como no soy de los más jóvenes, la televisión me brinda la posibilidad de acompañarle en estos días de su presencia en España. Necesitaremos tiempo para asimilar sus mensajes de estos días. Esperaremos la publicación de los mismos para estudiarlos con detenimiento. Ahora dejaremos que la juventud le aclame y se alegre al paso del “papamóvil” de la Mercedes-Benz. Yo me alegro desde mi salita de estar y admiro a este hombre de ochenta y cuatro años saludando a las masas y sufriendo los calores del verano madrileño.

Durante nuestra estancia en Roma, años pasados, tuvimos la oportunidad de estar con Benedicto XVI en algunas ocasiones. Le gusta la buena música. Algunas orquestas alemanas le han ofrecido en diversas ocasiones magníficos conciertos en el Aula Pablo VI, dentro del Vaticano. En dos ocasiones le acompañamos. Pudimos constatar la alegría que esos momentos culturales le aportan. Es un hombre sencillo pero culto, de una palabra profundamente clara. Sus discursos y entrevistas a los medios son muestra de ello. He leído en estos días un libro que se ha publicado recientemente y que se titula “Nadar contra corriente”. Es una compilación de las entrevistas que ha concedido a algunos medios de comunicación alemanes, franceses e italianos en los últimos años. En las mismas se puede uno acercar a la verdadera personalidad de Benedicto XVI.

Como buen andaluz y granadino me han interesado especialmente sus ideas sobre el Islam, en las que coincido plenamente con él. Muchas de sus otras reflexiones me hacen sentir que yo también estoy “nadando contra corriente”. Son aquellas referidas al relativismo imperante en nuestra sociedad, a la moral sexual, a la homosexualidad, al aborto y a la pederastia. Tiene una visión clara basada en la fuerza de la verdad, valorando lo positivo de todas las posturas, pero discrepando valientemente de muchas de las opiniones de moda. Invito a mis amigos a leer el libro citado, cuya edición ha sido preparada con esmero por José Pedro Manglano, sacerdote, filósofo y profesor de Antropología. Lo podéis encontrar en la Editorial Planeta. Yo lo repaso en estos días entre programa y programa de la televisión.

viernes, 12 de agosto de 2011

Preocupado

Repasando el álbum familiar de fotos, aquel que me inspiró las reflexiones sobre la “memoria histórica” en días pasados, la he visto de nuevo. Vestía de negro. Ella les guardó el luto a todos los hermanos y familiares que marcharon antes. Y fueron muchos, por lo que su vestuario se tiñó temprano de negro, manteniéndolo así hasta que ella misma falleció: era mi tía Rosario. Aquella que se quedó soltera, no sólo para “vestir santos”, sino también para cuidar de hermanos, sobrinos y demás familia, cuidar de todos los que pasamos por aquella casona grande de la Alpujarra granadina, la “casa de Don Cecilio”. Lo que hizo con mucho amor.

Nunca conocí al tal Don Cecilio, pero su casa, en la que vivió la familia de mi padre durante décadas, quedará para siempre en mi recuerdo. En la planta alta estaban el palomar y las trojes. Eran las trojes unos compartimentos construidos en el ático con tabiques de ladrillo de media altura y que se usaban para almacenar cereales, legumbres y frutos secos, y a los que se accedía desde el interior de la casa, y también por un ventanuco situado en la fachada del ático. Además del uso doméstico mencionado, eran las trojes la pesadilla y el lugar de los horrores para nosotros, los sobrinos de poca edad que allí pasábamos los veranos y otras épocas de triste recuerdo por lo precario de la situación en la ciudad.

La tía Rosario era la cabeza de familia, ejercía su oficio con destreza y todos la respetábamos. Tenía, eso sí, su sistema pedagógico especial. Aparte de su cariño y entrega desinteresada con propios y extraños, usaba con los niños a menudo el ardid del miedo para mantenernos a raya cuando subíamos el tono o no queríamos dormir a la hora establecida. Eran las trojes el lugar donde se escondía el célebre “bute”, que nos ponía a los niños la carne de gallina y al que temíamos más que a una vara verde, no sé por qué motivo. Era el “bute” en aquella región algo así como ‘el hombre del saco’, el que de un momento a otro bajaría de las trojes para llevarnos a sitios desconocidos y tremendos, y cuyos pasos todos nosotros, en una ocasión o en otra, habíamos oído por los pasillos y escaleras de la casa. ¡Doy fe! La tía Rosario se encargaba hábilmente de que los oyéramos (¡?).
Incluso Federico García Lorca se refirió en una conferencia al “bute”, al amigo de mi tía, de la siguiente forma: “Ya sabemos que a todos los niños de Europa se les asusta con el “coco” de maneras diferentes. Con el “bute” y la “marimanta” andaluza, forma parte de ese raro mundo infantil, lleno de figuras sin dibujar, que se alzan como elefantes entre la graciosa fábula de espíritus caseros que todavía alientan en algunos rincones de España.” Espíritus que aleteaban sin duda en la “casa de Don Cecilio”.

Han pasado los años y en algunas ocasiones pienso que el espíritu del “bute” sigue aleteando a mi alrededor. Es también el caso en estos días. Las noticias en la prensa y televisión me recuerdan las trojes y su inquietante inquilino. “¡Que viene el bute!”, decía mi tía, “¡Que viene el bute!”, parecen decir a diario los periodistas cuando informan (y opinan) sobre la caída de las bolsas en Europa y Estados Unidos, cuando anuncian el “crash” inminente en los países industrializados, cuando te envían “on-line” las fotografías de los “Zapateros”, “Berlusconis” y “Sarkozys” de turno, abandonando a sus familias en los Cotos de Doñana, en sus villas de Cerdeña y otras playas con la cara preocupada y sin saber qué camino escoger, y cuando ves los edificios de Londres y otras ciudades inglesas arder por la acción criminal de jóvenes y niños de todas las razas y colores que ni temen a Dios ni al diablo.
Y aquí en España, sin ir más lejos, también me parece escuchar lo de ¡”Que viene el bute”! cuando sabes del número de jóvenes españoles sin trabajo (más del 45% de su grupo) o cuando los ‘indignados’ de Madrid y sus comparsas invaden mis entendederas con el anuncio de las demostraciones y esperpentos programados para la visita del Papa Benedicto XVI a Madrid en la próxima semana. Por poner sólo dos ejemplos.

Tengo que confesar que estoy preocupado. Un cierto miedo quiere apoderarse de mi ánimo y mi cotidianidad en estos días. Sé que el temor es un instinto humano que a veces nos protege de nuestras pequeñas o grandes locuras, pero hay miedos que es mejor desterrar para que no turben nuestra vida.

Un hombre sabio dijo una vez a sus amigos, que su „mayor preocupación debería ser la de no preocuparse”. En la misma conversación les animó, sin embargo, a ocuparse de las cosas en la medida que la responsabilidad de cada uno se lo exigiera. Tengo que añadir que tanto nuestro sabio como los que le escuchaban, eran personas de una gran fe en la Divina Providencia, y que además estaban convencidos que Dios es Amor y que permite y hace siempre las cosas para bien de sus criaturas. Aunque a veces sea difícil de entender.

Por hoy yo quiero olvidar al “bute” de mis pesadillas y pensar, por ejemplo, que mi tía Rosario era también una gran cocinera, y que sus platos de comida casera hacían que nos chupáramos los dedos. ¿Cómo olvidar las célebres fritadas con los pimientos del cortijo y el conejo cazado en la sierra, o aquellos cocidos semanales con el tocino y otras preciosidades de la propia matanza? Incluso los garbanzos sabían a gloria. Al final me pregunto: ¿y por qué preocuparme?