sábado, 25 de septiembre de 2010

Mujeres andaluzas

Una noticia de la Agencia EFE del martes 21 de este mes me sorprendió en medio de mis reflexiones sobre el Bicentenario de la independencia de nuestros países hermanos en Sudamérica. La nota de prensa dice así: “La mujeres andaluzas que sufrieron la represión sobre el honor, la intimidad y la propia imagen durante la Guerra Civil y los primeros años de la Dictadura Franquista tendrán derecho a recibir una ayuda de 1.800 euros en virtud de un decreto aprobado por el Consejo de Gobierno de la Junta de Andalucía.” Se aclara a continuación que la indemnización acordada hace referencia a acciones vejatorias contra la población femenina entre los años 1936 y 1950, y se concede “a modo de reparación moral y reconocimiento a su papel en la construcción de la actual sociedad democrática”.

Leyendo el preámbulo del Decreto me doy cuenta que las ayudas anunciadas se refieren expresamente a las mujeres humilladas por la Dictadura Franquista, pues en el mismo se cita que “la represión de la dictadura franquista alcanzó formas de diversa configuración, entre ellas algunas relacionadas con la intimidad, el honor y la propia imagen y que especialmente recayeron en mujeres. Esta forma de represión debe ser firmemente denunciada y repudiada, rehabilitando con ello los derechos infringidos …….”.

La noticia sobrepasó con mucho mi capacidad de asombro y mis probadas entendederas. Llamé por teléfono a Granada y los míos me aclararon el asunto, e intentaron calmar mis preocupaciones. “Que no, Paco, que no es lo que tú piensas. Lo que ocurre es, que el Consejo de Gobierno de Andalucía está formado por socialistas, y éstos quieren preparar ya a la población para las próximas elecciones municipales y autonómicas. Es un nuevo intento de resucitar la Guerra Civil en Andalucía, me dice uno de mis familiares, dado que se trata de un elemento ideológico para conseguir votos, como lo han hecho repetidas veces en los últimos veinticinco años.” Ahora entiendo. Yo me preguntaba: ¿a qué viene esto ahora? ¿porqué no antes? Si han pasado ya más de sesenta años de los hechos denunciados, las personas humilladas entonces tendrían hoy entre 90 y 100 años. Repaso comentarios y notas de prensa y constato, por ejemplo, que el periódico El País publica el caso de una señora, Ana M., cuya familia está pensando solicitar la ayuda anunciada. Otras fuentes calculan que no serán más de una docena de casos sobre los que la Junta de Andalucía tendrá que decidir.

Lo que más me ruboriza como andaluz amante de mi tierra es que estos “señoritos” de la Junta pretendan reparar moralmente a esas mujeres maltratadas y vejadas con 1.800 euros (!!). ¿Hay dinero en el mundo para olvidar el maltrato y la vejación a una persona y el dolor producido a ella y sus familiares? ¿Qué criterios han considerado para fijar esa limosna? ¿O es que en el sur valoramos a las personas por tan poca cosa?

Yo conocí a una mujer andaluza maltratada y vejada en el año 1936. Su retrato preside mi escritorio, es mi abuela, la madre de mi madre. Ella no hubiera aceptado nunca dinero alguno por los daños sufridos, aunque tampoco le correspondería en este caso, pues falleció en el año 1977 y los culpables de los hechos no fueron los secuaces de la Dictadura Franquista sino las milicias de la represión republicana. Ella nunca me habló sobre lo ocurrido, me enseñó sólo a perdonar y a amar a los demás. Yo conozco la historia por los testigos presenciales de los hechos, por mi madre y sus hermanos. Ellos sufrieron también vejaciones y maltratos en aquel desgraciado agosto de 1936 en Albuñol, pueblecito de las Alpujarras granadinas.

Se sabe, y así lo corroboran destacados historiadores (Ver “La guerra civil en Andalucía oriental 1936-1939”, estudio de R. Gil Bracero, F. Cobo Romero y R. Quirosa-Cheyrouze, publicado por la Diputación Provincial de Granada en 1987) que en la Alpujarra y en Guadix la represión republicana del inicio de la contienda civil española revistió tintes especialmente anticlericales. Recibí como herencia de mis abuelos una profunda religiosidad y un respetuoso amor a la Iglesia Católica. Y ese fue también su delito.

La conocida y manifiesta religiosidad de la familia, las envidias entre los agricultores del lugar por los repartos de las tierras administradas por el abuelo y la pertenencia de uno de los hijos mayores a la Falange Española, fueron los motivos que llevaron a las milicias republicanas procedentes de Almería en agosto del 1936 a maltratar a la abuela, madre de diez hijos, que tuvo que presenciar cómo seis milicianos ponían a su hijo Luis, entonces de 14 años, en la tapia del jardín apuntándole con las pistolas para que “denunciara” a su padre, y cómo, después de otras vejaciones a toda la familia, se llevaban a sus hijos mayores y a su marido para internarlos en las cárceles republicanas. En aquellos valles de la Alpujarra corren las noticias como el viento. Ella tuvo que saber que a unos kilómetros de Albuñol, en Albondón, las mismas milicias asesinaban entre el 11 y el 18 de agosto a quince miembros de la familia Castillo, labradores ricos del lugar. ¡Por eso pedía a voces a los milicianos que “¡por Dios!”, que no mataran a su marido! Mi abuelo terminó en el barco prisión “Astoy Mendi” en Almería y ella tuvo que salir de su casa con mi madre y los demás hijos pequeños, dispersarse y esconderse en casas y cortijos de familiares cercanos, y esperar a que terminara la Guerra Civil para saber algo de su marido y reunirse con él. Juntos acometieron después la tarea de seguir educando a sus hijos y nietos, para que fueran con su trabajo y con su esfuerzo actores de la “construcción de la actual sociedad democrática”. En silencio y sin necesidad de reconocimientos y ayudas de los estamentos políticos del momento, sólo por su sentido de responsabilidad y por amor a Dios y a una España destrozada por la guerra fratricida.

Me duelen los oportunistas y “envenenadores” de turno, y me enorgullecen las mujeres andaluzas, por su calidad humana y su probado e incondicional amor. Una de ellas fue mi madre; otra, a la que hoy quiero honrar, la madre de mi madre, mi abuela Juanita.

viernes, 17 de septiembre de 2010

El Bicentenario

Aprovechando la peregrinación a Santiago de Compostela nos acercamos a Finisterre y visitamos el cabo que lleva ese nombre y sus bellos alrededores. Desde aquellos acantilados la imaginación intuye la cercanía de América al otro lado del Atlántico. Justo delante del edificio que soporta el faro de Finisterre hay una plaza llamada “Plaza Argentina” y una columna conmemorativa con el busto del Padre de la Patria argentina, el famoso general San Martín, con los ojos mirando hacia las tierras que lo hicieron famoso. Me refiero a uno de los libertadores más importantes de Sudamérica.

Nadie me ha podido informar hasta ahora del motivo que ha llevado al escultor a colocar tal busto en aquel acantilado, ni el porqué del patrocinio de la Embajada de Argentina en este lugar. (Llamé a la Embajada, y los sorprendí “in albis” como decía mi abuela, o lo que es lo mismo, no sabían nada al respecto). Yo recuerdo a este famoso general montando un caballo en una grandiosa estatua que los habitantes de Buenos Aires colocaron en una de las famosas avenidas de la ciudad, la Avenida de Santa Fe, para conmemorar al gran prócer de su independencia, y también recuerdo nuestra visita al majestuoso Monumento al Ejército de Los Andes en el Cerro de la Gloria, en la ciudad de Mendoza. El tal Ejército de los Andes fue una de las jugadas maestras de estrategia de nuestro amigo San Martín. Con él atravesó los Andes, liberó a Chile y atacó por mar, con ayuda de los barcos chilenos, al centro del poder español en Sudamérica, situado en la ciudad de Lima. La historia de Don José Francisco de San Martín es apasionante. Valga anotar que su carrera militar la comenzó en el Norte de África, luchando contra los moros, y que después perfeccionó sus habilidades militares en mi Andalucía, participando en la célebre batalla de Bailén contra las tropas napoleónicas. Su amistad con algunos ingleses le hicieron volver a Argentina, en donde había nacido, para iniciar su plan de liberación definitiva de Sudamérica.

Ya antes de la llegada del caudillo San Martín a Argentina, en los inicios del siglo XIX, los anhelos de independencia de las gentes de las colonias españolas habían producido una ola revolucionaria en defensa de la libertad, que hizo que durante el año 1810 países como Argentina, Chile, Colombia y México iniciaran su proceso de separación de la Corona española. Años después conquistaron definitivamente su independencia política. En este año 2010 se celebra en estos países el Bicentenario de estas efemérides. Argentina lo celebró durante el mes de mayo pasado, México y Chile lo celebran en esta semana, mientras que las celebraciones en Colombia serán en otoño.

Constato que en España estos acontecimientos no interesan ni a la sociedad, ni a las instancias políticas, ni tampoco a nuestra querida Madre Iglesia. Contrariado con tal apatía y desinterés he buscado en aquellos países hermanos algo que me ayudara a enmarcar en mi reflexión y en mis sentimientos algo tan importante como la esencia de nuestra identidad y de la identidad de los países hermanos. Algo que me explique lo que fuimos, lo que fueron, los motivos de nuestra separación, y lo que hoy somos y ellos son en medio de la globalización imperante. Si es que hablamos el mismo idioma, algo hay en común, algo nos identifica y diferencia de los demás. Mi esposa y yo hemos tenido la fortuna de estar varias veces en aquellas tierras hermanas, de sentirnos acogidos allá, de convivir con argentinos, chilenos y mexicanos, de experimentar su cariño y admiración, y de sabernos con anhelos y tareas comunes. ¡Nobleza obliga!

Con alegría encuentro una Carta Pastoral que los miembros de la Conferencia Episcopal Mexicana (CEM) han publicado con el título “Conmemorar nuestra historia desde la Fe para comprometernos hoy con nuestra Patria.” (¡Hasta envidia me da!). Es una Carta extensa y meditada; para los lectores más ocupados han publicado también una síntesis y un resumen. Unas Jornadas Académicas, que iniciaron en mayo de 2009 y que concluirán en la inolvidable Monterrey en octubre del presente año, apoyan esta iniciativa. Y me llama aún más la atención, porque es México el país hermano que ha vivido su historia en una enorme paradoja: la religión católica es determinante del alma de este pueblo, pero se le ha negado sistemáticamente carta de ciudadanía por influencia del liberalismo. Creo que la intención de los obispos mexicanos es ayudar a resolver esas viejas polémicas entre la Iglesia católica y el liberalismo político. Lo hacen desde la lógica de aquella sentencia que dice: “La Iglesia libre en un estado libre”. Los obispos manifiestan en la introducción a la Carta Pastoral citada que “para acercarnos a la comprensión de la conciencia histórica de nuestra Patria, debemos tener en cuenta que la fe católica ha sido elemento presente y dinamizador en la construcción gradual de nuestra identidad como Nación”, y además que “en nuestros pueblos, el Evangelio ha sido anunciado presentando a la Virgen María como su realización más alta.” Estoy seguro que mis amigos mexicanos estarán agradecidos por la oportunidad que sus pastores les brindan con este mensaje pastoral. Apuntan, nada más y nada menos, que al alma de México.

Respecto a lo del “alma de un pueblo”, recuerdo a un gran hombre, sacerdote salesiano, chileno y Cardenal de Santiago de Chile durante muchos años, al que tuve la dicha de saludar personalmente en un viaje suyo a Europa, el Cardenal Raúl Silva Henríquez (1907-1999). El llamó a sus paisanos a cuidar su identidad, a cuidar lo que él llamó “el alma de Chile”. Es posible que mis amigos al otro lado de Los Andes recuerden en estos días los tres pilares, que según el Cardenal sustentan el alma chilena: “el espíritu de libertad por sobre la opresión, el primado del orden jurídico por sobre la anarquía, y el primado de la fe en Dios por sobre cualquier idolatría”. En Chile celebran también el Bicentenario. Durante los próximos días buscaré el rastro de “su alma” en los noticieros, diarios e informativos varios del “Chile lindo”, el de los sauces llorones y el sol. Si encuentro algo, os lo contaré.

viernes, 10 de septiembre de 2010

Año Santo Jacobeo

Hemos visitado Santiago de Compostela para aprovechar las gracias que el Año Santo Jacobeo brinda a los peregrinos que visitan la tumba del apóstol Santiago. Me habían dicho que el próximo Año Santo será en 2021, y como los años no pasan en balde, pensé que el asunto se nos podía complicar para la próxima convocatoria. Así que decidimos ir este año. Nos ha acompañado un amigo chileno que estos días nos visita y que nos animó también a realizar esta peregrinación.

Tuvimos que explicarle a nuestro amigo del otro lado del Atlántico que los Años Santos Jacobeos son aquellos en que el 25 de julio (día del Señor Santiago) cae en domingo; y como los años bisiestos aportan al calendario una cierta irregularidad, resulta que los citados Años Santos, en vez de ser cada siete años, aparecen en el calendario en una cadencia regular de 6-5-6 y 11 años. Así que el próximo será en el 2021, y espero que mis hijos y mis nietos también lo aprovechen cuando llegue la próxima cita. Si la salud nos lo permite, les acompañaremos.

Esta peregrinación ha sido un verdadero regalo en medio de mis reflexiones y preocupaciones por las últimas noticias de prensa sobre los nacimientos de extranjeros (marroquíes y otros) en España y sobre las últimas cifras publicadas por Eurostat referidas a la llegada masiva de inmigrantes a nuestro país en los últimos años. Entretanto es España la “campeona de Europa” en el número de extranjeros no nacionalizados que residen entre nosotros. Son 5.651.000, o sea el 12,3% de una población de casi 46 millones de habitantes, el doble de la media europea, que es del 6,4%. De esta cifra, el 12% son rumanos, el 11% de Marruecos y el 7% de Ecuador.

Me llama la atención el escaso eco que tales noticias tienen en nuestro entorno. Salvo algún artículo o editorial en la prensa de estos días, la atención del ciudadano de a pie se centra en la vuelta al colegio de los niños y en las fiestas patronales que se celebran en estos días por doquier. Y nuestros políticos están en otra. Quizá haya sido motivo de preocupación para algunos que las próximas elecciones regionales en Cataluña coincidan con el fin de semana en que se juega el partido de futbol entre el Barça y el Real Madrid. Como dice el editorial del “El Mundo” nos falta realismo para abordar el gran problema de la inmigración.

Hablé de estas cosas y algunas más con el Señor Santiago en mi visita a la Catedral de Santiago de Compostela. Lo encontré tranquilo, son muchos los años que tiene, muchas las cosas vividas y abundante la sabiduría acumulada. Por sus pies han pasado generaciones y generaciones, nos solo de moros y cristianos sino de ciudadanos venidos de todos los países de Europa y de más allá. Siguen llegando ininterrumpidamente, y la vida sigue. Me llamaron la atención los miles y miles de jóvenes y no tan jóvenes, que con la mochila al hombro y con el bordón de peregrino en la mano se acercaban al altar del Santo para abrazarlo y recibir allí las fuerzas para el regreso a casa. Se podían oír muchos y diversos idiomas. Una verdadera muestra de integración a la sombra de lo sagrado y de lo trascendente.

Al comentarle mis ruegos y necesidades, noté como si Santiago ya los conociera. Efectivamente, sin yo pretenderlo, había hecho mías las peticiones que nuestro Rey, Don Juan Carlos, le planteara al Apóstol el 26 de julio de este año en la tradicional ofrenda al Patrón de España con motivo del inicio del Año Jacobeo.

El Rey le recordó al Señor Santiago que “estamos viviendo tiempos difíciles y complejos” y que necesitamos su protección y ayuda para “promover el diálogo y el consenso, la tolerancia y el respeto mutuo, el amor a la justicia y a la equidad, para reforzar los pilares de nuestra convivencia en libertad”. Don Juan le pidió también a Santiago que “fomentase todo aquello que nos une y nos hace más fuertes, que ensancha el afecto entre nuestros ciudadanos, que asegura la solidaridad entre nuestras Comunidades Autónomas, y que hace de España la gran familia unida, al tiempo que diversa y plural, de la que nos sentimos orgullosos”.

Yo no sé si los políticos que ahora nos gobiernan han estado este año en Santiago o si han leído las súplicas del Rey en su ofrenda al Apóstol. A mí me cuesta mucho sentirme orgulloso de todo aquello que la generación actual de “autoridades y responsables políticos” están haciendo, o deshaciendo, con los valores de nuestra cultura y sociedad. A pesar de todo, al despedirme del Apóstol le dije que sigo creyendo en los milagros, que mantenga mi fe. Parece que el Monarca también cree en esa posibilidad, él rezó por los políticos y responsables de la sociedad para que “atiendan con eficacia a los problemas de nuestros ciudadanos”. ¡Que Dios le oiga!

Por la experiencia de mis hijos y de mi nieto el mayor en sus peregrinaciones a Santiago sabía que cuando el peregrino llega al Pórtico de la Gloria de la Catedral “cansado por el camino” y deja que su fe se adueñe del corazón y domine el momento, los esquemas personales cambian. El que anduvo el camino y encontró al Apóstol experimenta una nueva dimensión de su existencia. Los grandes problemas se vuelven desafíos.

En el momento de la despedida escuché a un grupo de peregrinos de Albacete que en ese momento hacían su Ofrenda a Santiago. En la misma le prometieron cultivar las virtudes de la fe y de la esperanza, y no disminuir la medida de su confianza y de su compromiso. A la mañana siguiente regresamos felices a Madrid.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Moros en la costa

Todos mis amigos saben que nací en la bella ciudad de Granada, última ciudad mora reconquistada por los Reyes Católicos a los invasores musulmanes en el año 1492. Ya en el año 1212 los reyes cristianos de las diversas regiones del norte de España dejaron atrás sus rencillas y se unieron para vencer a los invasores en la célebre batalla de Las Navas de Tolosa, a unos ciento cincuenta kilómetros al norte de la Alhambra. Sin embargo mis paisanos, los moros granadinos, aguantaron dos siglos más, confinados en su reino de Granada, hasta que llegó Doña Isabel la Católica y, con su voluntad de hierro, puso fin a la invasión mora, iniciada siete siglos antes con el desembarco en Gibraltar de los moros Tarik y Muza.

Muchos de aquellos moros que entonces residían en España tuvieron que irse, pero otros se quedaron “convertidos” al cristianismo, los conocidos moriscos, que siguieron constituyendo la mayoría de la población del reino de Granada. Llegó Felipe II, y temiendo que los moriscos apoyaran desde dentro una invasión turca de España por parte del Imperio Otomano, aprobó la célebre Pragmática Sanción para la asimilación forzosa de los moriscos, mediante la prohibición de su lengua, su religión y sus costumbres. (Según esta ley, por ejemplo, los moriscos debían aprender forzosamente el castellano en el transcurso de tres años). Gran desastre, porque en el año 1568 se produjo la conocida insurrección de los moriscos en las Alpujarras, liderada por Aben Humeya, concluyendo todo con la expulsión de los moriscos del reino de Granada. Unos tuvieron que tomar los barcos para atravesar el estrecho y otros se dispersaron por la Corona de Castilla, evitando así para siempre nuevos brotes revolucionarios.

Mi familia vivió, y sigue viviendo en parte, en aquella región de las alpujarras. Allí precisamente celebrábamos y se sigue celebrando la fiesta de Moros y Cristianos para recordar la lucha contra los piratas berberiscos. Yo mismo tuve maravillosas experiencias en mi infancia por aquellas tierras. Recuerdo anécdotas increíbles, costumbres únicas y palabras o frases que sólo se oían por aquellos parajes. Entre ellas está la frase “¡Hay moros en la costa!”. El cortijo del abuelo, bello lugar de mis recuerdos, no estaba en la costa, pero desde sus bancales o paratas, con la vista dirigida hacia el sur, se descubría en los días claros de sol el azul del mar, la costa mediterránea entre La Rábita y Adra. (Nota: ‘Parata’ = palabra derivada del mozárabe y usada allí). Lo de los “moros en la costa” era una frase que mis padres y mis tíos utilizaban en la vida familiar para advertir la presencia de alguien que era incómodo, representaba cierto peligro, o bien no convenía que escuchase algo de lo que estaban hablando. Aunque hoy esta frase no se usa, sigue estando presente en mi jerga familiar.

Esta frase que hoy comento, tiene que ver con el Imperio Otomano y la temida invasión turca de las costas españolas allá por los tiempos de Felipe II. Cuentan algunos estudiosos que durante varios siglos la zona mediterránea del Levante y Sur españoles fue objeto de invasiones por parte de los piratas berberiscos, aliados de los turcos. Para protegerse de este peligro, los habitantes de la costa construyeron atalayas o torres de vigilancia. Cuando el centinela de turno avistaba las naves berberiscas comenzaba a gritar “¡hay moros en la costa!”, se hacían sonar las campanas y se encendían hogueras como señal de alerta, pudiendo la población preparar con tiempo la defensa de sus pueblos y tierras. En la actualidad hay otras formas de detectar los barcos procedentes de África. Es un tema para la policía de costas y aduanas.

Hoy, además, nadie dice aquello de “¡hay moros en la costa!” porque los moros están de nuevo entre nosotros, aquí y hoy en España. Leyendo la prensa nacional de días pasados y constatando la incompetencia de nuestros políticos en resolver los problemas que tenemos a diario con nuestros vecinos del sur, Marruecos, se me ocurre pensar que la mayoría de ellos no ha estudiado la historia de España, o quizás se saltaron algunos capítulos de la misma. En su descargo pienso que estarán ocupados en descifrar el significado de las últimas cifras de los nacimientos en España durante el año 2009 y sus repercusiones en la sociedad y cultura españolas del futuro. De los 490.000 bebés inscritos en el Registro Civil, 120.000 eran hijos de emigrantes. En una década los bebés nacidos en España con madre o padre extranjeros han aumentado del 6% (año 1999) al 24%, según publica el Instituto Nacional de Estadística. ¡Anótese que una cuarta parte de estos nacimientos fueron de madre marroquí!

Parece una ironía constatar el hecho de que sea de nuevo la zona del Mediterráneo el polo de atracción para los hijos de esta inmigración. Almería, Castellón, Lérida, Gerona, Baleares y Tarragona son las provincias con mayor nivel de hijos de extranjeros. Como escribe César Roca el 31 de agosto en las páginas de ABC los demógrafos ya han comenzado a alertar sobre el nuevo panorama social que se abre a partir de esta realidad.

Ante una situación irreversible como ésta, no queremos enterarnos de que nuestra España necesita urgentemente modernos baluartes de defensa para la cultura e identidad propias. Es una desgracia constatar que nuestros líderes políticos actuales no hacen nada por defender los valores cristianos que dieron forma a España y a toda Europa con ella. Algún día lo pagaremos, el Islam está de nuevo a la puerta. ¿Hay moros en la costa? El gallego diría: “¡Haberlos, haylos!” Para mayor inri, cuenta Arturo Pérez Reverte en uno de sus artículos, que en la ciudad de Córdoba se le ha dedicado una Avenida de las más modernas al moro y radical islámico Al Nasir, aquel al que vencieron los reyes cristianos en la batalla de Las Navas del año 1212. ¿Una memez progre, o tenemos los moriscos dentro?