sábado, 30 de julio de 2011

Mi memoria histórica (2)

.
En el álbum familiar están las fotografías que me hablan de aquellos años. Andaba España en una decadencia generalizada desde que Primo de Rivera se había hecho con el poder, implantando su dictadura a principios de los años veinte del siglo pasado. La proclamación de la Segunda República en el año 1931 no cambiaría la situación. Sin embargo, en muchas regiones de la geografía española existía una burguesía acomodada, que llevó a algunos de sus hijos a las universidades y que supo salir adelante en las crisis económicas que se sufrieron durante los años 1927 y posteriores. Hasta dejaron el testimonio de su situación reflejado en “bucólicas” fotografías de grupo en las huertas y sierras de mi Andalucía. Eran jóvenes, algunos de ellos habían encontrado “su amor”, y gracias a estos testimonios gráficos lo pudimos constatar las generaciones que llegamos después.

Vivían en su mundo, sin ambiciones políticas, empeñados en formarse y disfrutar de una vida que sus padres y demás familia aseguraban en el día a día. Tenían amigos y lo celebraban a su manera. Así fue también con los Nuño. El abuelo Agustín era un hombre solícito y diligente, tenía una tienda de ultramarinos en la ciudad de Granada, tienda floreciente de aquellos comestibles que se podían conservar, y que en muchas ocasiones venían de la otra parte del mar. Hombre también con suerte: además de casarse con dos hermanas, le tocó la lotería. Quiero aclarar que su primera mujer, Tránsito, le dio dos hijos, falleciendo el segundo y ella también. Tránsito murió joven y dejó al abuelo solo. Este tuvo entonces la suerte de que la hermana menor de los García de Lara del Castillo, Carmen, seguía soltera y aceptara de buena gana la propuesta de matrimonio que le hizo Don Agustín, que además de llamarse Nuño, también se llamaba Tenorio de segundo apellido. Lo que creo que no viene al caso; el casamiento con la hermana era práctico y todo quedaba en la familia. Carmen fue mi abuela. Sabemos que como muestra de su amor por ella el abuelo le regaló a ésta un cortijo en la Alpujarra para que viera crecer allí las parras, higueras y castaños propios de la zona. No sabemos si ella se alegró. Pero los hijos y los nietos sí lo disfrutamos.

El primogénito de los Nuño, el hijo de Tránsito, se formó querido y mimado por la hermana de su madre, a la que el abuelo adoraba. Cuando llegó su edad, Rafael, que así era su nombre, estudió la carrera de Farmacia y se casó joven, llegando a ser el propietario de una farmacia en un pueblo de la zona norte granadina. El pueblo se llama Huéscar, y es el lugar de mi “memoria”.

Esta población es una de las más septentrionales de la provincia de Granada, en la falda de la Sierra de la Encantada, cerca de las provincias de Jaén y Albacete. El destino quiso que al producirse los acontecimientos de julio de 1936, las fuerzas vivas del pueblo, apoyadas por un destacamento de la guardia civil de la zona, intentaran defenderlo para la zona nacional, lo que consiguieron hasta que en agosto de 1937 las milicias de Alicante, de Murcia, Almería y Guadix rompieron el cerco de resistencia y ocuparon el pueblo. Hubo desmanes a diestra y siniestra. La historia cuenta de saqueos de casas particulares, profanaciones de los templos y detenciones de personas de filiación derechista. No sólo hubo ejecuciones llevadas a cabo in situ después de los veredictos inapelables de un Comité de Salud Pública, sino que los célebres “comités de sangre” almerienses dejaron sus macabras huellas en lugares tan tristemente célebres como los pozos de “Cantavieja” de Tahal y “Las Cumbres” en el término de Vélez Rubio. Allí fueron asesinados decenas de personas relevantes entre la clase burguesa y propietaria del lugar. Mi memoria se detiene en el alcalde y abogado del pueblo, en el maestro nacional, en el sacerdote del lugar y en otros militantes del Partido Agrario de Húescar.

Allí, junto a una religiosa dominica de 78 años, Sor San José Sánchez Reche, después de sufrir torturas y maltratos de todo tipo, fueron asesinados los dos farmacéuticos del lugar, el señor Martínez Ramón y Don Rafael Nuño García de Lara, el primogénito de la familia, el hermano mayor de mi padre. En el archivo del periódico “El Ideal” de Granada se conservan los testimonios de algunas personas, que dijeron que después de asesinar a Sor San José la machacaron la cabeza con un hacha; ella alababa a Dios durante la ejecución y perdonaba a los que la maltrataban. Aquella hacha fue posiblemente la que usó también el verdugo para asesinar a los farmacéuticos de mi “memoria”. Según me dijo mi madre, el tío Rafael murió así, lo decapitaron. Su cuñada se lo había contado poco después.

Al lado de mi teclado está la foto de mi padre con su uniforme de alférez. Me mira con sus ojos azules, en su rostro amable se adivina lo difícil de sus vivencia durante la guerra civil. Cuando le hicieron esta foto, aún no había vivido lo más grave. Era militar y tenía que obedecer. Fue destinado como ‘Juez Militar’ a la zona de Huéscar. Él conocía lo que le había ocurrido a su hermano Rafael, habían compartido techo y mesa durante muchas semanas con la familia del difunto. La cuñada los había acogido en su casa. Aquellos días y aquellas noches se hicieron largos, faltaba incluso lo más indispensable para alimentar a la familia. Al final ocurrió lo increíble: a mi padre le tocó juzgar y condenar a muchos de los maltratadores y asesinos de ayer, entre ellos al asesino de su hermano.

Mi madre lo supo. Ella me contó que mi padre renunció formalmente a tal encargo. Los mandos militares lo aceptaron. Al final fue otro el que dictó justicia en aquel caso y en aquel pueblo de “mi memoria histórica”. Desde ese día mi amado padre se sumió en un silencio prudente para no cargar a sus hijos con la pesada carga del ayer. Mi madre, en su amor, cargó con todo. Y en algún momento de dolor nos hizo partícipe de sus sufrimientos.

viernes, 22 de julio de 2011

75 años después - Mi memoria histórica (1)

.
Entre los pocos documentos personales que conservo de mis padres tengo una pequeña estampa que acompañó a mi padre una gran parte de su vida. La llevaba en su cartera. La misma reproduce una imagen de Cristo en la cruz y tiene el siguiente texto impreso: “Yo declaro pertenecer a la religión católica apostólica y romana. En caso de accidente grave o de transporte de urgencia a un hospital reclamo cerca de mí un sacerdote católico. Si muero quiero las oraciones de la Iglesia Católica, pido ser enterrado en un cementerio católico. Tal es mi voluntad formal. En pleno uso de mis facultades pido la ejecución.” La tarjetita está firmada de puño y letra de mi padre, y dice así: “Leído y aprobado. Francisco Nuño García de Lara, Laroles 17 de julio 1933.” He de decir que la voluntad de mi padre se cumplió como él quería.

No podía suponer mi padre que exactamente tres años después, el 18 de julio de 1936, asistiría al inicio de una guerra civil que dividiría cruelmente las tierras y los hombres de España. Cuando firmó aquella tarjeta en el año 1933 mi padre tenía veinticinco años. Acababa de estudiar la carrera de Magisterio y se preparaba para el matrimonio con la que fue después mi bendita madre. La guerra cambió los planes, la boda tuvo que esperar. Habían pasado solo tres años después de aquella firma; ahora, en 1936, tenía que vivir de cerca la violencia desatada por los milicianos venidos desde Almería y Málaga a su casa, a su Alpujarra querida. Las crónicas informan que en toda la demarcación de Ugíjar los desmanes alcanzaron una virulencia atroz. “En todos los pueblos hubo asaltos, profanaciones e incendios de los templos católicos, destacándose las agresiones contra la iglesia parroquial de Válor, donde se quemaron sus magníficos retablos, el incendio de las iglesias de Yegen, Narila, Cherín y Laroles (‘La guerra civil en Andalucía oriental’ de Gil Bracero y otros). Era la de Laroles, la iglesia en donde él, como católico comprometido, había firmado la mencionada tarjeta. Al cura párroco se lo habían llevado hacia tierras almerienses, siendo fusilado en un barranco de Berja, junto a otros cinco sacerdotes de la comarca. La Justicia Republicana se tomó mucho tiempo para frenar los excesos de las “sacas” y “paseos” de los milicianos entre la población de derechas. Mi padre sabía también que muy cerca de allí, algo más al norte, en Guadix, la represión había revestido tintes especialmente anticlericales con las detenciones de las jerarquías del Obispado de Guadix-Baza y de un buen número de sacerdotes.

¿Qué podía hacer? Sus planes personales se habían truncado, la situación exigía una decisión personal. A veces es bueno preguntarse por las motivaciones que llevan a nuestros seres queridos a hacer tal o cual cosa. Yo me lo he preguntado también en el caso de mi padre. Tenía veintiocho años y le habían roto su vida, le habían pisoteado lo más querido y sagrado. Su futura esposa huída y escondida en un cortijo (Ver en mi BLOG: “Mujeres andaluzas” del 25 de septiembre de 2010). El humo de aquellas iglesias incendiadas y la ausencia del sacerdote amigo, que ya no estaba porque fue asesinado en la tapia de un camino, justo por confesar la misma fe que mi padre certificara con su firma, pedían una respuesta personal adecuada. Mi padre la dio.

En el mes de septiembre de 1936 el general Orgaz, perteneciente a los ejércitos nacionales, organizó las academias de Alféreces Provisionales. Fueron más de 23.000 estudiantes de todas las universidades los que pidieron el ingreso y salieron de aquellos centros de formación directamente al frente de batalla. Mi padre ingresó también en una de estas Academias. Después de un mes de preparación en la Academia salían con una estrellita en el pecho sobre fondo negro. Eran los mandos intermedios que el Ejército necesitaba en todos los frentes. La formación era mínima, pero el valor y el amor a la Patria se daban por supuestos.

La Divina Providencia no quiso que se cumpliera en mi padre el dicho conocido entonces de “alférez provisional cadáver efectivo”. Allí estuvo, dando la cara, durante los tres años que duró la contienda. Fue destinado primero al frente de Guadalajara, en donde tuvo que convivir y sufrir con aquellos italianos del Corpo di Truppe Volontarie la derrota de los ejércitos nacionales en la batalla de Guadalajara. Menos mal que el Estado Mayor de Franco se hizo con las riendas, ordenando que los italianos operasen sólo cuando lo requiriese el mando español correspondiente. Suerte la suya, pues desde entonces pudo cambiar de destino a otros frentes y terminar su experiencia militar en la zona de Granada. Allí decidió cambiar los galones por su sombrero no sin antes vivir una experiencia que lo marcó para toda su vida.

En el acto de recuerdo de los setenta y cinco años del inicio de la Guerra Civil el presidente del Congreso, José Bono, ha citado a Manuel Azaña y a su discurso en el Ayuntamiento de Barcelona, en plena guerra civil. Parece que Azaña dijo: “…… cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones,…., si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección ……..”. El viernes que viene escribiré sobre uno de esos muertos, uno que llevaba mi sangre, y que dejó a mi padre “en el silencio habitual” que le fue propio después de la guerra.

viernes, 15 de julio de 2011

Mi hermana y su cumpleaños

Estoy seguro que fue mi padre. El me dijo en una ocasión que las mujeres siempre “cumplían veintiún años”. No sé qué pensarán ahora mis mujercitas, en estos tiempos de la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Lo de mi padre era pura cortesía, ahora valoramos otras cosas en las relaciones mutuas entre las personas de los distintos sexos. ¡Todo y cada cosa a su tiempo! Viene a cuento este recuerdo, porque acabamos de celebrarle a mi hermana – la única mujer entre cinco hermanos – un cumpleaños de los que terminan en cero. A pesar de felicitarla por el “veintiún aniversario” de su nacimiento, la fiesta tuvo todos los atractivos que merecen las siete décadas de vida de una mujer admirable, hija única entre varones, esposa fiel y servicial, madre de tres hijos y hermana que fue y lo sigue siendo de una generación que sufrió y trabajó el ayer y que mira agradecida el presente y el futuro, a veces sin entenderlo muy bien.

Discutía yo en estos días con una de mis nietas sobre algunos acontecimientos que han tenido a la mujer como protagonista en fechas pasadas. En Alemania se ha celebrado el Mundial de futbol femenino, con un despliegue extraordinario de la televisión pública alemana y consecuentemente de todos los medios de comunicación de ese país. Pero como todo es negocio, al perder la selección alemana en cuartos de final, se acabaron los espectadores y dejaron a las japonesas jugar la final del torneo. Mientras que las esforzadas jugadoras alemanas se retiraban a sus lugares de vacaciones, el gerente de la segunda cadena de televisión declaraba, que en este negocio todo se mide con las cifras de espectadores, y que por eso en los próximos meses y años no habrá más reportajes sobre el futbol femenino.

La conversación con mi nieta no tenía como materia la falta de fuerza de las jugadoras, visible en los pases de balón desde el centro del campo a los extremos de la portería contraria. Yo le comentaba que algunas de las jugadoras alemanas, para apoyar los esfuerzos de las agencias de publicidad del mundo del deporte, se dejaron fotografiar en un pequeño grupo, enseñando parte de sus “primores” y dejándose imprimir en la portada de la revista Playboy para diversión, supongo yo, de los lectores de tal publicación. Para aumentar la tirada de la revista, la foto de la chicas del balón en paños menores se publicó también en los diarios y servicios “online” de Alemania. Algunas periodistas alemanas comentaron que una vez más las mujeres eran instrumentalizadas por los hombres. Otras las alababan por su valentía y coraje, considerando el hecho como un aporte más en la lucha por la igualdad de los sexos, o como escriben, por la “igualdad de género”. Ante mi desconcierto, mi nieta me recordó el derecho a la libertad que tiene cada uno para “hacer de su capa un sayo” y también, eso lo dije yo, para ir por esos mundos de Dios sin capa y sin sayo. ¡Allá ellas!

Tengo la suerte de tener en casa otras fotos que admirar. Recordando el cumpleaños a celebrar busqué en mi estantería el álbum de fotos “antiguo”, aquel con las fotos en blanco y negro, para recordar a mi hermana en su niñez y juventud. En alguna foto miramos los dos a la misma cámara. Mi hermana se educó colgada de las faldas de mi abuela materna, mujer de bien y madre de diez hijos, una santa en sus días. Mi madre fue también su escuela primaria. Mujeres que marcaron varias generaciones en la España de la postguerra. Dicen que los tiempos han cambiado, y así es, pero “bajo la superficie de lo cambiante hay muchas cosas permanentes” porque tienen su último fundamente en algo muy superior y estable. Uno de estos valores es para mí la dignidad de la mujer, tanto a los ojos de Dios como a los ojos de los hombres. Fue y es mi hermana un ejemplo de una dignidad femenina que ha trascendido más allá del pequeño ámbito familiar. Dignidad de la mujer que viene medida en razón del amor.

El quince de agosto de mil novecientos ochenta y ocho el entonces Papa Juan Pablo II, publicó su Carta Apostólica “Mulieris Dignitatem” – La dignidad de la mujer. Adquirí un ejemplar y la leí con curiosidad, buscando la “chispa” de aquel hombre sabio en un tema que siempre me había apasionado, el tema de la mujer. No me defraudó. El Papa invoca el primado del amor, para dar una respuesta completa y adecuada a la cuestión de la dignidad de la mujer y su vocación. Escribía Juan Pablo II: “Cuando afirmamos que la mujer es la que recibe amor para amar a su vez, no expresamos sólo o sobre todo la específica relación esponsal del matrimonio. Expresamos algo más universal, basado sobre el hecho mismo de ser mujer en el conjunto de las relaciones interpersonales, que de modo diverso estructuran la convivencia y la colaboración entre las personas, hombres y mujeres.”

En mi querida hermana he podido constatar la verdad del mensaje del Papa: “La dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da.” Ella, como mi abuela y mi madre, y como tantas otras mujeres que conozco, se han encontrado a sí mismas dando amor a los demás. Yo he sido uno de los agraciados. ¡Gracias, hermana, bonita, yo también te quiero! ¡Y que cumplas muchos más!