viernes, 22 de julio de 2011

75 años después - Mi memoria histórica (1)

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Entre los pocos documentos personales que conservo de mis padres tengo una pequeña estampa que acompañó a mi padre una gran parte de su vida. La llevaba en su cartera. La misma reproduce una imagen de Cristo en la cruz y tiene el siguiente texto impreso: “Yo declaro pertenecer a la religión católica apostólica y romana. En caso de accidente grave o de transporte de urgencia a un hospital reclamo cerca de mí un sacerdote católico. Si muero quiero las oraciones de la Iglesia Católica, pido ser enterrado en un cementerio católico. Tal es mi voluntad formal. En pleno uso de mis facultades pido la ejecución.” La tarjetita está firmada de puño y letra de mi padre, y dice así: “Leído y aprobado. Francisco Nuño García de Lara, Laroles 17 de julio 1933.” He de decir que la voluntad de mi padre se cumplió como él quería.

No podía suponer mi padre que exactamente tres años después, el 18 de julio de 1936, asistiría al inicio de una guerra civil que dividiría cruelmente las tierras y los hombres de España. Cuando firmó aquella tarjeta en el año 1933 mi padre tenía veinticinco años. Acababa de estudiar la carrera de Magisterio y se preparaba para el matrimonio con la que fue después mi bendita madre. La guerra cambió los planes, la boda tuvo que esperar. Habían pasado solo tres años después de aquella firma; ahora, en 1936, tenía que vivir de cerca la violencia desatada por los milicianos venidos desde Almería y Málaga a su casa, a su Alpujarra querida. Las crónicas informan que en toda la demarcación de Ugíjar los desmanes alcanzaron una virulencia atroz. “En todos los pueblos hubo asaltos, profanaciones e incendios de los templos católicos, destacándose las agresiones contra la iglesia parroquial de Válor, donde se quemaron sus magníficos retablos, el incendio de las iglesias de Yegen, Narila, Cherín y Laroles (‘La guerra civil en Andalucía oriental’ de Gil Bracero y otros). Era la de Laroles, la iglesia en donde él, como católico comprometido, había firmado la mencionada tarjeta. Al cura párroco se lo habían llevado hacia tierras almerienses, siendo fusilado en un barranco de Berja, junto a otros cinco sacerdotes de la comarca. La Justicia Republicana se tomó mucho tiempo para frenar los excesos de las “sacas” y “paseos” de los milicianos entre la población de derechas. Mi padre sabía también que muy cerca de allí, algo más al norte, en Guadix, la represión había revestido tintes especialmente anticlericales con las detenciones de las jerarquías del Obispado de Guadix-Baza y de un buen número de sacerdotes.

¿Qué podía hacer? Sus planes personales se habían truncado, la situación exigía una decisión personal. A veces es bueno preguntarse por las motivaciones que llevan a nuestros seres queridos a hacer tal o cual cosa. Yo me lo he preguntado también en el caso de mi padre. Tenía veintiocho años y le habían roto su vida, le habían pisoteado lo más querido y sagrado. Su futura esposa huída y escondida en un cortijo (Ver en mi BLOG: “Mujeres andaluzas” del 25 de septiembre de 2010). El humo de aquellas iglesias incendiadas y la ausencia del sacerdote amigo, que ya no estaba porque fue asesinado en la tapia de un camino, justo por confesar la misma fe que mi padre certificara con su firma, pedían una respuesta personal adecuada. Mi padre la dio.

En el mes de septiembre de 1936 el general Orgaz, perteneciente a los ejércitos nacionales, organizó las academias de Alféreces Provisionales. Fueron más de 23.000 estudiantes de todas las universidades los que pidieron el ingreso y salieron de aquellos centros de formación directamente al frente de batalla. Mi padre ingresó también en una de estas Academias. Después de un mes de preparación en la Academia salían con una estrellita en el pecho sobre fondo negro. Eran los mandos intermedios que el Ejército necesitaba en todos los frentes. La formación era mínima, pero el valor y el amor a la Patria se daban por supuestos.

La Divina Providencia no quiso que se cumpliera en mi padre el dicho conocido entonces de “alférez provisional cadáver efectivo”. Allí estuvo, dando la cara, durante los tres años que duró la contienda. Fue destinado primero al frente de Guadalajara, en donde tuvo que convivir y sufrir con aquellos italianos del Corpo di Truppe Volontarie la derrota de los ejércitos nacionales en la batalla de Guadalajara. Menos mal que el Estado Mayor de Franco se hizo con las riendas, ordenando que los italianos operasen sólo cuando lo requiriese el mando español correspondiente. Suerte la suya, pues desde entonces pudo cambiar de destino a otros frentes y terminar su experiencia militar en la zona de Granada. Allí decidió cambiar los galones por su sombrero no sin antes vivir una experiencia que lo marcó para toda su vida.

En el acto de recuerdo de los setenta y cinco años del inicio de la Guerra Civil el presidente del Congreso, José Bono, ha citado a Manuel Azaña y a su discurso en el Ayuntamiento de Barcelona, en plena guerra civil. Parece que Azaña dijo: “…… cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones,…., si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección ……..”. El viernes que viene escribiré sobre uno de esos muertos, uno que llevaba mi sangre, y que dejó a mi padre “en el silencio habitual” que le fue propio después de la guerra.

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