viernes, 6 de abril de 2012

El silencio del Viernes Santo


Siempre me apasionó el silencio del Viernes Santo, ya desde joven lo busqué y hoy, pasados los años del frenesí profesional y del ocio humano, lo sigo buscando. Es como el peregrino que necesita la fuente y la sombra en el caminar de su peregrinación. Yo necesito el silencio de este día, en el que el mismo Dios se quedó sin habla ante el grito que su Hijo le dirigió minutos antes de morir: “Elí, Elí, lemá sabactani?”  “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  Y ante la ausencia de una respuesta al grito de desesperación del hombre por excelencia, del Dios Hombre, hasta la tierra misma, el universo entero se estremecieron.

No sé cuándo fue la primera vez. No sé quién me acompañó. ¿Fue mi padre? ¿Fue mi abuelo? ¿Fue mi tío Luis, el sacerdote? No he podido hasta hoy encontrar la respuesta. Estoy seguro sin embargo que fue en los años de mi temprana juventud, antes de cumplir los quince. A las tres en punto de la tarde de este viernes, cuando se recuerda el silencio de Dios y el estremecimiento de la humanidad entera, se reúnen muchos cristianos en Granada, en la tierra que me vio nacer, en una célebre plaza de la ciudad y se arrodillan en silencio ante la figura de un Cristo Crucificado, el Cristo de los Favores. A esa plaza la llamamos en Granada “El Campo del Príncipe” y está situada a los pies de la Alhambra, a la sombra de Torres Bermejas, en aquel barrio granadino que fue antaño el barrio judío, el ‘Jerusalén de Granada’, y que pasados los años de la Reconquista, la realeza de entonces le cambió el nombre, llamándola “Realejo”. Es como hoy lo conocemos.

¡Qué ironía la del destino! En el llamado ‘Jerusalén de Granada’, se re-vive cada Viernes Santo aquella escena del Gólgota que cambió el mundo. ¡El silencio de esa plaza y a esa hora estremece! A mí me estremeció en más de una ocasión. Es como si estuvieras asistiendo personalmente al silencio de aquella hora, en la que el sol se oscureció y la tierra tembló. Eran también las tres de la tarde cuando las tinieblas cubrieron toda la tierra, dice Lucas en su Evangelio. Se lo tuvo que contar María, la madre de aquel hombre, la Madre de Jesús el Nazareno. Ella estuvo presente bajo la cruz de su hijo, y vio todo lo que ocurrió. Ella se quedó también en silencio. Fue un silencio en el que resuenan todos los silencios de todos los hombres, de todos los siglos.

Antes de que llegue el silencio de este año, he recordado una vez más algo de lo que precedió a la hora del Gólgota. Los poderes de esta tierra, entonces fueron los jefes religiosos de los judíos, los Sumos Sacerdotes, y los gobernadores civiles de la ciudad, los que se aconchabaron para destruir al Inocente.  Hoy seguimos igual, se siguen cometiendo las mayores injusticias cuando los poderosos de esta tierra (de todas las condiciones y procedencias) se confabulan y maquinan para destruir al pobre y desvalido. Ya lo dice una estrofa de los salmos que hoy reza la Iglesia: “Ellos me miran triunfantes, se reparten mi ropa, echan a suerte mi túnica”.

Y hoy sé de lo que hablo: al estudiar “la vida y milagros” de mi tío el sacerdote, el cura granadino que se fue al Perú, al repasar los documentos que dan fe de su amor a los pobres y de las injusticias a las que fue sometido, me quedo yo también en silencio una vez más, ya no tengo palabras para contarlo. Quiero creer que es uno de los silencios que ya estaban inmersos en el gran silencio del Gólgota. Hoy no me quedará más remedio que gritarlo en mi alma cuando me traslade en espíritu al “Campo del Príncipe”, ante mi Cristo de los Favores, para recordar la hora suprema del silencio.

(Posdata: El silencio de esta hora se romperá, como se rompió entonces. Pasarán tres días y el Crucificado resucitará. Porque el Señor no se fue muy lejos. Los testigos del resucitado nos lo han contado. Yo romperé también mi silencio, escribiré D.m. su BIOGRAFÍA, y contaré su fama (la de mi tío Luis) a los hermanos. Ya lo dice el otro salmo: “Pero tú, Señor, no te quedes lejos; fuerza mía, ven corriendo a ayudarme. …. Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré”.)

1 comentario:

  1. Efectivamente la coatumbre de rezar los "tres credos " incados de rodillas frente a UN CRUCIFIJO, a las tres de la tarde, lo vivimos en casa de los abuelos y en casa de nuestros padres, cuando no podíamos ir al Campo del Principe. Yo sigo con la misma costumbre, y hoy sin poder mi Manolo se ha incado de rodillas y los ha rezado conmigo. El Señor nos seguirá ayudando para que asi suceda hasta que El quiera...
    Ante la reflexión del silencio que haces no me quedan palabras, sólo asentir y unirme a tu oración.

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