viernes, 30 de marzo de 2012

La "paideia" andaluza

Los griegos le llamaban “paideia”, los romanos “humanitas”, mi madre lo denominaba cultura y mi abuela finura de espíritu. Se referían a la formación que recibía el ciudadano interesado y que hacía de él una persona con sentido común, con juicio y gusto, y en el que brillaba a menudo la hermosa virtud de la elegancia. Estar a su lado era como cobijarse a la sombra de un árbol en un día caluroso de verano. ¡Daba gusto!

He conocido a muchas personas con una cultura semejante y me ha tocado padecer a otras, las menos, que se destacaban por una ausencia total de formación, que los hacía víctimas de las envidias, celos y complejos de inferioridad. Entre ellos, los más inteligentes, los listos de turno, que siempre los hubo, se erigían en cabecillas de las masas y eran capaces de sacar provecho de sus medias verdades y oscuros razonamientos. Al final, el discurso es siempre el mismo: ¡el otro, el de arriba, es el culpable de mis problemas y dificultades!

Siento una cierta desazón al reflexionar sobre los resultados de las últimas elecciones regionales en mi querida Andalucía. Las fuerzas socialistas, hasta ahora en el poder, han visto cómo su mayoría parlamentaria se esfumaba, mientras que las del otro lado del hemiciclo, los populares, aún sumando muchos más votos que sus contrincantes, no han alcanzado la mayoría absoluta para gobernar. Con lo que la posible solución está, parece, en la conocida “izquierda” más radical de nuestro entorno político, que ha duplicado su representación en las elecciones andaluzas (¡!), y que se empeña, desde hace tiempo y sin éxito, en transformar el actual sistema capitalista de nuestra sociedad por otro socialista democrático. ¡Eso dicen!

A pesar de ser un grupo minoritario, es bueno conocer sus pretensiones. Algunas de ellas me han llamado especialmente la atención: demandan una Andalucía feminista, en donde se erradique definitivamente el patriarcado, quieren una democratización de la economía, desde la planificación del desarrollo sostenible hasta la gestión de cada empresa concreta, proponen una derogación de la “Ley Antibotellón” para que se pueda consumir más alcohol en las plazas públicas, trabajarán por despenalizar el cultivo y el consumo de cannabis, y entre otras “preciosidades” añadidas crearán una Fiscalía contra la discriminación para perseguir la “LGTBIfobia” (palabreja nueva que se han inventado, para referirse a las lesbianas, “gays”, transexuales, bisexuales e intersexuales). Me imagino mis plantaciones de fresas y hortalizas andaluzas transformadas en un “Afganistán” cualquiera, exportador de “hierba” estimulante y delirante al resto de Europa, y a las calles de mi Andalucía convertidas en un “love parade” continuado en donde propios y extraños puedan disfrutar de “las tendencias exhibicionistas de otra gente”.

Si consiguen lo que anuncian en su programa electoral, habrían construido la “república andaluza” y hecho de mi tierra un país tercermundista, en el que nadie querrá invertir un euro y al que nadie querrá ver ni en pintura. No les deseo suerte, y sí se la deseo a mis paisanos. También me la deseo yo, por la parte que me toca. Allí nací, allí me eduqué y allí están la mayoría de mis seres queridos.

Al final del cuento estoy convencido que lo ocurrido en el sur es el resultado del fracaso de la “paideia” andaluza. ¡En algún documento he leído que Andalucía tiene diez universidades en funcionamiento! A pesar de ello hay algo que no funciona. Estoy convencido de que la ciencia forma parte de la cultura, pero también sé, que la ciencia no es toda la cultura. Se me ha ocurrido pensar que habrá que potenciar allí el estudio de las “humanidades”. Dicen que la lectura de buenos libros y la enseñanza literaria desarrollan en nosotros el espíritu de finura. Ojalá que aumenten en Andalucía el número de librerías. “El estilo es el hombre”, escribió hace tiempo un francés.

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