viernes, 11 de diciembre de 2009

La belleza que yo encontré

Cuando falleció mi abuela materna, a la que yo adoraba, mis tías dejaron imprimir unas tarjetas o recordatorios con los datos de la vida de la abuela, una oración y una foto de la difunta. El día de su muerte me encontraba yo en el extranjero. Recuerdo que cuando llegó a mis manos tal recuerdo, quedé espantado, no tanto por la muerte de mi amada abuela – que ya la esperaba desde hacía tiempo – sino por la fotografía. Habían pedido a la imprenta, supongo yo, que retocaran una foto y con ello desgraciaron “post mortis” y para la eternidad a mi abuela. Aquello lo tomé yo muy a mal y aún hoy día me rebela. Sin quererlo, habían disfrazado a la abuela y la habían desposeído en la foto de su belleza natural.

Fue la belleza de mi abuela una belleza que brotaba de dentro. Habían pasado los años, murió pasados los ochenta, tenía ya una inmensidad de arrugas, pero el brillo de su rostro nos abría a todos los que la rodeábamos “los ojos del corazón y de la mente, poniéndonos alas y empujándonos hacia lo alto”, tal como ocurrió durante toda su vida. Recuerdo de niño haber visto entrar en muchas ocasiones a mi padre en el saloncito adonde la abuela estaba sentada a la mesa de camilla con un rostro serio y triste, soportando posiblemente los problemas que los años de la postguerra y sus circunstancias le acarreaban, y salir, después de un rato con ella, cambiado, con alegría y buen humor. La belleza de la abuela hacía el milagro, mi padre recobraba nueva esperanza y así nos lo transmitía después.

Me han venido a la mente estos recuerdos al leer la noticia de la audiencia que el Santo Padre Benedicto XVI ha tenido el 21 de noviembre pasados con un grupo de artistas en la Capilla Sixtina y al leer el discurso que les dirigió. La agencia de noticias titulaba su reportaje con la frase: “La belleza camino hacia Dios”. El Santo Padre, después de recordar la situación del momento actual a nivel social y económico, se preguntaba y preguntaba a los presentes: “¿Qué es lo que puede volver a dar entusiasmo y confianza, qué puede animar al alma humana a encontrar el camino, a levantar la mirada hacia el horizonte, a soñar una vida digna de su vocación? ¿No es acaso la belleza?”

Me he hecho yo a mi mismo la pregunta y he recordado algunos de mis encuentros con la belleza. Fueron momentos donde experimenté yo también la función esencial de la verdadera belleza, “que, según Platón, consiste en provocar en el hombre una saludable “sacudida”, que le haga salir de sí mismo, le arranque de la resignación, de la comodidad de lo cotidiano, le haga también sufrir, como un dardo que le hiere pero que le “despierta”, abriéndole nuevamente los ojos del corazón y de la mente, poniéndole alas, empujándole hacia lo alto.”

Fue a los quince años. Ella aún no los había cumplido. Estábamos en el salón parroquial de la iglesia de San Justo y Pastor. Allí se reunían los chavales de la Acción Católica. Era un día de otoño, poco después de la puesta del sol. Me viene a la mente al respecto el disco que la cantante y compositora Mari Trini grabó a principios de los setenta y la canción que comenzaba con la frase “Amores se van marchando………” y que seguía con aquello de “¿quien a los quince años no dejó ……..?”. Fue mi primer encuentro con la belleza. Sentí en lo más profundo de mi joven alma aquella “complacencia desinteresada” con la que Kant define la belleza. Después hubo algunos encuentros más. Todos ellos provocaron la mencionada “sacudida” saludable y me hicieron salir de la comodidad de lo cotidiano.

No fueron solo ellas, las mujeres, las portadoras de la belleza, fueron también paisajes, mares, atardeceres y montañas, rostros y obras de arte. A modo de ejemplo veo ante mí el “Éxtasis de Santa Teresa”, la escultura que esculpió Gian Lorenzo Bernini en 1646 y que se puede ver y admirar en la Iglesia de Santa María de la Victoria en Roma. He visto a personas durante mucho tiempo sentadas en el suelo frente a la escultura, disfrutando de la belleza del rostro del ángel y del rostro de la santa. Yo también me hubiera quedado allí. Yo disfruté con su belleza. La frase de Simone Weil que mencionó el Santo Padre en la audiencia citada coincide con mis sentimientos: "En todo aquello que suscita en nosotros el sentimiento puro y auténtico de lo bello, está realmente la presencia de Dios. Hay casi una especie de encarnación de Dios en el mundo, del cual la belleza es un signo."

Una confidencia: Dios se “encarnó”, se hizo presente también para mí en la belleza de una joven alemana que hoy es mi mujer. En ella vi y veo SU rostro. Se trata de un asunto muy personal, a buen entendedor pocas palabras bastan (léase la cita de Platón citada arriba).

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