viernes, 11 de junio de 2010

Los gusanos de seda

Estamos en esa época del año en que las arañas tejen sus finas telas para captar el alimento que le brindan los insectos que vuelan alrededor de la casa y en otras partes de nuestro jardín. Se multiplican por doquier. He tenido la paciencia de observar a uno de estos animalitos en su trabajo de ingeniería, son rapidísimos. No así aquellos otros obreros hiladores de mi infancia, los gusanos de seda, que durante casi treinta días crecían comiendo hojas de la morera que yo les traía, hasta alcanzar su madurez y formar su capullo con más de 900 metros de hilo de seda finísimo. (Lo de los novecientos metros lo supe después, estudiando el fenómeno de la sedicultura).

En aquel misterioso capullo, origen de tanta seda fina, se encerraba el gusano después de varias semanas, cambiando su aspecto físico y convirtiéndose en ninfa, para diez días después surgir como por encanto convertido en mariposa, animalito que se encargaría, jugando con otras compañeras, de asegurar la especie, poniendo sus huevecitos diminutos antes de morir. El fenómeno se repetía en mi tierra granadina cada año, allá por el mes de abril o mayo. Todo un prodigio de la naturaleza, que los padres y maestros enseñaban a los niños para que, a falta de televisiones, ordenadores y consolas varias, se entretuvieran y aprendieran jugando el devenir fantástico de la naturaleza.

Eran las cajas de zapatos las jaulas infantiles en donde se producía aquella interesante metamorfosis en la que mi padre, maestro de escuela en la España rural, se apoyaba para explicar la evolución biológica de los gusanos que fueron fuente de riqueza en la Andalucía de los árabes y de la Edad Media. Época aquella en la que las moreras abundaban por sierras, caminos, balates y acequias. Alguien que necesitaba madera las cortó, y nos quedamos sin la industria de la seda. El alimento de los gusanitos desapareció y con ello la fuente de ingresos de miles de familias campesinas que se ganaban un sustento adicional con la cría de los gusanos de seda y su consecuente explotación. Las cajas de zapatos no se habían inventado todavía, pero sí se usaban como habitáculos del gusano y como talleres de su habilidad las paneras y los zarzos de cañizo, que se tejían con las cañas de las ramblas alpujareñas. La seda granadina era apreciada en todas partes, los mercaderes genoveses, toscanos y venecianos la llevaron por todo el mundo, incluidos los mercados atlánticos.

El cultivo del gusano comenzó hace miles de años en China y la producción de seda se extendió por todo el sudeste asiático. Algunos comerciantes nos trajeron en el siglo XI los huevos de los lepidópteros ‘Bombyx Mori’, futuros gusanos de seda, y también las semillas de la planta de las moras, las moreras, con lo que se aseguró la crianza de gusanos de seda en Europa. La ‘Ruta de la Seda’ pasaba entonces por mi Andalucía. En el siglo XX quedamos solo los escolares granadinos para mantener allí viva la tradición. Hoy, en la segunda decena del siglo XXI, pocos saben de la cría de los gusanos y de la producción de la seda por estos lares. Me dicen que los especialistas han sustituido la hoja de la morera por un alimento químico que dan a los pobres animalitos. Yo, en mi desconocimiento, me pregunto si la seda de hoy será tan fina como fue la que producían los moriscos granadinos.

Me fascinaría plantearle a mi familia la posibilidad de iniciar en nuestro jardín una producción de seda al estilo de mis antepasados. Me he informado bien, sólo se necesitan 6000 capullos por cada kilogramo de seda que queramos producir. Las reducciones de la pensión de jubilación que los economistas y politicos europeos y españoles nos anuncian, pueden hacer recomendable y útil tal producción. Y prometo hacerla ecológica: todo naturaleza, nada de química. En las aceras del pueblo adonde resido, San Agustin del Guadalix, hay muchas moreras, que en estas fechas protegen con su sombra a los peatones. Aunque hay que andarse con cuidado, porque las moras blancas que caen al suelo, aparte de manchar la piedra, han producido también caídas y resbalones indeseados. Pienso consultar a los especialistas si los gusanitos comen también el fruto de la morera. Si fuera así, la producción de la seda estaría asegurada en mi jardín. Temo, por otra parte, que si se entera el alcalde de mi pueblo introducirá de inmediato la antigua “Renta de la Seda”, que los Reyes Católicos, copiando a los árabes granadinos, mantuvieron como fuente de ingresos para las disminuidas arcas del Reino. Al final no sé qué hacer, veremos lo que dicen los míos.

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