viernes, 18 de febrero de 2011

Una nueva generación

Se apagó definitivamente, sólo quedó el pábilo de su cuerpo; en la tarde del miércoles falleció. Era lo que sus ojos anunciaban ya días pasados. Nuestra tía María, la religiosa de la congregación de la Sagrada Familia de Burdeos, entregó su alma en paz rodeada por sus hermanas de comunidad y, al día siguiente la enterramos en el cementerio de Pinto en Madrid. Estuvimos con ellas en el entierro y en el funeral de cuerpo presente, fue en la capilla de la residencia de mayores de la comunidad. Cerca de treinta mujeres, ancianas casi todas, eran las personas que le decían adiós a la tía. En el cementerio tienen reservados ya los nichos que necesitan. Esta comunidad religiosa femenina, como tantas otras en España, está disminuyendo en los últimos años el número de sus miembros, faltan nuevas vocaciones. En otro tiempo fue una fundación floreciente al servicio de la niñez y juventud con colegios y centros de formación en ciudades y en poblaciones del mundo rural; hoy mira cómo se reduce su campo de apostolado por falta de manos y corazones que estén dispuestos a dar todo por los demás.

Repasando las noticias de su presencia en aquellas ciudades en donde estuvo mi tía, encontré el testimonio de una placentina ante la marcha del pueblo en el año 2007 de las tres últimas religiosas del centro en donde ella había sido educada. Se llama Merche, y escribió al periódico de Plasencia una carta en la que decía, entre otras cosas: “Felicitaciones a las religiosas de la Sagrada Familia de Burdeos por todo el bien que nos hicieron a todas las que pasamos por tan hermoso colegio. Siempre las llevaremos en nuestros corazones, las enseñanzas recibidas nos ayudan a ser mujeres que también damos lo mejor de nosotras a los demás. Yo las llevo muy dentro de mi corazón y cuando pase por esa calle quizás una lágrima brotará de mis ojos por ellas. ….” En la tapia de la calle quedó una placa para la posteridad. Los tiempos han cambiado.

En el diálogo con las ancianas religiosas de Pinto pude constatar que muchas de ellas, la mayoría, eran hijas de familias cristianas, y que fueron educadas en un ambiente que propiciaba el surgir de vocaciones a la vida religiosa. Fue la familia en el siglo pasado la encargada de llenar conventos y seminarios. Hoy la familia tiene graves problemas con su propia identidad y con los valores que la dan sustento y que debe transmitir. Salvo en contadas ocasiones, la familia dejó de ser el semillero de las vocaciones a la vida consagrada. Pequeños círculos de padres comprometidos en los Movimientos cristianos se esfuerzan por asumir de nuevo esa tarea. Empresa difícil pues los tiempos son otros.

A pesar de todo, estoy plenamente convencido de que Dios no abandonó a su pueblo. Nosotros los miembros de ese pueblo, la Iglesia, estamos llamados a descifrar los “signos de los tiempos” y a interpretarlos a la luz de las enseñanzas del Maestro, de tal forma que las nuevas generaciones encuentren la respuesta a las preguntas que siempre llevamos con nosotros.

Leí hace unas semanas sobre las “Hermanas de La Aguilera-Lerma”: una comunidad que pertenecía a la Orden de las Hermanas Pobres de Santa Clara, las Clarisas de Lerma. En los últimos años han visto crecer con asombro para ellas mismas el número de vocaciones a la vida contemplativa de su convento. Hoy son una nueva comunidad, con los estatutos aprobados por el Vaticano. Es el Instituto Religioso “IESU Communio”. Muchas de ellas han sentido la llamada a la consagración no en el ámbito de la familia, sino justamente en un evento de masas, en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Parece que estas concentraciones internacionales de cientos de miles de jóvenes ponen de manifiesto y dan cauce a los anhelos más profundos de la juventud moderna. Los sociólogos escriben sobre un nuevo período de “religiosidad” que hace que los jóvenes no sean simples espectadores del mundo, “sino artesanos comprometidos de su construcción, trabajando juntos para promover el amor en vez del odio, la paz en vez de la guerra, el desarrollo en vez de la miseria, buscando el diálogo entre las culturas, las religiones, las civilizaciones.” (+André Lacrampe, Arzobispo de Besançon / Francia)

Pienso que aquellas comunidades religiosas fundadas en los siglos pasados y dedicadas principalmente al mundo de la enseñanza han perdido la razón de su existencia. Hoy están surgiendo nuevas formas de consagración apropiadas a los tiempos más nuevos. Parece que las antiguas Clarisas de Lerma han sido llamadas a encarnar en su comunidad el desafío que Juan Pablo II lanzara a las religiosas contemplativas en su visita a Ávila: “Consientan vuestros monasterios en abrirse a los que tienen sed. Vuestros monasterios son lugares sagrados y podrán ser también centros de acogida cristiana para aquellas personas, sobre todo jóvenes, que van buscando una vida sencilla y transparente en contraste de la que les ofrece la sociedad de consumo”. Y para esa misión, Dios les envía vocaciones. Mujeres nuevas, pero como las de antes, dispuestas a ser testigos del Amor de Dios entre nosotros´. Un nuevo carisma para gente de una nueva generación. Quiero estar atento al camino que han escogido y que seguirán en los próximos años. ¡Bienvenidas sean!

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