viernes, 4 de febrero de 2011

Mujeres y decretos

Muchas veces en mi vida he constatado la grandeza y el valor de la mujer, sus capacidades y virtudes. Valga citar que llevo casi cincuenta años casado. Algunos dicen que “detrás de cada gran hombre hay una gran mujer”; yo añadiría que son ellas, las mujeres, las que han dado forma al rostro del mundo en que vivimos, sobre todo en el occidente cristiano, que es el que yo conozco. Y eso, porque han puesto en juego su capacidad de amar. Mi teoría viene confirmada por el hecho de que el mismo Dios, en su infinita sabiduría, eligió a una mujer para que fuera la madre de su Hijo, del Hijo de Dios hecho hombre; dicen los cronistas que hasta le pidió permiso para hacerlo. Al hombre sólo le informó.

Ahora resulta que para conseguir que la dignidad de la mujer se ponga de manifiesto en la vida diaria necesitamos de decretos, para que por obra y gracia del que legisla, y según sus criterios, se pongan las cosas en su sitio. Bueno, para que las mujeres tengan “su sitio”. Me refiero en primer lugar a un hecho poco conocido fuera de Andalucía: en las procesiones de Semana Santa de Sevilla y de otras ciudades andaluzas era tradición secular que los que acompañaban los pasos de penitencia, los así llamados nazarenos, eran siempre hombres, y sólo hombres. Me refiero a aquellos que van vestidos de túnica, capa y antifaz negro (capirote alto y en punta), por algunos conocido como el capuz. Las mujeres ocupaban otro lugar destacado en la procesión, el de las camareras de la Virgen. Las recuerdo, en mi juventud, guapísimas, vestidas de negro con mantilla, peineta y zapatos de tacón alto.

En el transcurso de los años muchas jóvenes mujeres intentaron y consiguieron participar junto a los hombres como nazarenas, o sea con capa y capirote, y con zapatillas más cómodas de llevar, porque también las mujeres tienen derecho a hacer penitencia. Claro que los que rezaban en las aceras al paso de las procesiones no tenían ya la posibilidad de distraerse con la belleza de la portadora de tales vestimentas. Eran nazarenos y nazarenas, pero para el espectador, eran todos iguales: capa, túnica y capirote. Podríamos llamarles también y según la jerigonza de los usuarios de los móviles y redes sociales, “nazaren@s”. No sé si he acertado y si mis sufridos lectores me entenderán.

Perdón, ahora llego a lo del decreto. La noticia es ésta: el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, ha publicado un decreto por el que acaba con los focos de resistencia que persistían en algunas cofradías sevillanas en torno a la integración de las mujeres como nazarenas en las procesiones de penitencia. Mi mujer y yo conocimos en su día al anterior arzobispo, el Cardenal Amigo Vallejo. Recuerdo que él quiso poner freno a la capacidad de las cofradías para dictar sus propias normas, y parece que en el año 2001 publicó una “Exhortación” indicando a los señores cofrades el camino a seguir. Según leo, la mayoría de las cofradías le hicieron caso; pero algunas siguieron en sus trece, dejando a las mujeres fuera de la fila. En la próxima Semana Santa, y por decreto del nuevo obispo, tendrán las mujeres su sitio en estas filas de penitentes sevillanos. Aunque no me gusta lo del “decretazo”, me pregunto que con qué derecho se privaba a las mujeres de ser nazarenas, si querían hacer penitencia por nuestros pecados y por los suyos. Tendría que preguntar a Carlos III, que fue el primer legislador sobre los desfiles procesionales y los vestidos de los penitentes.

La otra cuestión de estos días pasados, esta vez en Alemania, ha sido la discusión entre dos ministras del gobierno de la señora Merkel, intentando consensuar un decreto para fijar una “cuota femenina” en la que se fijara el número de mujeres que deben estar en los consejos de administración de las grandes empresas. Otra vez, obligando a las mujeres a tener “su sitio” por decreto. Me ha llamado la atención que las dos ministras alemanas, ambas del partido cristiano demócrata hayan querido seguir por las huellas de los socialistas españoles, intentando llevar al parlamento semejante decreto-ley. La señora Merkel ha dado por zanjada la cuestión, señalando que el tema no es prioritario. Bastante tiene ella con la crisis del euro y las tensiones actuales en el Mediterráneo. Quiero imaginar que, en privado, les diría a sus compañeras de gabinete que siguieran su ejemplo: ella es la Jefa en Alemania, y para ello no ha necesitado cuota alguna al respecto. El que sabe, sabe.

Esta cuestión de los decretos me ha recordado la figura del Papa polaco, Juan Pablo II. En su visión magistral sobre los signos de los tiempos, y al escribir sobre la dignidad de la mujer en este tiempo de cambios, afirmaba que “la dignidad de la mujer se relaciona íntimamente con el amor que recibe por su femineidad y también con el amor que, a su vez, ella da. Así se confirma la verdad sobre la persona y sobre el amor. …. La mujer no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás.” (Mulieris Dignitatem, 30). Ojalá que las nazarenas y las futuras directoras generales de mi historia hayan leído esta Carta Apostólica del Papa Wojtyla. Para ello no necesitan ningún decreto.

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