lunes, 20 de junio de 2011

El color azul

Me he preguntado en estos días si la Ruta de los Pueblos Blancos de mi Andalucía es patrimonio de la humanidad. Si no lo es, habría que presentar una propuesta al respecto. Me refiero a esos pueblos de las provincias de Cádiz y Málaga, en las zonas montañosas de la Serranía de Ronda y de la Sierra de Grazalema en donde fluyen abundantes aguas y crecen frondosos castaños y estirados pinos. Son pequeñas y medianas poblaciones cuyas casas se vistieron hace ya muchos siglos de un blanco resplandeciente para descanso de propios y extraños, y cuyos habitantes reciben al forastero con la amabilidad que les da la paz del lugar.

Si hoy levantara la cabeza el temido caudillo árabe Omar Ben Hafsun, que dominaba aquellos territorios hasta la llegada de los reyes católicos en el año 1485, y viera a su querido pueblo Júzcar bañado por 9.000 litros de pintura azul, con la que unos extranjeros venidos del Norte de Europa han profanado la blancura de sus casas, escuelas e iglesia, saltaría por los aires pidiendo venganza y desagravio. El problema es que tendría que enfrentarse primero con el alcalde y los habitantes de esta población, pues, según las crónicas, han sido ellos los que han autorizado a “disfrazar” su pueblo de un horripilante color azul, como si fueran ahora los carnavales, para hacer del mismo “el primer pueblo pitufo del mundo”. Teniendo en cuenta que todo es hoy cuestión de dinero, me imagino que al final de la discusión, en vez de marchar con todas sus huestes hacia Bélgica para enfrentarse al promotor del asunto, un tal Peyo, nuestro Omar Ben Hafsun se disfrazaría también de pitufo con gorro, pantalón y zapatos blancos y pediría a los pintores de tal evento que embadurnaran todo su cuerpo serrano y moro con la célebre pintura azul.
Temo que mi reflexión hará decir a una de mis nietas que soy un exagerado. Para mi consuelo y para su comprensión valga decir, que ya desde hace muchos años vengo librando una pequeña batalla con el color azul. Al principio fue aquello de descubrir el secreto del color azul del cielo; cuando era niño, creía que se trataba del reflejo del mar y los océanos, y no sé si fue mi abuela, en alguna ocasión, la que me llegó a decir que el cielo era una cortina que el Buen Dios corría todas las mañanas para que nos levantáramos con buen humor. Tuvo que llegar el profesor de física y explicarme lo de la luz solar, lo de la humedad de la atmósfera y lo de las ondas cortas y largas en la dispersión de la luz. Total, mi gozo en un pozo; con lo fácil que era lo de la abuela.

Pero lo del cielo no es nada comparado con otro de los desengaños que tuve que sufrir con este color. El más difícil fue aquel de mi supuesta sangre azul. Ya en mi primera juventud constaté que el color de mis venas en las muñecas y brazos era azul. Ajeno a los problemas del grosor de mi piel y del tamaño de las ondas de la luz, y recordando que el segundo apellido de mi padre era “García de Lara”, llegué a suponer que era descendiente directo de aquel Don Sancho García de Lara, I de Castilla, el que se casó con la distinguida jovencita Doña Urraca Salvadores, ambos con sangre de Amalarico, Rey godo de España en el año 515, casado con la célebre doña Clotilde, hija de Clodoveo, primer Rey cristiano de los franceses y que, según citan las crónicas, fue el fundador del linaje de los Lara.

Mi madre, mujer sensata y con los pies en la tierra, estaba preocupada con mis disquisiciones, y un día que le insinué que yo, como primogénito e hijo de un Nuño García de Lara, podía ser un “hijodalgo notorio según uso y fuero de España” como lo había sido aquel otro “García de Lara” habitante del pueblo granadino de la Zubia en tiempos de Carlos III, se le acabó la paciencia, y me dijo que me dejara de “aleluyas” y grandezas, y que me pusiera a estudiar y a trabajar como correspondía a mi suerte y noble linaje. Quiero recordar que aprovechando la ausencia de mi padre me comentó después que los últimos “García de Lara” de Granada se habían gastado toda su fortuna en una vida de costumbres ligeras y peores resultados, lo que dejó a los Nuño sin muchas perspectivas. Como consuelo, aquella tarde, me llevó al claustro del Seminario Menor de Granada para enseñarme el retrato en óleo de otro “García de Lara”, miembro de la familia: era Su Excelencia Don Salvador José Reyes García de Lara, arzobispo de Granada durante los años 1848 al 1851. Al salir del edificio me pidió que no pensara más en lo de la sangre azul y viviera feliz con mi suerte.

Al regresar a mi normalidad un amigo me aclaró también lo del color azul de mis venas. Me tomó la mano y la puso delante del “flexo” que teníamos en la mesa de estudios, haciéndome ver el maravilloso rojo de mi sangre. Con lo que al final no tuve más remedio que olvidarme de Amalarico y su descendencia por siempre.

La última batalla con el azul fue al saber que en Alemania a los borrachos les dicen que están “azul” (blau). Algún día lo explicaré. Cuando vi por primera vez la foto de Júzcar, pitufo y azul, yo pensé que había bebido, y que estaba también azul. Pero no; es que los listos de Sony Pictures han convencido a los serranos de Grazalema para hacer de su pueblo un “Pueblo pitufo”. ¡Allá ellos y su borrachera! Yo me quedo con los Pueblos Blancos.

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