sábado, 7 de enero de 2012

Mi álbum de fotos


Como hacen muchas otras familias de nuestro entorno, nos reunimos en casa con los hijos y nietos para celebrar la Noche Buena en familia. Es una tradición hermosa, con muchos elementos del ámbito cultural alemán, que se ha mantenido en el tiempo a pesar de viajes y ausencias prolongadas. Las esposas de nuestros hijos han ido aportando elementos nuevos a la mesa familiar y con ello han enriquecido la intimidad de la fiesta. El mundo eslavo y el ibérico tienen sus expresiones en el transcurso de la noche. Todos acuden con gusto, año tras año, para cenar juntos y cantar los villancicos a la luz del árbol que alumbra las escenas de nuestro clásico portal de Belén. Es la noche de la alegría y de los regalos, en la que celebramos juntos la venida de Jesús de Nazaret a nuestro mundo.

Entre las costumbres de esa velada está la foto familiar. Hay un rito en las posturas y lugares que hace fácil captar la escena. Estamos todos, en este año también. Las técnicas modernas de archivo digital ayudan en la tarea de guardar y catalogar las imágenes. Al trasladar las fotos de esta Navidad al disco duro de mi ordenador caí en la tentación de comparar lo captado la otra noche con las fotos de años pasados. Nuestros nietos han crecido, las dos nietas mayores cumplieron hace pocos meses sus dieciocho años.

La belleza de los dos jovencitas, vestidas con sus mejores y más elegantes vestidos, como la fiesta lo exige, me ha cautivado. Ya no son las niñas de antaño, las que se sentaban sobre las rodillas del abuelo y miraban al objetivo de la cámara esperando que saliera de la cámara no sé qué hada de un cuento infantil. Se han hecho mayores, sus ojos brillan de otra forma, son como un espejo en el que se adivinan sus sueños juveniles y la lozanía de su recién estrenada esperanza. El abuelo se ha puesto de pie y ellas tienen su propio y destacado lugar en la escena. El reflejo de su belleza juvenil alumbra la escena toda. En el silencio de mi atalaya interior me digo: “de casta le viene al galgo” – ¿será para consolarme? –, y pulso tranquilo mi “ratón” para pasar página y ver la siguiente imagen, no sin antes desear que el Buen Dios las mantenga durante mucho tiempo en esa belleza y alegría juveniles.

Observando las fotos se me ha ocurrido pensar en los vasos comunicantes: en la fortaleza y esplendor de mis hijos y nietos hoy, veo resplandecer la sabia que nos dio fuerza en el ayer de nuestra existencia. Me acordé también de aquel bellísimo Salmo que habla de una vejez que sigue trayendo frutos vigorosos y verdes. Son mis hijos y los hijos de mis hijos. “El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia.” (Salmo 92:12-15). No cabe duda que aunque nosotros los abuelos vayamos dejando el primer plano a los más jóvenes, ellos nos siguen queriendo y admirando como corresponde a un buen nacido. Ese cariño no ha cambiado con el pasar de los años, las fotos de mi álbum digital dan testimonio de ello.

Antes de cerrar las páginas de mis recuerdos, me fijé en otras fotografías de amigos y conocidos. Constato que algunos de ellos ya no están entre nosotros. Nos dejaron el año pasado, después de haber escrito con nosotros parte de la historia de nuestra vida. Es el paso del tiempo que va dejando sus huellas en el corazón de cada uno y en el archivo digital de mi computadora. Y como no quiero comenzar el año con la tristeza de lo pasado, vuelvo a la primera página de mis recuerdos, y recreándome en la belleza de mis dos nietas mayores doy gracias a Dios, y me digo aquel proverbio conocido: “La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la hermosura de los ancianos es su vejez”. Y para subrayar mi autoestima agradezco a Job su pensamiento: “En los ancianos está la ciencia, y en la larga edad la inteligencia”. ¿Será esto verdad, o se habrá equivocado el viejo de Job?

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