viernes, 20 de enero de 2012

¿Y adónde está el padre?


Tengo sobre mi mesa la noticia del informe que el Instituto Nacional de Estadística de España ha publicado en los últimos días. Se trata de los datos consolidados del movimiento natural de población en nuestro país en el año pasado, en el que se afirma la “continua tendencia creciente” del número de nacidos de madre soltera en la España de mis dolores. Son más del 34% del total de nacimientos, cerca de un 8% más que hace cinco años. Me consuela pensar que todavía no hemos llegado al 40% de otros países “más modernos y adelantados” que nosotros, como Estados Unidos. Aun que ya pronostican que también lo conseguiremos.

Pareciera que hubieran publicado la noticia justo en estos días para mí, para complementar mis lecturas habituales. El libro que estoy leyendo en las últimas semanas contiene el texto de una Jornada Pedagógica para educadores y sacerdotes que uno de los profetas de nuestro tiempo, el sacerdote alemán Padre José Kentenich, dirigiera y dictara en Alemania justo cinco años antes de que se iniciara la Segunda Guerra Mundial y con ella la ausencia obligada de millones de hombres – de padres – de sus hogares. Como auténtico profeta, lo veía venir. También él lo experimentó en su propia carne, la ausencia del padre en su niñez.

¿Qué será de esos hijos? me pregunto yo, y recuerdo una afirmación del profeta mencionado, cuando se refería a la tragedia que viviría Europa si a la hegemonía del varón de siglos pasados – patriarcado – le sucediera la hegemonía de la mujer, el matriarcado, y la consecuencia práctica de tales hechos, lo que él denominaba la “mescolanza de los sexos”: “¿Qué dice la psicología de la cultura? Se nos dice que esta mescolanza de sexos ha sido para la cultura occidental más peligrosa que la guerra que perdimos. ¿Será cierto? ¿Que toda la guerra perdida? ¡Cuántas consecuencias acarreó toda esa guerra perdida! ¡Y sin embargo a esta mescolanza de sexos se le atribuyen secuelas más graves!” Tengo que decir que se estaba refiriendo a las consecuencias de la primera guerra mundial. La segunda estaba por llegar, y sus consecuencias también. Hoy las tenemos ya en España; véase el informe de su Instituto Nacional de Estadística.

Puedo asegurar que sé de lo que él estaba hablando. En las veladas de nuestro matrimonio me ha contado mi mujer lo que para ella significó la ausencia del padre en los primeros años de su niñez (el padre estuvo en el frente como los otros hombres alemanes), y la diferencia que experimentó cuando su padre, escapando de los rusos al final de la guerra, se encontró con ellas, con su esposa e hija, y los tres pudieron iniciar la reconstrucción de sus vidas.

Como ocurrió a tantos otros profetas, sus contemporáneos no le hicieron caso, incluso los maltrataron y apedrearon. Al Padre Kentenich le tocó vivir varios años en el Campo de Concentración de Dachau, y lo que fue peor, un exilio decretado por los estamentos jurídicos de su propia Iglesia.

Mi mujer y yo tuvimos la suerte de encontrarnos con ese profeta y con los hijos del mismo. Somos, entre otros muchos, un grupo de matrimonios dispersos por el mundo, que al saber de esa profecía asumimos la tarea de llevar a la práctica el remedio que el mismo profeta daba para superar la “mescolanza de los sexos”, o el bandazo que ha supuesto la trágica alternativa entre la hegemonía del varón y la hegemonía de la mujer. Ni el varón es la medida, ni la mujer puede imponer su línea.

En aquellas conferencias del año 1934, comentando un libro de un autor alemán, Eberz, titulado “Aurora y ocaso de la era masculina”, nos daba la receta para superar el dilema: “Tendríamos un incomparable factor de saneamiento para la cultura de occidente si lográsemos nuevamente eliminar esa mescolanza de sexos y si consiguiésemos que la naturaleza masculina y femenina en su madurez conformen una auténtica biunidad en la vida práctica y de acuerdo a su orden de ser.” Y para que lo entendieran los más torpes, lo repetía con una figura geométrica: “ …… Pueden representárselo como una elipse, no como un círculo, en cuyo centro no hay un sólo punto sino dos: el ser femenino y el masculino. No hablo de una actividad polar sino de una estructura del ser.” El hombre y la mujer, la madre y el padre mirando al hijo.

En España hemos alcanzado ya la triste cifra del 35% en el número de los nacidos de madre soltera. Sin entrar en el análisis de los casos concretos, pido al cielo que por bien de nuestro país se invierta pronto la tendencia apuntada. Y mientras tanto, miro con esperanza a los más cercanos y me congratulo constatando que ellos están practicando lo de la elipse. Tienen la suerte de contar en el trazado de sus vidas con los dos centros o focos  de la curva, que son la madre y el padre. Les deseo que en las tensiones propias del quehacer diario se cumpla siempre la ley geométrica de la elipse: la suma de las dos distancias entre los focos y los puntos de la línea exterior es siempre constante. A buen entendedor pocas palabras bastan.

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