viernes, 16 de marzo de 2012

El misterio de la persona


Aprendí de mis mayores a respetar la vida de los demás. El vecino, el que se sentaba en la parte de atrás de aquellos bancos de los jardines públicos de mi tierra con dos asientos paralelos, era una persona a la que se le hablaba de usted, a no ser que hubiéramos comido juntos en alguna ocasión. La vida tenía entonces sus reglas. Hoy se valora más la espontaneidad y la libertad de expresión. 
Tengo que confesar sin embargo, que no consigo superar aquellas situaciones embarazosas que me producen, por ejemplo, las jovencitas del supermercado cuando, sin pensarlo mucho ni nada, me tratan de tú a la primera de cambio: “¿Quieres llevarte hoy merluza, que la tenemos muy barata?”, “Si te gusta el jamón, ahí lo tienes en la estantería de enfrente.”, y otras preciosidades más de esas jóvenes con veinte años o pocos más, totalmente desconocidas por este “mayor” de pelo blanco y que ya ha pasado los setenta. Para mejor comprensión de mis amigos, tengo que confesar que mi mujer me avisa cariñosamente desde hace algún tiempo que me estoy haciendo mayor. (!!) Así que, pensándolo bien, el problema es mío.

Comienzo con estas confidencias porque en estos días me ocupa la vida de una persona a la que quería, la que hace poco nos dejó. Se trata pues de meterse en la vida de otro. Mi tío Luis, el sacerdote que a sus noventa años falleció, y al que, tomando una merienda en Granada hace meses, le prometí que escribiría su “biografía” para conocimiento y ejemplo de aquellos que se interesen por su “vida y milagros”. Fue una vida intensa y apasionante, y “milagros” también los hubo. Me refiero a los ‘milagros’ que el amor y la entrega de una persona producen en los seres amados por ella. Milagros tanto más visibles y destacados cuanto más débiles son las personas amadas. Para botón de muestra valga el testimonio de un “sanmartiniano” (colegio de San Martín de Porres) del Perú, que en estos días recuerda en un Blog al bueno de mi tío como forjador de “grandes empresarios, profesionales y  mejores padres de familia” en la ciudad de Tacna.

Tengo en mis archivos anotaciones y documentos que dicen mucho del que quiero biografiar, en mis recuerdos se acumulan las vivencias y experiencias del ayer con él y con su entorno. Conozco su “curriculum vitae” como si fuera el mío, pero al querer atravesar la puerta que me llevaría a descubrir “su verdad” para contarla a los demás, me doy cuenta que hay algo muy importante que tengo primero que descubrir: el misterio de su persona.

Un maestro de la vida espiritual me enseñó hace tiempo que cada persona viene a este mundo con una misión que cumplir. El Dios, que nos crea y da la vida, nos regala también la meta a conseguir, un ideal al que aspirar y una misión que llevar a cabo. Es el núcleo de la identidad de la persona, distinta en cada uno de nosotros, aquella a la que las fechas y acontecimientos, las personas y lugares de nuestro devenir humano quieren y deben servir. Porque para eso Él nos regaló la libertad.

Me acuerdo ahora de aquel hermoso salmo, el 139, que a partir del versículo 13 canta: 
Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! 
Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. 
Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; 
mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera. 
¡Qué difíciles son para mí tus designios! ¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos!”

Y ahora yo, principiante en estos oficios, quiero destapar ese maravilloso Libro en el que están todas las acciones del hombre a biografiar. Hombre, Luis Mellado Manzano, del que ya en la eternidad estaban escritos y señalados todos sus días, antes que uno solo de ellos existiera. Estoy convencido que el conjunto de los designios que la Divina Providencia tenía con mi tío Luis es inmenso, mis apuntes y documentos así lo atestiguan. Será difícil ordenar “tanta maravilla” para dar cuenta de ello a mis familiares y amigos. Pero quiero hacerlo, se lo prometí.

Después de pensármelo bien, he decidido que por ahora cerraré las actas y trataré de buscar primero en el corazón de los que le amaron, los testigos de su vida, el gran ideal y la hermosa misión que fueron la fuerza y el motor de toda su existencia. En definitiva, el misterio de su persona. Cuando lo intuya, cuando lo crea tener claro en mi corazón, conectaré el teclado de mi ordenador y comenzaré a escribir. ¡Os lo prometo!

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