sábado, 17 de octubre de 2009

Gracias a la vida

Durante el miércoles pasado sonó tres veces el teléfono en casa. Fueron llamadas de vida y muerte. La primera, aún no había terminado de desayunar, fue de un conocido en Alemania. Nos comunicó, que en la última madrugada había fallecido nuestra querida amiga Gertrud. Mi mujer y yo quedamos sobrecogidos, en quince días queríamos celebrar con ella y su marido las bodas de oro de su matrimonio. Nos habían invitado especialmente y, aunque no podíamos en estos días viajar a Alemania para tal evento, teníamos el propósito de acompañarles con nuestro recuerdo y agradecimiento por todo lo que ellos son, y por todo lo que nos han regalado en el transcurso de los últimos veinte años. Ahora ella se ha ido y nos ha dejado con la pena de su ausencia. Gertrud fue una gran señora. Admiré siempre en ella el respeto y la admiración con que trataba a su marido, él fue siempre el centro de su vida, le llamaba “Vater” (padre). Estuvimos varias veces en su casa, a veces dormimos allí. Me llamó también la atención que, por encima de todo, ella era la “reina” de la casa. Esta posición le vino regalada desde su actitud de servicio y generosidad permanente y desde su alegría y cortesía sin iguales. No solo con su marido, hijos y nietos, sino con todos los amigos y conocidos. ¡Y tuvieron muchos! Personajes conocidos, no solo en su entorno más íntimo, sino en la vida de sociedad de su ciudad y de su diócesis. Muchos amigos, también de América, lloran hoy su pérdida y dan gracias a Dios por haberla conocido y por su vida ejemplar. Gracias a la vida, ella sigue viviendo en nosotros.

La segunda llamada fue de mi hermano el menor. ¡Acababa de ser abuelo! Estaba tan contento, que parecía como si él o su mujer hubieran dado a luz. Es su primera nieta. Es fantástica la experiencia que hacemos los mayores, cuando una hija o un hijo nos regalan una nueva vida. Hemos ido a verlos en la Clínica. Un bebé, una niñita llena de vida y buscando el pecho de su madre. Unos padres felices por la llegada de la primera hija y unos abuelos chochos al poder experimentar la bendición divina de la descendencia. Valió la pena ser testigos cercanos de ese nuevo milagro, que es la vida humana.

Y como no hay dos sin tres, el teléfono volvió a sonar en ese día. En medio de la conversación, mi interlocutora al teléfono me quiso sorprender, y me sorprendió. Ella, con su marido, amigos y compañeros de fatigas y esfuerzos en nuestro camino, con cuarenta y cinco años cumplidos, me dijo: “¿Sabes una cosa, Paco? ¡Estamos esperando el quinto hijo! ¡Estoy embarazada!” He de confesar que interiormente me quedé de una pieza. No sé si ella lo notó, porque me apresuré a corresponder su alegría con mi felicitación sincera y mis deseos de buenos augurios. Cambiamos la conversación, seguimos hablando de su marido y de las novedades en el trabajo, que ahora le permiten marchar cada mañana a la oficina con más optimismo. Más tarde, cuando ella colgó el auricular, me quedé pensando, di gracias a Dios por ella y, sin quererlo, me acordé de Mercedes Sosa. Busqué en www.youtube.com y canté con ella, hasta el final de la canción, aquello de: “Gracias a la vida, que me ha dado tanto, me dio dos luceros (yo pensé en los cinco luceros/hijos de mi amiga, la del teléfono, y seguí cantando) que cuando los abro, perfecto distingo lo negro del blanco, y en el alto cielo su fondo estrellado, y en las multitudes el hombre que yo amo.” …………… Y hoy sigo, y mañana seguiré cantando: “¡Gracias a la vida, gracias a la vida, gracias a la vida!”

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