lunes, 26 de octubre de 2009

Homosexualidad

Ha estado en casa durante unos días un amigo chileno. Es el presidente de una Fundación benéfica chilena con algunos intereses y compromisos en Alemania. Tuvimos tiempo de hablar “de lo divino y de lo humano”. Entre otros temas, charlamos sobre la situación social y religiosa de la sociedad alemana. En este contexto recordamos los resultados de las últimas elecciones al Parlamento alemán y las conversaciones para formar gobierno entre los cristiano-demócratas y los liberales.
En el transcurso de la conversación me mostró su extrañeza por el hecho de que se esté barajando la posibilidad de que el jefe del partido liberal, Guido Westerwelle, sea el candidato para ocupar el sillón de Ministro de Asuntos Exteriores. Es público y notorio que este político es homosexual, habiendo sido él mismo quien lo anunció públicamente hace años, asistiendo con su novio, un conocido empresario, a una fiesta de la señora Angela Merkel. Yo le argumenté que este tema no causó ninguna preocupación en la opinión alemana, dado que otros políticos destacados también habían mostrado ya en público su homosexualidad. Y además, por lo que yo he venido observando en las últimas décadas, existe una ley no escrita en los gobiernos de alianza de este país, según la cual corresponde al líder del partido aliado la cartera de Exteriores. Lo que cuenta en política es el pragmatismo, la verdad de la eficacia. Lo que se temía mi amigo, es ya en esta fecha una realidad, Westerwelle será Vicecanciller y Ministro de Asuntos Exteriores en la legislatura que ahora comienza.
No quiero escribir sobre el político en cuestión y su tendencia sexual. Estoy convencido de que “sólo el Señor sondea el corazón” y que el fuero interno de las personas es sagrado. Es conocido el adagio: “De internis, neque Ecclesia iudicat”. Sin embargo lo ocurrido me ha hecho reflexionar sobre la homosexualidad.
Recuerdo que en mi infancia y juventud no tuve afortunadamente ni la oportunidad ni la necesidad de afrontar este tema, pues no conocí a nadie en mi entorno que perteneciera a ese grupo de personas. Ni siquiera en el “servicio militar”. Leyendo en los años de Instituto a mi paisano y poeta preferido, F. García Lorca, supe, eso sí, del “mariquita” y de sus aficiones por organizarse los bucles de su cabeza y por adornarse con jazmines mientras “los vecinos se sonríen en sus ventanas postreras” (“Canción del mariquita”). Y supe también por la Oda a Walt Whitman que a los “mariquitas del sur”, a aquellos de Cádiz, se les llamaba sarasas.

Años después, recorriendo Andalucía por motivos profesionales, pude comprobar personalmente aquello de los sarasas, los “mariquitas”, sus usos y costumbres. Me di cuenta que este grupo de homosexuales solía ser de clase baja y escasa cultura. También noté que, debido posiblemente a la presión social, a ellos les gustaba maquillarse y afeminarse en una medida exagerada. Eran personas sin cultura. Los otros, los homosexuales con mayor formación cultural, no aparecían en público ni llamaban la atención a los vecinos. Vivían posiblemente sus tendencias sexuales en el silencio y en la privacidad de sus hogares. Fue en uno de estos viajes cuando supe lo de la fama de Cádiz. Se decía que en Cádiz había muchos “maricas”. Un cliente de Jerez de la Frontera, con el tiempo íntimo amigo mío, me lo explicó: en tiempos pasados se enviaban a Cádiz a los homosexuales, gitanos y otros para ser deportados a América. Muchos de ellos se escondían en las atarazanas, en las ventas y en los barcos de la bahía y lograban así quedarse por allí. Aunque confío en mi amigo, no he podido constatar ni una cosa ni otra y si la historia es verdadera.

Lo que sí quise después es formarme mi propio juicio, y lo hice. Para mí, como cristiano, “los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados” porque son contrarios a la ley natural. Sé también que son muchos los hombres y mujeres que presentan tendencias homosexuales instintivas y que por lo tanto no han elegido su condición homosexual. A estos les debo mi total respeto y consideración y no quiero que mi “superficialidad” me lleve a discriminarlos de forma injusta.
Es por eso que al nuevo Ministro de Asuntos Exteriores alemán le deseo hoy mucha suerte y eficacia en su gestión. ¡Por sus obras los conoceréis! Por otra parte, comparto con mi amigo el chileno la duda sobre la prudencia política de la Canciller Merkel al nombrar al liberal Westerwelle para el cargo mencionado.

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