viernes, 20 de noviembre de 2009

Sin hogar

Yo los he visto en Roma, en Colonia, en Lisboa y en Praga. Los veo en Madrid. Quizá los haya visto en alguna otra ciudad de nuestra Europa. Arrastran todos el mismo equipaje, van con una tabla con cuatro ruedas o un carrito lleno de cartones y otros trastos, y sus ropas están sucias, huelen mal. Los he encontrado en los soportales de las plazas públicas, en esquinas con poca luz y portales no vigilados, en bancos de jardines y parques, y en la entrada de algún cajero automático. También en las escalinatas de alguna iglesia. Dicen que en Madrid son unas mil personas, y en España entre quince y veinte mil. Más del ochenta por ciento son hombres, todos de mediana edad, cada vez hay más extranjeros.
Son los “sin techo”, transeúntes o, como los expertos dicen, son los “sin hogar”. El olor a vino o cerveza y la suciedad en la que se envuelven, hacen que uno pase de largo o acelere el paso en su cercanía. La mayoría ni siquiera tiene una cajita o un cesto para que los transeúntes pongamos la moneda dentro.
Siempre he pensado que la adición a las drogas y al alcohol han llevado a estas personas a la soledad y al aislamiento. Nunca me he planteado saber más sobre este fenómeno de las grandes ciudades, no he tenido tiempo. El otro día, hablando con mi hermano, supe que desde hace años – desde que su empresa lo prejubiló – dedica un día a la semana a ayudar en un Hogar de abandonados – los sin hogar – situado en una población cercana a Madrid. Le pedí que me lo mostrara y que me presentara a los responsables. Quería saber de ellos.
Es una pequeña comunidad que ha sentido la llamada vocacional de acoger a los marginados más necesitados, a los sin techo. Atienden a cerca de cincuenta abandonados de la sociedad. Los servicios sociales de Madrid se los han enviado. Entre ellos, más de una docena de enfermos graves, todos enfermos físicos o síquicos. Son los más pobres. La comunidad se llama “Jesús caminante”. He estado con ellos en dos ocasiones.
Durante la primera visita mi hermano me mostró la casa, las habitaciones, salas y comedores, los almacenes de comida, las cámaras frigoríficas, la lavandería y el ropero. La enfermería y la farmacia. También el taller en donde mi hermano tiene sus herramientas y materiales. Él hace de todo, siempre ha sido un manitas. Uno de los marginados, habitante del hogar, le sigue a todas partes y con insistencia le repite que quiere ayudarle. Los demás están sentados en el jardín o en los salones, muchos de ellos con la vista fija en la pared de enfrente, algunos hablan, a otros no les oí ninguna palabra. Algunos ayudan a otros. La puerta de la casa está cerrada, para entrar o salir hay que llamar a la portería.
Una semana más tarde pude comer con mi hermano y con los miembros de la pequeña comunidad que cuida el Hogar. Arroz blanco, dos salchichas y un huevo frito. De postre, un yogur. Todos los habitantes del Hogar comieron ese día lo mismo. La comunidad vive con y como los pobres. Tienen, es verdad, habitaciones separadas y una capilla para la oración, pero su vida entera es el Hogar y sus marginados. Aprecian y cuidan la comunidad, pues para ellos ésta es el lugar de discernimiento, el lugar de crítica y contraste de los signos personales. Rezan para implorar las fuerzas necesarias. Lo importante son los acogidos. Hacen participar a los útiles en la vida del Hogar. Todos tienen su tarea, son alguien en la casa. Nadie les pregunta de dónde vienen y cuándo se quieren ir. Se les ayuda a comer, a lavarse y a aceptar la compañía de los demás. Les proporcionan médico y medicinas.

En la conversación supe que las causas de esta situación no son sólo las drogas o el alcohol, aunque estos inciden principalmente en el deterioro personal. Son también los malos tratos en la infancia, las separaciones o divorcios, el desempleo y la falta de apoyo social con la pérdida de vivienda y familia, los acontecimientos que han llevado a estas personas a terminar en la calle, a vivir sin techo y sin hogar.
Mis amigos, los de “Jesús caminante”, tienen el Hogar lleno, no pueden acoger a más marginados. Ellos hacen frente a la situación con las ayudas que reciben de amigos y colaboradores. Los bancos de alimentos suministran abundante comida, algunas empresas y organizaciones cubren otras necesidades. Lo material está casi siempre cubierto. Pero según me dijeron, lo más importante es que aprendamos todos, que la historia de estos abandonados es parte de la nuestra. Y que es necesaria la ayuda de todos.
He agradecido a mi hermano por la posibilidad que me ha brindado de conocer mejor a estos vecinos nuestros. Quiero volver.

1 comentario:

  1. Paco, quiero agradecerte este texto sobre Jesús Caminante. Por él veo, que has captado la esencia de el Hogar como se te explicó.
    Me agrada muchísimo que quieras volver al Hogar.
    Ya sabes que cuando quieras los miércoles voy, con avisarme nos vemos allí.

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