domingo, 1 de noviembre de 2009

La tercera edad

Me refiero, proyectando mi situación actual, a la tercera edad de mi fiel y buen amigo el Volkswagen Golf TDI que me acompaña y transporta desde hace más de trece años. Su cuentakilómetros ha marcado en la semana pasada los 300.000 kilómetros.
Fue en el verano del año mil novecientos noventa y seis cuando nos encontramos por primera vez en un concesionario de la Volkswagen en la región de Baviera de Alemania. Desde entonces nos ha transportado sin incidentes, con bravura, por muchas carreteras de Europa y nos ha posibilitado que admiremos otras tantas ciudades y pueblos, montañas, valles y mares de este hermoso continente. Ahora, y aunque ya le suenan sus ‘articulaciones’ y a su motor le falta la lozanía de sus primeros kilómetros, sigue siendo el compañero fiel y de confianza de todos los tiempos.
Me había y le había prometido, que cuando pasara esta “barrera sicológica” de los trescientos mil nos íbamos a ir los dos a pasar un día en lo más alto de la montaña cercana a Madrid, el macizo del Guadarrama. Quería, a solas con él, recordar las personas, lugares y acontecimientos que han marcado nuestra historia en estos últimos trece años. En el fondo hubiera preferido un viaje a alguna de mis playas preferidas en el sur de España. Estoy seguro que con un mar tranquilo, verde y azul por delante, los recuerdos hubieran surgido con mayor facilidad y cercanía. El mar me relaja. La montaña, al contrario, invita siempre a seguir más allá, a perseverar en la subida de una cima a la otra, en este caso, de un puerto de montaña al siguiente.
Y así fue cómo mi Golf TDI, sin problema alguno, no solo me llevó al Puerto de Navacerrada (1.860 m) sino que, dejando a lo lejos los jardines de San Ildefonso en la Granja, me acercó a las inmediaciones del pico de Peñalara, pasando por el puerto de Cotos (1.830 m), bajándome después al valle de El Paular para que pudiera admirar y disfrutar el bellísimo paisaje del otoño en la sierra madrileña. Pude observar arriba los pastizales de gramíneas y más abajo los enebros y matorrales que se entremezclan con los enormes pinares de pino albar y los robledales de hoja amarilla, dando paso a los fresnos y sauces en el fondo de los valles y en las riberas de los arroyos. Mi Golf y yo, solos, disfrutando la plenitud de la naturaleza en un otoño soleado y maravilloso. El presente se impuso al pretendido recuerdo del ayer. A la sombra de los sauces, a la orilla del Río de la Angostura en el Puente del Perdón, junto al Monasterio de El Paular, y cerca de los húmedos pastizales habitados por vacas, toros y bueyes, pudimos descansar, tomar el bocadillo, hacer algunas fotos y bajar la temperatura del motor.
El día nos invitaba a seguir. Quisimos visitar a un amigo en Rascafría, pero andaba en su trabajo y no regresaba a casa hasta el atardecer. Por eso decidimos subir a la sierra de la Morcuera, pasando por el puerto del mismo nombre (1.796 m) y observar allí las colonias de buitres negros volando con su gran envergadura y poderío entre la sierra de la Pedriza y la población de Miraflores. Descendimos después al valle y, casi sin pensarlo, nos decidimos por terminar el día subiendo al cuarto puerto de montaña, el Puerto de Canencia (1.505 m). Al pasar por Canencia, en la cuenca del rio Lozoya, me di cuenta que el depósito de combustible de mi fiel compañero estaba casi vacío y pedía también su alimento. Nos dirigimos entonces hacia la A 1 y tomamos el camino de regreso a casa. Ciento setenta kilómetros y cuatro puertos de montaña sin problemas.

Estaba contento porque mi Golf y yo habíamos disfrutado de un tranquilo paseo como aconsejan a los que nos movemos en la tercera edad. Otro día viajaremos al mar y pensaremos en el ayer. Al llegar a la gasolinera, el colombiano que siempre nos atiende, me dijo mientras llenaba el depósito de mi coche: “¡Se lo compro, señor, hace tiempo que busco uno como éste!”. Miré a mi viejo y fiel Volkswagen y me imaginé que él también me miraba, queriendo adivinar mi pensamiento. Sin dudarlo, le di un par de palmaditas en el capó y me apresuré a decir: “No está en venta. Hay amistades que son para toda la vida.”

2 comentarios:

  1. Querido Paco, hoy me has hecho disfrutar con tu prosa fresca. Desde el salón de mi casa, yo también me veía disfrutando la maravilla de la sierra de Guadarrama a bordo del veterano Golf. Enhorabuena, y espero con ilusión tu próxima entrada. Un abrazo,
    Ángel

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  2. @uerido Paco, muchos son tambienmir recuerdos en enstos 13 anos. Los paseos con los hijos por la nieve en Navacerrada, los encuentros con el 3er Gruppo de nuestra Familiade Sch. en las casas de la parroquia alemana en el Paular, la busquedad de una rocca y el dificil transporte despues. Las personas tan variopinto que transportamos y tantas conversationes nuestros (dialogos). Gracias a Ti y también a nuestro burriquito Golf.

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