viernes, 12 de febrero de 2010

Enamorados

Mi nieto el menor, trece años, es un gran aficionado a las motos de trial. Tiene la suya en nuestro garaje y le gusta salir con su padre por los campos cercanos a nuestra casa para disfrutar del paisaje, del aire y de la velocidad por los caminos del monte.

Hace un par de días, en su casa, salió el tema de los enamorados. Entre cervezas y colas quise aprovechar la velada para preguntar a su hermana, ya con dieciséis cumplidos, si sabría explicarme lo que es eso de “estar enamorados”. El pudor propio de una joven de su edad limitó algo los términos de la explicación, pero me sentí a gusto al constatar el buen criterio y el sano juicio de mi nieta. Su edad es la propia para despertar a los bellos sentimientos de la juventud en relación al trato con las personas del otro sexo.

Nuestro motorista, el de los trece años, quiso también participar en la conversación, y aportó un ejemplo práctico para aclarar el tema en cuestión. Habíamos llegado a la conclusión de que cuando uno se enamora, siente como un cosquilleo en el estómago, nos alegramos y sentimos una fuerte atracción por la persona que tenemos enfrente. “Es lo que me pasa con la moto que me quiero comprar, dijo. Cada vez que la veo me emociono, y me gustaría tenerla e irme con ella al campo. Y como no la puedo conseguir, me pongo triste y sufro bastante.” Según nos explicó, él sabía de lo que estaba hablando, pues ya se ha enamorado alguna vez (¡!). En una de esas ocasiones la persona causante de su enamoramiento fue, al parecer, una jovencita italiana que encontró en las pistas de esquí en una ‘semana blanca’ de su colegio. Es natural que no quisiera ampliar detalles.

Después de un par de cervezas y refrescos surgió la pregunta si los papás y los abuelos – dieciocho y cuarenta y cinco años casados respectivamente – estaban o seguían estando enamorados. El símil de la moto no nos ayudó mucho para esclarecer el asunto, porque según mi nieto, cuando ya te cansas de una moto, vas y te compras otra más moderna, y asunto terminado. La velada, al final, concluyó con la certeza de que los mayores, papás y abuelos, también estaban enamorados, o mejor dicho, se querían mucho. Ninguno de los adultos allí presentes quiso desvelar si seguía sintiendo el cosquilleo en el estómago al ver a su cónyuge respectivo. Es posible que el pudor propio de la incipiente ancianidad o las reservas propias de la paternidad no lo permitieran .….. (¿?)

Al regresar a casa aquella noche recordé los enamoramientos de mi temprana adolescencia y los 'amores imposibles' que tanto me hicieron sufrir. La belleza y gracia de algunas jovencitas que se cruzaron en mi camino hizo atraer mi mirada juvenil, pero la imposibilidad de conocer más a fondo sus valores, su belleza interior, cortaron pronto la posibilidad de que el atractivo y el encanto inicial pudieran llevarme más allá, pudieran llevarme al amor personal. No fue así con la madre de mis hijos. La simpatía del primer encuentro creció, mediante el conocimiento mutuo durante el noviazgo, hasta una verdadera amistad, que posibilitó el amor, un regalo de Dios para los dos.

Si la paz y el gozo, frutos de ese amor, son señales de estar enamorados, no cabe duda que los abuelos, a pesar de estar saliendo al campo con la misma moto desde hace ya cuarenta y cinco años, también lo están. Se lo tengo que contar a mi nieto.

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