viernes, 19 de marzo de 2010

Oda a un amigo

Tiene mi amigo su casa en medio de un jardín. El aire de la bahía penetra el ambiente y las flores de los setos alegran durante todo el año el verde de la pequeña pradera. Un viejo pino piñonero, que nace detrás de la tapia, en la parcela vecina, ofrece sombra gratificante en las tardes del húmedo verano, a un tiro de piedra de la costa que nos separa de África. Y en medio del jardín, la pérgola cubierta de buganvilla. Es roja y florece todo el año. Tiene mi amigo, como yo, un alma medio mora, medio cristiana. La belleza en los detalles nos cautiva y nos regala la posibilidad de un placentero vivir.

Tiene mi amigo en su casa y jardín varias puertas, que han estado siempre abiertas para mí y para los míos. En momentos difíciles de la vida, cuando las dificultades se hicieron penas y amenazaron con dominar mi horizonte, busqué refugio bajo la buganvilla de mi amigo para respirar, tranquilo, el aire del mar. Mi amigo supo respetar el silencio, me cobijó con la sabiduría de un viejo marino que sabe escuchar y fijar el rumbo con las señales que el cielo le brinda. Tiene mi amigo en su casa una veleta, y sabe cuándo el viento trae la calma, es fresco o anuncia temporal. Conoce al detalle la rosa de los vientos. Con su presencia, tacto y cariño me ayudó también a saborear la brisa débil, cuando ya solo se agitan las hojas de los árboles y las banderas de la playa ondulan levemente en el atardecer. Fue mi amigo un hábil capitán, que supo amainar las grandes olas para que, rompiendo sus crestas en el horizonte, se hicieran pequeñas e inofensivas.

Tiene mi amigo una esposa que le ama y gobierna la casa, y que cuida a sus amigos. Y ella, cuando el alma del caminante se ha serenado, sabe preparar la buena mesa. Hemos comido solos o con la familia. Las zonas fangosas del litoral cercano brindan a propios y extraños abundantes almejas, camarones y cangrejos, que mi amigo trae a la mesa familiar bajo la buganvilla acogedora. La excelente mano de la mujer amada, la mujer de mi amigo, prepara también con esmero los “pescados de estero”, propios de la pesca del lugar. Experto en los vinos de la tierra, mi amigo añade a la lubina o a la dorada el buen vino, que hará del comer una fiesta. Es mi amigo un hombre con suerte, Dios le regaló la mujer justa, la piedra preciosa y firme, la flor que adorna su casa. Doy fe. Un matrimonio “de los de antes”, un regalo para hijos y extraños.

Tuvo mi amigo que subir al calvario, y lo hizo con decoro, aunque no le faltó el dolor. Durante un gran trecho le hice yo compañía: tuvimos dos empresas, cada uno la suya, y las dos se perdieron por causas diversas en la vorágine de la competencia. Mientras que los hijos aseguraban los restos del naufragio, nosotros perdimos parte de lo más querido, mientras que salvábamos lo necesario para los demás. A él, después, le tocó la peor parte, la subida al calvario se hizo más larga y empinada. Fue una enfermedad grave, la que estuvo a punto de tumbarlo. Un cáncer le robó el habla, le operaron y salvó la vida. Con el tesón del marino y la ayuda de personas queridas aprendió un nuevo arte de comunicarse. Los demás, animados con su ejemplo, aprendimos a escuchar su nueva voz, más grave, más pausada y profundamente respirada. Desde aquel día la playa de levante, en la bahía, ha sido testigo de los paseos solitarios de mi amigo, temprano en la mañana o ya en el atardecer, cuando la gente no está. En alguna ocasión me invitó a disfrutar con él de los alcatraces, cormoranes y gaviotas que frecuentan la playa, y que son testigos mudos del andar humano. Después, al regresar a casa, mi amigo me animaba a fijar la vista en las aves que se cruzaban allá arriba con nosotros; eran las garzas y flamencos que anidan al otro lado de la carretera, en las zonas de esteros y salinas cercanas, recordándome sabiamente, que para cruzar los cielos tienen primero que comer en los fangos.

Tiene mi amigo mil cosas, que por respeto y cariño quiero guardar en mi corazón. Sólo los que le quieren, saben valorar todo lo suyo. Hoy, cuando la distancia me impide la cercanía del amigo querido, cabalgo sobre el satélite de “Google Earth” y a doscientos metros de altura detengo mi cabalgadura. Entonces, en medio de las palmeras y de las inmensas copas de los pinos vecinos, diviso la pérgola repleta de buganvilla roja en el jardín de mis recuerdos, testigo de nuestra amistad. Allí está mi amigo, me digo, en medio de los suyos, su mujer, sus hijos y nietos. Me uno a la fiesta. Feliz día, amigo Pepe, y que Dios te bendiga. Gracias por tu amistad.

1 comentario:

  1. ¡Qué suerte la tu amigo...tener un amigo como tú!
    Un abrazo: Raúl

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