viernes, 26 de marzo de 2010

El mito de las amazonas

Tenía mi padre ojos azules y cabellos rubios. Algo insólito en un andaluz. Por los comentarios de mi madre sabemos, que fue un hombre atractivo y que tuvo abundantes admiradoras entre las mujeres de su círculo de amistades. Yo sé, que la atracción era mutua, a él también le gustaban las chicas. Amó fielmente a mi madre, la adoraba, y siempre nos enseñó a los hijos a admirar y respetar a las personas del otro sexo. Pero supo además alegrarse con la belleza que el Divino Artista había puesto en las mujeres que se cruzaron en su camino. Recuerdo lo que me dijo con ocasión de mi primer enamoramiento: “Hijo, las mujeres son como las rosas; Dios las hizo bellísimas para nuestra admiración y alegría, pero hay que tener cuidado de no tocarlas, porque puedes pincharte y hacerte daño con sus espinas.”

Creo que el interés pedagógico paterno pretendía más bien despertar en mí un respeto por las personas del otro sexo y no tanto llamarme la atención sobre la agresividad femenina. De eso ya se encargan otras. Concretamente, en estos días, me he topado con expresiones varias de una combatividad femenina fuera de lo normal. Pareciera que la agresividad es algo propio de los hombres, que tiene que ver con las hormonas y la cultura. Pero, desgraciadamente, la agresividad no conoce fronteras entre los sexos, aunque haya diferencias sustanciales entre la agresividad masculina y la femenina.

No sé cuál hubiera sido mi reacción, si me hubiera encontrado en el pellejo del taxista que fue atacado días pasados por la modelo americana Naomi Campbell. La buena señora ha sido condenada varias veces por los sonoros tortazos que propina a sus empleados, y sigue sin embargo estando en las portadas de los periódicos. A esta se le fueron las manos, pero hay otras que no utilizan la fuerza sino el sadismo como arma de combate. Me refiero a una compañera de Naomi, la modelo alemana Heidi Klum y a sus métodos como directora del programa televisivo alemán Germanys Next Topmodel. No quisiera ver a ninguna de mis nietas como candidatas a modelo bajo la batuta de esta figura agresiva y despiadada. Ambas me han recordado la figura de Penthesilea en el drama que escribió Heinrich von Kleist en el año 1808. El mito de las amazonas. Un mito que apuesta por un femenino que contrarresta la violencia del hombre con las mismas armas y los mismos modos que los varones. Asimilan el modelo masculino en su cuerpo, renunciando a la diferencia que les define como mujeres.

El drama Penthesilea, escrito en la época napoleónica, avanza uno de los fenómenos más singulares de nuestro tiempo: el feminismo radical y sus manifestaciones. Críticos literarios alemanes afirman que lo que motivó a Heinrich von Kleist a escribir su drama fue una especie de miedo ancestral ante las mujeres fuertes, incontrolables y dementes.

Las decisiones y proyectos de la Ministra de Igualdad, Bibiana Aido, no me causan ese miedo ancestral, pero sí perplejidad y espanto, ante las consecuencias que las mismas traerán a las nuevas generaciones en España. La última de sus ocurrencias se ha hecho pública en unas jornadas sobre “Universidad e igualdad” que se han celebrado en el Senado. La ministra quiere que “los estudios de género y la tradición intelectual del feminismo ocupen un lugar troncal de los estudios universitarios españoles”. El disparate es mayúsculo. No sé lo que opinan al respecto los intelectuales y responsables de la universidad, pero he tenido la paciencia de leer muchos de los 593 comentarios que produjo la noticia publicada en “El Mundo” digital. Resumiendo los mismos, la ministra tendría que haber dimitido ya.

Menos mal que su compañero en el consejo de ministros, Angel Gabilondo, ha rectificado lo declarado. En una entrevista de Esther Esteban, publicada en “El Mundo” del 22 de marzo, el Ministro de Educación dice que la ministra no ha querido decir lo que dijo, “entre otras cosas, porque las universidades tienen la capacidad de establecer sus propios estudios.” Donde dije digo, digo Diego. Y esta vez, mejor así. Entretanto dos de mis nietos, conscientes del desastre universitario actualmente vigente, han decidido buscar la universidad para sus estudios fuera de España. Yo lo siento mucho. Me gustaría tenerlos cerca.

Las “amazonas” reinantes hoy en los medios y en la política caminan hacia su propia destrucción, como en la tragedia de Kleist. De todas formas, me congratulo al saberme cercano a otras mujeres, que han hecho de su feminidad un servicio a los demás y de su belleza una alegría para los que las quieren, y todo ello en pleno uso de su libertad soberana. Son mi mujer, mi hermana, mis nueras, mis nietas y otras muchas que no tengo por qué citar. A una de ellas incluso, a la MUJER “llena de gracia”, a la nacida en Nazaret y que dijo de sí misma: “me llamarán dichosa todas las generaciones”, le ofrecí un día mi casa y mi hacienda. Desde entonces es ella la ‘dueña y señora’ de todo lo mío. Y permitidme que con mi padre me alegre con su belleza y con la belleza de las de su género.

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