viernes, 14 de enero de 2011

La belleza de un concierto

Acabamos de pasar unos días que invitan al encuentro; así fue también en mi caso. La Navidad me sugirió una vez más la posibilidad de encontrarme con el amor, no solo en las personas que me rodean, sino en todas aquellas otras que me ofrecieron su amistad y cariño en el transcurso de la vida. En mis reflexiones navideñas lo constaté de nuevo: es bueno “saberse amado” y también dar testimonio de ello. Así lo hice días pasados en mi Blog.

Después del encuentro con el amor, tuve la oportunidad de encontrarme también con la belleza, en esta ocasión a través de la música y de la danza. Amor y belleza, las dos fuerzas que mueven nuestro mundo. Sentado en la butaca de mi casa, frente al televisor, disfruté en la mañana de Año Nuevo viendo y escuchando el concierto que la Filarmónica de Viena ofrece en directo desde la Sala Dorada de la Musikverein de Viena. Veinticinco mil flores llegadas desde San Remo en Italia adornaban la sala de conciertos. Pareciera que su fragancia llegaba hasta mi cuarto de estar. Unas horas de profunda belleza en las que la música y la danza me permitieron elevar el espíritu y convencerme una vez más que “la música es verdaderamente el lenguaje universal de la belleza, porque suscita emociones de otra manera difícilmente comunicables”.

Conocí esta expresión bellísima anual del Concierto de Año Nuevo en mis años jóvenes, recién llegado a Alemania. Mis anfitriones, los que después serían mis suegros, me invitaron a verlo en televisión. Ellos tenían un televisor en casa y eran amigos de la buena música. Era costumbre en aquella casa sentarse y dejar que pasara el tiempo en ese día oyendo la música de Strauss. Quiero pensar que la música fue también un vehículo importante que ayudó a nuestra mutua comprensión. Eran los años en los que el célebre director Willi Boskovsky, vienés de pura cepa, sacaba de su batuta ‘flores de papel, pañuelos de colores y blancas bromas’ haciendo de los conciertos una alegre y bellísima experiencia para los oyentes y espectadores. Y más aún, cuando dirigía la orquesta al tiempo que tocaba su violín. Sin palabras, con la música de su violín, suscitaba en nosotros aquellas emociones que son difíciles de comunicar de otra forma. Mientras tocaba el violín olvidaba el mundo que le rodeaba y nos lo hacía olvidar a todos los que le escuchábamos, a los presentes en la sala y a los televidentes de medio mundo. La belleza de sus acordes en el violín quedará para siempre en mi recuerdo.

Aquella costumbre la asumimos mi esposa y yo en nuestro propio hogar. Fueron contados los años, en los que por viajes y otras responsabilidades con nuestro entorno, no pudimos escuchar la música de la familia Strauss en nuestro televisor el día primero del año. Las operetas, valses, marchas y polcas de Johann Strauss hijo se enriquecían con obras y partituras del resto de la dinastía Strauss, y también de Franz Liszt y de otros. Vinieron nuevos directores de orquesta y todos ellos ofrecieron al público y a los espectadores un año tras otro las maravillas de las más variadas partituras y, cómo no, el vals “El Danubio azul” y, para despedir el concierto, la Marcha Radetzky que compuso Johan Strauss padre. Concierto inolvidable, por ejemplo, el del Año Nuevo 1987 con un Herbert von Karajan inolvidable. Como declaró el actual Director de la orquesta, Welser-Möst, el poder dirigir la Filarmónica de Viena en este día es como si le hubieran concedido el premio Nobel; poder disfrutarla – aunque sea a través de la televisión – es un regalo y una invitación a construir un mundo mejor en nuestro pequeño entorno. Porque la música es expresión de alegría y amor.
Aconteció en los años posteriores al cambio de milenio: la dirección de la Filarmónica introdujo, para los televidentes, la emisión de cortas escenas de ballet clásico durante la retransmisión de algunas partituras. He de confesar que al principio no me gustó. El tiempo y la reflexión le han dado la razón a los responsables de aquella decisión, se ha producido mi conversión.

Dicen que la danza es una de las formas más efímeras del arte. Cada paso, cada salto, cada movimiento de los bailarines es una obra de arte que es, y que segundos más tarde ya no es. Nunca podré ver en vivo la repetición de las interpretaciones, por más majestuosas y bellas que hayan sido. Sin embargo ahí están ellos, las bellísimas bailarinas y los apuestos bailarines mostrando una y otra vez la belleza de su arte en sus pasos y poses, expresando sus ideas y sentimientos a través del lenguaje corporal de una mirada, de un salto, de un requiebro o de un abrazo. Estoy convencido entretanto que la danza es un sinónimo de vida. El día 1 de enero de este año, durante la retransmisión del Concierto de Año Nuevo por la Televisión Austriaca, viendo volar por los salones de la Opera de Viena la belleza de los cuerpos de las bailarinas y bailarines del Ballet de Viena, agradecí a los productores de la retransmisión que trajeran a mi casa tal espectáculo. Con ello me regalaron una gran porción de optimismo y alegría.

No hay comentarios:

Publicar un comentario