viernes, 2 de septiembre de 2011

Como andaluz, doblemente agradecido


La visita del Papa Benedicto XVI a Madrid ha sido un acontecimiento histórico para los católicos del mundo entero. Tengo la sensación de que la presencia en España de esos cientos de miles de jóvenes de todo el mundo, para dar testimonio de su fe junto al sucesor de Pedro, ha sido uno de los grandes éxitos de esa misma juventud, la generación de mis nietos, que sabe vivir su fe sin agresiones, con alegría, sin formalismos, mostrando sus vacilaciones e incoherencias, pero dejando a la vez un rastro de belleza y frescura para todos los necesitados de esperanza, especialmente para los que tuvimos la suerte de ver “los toros desde la barrera”, o sea, las celebraciones de la JMJ de Madrid desde la televisión. Como todo ello me hizo bien, quiero ser agradecido. ¡Gracias a vosotros, juventud, “divino tesoro”!

Si mi agradecimiento es para mis nietos y para esa porción ejemplar de su generación, no puedo dejar de agradecer también al Santo Padre por su presencia, por sus palabras, gestos y cariño. Uno de esos gestos inolvidables ocurrió en el aeródromo de Cuatro Vientos, cuando la fuerte lluvia y el viento racheado amenazaron con derribar el escenario, y hasta el solideo del Papa (ese casquete blanco que usa para cubrir la cabeza) voló por los aires. Fue cuando él dijo por dos veces “¡yo, me quedo!”, y los que le acompañaban tuvieron que taparlo a duras penas de las inclemencias del tiempo. Impresionante la escena: un hombre de ochenta y cuatro años, después de un día agotador en Madrid – fue el día más caluroso de todo el verano madrileño – despidiéndose a las diez y media de la noche de una juventud enfervorizada, cansada y mojada hasta los huesos con las palabras: “Hemos vivido una aventura juntos. Firmes en la fe de Cristo, habéis resistido la lluvia. Gracias por el sacrificio que estáis haciendo y que ofreceréis al Señor. Os doy las gracias. Buenas noches. Que descanséis. Hasta mañana. Habéis dado un ejemplo maravilloso. Con Cristo, podréis siempre superar las dificultades de la vida. Gracias. Buenas noches”. Como eso también me hizo bien, ¡gracias, Santo Padre!

Y por encima de todo, tengo un motivo especial para estar agradecido: el Papa ha tenido en Madrid un detalle especial con los andaluces. Fue al alba del sábado 20 de agosto, acababa de celebrar la eucaristía en la catedral de Madrid junto a cinco mil seminaristas de todo el mundo. En ese momento anunció que San Juan de Ávila, el “apóstol de Andalucía”, sacerdote secular español del siglo XVI, pasará e engrosar en el futuro la lista de doctores de la Iglesia, ese título que el Papa otorga a ciertos santos que son reconocidos como eminentes maestros de la fe para su tiempo. Con ello, el sacerdote y maestro que nos fortaleció en la fe a los granadinos, cordobeses y sevillanos en los años que sucedieron a la conquista de Granada por los Reyes Católicos, estará en la lista de los célebres doctores con Isidoro de Sevilla, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz y otros eminentes personalidades católicas de otros países y culturas.

Aunque era manchego de nacimiento, Juan de Ávila pasó gran parte de su vida en mi tierra. Nacido en Almodóvar del Campo en el año 1500, hijo de una familia acomodada, estudió leyes en Salamanca y artes y teología en la universidad de Alcalá de Henares. Después de ordenarse sacerdote quiso embarcarse en Sevilla para evangelizar como misionero a los habitantes de Nueva España, allende los mares. Pero el arzobispo de Sevilla, que le había oído predicar, le convenció para que se quedara en Andalucía y predicara aquí la Buena Nueva, que también hacía falta.

Andaba mi Andalucía por aquellos tiempos sumida en la “ignorancia religiosa y confusión moral”, luchando con los residuos del mahometismo, con la gente sencilla sumida en un fuerte paganismo, salpicado de brujerías y otras costumbres poco edificantes. El bueno de Juan de Ávila decidió quedarse, para suerte de mis antepasados y mía. Quiero imaginar que alguno de ellos escuchó uno de sus famosos sermones, convirtiéndose a la fe católica como le ocurrió al famoso portugués y granadino de adopción, João Cidade Duarte (Juan Ciudad Duarte), al que hoy conocemos como San Juan de Dios. Fue Juan de Ávila amigo y consejero de santos, predicador, fundador de colegios y universidades, además de escritor. Con sus “vehemencias andaluzas” llevó la fe a muchos andaluces, pues según cuentan, tenía el arte intuitivo de llegar a los corazones, de iluminar, de transformar y de convertir. “Vehemencias andaluzas” que le costaron también la enemistad de la Inquisición, que lo mantuvo durante varios meses en la cárcel de Sevilla. Al final, los convenció y pudo seguir escribiendo y predicando, llegando no sólo a Sevilla, Jerez de la Frontera, Écija, Utrera y Montilla (adonde está enterrado), sino que conquistó para Cristo con su ejemplo y con su palabra a muchos habitantes de la serranía de Córdoba y de algunos pueblos de mis Alpujarras granadinas. Y como me ha hecho bien pensar que algún Nuño o algún Mellado, de los que andaban entonces en chilaba y babuchas, escuchó al “apóstol de Andalucía” y se convirtió, quiero decir: ¡gracias, Santo Padre, por el detalle que ha tenido conmigo y con los andaluces! Cuando quiera, puede venir a nuestra tierra; pero que no sea en agosto, por favor.

1 comentario:

  1. Gracias Paqito y Anne del alma mia. QueDios Mta siga iluminando vuestra mente y escritos.

    Vuestro hermano y admirador, peregrino orante, Fernando A.

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