viernes, 9 de septiembre de 2011

Las golondrinas

El miércoles en la tarde se fueron. Llevaban ya varios días reuniéndose por la mañana y por la tarde en el mismo lugar. Ocurrió de a poco, comenzaron una docena de ellas, durante las últimas jornadas aumentó el número de las que acudían a la cita. Los cinco cables que alimentan las farolas de nuestra urbanización parecían un pentagrama al aire. Al principio fue apenas un acorde, más tarde la partitura fue creciendo, llegando a ser durante la mañana del miércoles una bellísima y prolongada obra de arte. Me hubiera gustado interpretar la composición, estar en medio de ellas y unirme a sus melodías. Cuando mis golondrinas, cansadas de tanto volar, se posaban en los cables del fluido eléctrico de mi calle, miraban todas, sin excepción, hacia el sur. Cientos de ellas (¿miles?) de pie en los cinco cables, modelando los acordes de la despedida.

Las visité a menudo, su maravillosa partitura estaba apenas a unos cien metros de mi casa. Me he preguntado el porqué de su actitud: ¿qué les hace mirar al sur? ¿porqué eligen la primera semana de septiembre para iniciar su aventura? Dicen que son las veteranas, las que ya estuvieron en esta tierra el año pasado, las que durante sus viajes acumularon experiencias que transmiten a las más jóvenes, a las que nacieron aquí este verano. No deja de ser un misterio todo esto. Ellas se dan a sí mismas sus reglas y dejan también que cada una asuma sus decisiones individuales. Esta mañana pude observar en mi cielo que tres de ellas siguen volando sobre mi casa, quizá buscando al resto de sus compañeras. Pero ellas ya se han ido, y temo que las tres remolonas sufrirán en pocas semanas las inclemencias del tiempo y no volverán a ver a las que en la próxima primavera regresen a este su hogar. Es el precio de una libertad mal entendida, me he dicho.

Quise estar en la hora de su salida, pero me ahorraron el dolor de la despedida. Alzaron el vuelo, como tantas veces lo han hecho, pero esta vez todas juntas y buscando el sur. Claro que mis golondrinas nacieron en el hemisferio norte y buscan durante nuestro invierno los calores del sur. Las otras, las que nacen, por ejemplo, en Buenos Aires o Río Cuarto de Argentina migran hacia el norte para invernar en un lugar de California. Cuentan las crónicas que allí las reciben con fiestas populares y otros festejos. Pienso que las mías, las de mi pentagrama, llegarán a los lugares húmedos del Congo, Malawi y Zambia, después de volar los miles de kilómetros que suponen la travesía del Mediterráneo y del desierto del Sahara. Allí no tendrán amigos que las reciban. Me consuelo pensando que aprovecharán las noches para superar el duro trayecto de la travesía. Los ornitólogos me dicen que no me preocupe, que antes de atravesar esa franja mortal, de más de dos mil kilómetros de mar y arena, mis golondrinas se han fortalecido durante el verano que ahora acaba en los campos de Castilla, dejando los cielos que cubren mi casa casi libres de muchos insectos y pequeñas mariposas.

Fueron las golondrinas pájaros preferidos en mi niñez y juventud. Mi abuela me había dicho que fueron ellas las que le quitaron la corona de espinas al Señor Jesús, muerto en la cruz. Por eso, cuando a los ocho o diez años convertíamos nuestros tirachinas en armas peligrosas de caza y lucha nunca disparábamos a las golondrinas. Fueron otros pájaros los que tenían que huir de tan funesto peligro. Nunca supe a dónde iban mis golondrinas, hasta que lo estudié. Yo estaba convencido de que se iban a buscar abrigo a otras partes, y temía que no lo encontrarían jamás.

Cuando en mi juventud marché a Alemania hice escala en Barcelona. Allí una amiga me invitó a dar un paseo en barco por el puerto de la ciudad. La empresa que gestionaba los barquitos se llamaba “Las golondrinas”. Fue entonces cuando me acordé de una canción mejicana que en sus versos lloraba a la golondrina ausente: “A donde irá veloz y fatigada / la golondrina que de aquí se va./ Junto a mi pecho / hallará su nido / en donde pueda / la estación pasar. / También yo estoy / en la región perdida / ¡oh cielo santo! / y sin poder volar. / Dejé también mi patria adorada,/ esa mansión que me miró nacer,/ mi vida es hoy errante y angustiada/ y ya no puedo a mi mansión volver.”

La verdad no es tan trágica como en la canción. Yo y mis golondrinas volvimos en más de una primavera al hogar que nos vio nacer. Pero de todas formas siento que hoy y ahora ellas no estén cerca de mí. ¿Ciao, bellísima y ágil golondrina, que en la próxima primavera te vuelva a ver!

1 comentario:

  1. "Volverán las oscuras golondrinas
    en tu balcón sus nidos a colgar,
    y, otra vez, con el ala a sus cristales
    jugando llamarán;
    pero aquéllas que el vuelo refrenaban
    tu hermosura y mi dicha al contemplar,
    aquéllas que aprendieron nuestros nombres...
    ésas... ¡no volverán!"

    Bécquer

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