viernes, 23 de septiembre de 2011

Eliminando al imperfecto


Hace unos días mi amigo Antonio me envió la foto de su último nieto. Sus padres me han permitido publicar la foto de su hijo. En el atardecer de nuestros días los que somos abuelos disfrutamos y hacemos disfrutar a nuestros amigos con la vida y milagros de nuestros hijos, y sobre todo, con la vida, dulzura y esperanza de nuestros nietos. Nuestra propia vida se agranda con el número y el amor de todos ellos. Ya lo cantaba en su día el salmista: “Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. Y verás a los hijos de tus hijos, y la paz habitará tu tierra.”

A mi amigo Antonio se le cae la baba cuando me habla del pequeño. Es la alegría de toda la familia. Para los abuelos, especialmente para las abuelas, todos los nietos son guapísimos, sin distinguir sexo ni edad, sobre todo recién nacidos. Más tarde, cuando crecen, acostumbramos a matizar y distinguir. Una cosa es la belleza y otra la guapura.

Para guapos, Cristiano Ronaldo. El conocido futbolista afirmaba el otro día a un periodista que le “tienen envidia por ser rico, guapo y un gran jugador”. Dejando a un lado el carácter del portugués y las polémicas sobre este jugador, es evidente que vivimos en una cultura hedonista en la que el cuerpo es un objeto de culto para jóvenes y no tan jóvenes. Muchas de nuestras jovencitas sueñan con cifras como las de 80-60-80 (¿serán éstas las de moda?), mientras que también los hombres hacen sus esfuerzos en los gimnasios, y no solo para dejar los kilos que les sobran. Se busca la perfección en el aspecto, la sociedad nos invita y nos empuja continuamente a ser “ricos y guapos” como bien ha destacado el futbolista mencionado. Que se lo digan a los asesores de imagen de empresarios y políticos, y a los que tienen que presentarse a entrevistas en los gabinetes de selección de personal directivo.

Parece que para el mundo de hoy, el bajito, el gordo y el feo no cuentan. Pero hay algo más preocupante: acabo de leer un artículo del neonatólogo italiano Carlo Belliene en el periódico L’osservatore Romano titulado “L’eliminazione dell’imperfecto”, en el que denuncia la desaparición, en nuestro entorno, de los niños marcados por enfermedades genéticas como el síndrome de Down. “Lo percibimos mirando alrededor nuestro: ya no vemos niños “imperfectos”, marcados por enfermedades genéticas”, constata Belliene. Y denuncia que estos niños “son descubiertos de manera sistemática antes de nacer y, una vez identificados, se les prohíbe muy a menudo nacer” siendo abortados y convirtiéndose así en víctimas de una sociedad incapaz de aceptar la diferencia.

Esta desaparición que constata el autor del artículo no es exclusiva de Italia o Francia, la constatamos también en España. El movimiento “Derecho a Vivir”, después de analizar un informe publicado por el Ministerio de Sanidad, alertaba de que el aborto eugenésico aumenta en nuestro país: cada vez se eliminan más vidas consideradas inferiores. Este aumento se debe a la implantación de los programas oficiales de selección o cribado prenatal que se han consolidado en todo el país, como el “Programa Andaluz de Cribado de Anomalías Congénitas” de mi querida tierra. Los expertos acusan al Ministerio de Sanidad de “ocultar la estratificación de las causas de los abortos eugenésicos y las de riesgo materno, por lo que no se sabe con exactitud cuántos niños, que deberían nacer con el síndrome Down, están siendo eliminados por el diagnóstico prenatal abortista antes del parto".

En Francia, en donde se publican estadísticas detalladas, se sabe, según cita Carlo Belliene en su artículo, que el 96% de los fetos afectados por el síndrome de Down (trisomía21) son abortados. Y comenta a continuación: “Recientemente, una diputada parisina declaró en el Parlamento: La verdadera pregunta que me planteo es ¿por qué queda el 4%?”.

El artículo mencionado concluye con una reflexión que me ha impactado: “en un mundo marcado por el miedo, la búsqueda de la imperfección y la eliminación del paciente “imperfecto” se convierten en una norma social común que todos conocen: una banalidad del mal que ya no parece molestar a nadie”. ¡Es tremendo!

Me quedo con el nieto de mi amigo y con la valentía de sus padres. Ellos asumieron el nacimiento de su hijo después de ser advertidos por los médicos durante el embarazo. Y ante tal amor y desprendimiento me quiero quitar el sombrero: según me ha dicho mi amigo, el abuelo, su hija está ahora embarazada del segundo hijo. Conozco a su familia; es el espacio ideal para vivir arropada y cobijada las alegrías y las preocupaciones de una maternidad. Ella, la madre, y también su padre, saben que cuentan con muchos amigos que los quieren y los acompañan diariamente en el camino. Agradeciéndoles su amor a la vida y su testimonio, yo quiero ser también uno de ellos.

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