viernes, 7 de octubre de 2011

Alemania

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Ocurre todos los años en los primeros días de octubre: sobre la pradera verde de mi jardín amanecen las primeras hojas marchitas, amarillas y rojas, que el nogal y los arces vecinos dejan caer en la noche. Este espectáculo de la naturaleza no solo me da trabajo, pues me toca recogerlas, sino que me trae a la memoria los inmensos y maravillosos bosques de Alemania y los años que disfruté de ellos.

Y justo en estas fechas también, el 3 de octubre, se celebra el día de la “reunificación” alemana. Una unidad que trajo paz, libertad y bienestar a sus habitantes, y por la que hoy, me parece, siguen luchando muchos alemanes en su esfuerzo por construir también una Europa unida y solidaria. Son abundantes las diferencias y variadas las ideologías que dominan a esta vieja Europa, muchas también las formas de administrar la “casa común” y las economías particulares, pero no quiero caer en la tentación de creer que la solución de nuestras crisis económicas y sociales sea el retorno a un idilio nacionalista, en donde cada uno resolviera sus problemas como Dios le diera a entender. Al contrario, opino con algunos de los políticos y dirigentes sociales europeos que la solución está en seguir construyendo la Europa de los pueblos. No menos Europa, sino más Europa, en donde cada miembro, valorando su identidad, dé lo mejor de sí mismo a los demás. Y en esto Alemania tiene mucho que aportar, no solo los euros de su floreciente economía sino su disciplina, su espíritu de sacrificio, su nivel tecnológico e industrial y su solidaridad probada.

Alemania marcó mi vida en muchos aspectos, principalmente en el familiar y profesional. Admiro a este pueblo y conozco bastante bien sus puntos fuertes y sus debilidades. Fue siempre un país de acogida para muchos, a mí me acogió, me dio formación y me regaló con abundantes amigos y personas queridas. Hoy sigue siendo para muchos la “tierra prometida”. No sólo por sus datos económicos y su bienestar generalizado sino también por sus ideas y conceptos de vida para el presente y futuro de su tierra y de sus habitantes. A menudo ellos mismos no se le creen, pero Alemania despierta por doquier asombro, admiración e incluso, a veces, envidia.

Según las estadísticas, en los últimos cinco años ha aumentado sensiblemente la inmigración, últimamente en un trece por ciento. Si en las décadas pasadas eran personas sin formación profesional alguna las que intentaban conseguir trabajo en este país, son hoy diplomados universitarios, médicos, ingenieros y científicos, los que buscan en Alemania su nueva patria. Más de la mitad de estos inmigrados de “alto nivel” son de los otros países de la Unión Europea. Un dato del ámbito universitario confirma mis apreciaciones: después de Estados Unidos e Inglaterra es Alemania el país que alberga más estudiantes extranjeros en sus universidades. Estudiar y formarse en Alemania está de moda y es sinónimo de garantía de bienestar para el futuro.

No es de extrañar que mis alemanes estén contentos consigo mismos y con el mundo que les rodea. Investigadores de la universidad de Friburgo y especialistas de un conocido instituto especializado en sondeos de opinión pública realizan cada dos años un estudio consultando a 1.800 alemanes sobre el nivel de su felicidad y sobre los factores que la motivan. Los resultados son interesantes: el nivel de felicidad en Alemania ha aumentado en los dos últimos años; en una escala de cero a diez, la media de felicidad de la población alemana está en un 7.0. Los factores más importantes para medir este nivel de satisfacción y sosiego por la vida son la buena salud, la estabilidad con la pareja y las amistades. Es evidente que las personas que no tienen trabajo o han sido víctimas de rupturas matrimoniales no se cuentan entre los más felices.

Termino destacando que los investigadores citados han detectado también que existe una diferencia en el nivel de la felicidad entre el hombre y la mujer. Mis amigos lo han adivinado ya: en Alemania las mujeres son más felices que los hombres. Esta mañana, al recoger las hojas amarillas de mi jardín me preguntaba: ¿será este el motivo por el que las mujeres alemanas me han gustado siempre tanto? Ya sabéis que me casé con una de ellas, lo que también a mí me ha hecho muy feliz. Gracias por todo, Alemania.

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