sábado, 12 de noviembre de 2011

11.11.11, 11:11 h

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Inicio estas líneas justo en el momento que el reloj de mi pantalla señala las once horas y once minutos del día once del mes once del año dos mil once. Mi esposa, de Colonia ella, se divierte viendo en un canal de la televisión alemana la apertura del carnaval en aquella ciudad. La lejanía y los años aumentan la nostalgia. Los colonienses inician justo en ese minuto lo que ellos llaman la 'quinta estación del año', la temporada de carnavales, que terminará el miércoles de ceniza, arrepintiéndose de “todos sus pecados”, cuando el pastor (párroco) correspondiente les imponga la ceniza en sus frentes para que olviden por algún tiempo la juerga y el alegre desvarío. Aunque dudo que se arrepientan, dado el ardor que ponen una vez y otra en estos festejos callejeros.

Por una temporada, la mencionada quinta estación del año, los encantadores habitantes de la ciudad de Colonia dejan de ser colonienses y se vuelven “Narren”, cuya palabra es difícil de traducir y más difícil aún de entender para el extranjero. Ellos dicen, que ni están locos, ni están chiflados, ni son mentecatos, ni mucho menos son bufones, son gente que se disfraza, sale a la calle, canta, baila, bebe y se divierte con el que tiene al lado sin preguntarle el nombre y sin tener en cuenta ni el color de su piel, ni el timbre de su voz. Si alguna vez lo quieres intentar deberías pegarte una “nariz” de cartón rojo sobre la tuya, dejar en casa tus problemas y el miedo a hacer el ridículo, y mezclarte con los cientos de miles que en los días mayores del carnaval pueblan la ciudad. ¡Y que Dios te ampare! Cuando pasen un par de días habrás dormido la cogorza correspondiente.

Nunca pude reconciliarme de verdad con los carnavales, parece que la seriedad de una parte de mi familia pesa demasiado sobre el granadino de nacimiento que habita en mi pellejo. ¡Qué vamos a hacer! Mi mujer lo entiende a duras penas y yo le sintonizo el televisor para que se divierta. A eso le llaman cariño y complementación de los sexos.

Dicen los estudiosos que lo del número 11 en Alemania no tiene nada que ver con la magia ni con la superstición. La versión cristiana del evento es que en la antigüedad estos pueblos tenían la costumbre de prepararse durante cuarenta días con ayuno y abstinencia a las fiestas de Navidad, y por eso se reunían al comienzo de la temporada con los amigos y en familia para consumir todas las carnes que tenían en la despensa, justo el día de San Martín, o sea el once del once. Y con las carnes se armaba la juerga. La otra versión, la más profana, cuenta que el día 11 de noviembre de 1822 se reunieron en una taberna de la ciudad de Colonia unos cuantos paisanos pudientes del lugar y decidieron resucitar la tradición de los carnavales, lo que hicieron redactando la “constitución carnavalesca” y comenzando por montar el primer evento de “narices de cartón rojo” y máscaras en el mismo día. Seguramente que fue para dar ejemplo.

Lo “mágico” de este año es el número capicúa, 11.11.11, que sólo se repetirá cuando pase un siglo. Las oficinas del Registro de lo Civil en Colonia han tenido que contratar personal adicional para hoy, dado que han sido ciento treinta y cinco parejas las que han querido sellar su amor en este día “loco” celebrando oficialmente el matrimonio. Me imagino que los que se casaron durante los sesenta minutos después de las once, se llevarían premio. Yo así se lo deseo. Ojalá su matrimonio dure más que los cinco meses de la tan divertida “quinta estación”.

En lo que a mí respecta el citado numerito ni me trae ni me viene, vivo en la esperanza de vivir también otros numeritos llamativos como el 10.11.12, y mejor aún el 11.12.13. Ya lo del 12.13.14 sería una pasada, pues me habría salido del almanaque inventando el mes 13 (¡tan “Narre” no estoy todavía!). Aunque tengo que ser sincero, el inicio del carnaval en Colonia de este año tiene para mí un “sabor añadido”: entre los “Narren” que pueblan las calles de esa maravillosa ciudad a la ribera del Rin, imagino a mi nieta, la que ha comenzado a estudiar hace unas semanas en la universidad de Colonia. La abuela alemana la animó a participar en el evento (¡cómo no!), y ella acaba de enviarme un SMS con la noticia de que ya tiene su vestido y disfraz para las fiestas.

Comprendo que el abuelo no pinta nada en estos jolgorios, pero séame permitido pensar en mi nietica, que parece fue ayer cuando la tuve en mis brazos con el biberón incluido, y que ahora aprenderá a divertirse con los colonienses siguiendo el refrán que dice “adonde fueres, haz lo que vieres”. Qué te lo pases bomba, preciosa, y que Dios te ampare. Eso sí, ya me lo contarás con pelos y señales. “No te pases, Opa (abuelo), que tampoco es para tanto”, oigo comentar a mi nueva coloniense desde la lejanía. ……….. ¡Juventud, divino tesoro!

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