viernes, 18 de noviembre de 2011

"¡Oh mia patria sì bella e perduta!"

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Estamos en vísperas de las elecciones generales en España. Las noticias que nos traen los medios son poco esperanzadoras, nuestra patria se encuentra en un momento difícil. Los mensajes digitales de estos días en Internet son contradictorios y contraproducentes. Los hay de todos los gustos: unos te sugieren que no votes, otros te dicen que votes, pero que tu voto sea nulo o que sea en blanco, el más vocinglero y peleón te invita a votar más de lo mismo y el del otro lado saca pecho y te asegura que todo tiene solución, pero que te apresures a apretarte el cinturón. ¡Ah! y los que más motivos tienen para callar, se atreven a gritar que quien nos deben gobernar son los tecnócratas de Bruselas y el Banco Central Europeo ……….. “Salgo de guatemala y me meto en guatepeor" decía mi padre en ocasiones.

En mi reflexión sobre la falta de personalidades públicas españolas formadas, respetuosas con nuestra historia y valores, y comprometidas en serio con el bien común, la justicia social y la imagen de España en el extranjero, me llega de Italia una noticia excepcional; excepcional por la persona a la que se refiere, y excepcional por el significado y trascendencia de la misma. A mí me ha hecho pensar.

Andrea Ricardi, el fundador de la Comunidad de San Egidio, ha sido llamado a formar parte del nuevo gobierno italiano que preside Mario Monti, y que tiene la tarea de salvar a Italia en este momento de crisis económica e institucional tan grave. Andrea Ricardi, el cristiano comprometido, amigo de Papas, de políticos y dirigentes de muchos países de África y América, preocupado por el diálogo entre religiones y culturas y por la paz y la reconciliación en zonas conflictivas de nuestro mundo, lo dijo el miércoles: “En un momento difícil, de dura prueba para el país, en el que se está llevando a cabo un esfuerzo común para hacer frente a la crisis actual, he aceptado la invitación del presidente electo, Mario Monti, a formar parte del nuevo ejecutivo, con la esperanza de ayudar en el empeño de la recuperación nacional”.

Mi esposa y yo coincidimos con él en algunos encuentros de los Movimientos católicos en Roma y lo considero capaz de hacer un gran aporte a la recuperación nacional de su país. Tiene gran experiencia en su vida de mediador y pacificador fuera de sus fronteras. Si algo me preocupa ahora es que sus iniciativas y esfuerzos deberán ser consensuadas con los demás ministros del gobierno y aprobadas por la mayoría del parlamento italiano, formado por los políticos y politicastros (era una palabra de mi abuelo) que no han sido capaces hasta ahora de poner freno a las insensateces y desvaríos de la clase política en Roma. ¡Ojalá que mis amigos italianos de la Via di Boccea y sus paisanos lo ayuden! Se lo merece por la valentía de su decisión.

Amo a Italia, amo a sus gentes y a todo lo que este gran país significó y significa para la vieja y caduca Europa. Ya a los diez años de edad, cuando mi profesor de latín en el colegio de los Escolapios nos echaba sus “filípicas” mostrando su furor y paciencia, y nos hacía aprender de memoria las “catilinarias” de Cicerón – aquello de “Quo usque tandem abutere, Catilina, patientia nostra? quam diu etiam furor iste tuus nos eludet?”, etc. – ya desde entonces, con la historia de los césares y legiones romanas en la mente, me pareció Italia una tierra de ensueño. Mi adolescencia la disfrutó también a distancia con aquellas actrices de los años cincuenta, verdaderas mujeres a donde las haya, y que pude contemplar en las películas del neorrealismo italiano, dirigidas por Vittorio de Sica, Federico Fellini y otros, y cuyos nombres quedaron grabados en la historia del cine y en mi mente: Sophia Loren, Giulietta Masina, Gina Lollobrigida o Claudia Cardinale. Y cuando llegó la madurez fueron nuestros viajes a Roma, plenos de experiencias culturales y espirituales profundas, los que siguieron fomentando mi amor por la “bella Italia”. Al final la Divina Providencia, en una caricia sin igual, permitió que pudiera vivir en el atardecer de mi vida casi tres años en la Ciudad Eterna y disfrutar con mi mujer de las gentes que la pueblan.

No se merecen los italianos, como tampoco nosotros los españoles nos merecemos, lo que hoy se vive: la inseguridad y la falta de perspectivas de un mundo dirigido por políticos ineptos y por no sé qué poderes financieros ocultos, escondidos éstos últimos entre los cables de gigantescos ordenadores y en el entramado de sus programas de inversión ávidos de beneficios y porcentajes. A veces me pregunto: ¿quién se enriquece por culpa de nuestros políticos inútiles y sin nivel en este mundo global de hoy?

Acabo de recibir un correo de un vecino. Me invita a leer la noticia sobre la representación de la ópera Nabbuco de Giuseppe Verdi en Roma con motivo de la celebración del 150 aniversario de la creación de Italia, y a escuchar el famoso canto “Va pensiero”, el canto del coro de los esclavos oprimidos. El director de la orquesta, Ricardo Muti, se dirigió al público, que pedía con sus aplausos un “bis” de la canción, y lo animó a cantar con el coro la canción mencionada, recordando el momento trágico actual de su Italia querida. Es de una belleza increíble. Pensando en mi patria, España, bella y perdida, yo también dejé correr mis sentimientos, y mis ojos se humedecieron.

Me parece que sí, que el domingo iré a votar siguiendo la valentía y el coraje del fundador de la Comunidad de San Egidio, mi querido y admirado Andrea Ricardi. ¡Grazie mille caro Andrea, che Dio ti aiuta!

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