viernes, 25 de noviembre de 2011

Los bárbaros de Pitres

Hay noticias de hoy que te traen recuerdos del ayer. En un vistazo rápido a la prensa del día me entero de que un jovencito de quince años, lleno de furia y sobrado de fuerza, lanzó un paraguas desde las gradas del estadio de futbol de la ciudad de Granada al campo de juego, con tan mala suerte, que le dio en plena cara a un linier del equipo arbitral, hiriéndolo en la mejilla. Un bárbaro más, éste no del norte sino del sur. Como es natural, el partido se suspendió y la noticia mantiene la atención y el morbo en despachos y medios de comunicación. En el mismo periódico se informa de los resultados de las últimas elecciones al parlamento nacional y se repasan las promesas de los políticos antes y durante la campaña electoral.

Entre la barbarie de algunos campos de futbol y las promesas incumplidas de los políticos de turno parece que no existe relación alguna, pero a mí me recordaron algo que contaba mi madre en mi niñez, y que nunca he olvidado. La anécdota se sitúa, como tantas otras de mi vida, en plena Sierra Nevada, en su falda sur, allí a donde los moriscos dejaron su huella en arquitectura y costumbres, en la Alpujarra granadina que mira al mar.

La historia se remonta a las postrimerías del año 1935, en la campaña electoral previa a la proclamación de la Segunda República en España. Era, según mi madre, cuando los políticos y agitadores de lo que fue después el Frente Popular, conocida coalición de izquierdas de aquel entonces, recorrían las ciudades y pueblos españoles para conseguir los votos necesarios para acceder al poder, lo que así ocurrió. Ni siquiera los pequeños pueblos y caseríos alpujarreños se libraron de tan ilustres visitas.

Uno de estos políticos, por lo que cuentan de él, tan indocumentado y falto de cultura, o más, que los habitantes de mi Alpujarra de entonces, después de lanzar su verborrea marxista en las plazas de aquellos pequeños núcleos urbanos, hacía una pregunta patética adonde las haya: “Vecinos de ……… (nombre del pueblo en cuestión),decidme, ¿qué queréis?” A lo que las masas hambrientas y empobrecidas respondían a menudo: “¡Pan y trabajo!”. Y no teniendo una respuesta convincente que darles, les respondía con la argucia del que se las sabe todas: “¡Buscad el pan, y ya tenéis trabajo!”. Y con los aplausos enfervorecidos de los asistentes que no habían entendido nada, salía con el rostro sonriente y daba la espalda al pueblo para siempre jamás.

Todo fue bien, hasta que el susodicho llegó a Pitres. Es Pitres un pequeñísimo pueblo cercano al Barranco de Poqueira y al río Guadalfeo, a unos 1.200 metros de altura sobre el nivel del mar, y a más cincuenta kilómetros de la costa mediterránea. Sus casas miran al sur, y sus habitantes intuyen el azul del mar en el reflejo que sus aguas proyectan en las madrugadas y atardeceres de aquellas sierras. Quizá motivados por el anhelo de horizontes más amplios o poniendo en práctica la astucia y picaresca de la inteligencia que la tierra da a sus más cercanos, los habitantes de Pitres, cuando escucharon la célebre pregunta del político mencionado: “Vecinos de Pitres, decidme, ¿qué queréis?”, respondieron a voz en grito: “¡Que Pitres se convierta en un puerto de mar!” Mi madre no sabía lo que en ese momento contestó el listo de turno, otros dicen que contestó sin avergonzarse: “¡Concedío lo tenéis!”.

Para completar la historia, decía mi madre que una vez comprobada la imposibilidad geográfica de tal concesión, enviaron a un mensajero para informar de ello al pueblo. Este, al final de su discurso se le ocurrió preguntar de nuevo a los de Pitres sobre sus deseos más inmediatos. Éstos volvieron a sorprender al emisario, diciéndole que querían tener en el pueblo dos cosechas al año. En esta ocasión la contestación fue más fácil: los políticos concedieron lo que les pedían y pusieron como condición que los de Pitres hicieran que el año tuviera veinticuatro meses. Con lo cual el asunto quedó zanjado para satisfacción de todos. Hasta aquí el relato de mi madre con las promesas incumplidas de los políticos y la actitud “bárbara” de mis astutos paisanos alpujarreños.

Pasaron los años, pasaron las repúblicas, pero quedaron los hombres con sus ambiciones y sus sueños. Parece que lo que me contó mi madre sigue vivo en las gentes de aquel lugar. Más de un alcalde de aquella población ha seguido soñando con tener en la puerta de su casa un puerto pesquero, con anclas, barcos de pesca y olor a sardinas frescas. Y así lo ha solicitado al Ministerio correspondiente. Ante el silencio o la negativa administrativa, uno de ellos, éste ya miembro de un partido de la nueva democracia española, hizo votar en el consistorio que a una de las calles más importantes del pueblo se la llamara “Paseo marítimo”, lo que consiguió por unanimidad de votos. Y así se hizo colocando las placas correspondientes; lo que llamó la atención a poblaciones cercanas de la costa granadina. Me consta que algunas de ellas, para celebrarlo, enviaron un ancla y una embarcación usadas para adorno del pueblo serrano. Y aunque no lo he visto personalmente, parece que allí están para admiración de propios y extraños.

Algunas voces más socarronas informan que los “bárbaros de Pitres” quieren seguir siendo hoy de la misma condición que ayer, a pesar del cambio de los tiempos. Y como muestra de su ambición, en las fiestas populares plantan sardinas en los surcos de sus huertos y las riegan abundantemente para que crezcan y engorden con vistas a la sardinada que anualmente se celebra en la cercana “Era de Capilerilla” en la fiesta de San Roque.

En estos tiempos de agobio mediático con la “deuda pública” y de miedo a los recortes presupuestarios en pensiones y prestaciones sociales, y teniendo en cuenta la incapacidad de los políticos de turno, los de ayer y los de hoy, me quedo con la imaginación de los “bárbaros de Pitres” y me siento con ellos en los “terraos” de sus casas, esos singulares tejados planos de launa alpujarreña, para, con la calma y el tiempo que regalan aquellos parajes, ver llegar hasta mi puerta las olas del azul mediterráneo y esperar que el pescadero de turno me ofrezca el oloroso y sabroso espeto recién hecho con sardinas de mi costa granadina.

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