viernes, 23 de diciembre de 2011

La caricia - ¡Feliz Navidad!


 Una vez un amigo me contó una pequeña historia personal que en estos días previos a la Navidad recuerdo con agrado. La distancia y el tiempo me permiten contarla. Fue en una tarde de invierno, a la salida de una celebración religiosa. En la puerta del edificio se encontró con una amiga, que al verlo le saludó. Pero ese día el saludo fue distinto: después del intercambio previo de rigor, ella con su mano le rozó por un instante suavemente la mejilla. No hubo más, fueron los ojos los que hablaron en ese momento. Con una sonrisa pasaron enseguida a charlar sobre lo divino y lo humano, sobre amigos y conocidos. Fue un gesto maternal que no esperaba, una caricia inesperada. Me confesó que le hizo bien, como si en ese instante le hubieran quitado todo el peso que llevaba encima en esa jornada. Aquel día había sido difícil para él, y aunque no lo quería contar, es posible que su cara lo delatara en aquel momento. La mujer tiene un sexto sentido para esas cosas, me dijo, especialmente para la fragilidad del que se le acerca.

Después de la conversación, y al separarnos, pensé que había sido el Dios de la vida el que le orquestó aquel momento. Mi amigo me lo había dicho también: estaba seguro que no solo había sido ella la que le acarició, sino que Dios mismo lo quiso hacer, y para ello se buscó la mano y el corazón amigos que así lo hicieran. Este amigo mío es de los que están seguros que el Buen Dios se hace presente también en los pequeños detalles de la vida cotidiana.

¡La caricia! Dichoso el que la recibe, pues una caricia, si es espontánea y gratuita, le puede uno cambiar la vida. Es lo que ocurrió en Belén de Judá hace más de dos mil años. 
El “sí” de una joven, que se tornó amor de madre, lo hizo posible. Dios quería hacer una caricia, esta vez una caricia eterna, al hombre que había creado y que andaba perdido. El rostro humano lo sufría y delataba desde hacía tiempo. Y la caricia eterna fue una realidad. Con tanta dulzura amaba Dios al hombre, que quiso hacerse niño como uno más de entre nosotros, y escogió a una joven doncella allá en Belén por madre para, en el silencio de la noche, dejarse acariciar por ella. Fue Jesús, el Hijo de Dios, el hijo de María. ¡Una madre acariciando y amamantando a su Dios! La caricia de Dios se encarnó y se hizo vida entre nosotros. Y lo que más me asombra de esta historia es que el mismo Dios también se dejó acariciar por el hombre, por su criatura.

Que Dios te acaricie, es mi deseo para ti que me lees en esta Navidad. Y que lo haga con la mano y el corazón del que te quiere bien y conoce tu fragilidad. Aunque solo sea por el reflejo de tus ojos cansados de sufrir o de esperar. ¡Dios se hizo hombre, y habita entre nosotros! Él fue el origen y el protagonista de la caricia que en aquella tarde lejana hizo feliz a mi amigo. Si lo piensas bien, tú podrás encontrar también la mano que en algún momento te acarició. ¡Déjate acariciar de nuevo, no retires tu mejilla de la mano del que te quiere bien!


¡FELIZ NAVIDAD!

1 comentario:

  1. Angel Sevillano y Teresa Mazón7 de enero de 2012, 15:47

    Querido Paco, hemos leído varias entradas tuyas del Blog pues llevábamos un poco de atraso. Nos han encantado todas, pero en esta queríamos hacer especial hincapié porque nos ha parecido preciosa y hemos reenviado a algunos amigos. Enhorabuena, gracias por compartir con tanta gente tu prosa llena de espiritualidad y de gracia. Un abrazo,
    Teresa y Ángel

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