viernes, 17 de febrero de 2012

¿Se quemó o lo quemaron?

Hace unos días estuve cenando con algunos amigos y conocidos. Fue una cena de empresa, final de unas jornadas de formación y planificación como tantas otras. Solo que en este caso celebraban también el vigésimo aniversario de la fundación de la empresa. Y como fui yo el que hace tantos años tuve la iniciativa de fundarla, los colaboradores de entonces, que siguen teniendo un protagonismo importante en el negocio, me invitaron a celebrar con ellos el evento. Poder celebrar una fiesta así en los tiempos que corren no es nada evidente. Así que allí estuve, y con ellos, veteranos y más nuevos, lo celebramos. Fue una ocasión para los recuerdos y la alegría de ver como la vida continúa y se recrea con nuevas personas, nuevos productos y nuevos desafíos.

Al salir del restaurante y volver a casa me acordé de otros muchos que me acompañaron en mis empresas y que hoy siguen caminos nuevos y empresas varias. Aunque todos son importantes, mi mente se quedó con la del amigo que había asumido un gran desafío en un proyecto importante para él, para los suyos y para otras muchas personas, que de una forma o de otra iban a ser beneficiarios de la bondad del producto. Amigo que hace varias semanas ‘desapareció’ de los despachos y noticieros varios, lo que nos dejó de piedra a todos los que le queremos y seguimos con interés su vida y milagros.

Hace meses le vi, y al despedirnos le dije: “¡cuídate amigo, que como tú sólo hay uno!” Había notado en su rostro y especialmente en su mirada signos de agotamiento, de impotencia, como si un sentimiento de vacío intentara salir de su alma a través de todo su ser y estar. No sé si en su situación - tenía prisa - se dio cuenta de lo que le dije. Yo me quedé con la mosca en la oreja. Mosca que comenzó a molestarme especialmente cuando más tarde constaté su ausencia, la ausencia de mi amigo.

Y como lo aprecio y aprecio lo que hace, no he querido espantar sin más a la mosca, sino que me puse en camino y busqué respuestas a mis interrogantes. Hablé con conocidos, traté de saber algo a través de terceros, pero mi búsqueda no tuvo éxito. Es como si hubiera desaparecido de la faz de la tierra. ¡No está! ¿No está? ¡En algún sitio tiene que estar!, me decía yo en la rabia de mi impotencia. Parece que todos los que le han rodeado y han estado cerca de él, no dejan ahora que los de afuera corramos la cortina y sepamos lo que está pasando. La estructura a la que perteneces cierra ventanas y puertas, y los que andamos fuera y apreciamos a la persona, no por lo que hace sino por lo que es, nos quedamos a cuadros.

Para tranquilizarme estudié el fenómeno en otros casos y pensé que mi amigo también se había quemado, no porque hubiera sido un imprudente sino porque los demás personas beneficiarias del trabajo emprendido lo habrían quemado. O por ambas circunstancias a la vez. La insensibilidad o el cinismo del que comparte mesa contigo, en proyectos de cierta envergadura, pueden a veces llevarte al colapso emocional, a las dificultades de tipo mental o a manifestaciones de tipo físico como el insomnio, taquicardias o problemas gastrointestinales, sobre todo si la energía, los recursos personales o las fuerzas espirituales del actor, en este caso mi amigo, se reducen por causas ajenas o desconocidas.

Los expertos lo llaman ‘síndrome de Burnout’. En Wikipedia he leído aún más: “También llamado síndrome de desgaste profesional o síndrome de desgaste ocupacional (SDO) o síndrome del trabajador desgastado o síndrome del trabajador consumido o incluso síndrome de quemarse por el trabajo como también síndrome de la cabeza quemada.”

Tan joven y con la cabeza quemada. ¡Pobre amigo!, todavía no quiero creerlo. Voy a esperar a que los responsables de la empresa corran de una vez las cortinas y hagan un comunicado a la prensa y a su entorno. Solamente así tendré el conocimiento cierto para buscar a mi amigo, aunque sea bajo las piedras, darle un abrazo y decirle que yo sigo aquí, que no me voy, que lo sigo queriendo a él más que a su proyecto, y que lo entiendo porque yo estuve a dos puertas de la misma catástrofe. Y que hay enfermedades que sólo se curan con el cariño de la persona que te quiere, con su presencia y sus caricias, aunque no sepa todo, ni falta que le hace.

“¡Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré!” dice el Maestro. Y como El se hace presente a través de los demás, a través de los que nos rodean, quiero ofrecer mi brazo y mi pecho a mi amigo por si mañana lo necesita. Sobre todo, si termina aceptando la realidad, y con el señorío que le es propio a los de mi tierra, deja que otros tiren del carro y sigan sus huellas. Es el valor terapéutico de la humildad que aprendimos en nuestro camino.

No hay comentarios:

Publicar un comentario