viernes, 17 de agosto de 2012

Las decepciones



Han terminado los Juegos Olímpicos 2012 y aunque no soy deportista tuve la curiosidad de ver, desde mi sillón, algunas de las competiciones deportivas que la televisión nos ofreció. Fue así, por ejemplo, con la final de baloncesto entre España y Estados Unidos, y la de futbol entre Brasil y México. España y Brasil se quedaron con las medallas de platas respectivas y también cada uno de estos equipos con una gran decepción. Y es que hay algunas medallas de plata que su brillo viene empañado de antemano por la experiencia de una reciente y definitiva derrota.

No es lo mismo que te den una medalla de plata por llegar el segundo en la carrera de los 100 metros lisos masculinos, sabiendo que el que va delante de ti solo te aventaja por ocho décimas de segundo (¿y se puede medir tal diferencia?), que te la den, perdiendo el partido de futbol por 2 a 1 como le ocurrió a Brasil, o por 107 a 100 como le ocurrió a España en el partido final de baloncesto. Los rostros de los brasileiros y españoles a la hora de recibir las célebres medallas hablaban por sí mismos. Al ver sonreír  tímidamente a alguno de mis españolitos pensé que lo hacía, recordando que en el partido recién jugado le habían hecho sudar a los americanos de forma ostensible. Lo que sí es cierto es que habían saltado al campo para ganar la final, pero la perdieron. La decepción era palpable.

Como suele ser habitual en las personas de mi edad, a veces surgen en estos casos instintivamente los recuerdos. Y yo, al ver las caras compungidas de los jugadores,  me acordé de mi primera decepción. Fue en mi temprana juventud, en aquellos bellos años en que se iba despertando en mí la curiosidad y el interés por la belleza y el encanto femeninos.

La había visto por primera vez en una iglesia, era rubia y me pareció bellísima; eran entonces estos lugares de culto sitios privilegiados para conocerse y seguir la pista de una futura amistad si la suerte y las circunstancias te lo permitían. Repetí en semanas sucesivas la asistencia a la misa correspondiente con tan buena fortuna, que en varias ocasiones nuestras miradas se encontraron, y hasta nos saludamos con breves palabras al salir del templo, lo que me pareció un buen augurio.

Es posible que después mi fantasía y mis expectativas crecieran sin motivo alguno, pero así fue, yo me imaginaba y me prometía lo mejor. Creo que hasta llegué a soñar con la jovencita. Pero un día, era primavera, paseando con unos amigos por la avenida que en Granada llamábamos “tontódromo”, allí por donde toda la juventud granadina paseaba al atardecer, me encontré a la susodicha, ella muy sonriente, acompañada por un joven, los dos muy “acaramelados” y con las manitas juntas; téngase en cuenta que en aquellos tiempos las caricias y otras muestras de cariño no se mostraban en la vía pública, con las manos bastaba. Al verla me sentí mal, fue mi primera decepción. Me prometí no ir más a la citada misa, ni a la misma iglesia, lo que, seguro, pasado un tiempo no cumplí, porque finalmente el asunto no era para tanto.

Aunque la tristeza se hizo dueña de mí por algunos días, tuve la fortuna de que uno de mis amigos, con algunos años más de experiencia en la materia, me dijera que la culpa de mi decepción no estaba en la desconocida belleza, piadosa dominguera ella, sino que la buscara en mí mismo por haber hecho surgir en mí, sin motivo, unas expectativas de algo que no podía llegar a buen fin. Me propuso además  algunas estrategias para olvidar, había que pasarlo bien y buscar la soñada belleza en otros ambientes. La opinión del amigo, la opinión de un tercero, me hizo bien, y consiguió además que yo pusiera en su sitio mis propias expectativas. La decepción y sus consecuencias pasaron pronto.

Parece que las decepciones son parte integrante de nuestras vidas. Hay decepciones que son algo más serias que la de aquella tarde de primavera en Granada. Conozco a algunas personas que en su vida matrimonial y familiar han sufrido, y están sufriendo, las consecuencias de muy graves y tristes decepciones. He podido comprobar que en la mayoría de los casos se trata de expectativas no cumplidas. Algunos de mis conocidos han aprendido también que una decepción tiene también su parte positiva: algo aprendes, y si tienes interés, puedes cambiar aquello que quizá tú, seguro, no hiciste bien. Porque también lo pudo haber.
Por último conozco otros que se hicieron eco de aquello que decía Konrad Adenauer (célebre político alemán, nacido en Colonia), y lo ponen en práctica: "¡Acepte usted a las personas tal como son, otras no hay!". Es posible que con esta filosofía, los jugadores españoles y brasileiros aceptaran las medallas de plata, e incluso las apretaran entre los dientes al hacer la foto del evento. ¡Feliz decepción, amigos (con medalla de plata incluida)!

1 comentario:

  1. Angélica Hashimoto18 de agosto de 2012, 20:43

    Como diria nosso Pai Fundador... "Eu nunca me decepcionei com ninguém, porque nunca esperei nada de ninguém"...
    eu por minha vez... tenho minhas decepções e quero aceitá-las, ainda que seja difícil "apertá-las entre os dentes", mas com certeza descubro que são para mim!

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