viernes, 24 de agosto de 2012

Las otras decepciones


Recién escrita mi última reflexión, un conocido me recordó que había omitido en la misma una mención a aquellas decepciones que no requieren de una segunda persona para que se produzcan, porque es uno mismo quien las provoca y las sufre. La fuente de tales sentimientos está en nosotros mismos. Esta observación y el comentario que una amable lectora de Brasil añadió al tema (“eu por minha vez… tenho minhas decepções e quero aceitá-las, ainda que seja difícil “apertálas entre os dentes”, mas com certeza descubro que são para mim!”) me anima a seguir reflexionando sobre la materia.

Mi esposa y yo conocemos a un matrimonio alemán muy implicado en la pastoral de su diócesis, Maguncia, y en otros círculos de la iglesia alemana. En nuestro último viaje a Schoenstatt tuvimos oportunidad de saludarlos. Él es teólogo pastoral y profesor en el seminario de Maguncia; se llama Hubertus Branzen. Entre sus múltiples publicaciones tiene un libro que el ‘Herder Verlag’ le editó en 1998 y que se titula: “Lebenskultur des Priesters. Ideale Enttäuschungen Neuanfänge” (Cultura de vida del sacerdote. Ideales, decepciones y nuevos comienzos). En las páginas de este libro se encuentran abundantes reflexiones sobre las decepciones que yo mencioné más arriba, aquellas que según Branzen “están programadas de antemano”. Y aunque se dirige a los sacerdotes, sus palabras podemos aplicarlas a muchos grupos de personas, sobre todo a comunidades de laicos comprometidos en el mundo eclesial y religioso.

El profesor Branzen escribe: “Los ideales que se han fijado muy altos, la conciencia de la propia vocación, los anhelos personales que están asociados con la vocación sacerdotal, y las expectativas de la comunidad: todo esto son hipotecas que ninguna persona y ninguna vida son capaces de amortizar.” Y como la fuente de las decepciones está en lo más profundo de uno mismo, basta con que se produzca cualquier acontecimiento negativo para que las mismas se hagan presentes.

Cita nuestro amigo en su libro algunas de estas decepciones: las decepciones acerca de sí mismo, las que tienen que ver con el primer impulso y con el entusiasmo inicial, que van decreciendo; la disminución de las propias energías, la falta del ‘éxito’ esperado; las decepciones acerca del anhelo insatisfecho de comunión fraternal; aquellas que se originan por la falta de reconocimiento, y aquellas otras que tienen que ver con “los de arriba” (¡Nadie se preocupa de mí!, ¡Los de arriba no tratan en absoluto de saber cómo me va!).

Parece que estas decepciones forman parte de la vida, no solo del sacerdote sino de toda persona que viva con ideales y altas expectativas personales. Define la Real Academia Española la palabra decepción como el ‘pesar causado por un desengaño’. Algunos podrían deducir  que la decepción es el camino para librarnos del engaño que produjo el desengaño. Puede ser, pero yo me inclino a pensar que esta categoría de decepciones tiene para nosotros más bien una función de maduración o crecimiento. No eliminar el ideal y la meta establecida sino buscar la forma de volver a comenzar de nuevo, de volver a re-definirse. Y eso tiene que ver mucho con la aceptación de las propias limitaciones, de la propia impotencia. San Pablo se lo decía a sus hijos en Corinto: “… porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12,10). La fortaleza me viene dada, precisamente, por la aceptación de mis limitaciones. Y en este proceso no vale ocultarlas, es bueno y es mejor hablar de ello, que el tema se sepa. Pablo también lo hizo.

El profesor Branzen lo explica así: “Las debilidades se transforman en fuerza y vigor cuando son aceptadas. Son aquellos que experimentan impotencia y dicen sí a su impotencia. ......  Los que sienten ansiedades y las aceptan. Pablo se siente justificado para emprender esta re-definición. Su modelo fundamental es: “Dios escogió lo débil que hay en el mundo para avergonzar a lo que es fuerte” (1Cor 1,27). El cristiano está invitado a este proceso de re-definición de sus propias debilidades”. Esto nos atañe a todos.

Me consuela coincidir con mi lectora brasilera arriba citada: ella admite tener sus decepciones, ha descubierto que las mismas le pertenecen y que el proceso de aceptación personal no es fácil. La próxima vez que nos veamos le preguntaré sobre el éxito de su empeño. Yo entretanto lucharé con las mías, que en estos tiempos que corren también las tengo. 

Dice un sabio maestro de la vida espiritual que cuando la tormenta arrecia, ayudan principalmente dos cosas: no abandonar nunca la oración diaria y tener al menos una persona con la que poder hablar con franqueza. Tengo la suerte de tener esa persona cerca, es mi mujer que siempre supo escucharme. Además cuento con la doctora de Ávila, Teresa de Jesús, ella también me ayuda con su estilo peculiar. Su consejo para estos casos y otros parecidos: "Tristeza y melancolía no las quiero en casa mía". 

2 comentarios:

  1. En la semana pasada te puse un comentario como me pedisti, pero mi falta de práctica tecnológica , me hizo una mala pasada y hoy viernes, me doy cuenta del fallo, y me pongo a repararlo.
    Sin alturas teológicas, ni literarias,y con un pensamiento muy de andar por casa,te vuelvo a escribir mis ideas sobre las decepciones, que a lo largo de la vida he podido esperimentar. Me acojo a las pabras de la abuelita:"...aceptar la boluntad del Señor...". Y las de nuestra madre: ...a las madres, solo nos queda que rezar...".Solo que al ser humanos algunas veces nos venimos a bajo y se nos nota la debilidad. PERO LA ORACION NOS HACE FUERTES...

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  2. Agradeço as palavras, me servirão para meditar, orar e para muitas conversas com meu esposo, que também sempre me escuta!

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